Sinopsis:
"El Caballero y el Rebelde" es una historia de amor y autodescubrimiento que sigue a Hugo, un joven adinerado, y Roberto, un artista callejero. A pesar de sus diferencias, se sienten atraídos y exploran un mundo más allá de sus realidades. Deben enfrentar obstáculos y aprender a aceptarse mutuamente en este viaje emocionante y conmovedor.
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Capitulo 19: Luz & Obscuridad
La mansión Velázquez se erguía imponente, su fachada reluciente bajo el cálido sol. En su interior, un ejército de empleados se afanaba en los últimos preparativos para una reunión familiar de suma importancia. Hugo y Roberto, radiantes de felicidad, se adentraban en el jardín, tomados de la mano y con Mateo, su pequeño tesoro, caminando entre ellos.
El niño, con sus ojos grandes y curiosos, miraba a su alrededor con asombro. Las flores multicolores, el sonido del agua de la fuente y el canto de los pájaros creaban una atmósfera mágica. Sin embargo, la tensión era palpable. Los empleados, al verlos acercarse, susurraban entre sí, preguntándose quién era el pequeño que acompañaba a la pareja.
"Debe ser un sobrino lejano", comentó una de las camareras.
"No lo creo, nunca había visto a ese niño antes", respondió otra, con la mirada fija en Mateo.
Al llegar al salón principal, un silencio sepulcral envolvió a todos. La familia Velázquez, reunida en torno a una larga mesa, los observaba con una mezcla de curiosidad y expectativa. La abuela de Hugo, una mujer de carácter fuerte y mirada penetrante, los recibió con una sonrisa amable.
Hugo y Roberto se sentaron en la cabecera de la mesa. Mateo, un poco intimidado por tanta gente, se acurrucó en el regazo de Roberto. Mientras los empleados servían una exquisita cena, la conversación fluía con dificultad. Las risas eran forzadas y las miradas, evasivas.
Finalmente, Roberto, con voz firme, interrumpió la conversación. "Tengo algo importante que anunciarles a todos", dijo, levantando su copa. Todos los ojos se posaron en él. "Hugo y yo... queremos presentarles a alguien muy especial".
Un murmullo recorrió la mesa. Todos se preguntaban qué sorpresa les tenía preparada la pareja.
"Mateo, nuestro hijo", continuó Roberto, señalando al niño con una sonrisa.
Un silencio sepulcral se apoderó del salón. Los ojos de todos se dirigieron hacia el pequeño, que jugaba con un juguete en sus manos, ajeno al revuelo que había causado su presencia.
La abuela de Hugo fue la primera en reaccionar. Se acercó a Mateo y lo tomó en brazos, examinándolo con ternura. "Es precioso", murmuró, y sus ojos se llenaron de lágrimas. Poco a poco, los demás miembros de la familia se acercaron, acariciando la suave cabellera del niño y llenándolo de besos.
La noticia fue recibida con una mezcla de sorpresa, alegría y aceptación. Algunos miembros de la familia, más conservadores, expresaron sus reservas, pero la mayoría se mostró emocionada por la nueva etapa que comenzaba para Hugo y Roberto.
Al final de la cena, brindaron por la felicidad de la pareja y por la llegada de Mateo a la familia. La tensión inicial se había disipado, y en su lugar había una sensación de unidad y amor.
Mientras tanto, en la cocina, los empleados seguían comentando la noticia.
"No puedo creer que hayan aceptado a ese niño", susurró una de las camareras.
"Debe ser por el dinero", respondió otra, con una mueca de desdén.
El mayordomo, un hombre de avanzada edad y gran experiencia, escuchó la conversación. "Chicas, les advierto que tengan cuidado con lo que dicen. Hugo es el dueño del 80% de esta empresa. Si se entera de que están hablando a sus espaldas, las despedirá a todas".
Las empleadas se callaron de inmediato, avergonzadas. Sabían que el mayordomo tenía razón. Hugo era un hombre poderoso y no toleraría ningún tipo de deslealtad.
A pesar de los murmullos y las dudas iniciales, la familia Velázquez terminó aceptando a Mateo como parte de la familia. Y así, Hugo y Roberto comenzaron una nueva etapa en sus vidas.
El fin de semana en la mansión Velázquez había sido idílico. Hugo y Roberto habían disfrutado de momentos de tranquilidad junto a Mateo, fortaleciendo los lazos que los unían como familia. Sin embargo, esa armonía se quebraría de manera brutal.
Mientras jugaban en el jardín, Mateo desapareció. El pánico se apoderó de Hugo y Roberto. Preguntaron a los empleados, revisaron cada rincón de la mansión, pero no había rastro del pequeño. La desesperación se apoderó de ellos.
Al llegar al cuarto de vigilancia, las imágenes de las cámaras de seguridad revelaron una escena aterradora: don Laurentino, el padre de Hugo, había ordenado el secuestro de Mateo. Roberto, cegado por la ira, golpeó la pantalla con fuerza, provocándose un pequeño corte en los nudillos. Hugo, con los ojos inyectados en sangre, contenía su furia.
"No puede ser", murmuró Hugo, su voz temblorosa. "Mi propio padre..."
Roberto lo abrazó con fuerza. "No te preocupes, mi amor. Vamos a encontrarlo", prometió, aunque por dentro sentía un profundo miedo.
Roberto sabía que tenía que actuar rápido. Recurrió a sus antiguos contactos en el bajo mundo, a quienes había ayudado en el pasado. Con la voz ronca por la emoción, les pidió que hicieran todo lo posible por encontrar a Mateo. Por otro lado, Hugo movilizó todos los recursos de la empresa para localizar al niño. Ofreció una recompensa millonaria a quien proporcionara información sobre su paradero.
María, la madre de Roberto, estaba desconsolada. No podía creer que alguien fuera capaz de hacerle daño a un niño tan inocente. Matilde, la madre de Hugo, trataba de calmarla, pero por dentro sentía el mismo dolor.
Mientras tanto, en un lugar desconocido, Mateo lloraba desconsolado. Extrañaba a sus padres y se sentía perdido y asustado. Don Laurentino, con una sonrisa cruel, lo observaba desde lejos.
"Este niño será la clave para que Hugo se doblegue a mis órdenes", pensó con malicia.
En la mansión Velázquez, la atmósfera era de tensión y angustia. Los empleados, al enterarse del secuestro, se mostraban solidarios con Hugo y Roberto. La noticia se había filtrado a los medios de comunicación, y la presión sobre la familia Velázquez era cada vez mayor.
Hugo y Roberto no se rendían. Día y noche, trabajaban sin descanso para encontrar a Mateo. Pero el tiempo pasaba y no había ninguna pista sobre su paradero. La esperanza se desvanecía poco a poco.
En la pequeña habitación donde retenía a Mateo, Laurentino se sintió invadido por una profunda tristeza. Observaba al niño mientras dormía, su rostro angelical iluminado por un rayo de sol que se filtraba por la ventana. En Mateo, vio reflejado a su propio hijo, Hugo, cuando era pequeño. Los mismos ojos brillantes, la misma sonrisa inocente. Una ola de arrepentimiento lo inundó. ¿Cómo había podido llegar tan bajo? ¿Cómo había sido capaz de secuestrar a un niño inocente?
Con lágrimas en los ojos, Laurentino tomó el viejo peluche de Mateo y comenzó a acariciarlo. Era el mismo peluche que Hugo había tenido cuando era pequeño. Al recordar a su hijo, su corazón se llenó de dolor. Había intentado controlar la vida de Hugo desde siempre, pero sus acciones solo habían causado sufrimiento.
A la mañana siguiente, Laurentino tomó una decisión. Llevando a Mateo en brazos, se dirigió a la mansión Velázquez. Al llegar a la puerta principal, se detuvo y respiró profundamente. Sabía que lo que había hecho estaba mal, pero también sabía que tenía que enfrentar las consecuencias de sus actos.
El empleado que cuidaba la entrada, al ver a Laurentino con Mateo, se alarmó. Inmediatamente informó a Roberto y Hugo. Con el corazón en un puño, ambos salieron corriendo hacia la puerta. Al ver a Laurentino sosteniendo a Mateo, Hugo sintió una mezcla de rabia y alivio.
"¡Devuelve a mi hijo!", gritó Hugo, arrebatando a Mateo de los brazos de su padre.
Laurentino intentó disculparse, pero Hugo estaba demasiado enfurecido para escucharlo. Roberto, lleno de ira, le propinó un puñetazo, haciéndolo retroceder.
"¡Cómo pudiste hacernos esto!", gritó Roberto.
Laurentino, con la cara ensangrentada, trató de explicar sus razones, pero fue en vano. Hugo y Roberto, cegados por el dolor, lo rechazaron.
Mientras tanto, Matilde, la esposa de Laurentino, había presenciado la escena desde la ventana. Sintió una profunda pena por su marido, pero también estaba furiosa por lo que había hecho. Salió de la casa y se acercó a Laurentino, que estaba sentado en la banqueta, llorando amargamente.
"Laurentino, ¿qué has hecho?", preguntó Matilde con voz temblorosa.
Laurentino levantó la vista, sus ojos rojos e hinchados. "Lo siento, Matilde. Lo siento mucho", murmuró.
Matilde escuchó su confesión con atención. Entendió que Laurentino se había equivocado, pero también sabía que estaba arrepentido. Decidió darle una segunda oportunidad.
Mientras tanto, dentro de la mansión, un médico examinaba a Mateo. Por fortuna, el niño estaba sano y salvo. Hugo y Roberto, aliviados, se abrazaron con fuerza.
"Gracias a Dios estás bien", susurró Hugo, acunando a Mateo en sus brazos.
Roberto, aún conmocionado por lo sucedido, le preguntó a Hugo por qué creía que su padre había devuelto a Mateo. Hugo se encogió de hombros. "No lo sé", respondió. "Tal vez se dio cuenta de lo que había hecho y se arrepintió".
En ese momento, la puerta se abrió y Matilde entró en la habitación, seguida de Laurentino.
"Hugo, Roberto, quiero que escuchen lo que tiene que decir Laurentino", dijo Matilde.
Laurentino se acercó a ellos, la cabeza baja. "Lo siento mucho por lo que hice. Sé que no hay excusa para lo que hice, pero quiero que sepan que los amo a ambos. Y amo a Mateo como si fuera mi propio nieto".
Hugo y Roberto se miraron entre sí. Sabían que perdonar a Laurentino no sería fácil, pero también sabían que tenían que hacerlo por el bien de todos.
"Te perdonamos, padre", dijo Hugo, su voz apenas un susurro.
Laurentino levantó la vista, sorprendido. Una lágrima rodó por su mejilla. Se había ganado una nueva oportunidad.