Eliza, una noble empobrecida, está desesperada por pagar sus deudas cuando recibe una oferta inesperada: convertirse en espía para Lady Marguerite en el ducado del Duque Richard. Sin embargo, su misión toma un giro inesperado cuando el duque, consciente de las amenazas que rodean a sus hijos, le propone un matrimonio por contrato para proteger a su familia. Eliza acepta, consciente de que su vida se complicará enormemente.
Tras la muerte del duque, Eliza se convierte en la tutora legal de Thomas y Anne, y asume el título de Duquesa de Gotha. Pero su posición es amenazada por Alexander, el hijo mayor del duque, un hombre frío y calculador respaldado por la poderosa familia de su difunta madre. Alexander de Ghota.
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Capitulo 19 "Un largo recuerdo"
Recuerdo aquellos días con una claridad que a veces desearía no tener. Era joven, quizás no más de diez años, y mi mundo giraba en torno a mis padres. Mi padre, el duque, era un hombre fuerte y justo. Mi madre, la duquesa, era una figura de elegancia y gracia, influyente en la sociedad y profundamente amada por su pueblo.
Nuestra familia era el epítome de la perfección noble. Los salones del castillo siempre estaban llenos de risas y conversaciones animadas. Mi madre organizaba magníficos bailes y recepciones, y yo solía quedarme despierto hasta tarde, escondido en las escaleras, observando a los adultos y soñando con el día en que podría ser como mi padre.
Él era mi héroe. Me llevaba a cazar, me enseñaba a montar y siempre tenía un consejo sabio que ofrecer. "Un día, Alexander, todo esto será tuyo", solía decirme, su mano pesada sobre mi hombro. "Debes ser fuerte y justo, como tu madre y yo".
Era su orgullo, y yo me esforzaba por no decepcionarlo. Mi madre también tenía grandes expectativas para mí. "Eres nuestro futuro", decía mientras me peinaba el cabello con delicadeza. "Un día serás un gran duque, y debes estar preparado para ello".
Pero todo cambió una noche, cuando mi padre regresó de un viaje con una mujer extraña. Ella no era como las damas de la corte, no tenía la misma elegancia ni la misma educación. Era joven, con una belleza que no podía negar, pero su presencia era disruptiva. Mi madre, al principio, intentó mantener la compostura, pero pronto su dolor y humillación fueron evidentes para todos.
Recuerdo el momento en que mi padre me llevó aparte, tratando de explicar lo inexplicable. "Alexander, quiero que conozcas a Marguerite", dijo, con una voz que intentaba ser firme pero que temblaba ligeramente. "Ella... ella será parte de nuestras vidas ahora".
Miré a la mujer y luego a mi padre, tratando de entender. "Pero, ¿qué hay de mamá?", pregunté, sintiendo que mi mundo se desmoronaba.
"Tu madre siempre será importante", respondió, pero sus ojos no podían ocultar la verdad. "Pero Marguerite... también tiene un lugar aquí".
Mi madre, que siempre había sido la roca de nuestra familia, comenzó a desmoronarse lentamente. Las risas en los salones se convirtieron en susurros y miradas de lástima. La sociedad que antes la adoraba ahora la criticaba y se burlaba. El estrés y la vergüenza la consumieron, y su salud comenzó a deteriorarse.
Yo me encontraba dividido entre el amor por mi padre y la lealtad hacia mi madre. Cada vez que miraba a Marguerite, sentía una ira creciente. No podía comprender cómo mi padre había permitido que esto sucediera. La relación entre mis padres se volvió tensa y distante, y yo me convertí en un espectador impotente de su desintegración.
Una noche, mi madre me llamó a su habitación. Estaba pálida y débil, pero sus ojos aún tenían ese brillo de determinación que siempre había admirado.
"Alexander", dijo suavemente, "debes ser fuerte. Tu padre ha cometido errores, pero tú... tú tienes que ser mejor. Prométeme que siempre lucharás por lo que es justo y correcto".
Le prometí, con lágrimas en los ojos, que lo haría. Pero dentro de mí, sentía que algo se había roto para siempre.
La presencia de Marguerite en el castillo no solo afectó a mi madre, sino también a mí y a todos los que la rodeaban. La nueva duquesa tenía una habilidad innata para victimizarse y manipular a los demás, creando un entorno donde su mera existencia era un constante recordatorio de la traición de mi padre.
Mi madre, Eleanor, nunca dejó de enfrentarse a Marguerite. Lo hacía con una dignidad y nobleza que Marguerite jamás podría igualar. Cada vez que había un conflicto, mi madre intervenía, manteniendo la compostura y la gracia que siempre la caracterizaron.
—Marguerite, entiendo que deseas formar parte de esta familia, pero debes respetar nuestra historia y nuestras tradiciones —decía mi madre, con una calma que desarmaba a Marguerite.
Marguerite solía responder con una falsa dulzura. —Oh, Eleanor, solo intento ayudar. Sé que esto es difícil para ti, pero también debemos pensar en el futuro del ducado.
Las discusiones se hacían cada vez más frecuentes, y yo me encontraba atrapado en medio de estas batallas silenciosas pero feroces. Mis tíos, los hermanos de mi madre, también se involucraban, nunca aceptando a Marguerite y siempre tratando de proteger el legado de Eleanor.
—Marguerite, tú no eres y nunca serás una verdadera dama de esta casa —decía Lord Alistair con frialdad—. Y para nosotros, nunca serás una Duquesa.
Marguerite los odiaba, y ese odio se extendía a mí. Sabía que representábamos todo lo que ella nunca podría ser: la nobleza auténtica y el respeto genuino de la sociedad.
Con el tiempo, Marguerite encontró formas más sutiles de minar nuestra fortaleza. Aprovechó la ausencia de mis tíos, que frecuentemente debían atender sus propios asuntos en sus tierras, para manipular la situación a su favor.
Un día, poco después de la muerte de mi madre, Marguerite acusó falsamente a Alexander de agredir a sus hermanos, Thomas y Anne. Fue un acto calculado, destinado a crear una grieta irreparable entre mi padre y yo.
—¡Richard! —gritó Marguerite, corriendo al despacho de mi padre con lágrimas en los ojos—. ¡Alexander ha golpeado a los niños!
Mi padre, que ya estaba en un estado emocional frágil, se levantó de inmediato. —¿Qué has dicho?
—¡Es cierto! —sollozó Marguerite, su voz llena de teatralidad—. ¡Thomas y Anne están asustados de él!
Me llevaron al despacho y me enfrentaron a las acusaciones. Thomas y Anne, pequeños e inocentes, estaban asustados y confundidos. Marguerite había logrado convencerlos de que yo era una amenaza.
—¡Padre, esto es una mentira! —protesté, mi voz firme pero desesperada—. Nunca haría daño a mis hermanos.
Pero mi padre, influenciado por el constante veneno de Marguerite, no quiso escuchar. —¡Ya basta, Alexander! —gritó, y en un arrebato de ira, me golpeó en la mejilla. Fue la primera vez que me levantaba la mano, y el dolor no solo fue físico.
—¡Richard, por favor! —intervino Lord Alistair, que había llegado en ese momento—. No puedes tratar así a tu hijo.
Mi padre, sin embargo, estaba cegado por la manipulación de Marguerite. —¡Alexander debe aprender a respetar a esta familia! ¡O simplemente lárgate!
Sentí como si me hubieran golpeado en el estómago. —¿Me estás echando?
—Si continúas con esta actitud, sí —respondió mi padre, con voz temblorosa pero firme—. No seré testigo de más divisiones en esta familia.
La ira y la desesperación me consumieron. —¡Estás eligiendo a esa mujer sobre tu propio hijo! ¡Ella nunca será mi madre!
La mirada en los ojos de mi padre se endureció. —Alexander, te doy una última oportunidad. Acepta la realidad o márchate.
Justo cuando la tensión estaba en su punto máximo, la puerta se abrió bruscamente y entraron mis tíos, los hermanos de mi madre. Sus rostros estaban marcados por la misma ira y dolor que sentía yo.
—¿Qué está pasando aquí? —exigió saber Lord Alistair, el mayor de mis tíos.
Mi padre se volvió hacia ellos, visiblemente frustrado. —Esto es un asunto familiar. No tienen derecho a intervenir.
—Tenemos todo el derecho —replicó Lord Alistair, su voz temblando de furia—. Somos la familia de Eleanor, y no permitiremos que la memoria de nuestra hermana sea mancillada por esta... impostora.
Mi padre dio un paso atrás, sorprendido por la intensidad de su reacción. —Eleanor era mi esposa, y Marguerite es ahora mi esposa. Tienen que aceptar eso.
—Nunca aceptaremos a Marguerite —intervino Lord Richard, el otro hermano de mi madre—. Y no permitiremos que Alexander sea expulsado de su hogar. Si persistes en esto, nos aseguraremos de recuerdes el nombre Mariko hasta la tumba, es una advertencia Richard.
Marguerite no perdió oportunidad para hacerme saber cuánto me despreciaba. Aunque era encantadora y amable con todos los demás, conmigo siempre encontraba la manera de herirme con sus palabras.
La situación se volvió insostenible. Decidimos que lo mejor sería que me fuera con mis tíos para alejarme del ambiente tóxico que Marguerite había creado.
—Alexander, querido —dijo una vez, acercándose a mí mientras me preparaba para irme con mis tíos—, sé que debe ser difícil para ti. Pero debes entender, tu padre ahora tiene una nueva familia que cuidar. Y quizás, si te esfuerzas, algún día encontrarás tu propio lugar. Aunque, sinceramente, ya no es aquí, ¿Puedes ver como tu padre ama a Thomas? El algún día sera su sucesor y entonces ¿Que hay para ti?
Me llevaron a su hogar y me inscribieron en una academia de élite donde fui entrenado no solo en las artes y ciencias, sino también en la estrategia y el liderazgo. Ellos sabían que algún día podría necesitar esas habilidades para reclamar lo que era legítimamente mío.
Durante esos años en la academia, sabía que algún día regresaría al ducado, no como el hijo expulsado, sino como alguien que reclamaría su lugar con fsangre si era necesario, su madre luchó por su lugar en ese ducado.
Antes de partir de la academia, mis tíos me hablaron con seriedad.
—Alexander, recuerda que no eres simplemente un Gotha—dijo Lord Alistair—.Eres Alexander Mariko de Gotha. Usa tu inteligencia y fuerza para reclamar lo que es tuyo por derecho.
Lord Richard añadió: —Y nunca olvides que tienes una familia que te respalda. Siempre estaremos aquí para ti.
Les prometí que seguiría sus consejos, y así fue, la familia Mariko no era ignorada tan fácilmente, ellos fueron una piedra en el camino del ducado de Ghota.