En un futuro distópico devastado por una ola de calor, solo nueve ciudades quedan en pie, obligadas a competir cada tres años en el brutal Torneo de las Cuatro Tierras. Cada ciudad envía un representante que debe enfrentar ecosistemas artificiales —hielo, desierto, sabana y bosque— en una lucha por la supervivencia. Ganar significa salvar su ciudad, mientras que perder lleva a la muerte y la pérdida de territorio.
Nora, elegida de la ciudad de Altum, debe enfrentarse a pruebas físicas y emocionales, cargando con el legado de su hermano, quien murió en un torneo anterior. Para salvar a su gente, Nora deberá decidir hasta dónde está dispuesta a llegar en este despiadado juego de supervivencia.
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La rivalidad pronto comienza
El avión continuaba su rumbo hacia la base de los "Padres de la Patria", una instalación oculta en medio del vasto y desolado terreno. Nora podía ver por la ventanilla cómo el paisaje cambiaba a medida que el avión se adentraba en zonas aún más inhóspitas y áridas. No había un solo indicio de vida en kilómetros a la redonda; solo la tierra seca y el cielo anaranjado fundiéndose en una línea lejana. Las horas pasaban lentamente, el zumbido del motor del avión se volvía monótono, casi hipnótico.
Nora apenas había cerrado los ojos cuando un movimiento brusco la sacudió. El avión comenzaba su descenso. Desde su asiento, podía ver una serie de estructuras metálicas, casi ocultas entre colinas rocosas, que se distinguían en la distancia. La base de los "Padres de la Patria" no tenía nada de ostentoso; parecía más una prisión o un almacén militar abandonado. Las altas vallas electrificadas rodeaban el perímetro, y había torres de vigilancia con reflectores que barrían el área.
El aterrizaje fue igual de áspero que el despegue; el avión se sacudió y se inclinó de lado a lado antes de tocar el suelo con un impacto seco. Las ruedas chirriaron y el fuselaje vibró, pero al final el avión se detuvo. La puerta lateral se abrió y un soldado uniformado apareció para guiar a Nora fuera del avión. Ella se puso de pie, tomando una última bocanada del aire viciado dentro de la cabina, y luego bajó por la escalerilla.
El calor la golpeó de inmediato al salir. Aun cuando el sol comenzaba a esconderse, la temperatura era casi insoportable, y Nora sintió cómo el aire caliente parecía quemarle la piel. Alrededor de la pista de aterrizaje, varios soldados iban y venían, organizando suministros y moviendo equipos. Una vez en tierra, un hombre alto, vestido con un uniforme gris y un par de gafas de sol oscuras, se acercó a ella.
—Eres Nora, ¿verdad? —dijo el hombre con una voz ronca, observándola con detenimiento.
—Sí, soy yo, —respondió Nora, tratando de sonar segura.
El hombre asintió y se dio la vuelta, indicándole que lo siguiera. Nora caminó detrás de él, pasando junto a un grupo de soldados que la miraban con interés. Algunos susurraban entre ellos, probablemente haciendo apuestas sobre las posibilidades de los participantes. El camino los llevó a través de un largo pasillo que desembocaba en un amplio patio central, donde una multitud se había reunido.
El lugar era una mezcla de instalaciones improvisadas y estructuras metálicas, todo rodeado de muros altos. En el centro del patio, había un círculo marcado en el suelo, cubierto de arena, con varias armas de entrenamiento alineadas a un lado. Nora notó a varias personas paradas alrededor, algunas en pequeños grupos, otras solas, y todas con expresiones de tensión y expectativa. Eran los otros participantes.
El hombre se detuvo frente a una figura imponente que observaba el patio desde una plataforma elevada. Era un hombre de avanzada edad, pero su presencia era intimidante. Llevaba una armadura ligera, adornada con insignias que indicaban su rango, y una larga capa negra colgaba de sus hombros. Sus ojos eran agudos, y había una cicatriz que le atravesaba el rostro, desde la frente hasta la mejilla.
—Este es Argus, —dijo el hombre que acompañaba a Nora, señalando al imponente sujeto—. Será tu mentor en las próximas semanas.
Argus bajó la mirada hacia ella, evaluándola sin decir nada por un momento. Luego, con un gesto rápido, hizo una señal al hombre para que se retirara. El soldado se marchó, dejando a Nora sola frente al veterano.
—Así que tú eres la representante de tu ciudad, —dijo Argus, su voz era profunda y resonante, como el eco en una caverna—. ¿Tienes idea de lo que te espera aquí?
—Sé que debo entrenar y prepararme para el torneo, —respondió Nora, intentando mantener su voz firme.
Argus soltó una leve carcajada, casi burlona.
—El torneo no es un simple juego. Es una prueba que llevará tu cuerpo y tu mente al límite. Cada uno de los ecosistemas está diseñado para desafiar todas tus habilidades, para sacar lo mejor y lo peor de ti. Aquí aprenderás no solo a sobrevivir, sino también a convertirte en una verdadera guerrera, —dijo, dando un paso hacia ella—. Debes estar lista para enfrentarte al enemigo, y, si es necesario, eliminarlo sin dudar. Eso es lo que se espera de ti, lo que tu ciudad espera de ti.
Nora asintió, sintiendo el peso de cada palabra. Argus era directo, y no había lugar para la esperanza vana en su discurso. Ella sabía que esto no sería fácil, pero cada vez que escuchaba a alguien como él, la realidad se hacía aún más tangible y aterradora.
—Ven, —dijo Argus, dándose la vuelta y señalando hacia la plataforma—. Te presentaré a los demás.
Nora lo siguió hacia la plataforma, subiendo los escalones metálicos que crujían bajo sus pies. Desde arriba, tenía una vista clara del patio y de los otros participantes. Había nueve en total, contando con ella. Cada uno de ellos parecía llevar consigo el peso de sus propias ciudades, sus propios temores y expectativas. Argus se detuvo y comenzó a señalar a cada uno mientras los nombraba.
—Ese de ahí es Vlad, de la Ciudad de Stonehill, —dijo, señalando a un hombre corpulento, con el cabello rubio corto y una expresión endurecida—. Es un luchador experimentado, ha estado en más de un enfrentamiento antes de esto.
Luego señaló a una joven con el cabello negro, recogido en una trenza, que estaba estirando en un rincón.
—El es Lian, de la Ciudad de Windridge, —continuó—. Es ágil y rápido, su ciudad siempre ha tenido buenos competidores.
Nora asintió mientras Argus continuaba presentando a los demás. Había participantes de todas las ciudades restantes: el luchador de la Ciudad de Hollowford, el cazador de la Ciudad de Greenfield, el estratega de la Ciudad de Ironvale... cada uno de ellos tenía habilidades únicas y una historia detrás de su selección. Pero todos compartían algo en común: ninguno de ellos estaba allí por elección propia. Todos eran representantes de sus ciudades, obligados a participar para asegurar el bienestar de su gente.
Finalmente, Argus se volvió hacia ella.
—Y tú, Nora, serás la representante de la Ciudad de Altum , —dijo, su tono adoptando un aire más serio—. Espero que no me hagas perder el tiempo. Empezamos el entrenamiento mañana al amanecer. Aquí no hay lugar para los débiles.
Nora asintió, su rostro serio y determinado. Sabía que el tiempo era limitado, y que cada minuto contaba.
—Tienes esta noche para descansar y familiarizarte con el lugar, —dijo Argus, señalando hacia una fila de barracas al otro lado del patio—. Allí encontrarás tu alojamiento. Te aconsejo que duermas bien, porque a partir de mañana, conocerás lo que es el verdadero infierno.
Nora agradeció a Argus con un leve movimiento de cabeza y comenzó a caminar hacia las barracas. Mientras atravesaba el patio, podía sentir las miradas de los otros participantes sobre ella en especial la de un participante Marcus de la cuidad de Vire sentía que no era una amenaza pero tampoco un aliado.Podía escuchar susurros, pero decidió ignorarlos. Sabía que en ese lugar no había aliados, solo competidores, cada uno luchando por su propia supervivencia.
La barraca que le había asignado era pequeña y espartana. Había una cama estrecha con un colchón delgado, una mesa con una lámpara y un pequeño armario de metal. Las paredes estaban hechas de láminas de acero, y el aire era sofocante. Nora se dejó caer en la cama, sintiendo cómo el cansancio del día la invadía. Cerró los ojos por un momento, tratando de calmar su mente, pero las palabras de Argus seguían resonando en su cabeza.
—No hay lugar para los débiles... —susurró para sí misma.
Sabía que los días que tenía por delante serían los más difíciles de su vida. Pero también sabía que debía estar a la altura, que no podía fallar a los que la miraron con esperanza cuando se fue de su ciudad. Con ese pensamiento en mente, Nora se obligó a relajarse. Respiró profundamente y se permitió descansar, sabiendo que el verdadero desafío comenzaría al amanecer.
El entrenamiento de Argus, y la rivalidad que tendría Nora con los participantes prometía ser implacable, y Nora tenía claro que tendría que luchar, no solo contra los ecosistemas, sino también contra sus propios temores y límites. Pero estaba decidida.