Siempre he pensado que el hombre que nace malo, nunca en su vida vuelve a recuperar la bondad de su corazón, nadie se hace malo porque quiere, la vida, la sociedad y el mundo te obligan.
Pero que haces si a tu vida llega una persona que no te teme y que cambia el rumbo de tus pensamientos.
Soy Jarek y necesito una madre para mi hijo, no importa lo que tenga que hacer para conseguirla.
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Capítulo 18: La dueña del corazón de Jarek
Cerca a la mansión...
Dalila caminaba de un lado a otro en su habitación privada. La noche estaba cerrada, y a pesar de los multiples intentos, ninguno de los mensajes enviados a Demetrio había sido respondido.
Había ordenado al personal más cercano localizarlo, pero todos regresaban con la misma respuesta: silencio absoluto.
—No puede ser… —murmuró con un brillo de furia en los ojos—. Ese hombre jamás desobedece mis órdenes. ¿Dónde diablos estás, Demetrio?
La visita de Cinthya a la mansión no había servido para nada, todo lo que creía conocer se le estaba saliendo de control.
Pensar en que todo le habia salido mal la carcomía.
Apretaba su teléfono con fuerza hasta que sus nudillos se tornaron blancos.
No era solo la incertidumbre lo que la hacía perder la calma, sino la sensación de que Jarek podría estar actuando a sus espaldas sin ella enterarse.
La impotencia de sentirse desplazada la estaba consumiendo.
Dalila se asomó al ventanal.
Desde allí podía ver la mansión, brillante en medio de la oscuridad.
Su hijo creía que podía controlarlo todo, pero ella no había entregado su vida entera y su juventud para que una extraña como Victoria le arrebatara el lugar que creía que le correspondía.
Por su parte, Cinthya no había podido olvidar la humillación sufrida.
La manera en que Victoria se había parado frente a ella, dejando claro que era la esposa de Jarek y la dueña y señora de la casa, las palabras de Victoria la habían herido en lo más profundo de su orgullo.
Frente al espejo, miraba su rostro y su figura, retocaba su maquillaje con manos temblorosas, pero lo que reflejaban sus ojos no era inseguridad, sino odio contenido.
—Una mujer insignificante —escupió con desprecio—. Eso es lo que eres, Victoria. ¿De verdad crees que puedes competir conmigo?
Sonrió con frialdad.
—Si Jarek piensa que puede olvidar quién soy, pronto recordará que ninguna esposa improvisada le dará lo que yo le ofrecí.
La derrota de esa tarde había encendido en ella una determinación peligrosa. No bastaría con apartar a Victoria: quería destruirla.
En la mansión…
En la mansión Ortega la calma reinaba.
Victoria, ajena a los planes que se tejían en su contra, se concentraba en los avances de Jacob, que cada día parecía más fuerte. Alma la observaba con atención, y en silencio pensaba que el tiempo en que su nieta política y Jarek pudieran vivir su amor sin miedo y en libertad estaba cada vez más cerca.
Lo que ninguno sabía ni sospechaba era que, afuera, dos serpientes afilaban sus colmillos listas para atacar:
Dalila, desesperada por recuperar el control, y Cinthya, dispuesta a todo por separar lo que ya había comenzado a unirse.
Los días pasaron llenos de risas y diversión, Paulina y Jacob pasaban mucho tiempo en el jardín y en la biblioteca con la compañía de Dylan.
Jarek aprovecho para resolver algunos problemas que se le estaban presentando a Demetrio en la zona de la entrega y Victoria revisaba llena de alegría los últimos exámenes de Jacob que mostraban su notoria mejoría.
La mansión estaba más silenciosa que nunca cada vez que llegaba nuevamente la noche. Alma dormía, Jacob descansaba profundamente y hasta los guardias parecían sumidos en la calma de la madrugada.
Este fue el momento que Cinthya eligió para atacar.
Con un vestido ajustado que dejaba poco a la imaginación, se deslizó por los pasillos con pasos felinos hasta llegar al despacho de Jarek.
Tocó la puerta suavemente y, al no obtener respuesta, la abrió.
—¿Qué haces aquí? —la voz grave de Jarek sonó al instante. Estaba detrás del escritorio, revisando unos documentos, con una copa de whisky a medio beber.
Cinthya sonrió con el mismo veneno de siempre.
—Vine a recordarte quién soy… y lo que te estas perdiendo.
Cerró la puerta tras de sí y avanzó lentamente, dejando que el vestido se deslizara provocador por sus piernas. Sus ojos brillaban con esa seguridad arrogante que siempre había usado como arma.
—No necesito recordatorios —contestó Jarek, con frialdad.
Ella se inclinó sobre el escritorio, acercando sus labios a los suyos.
—Claro que sí… —susurró—. Tu esposa será tu fachada, pero yo soy lo que realmente deseas.
Intentó besarlo. Jarek, con un movimiento rápido, le sostuvo la muñeca y la detuvo.
—Eso se acabó, Cinthya.
Por primera vez, el veneno en su sonrisa titubeó.
—¿Cómo dices?
Jarek se levantó despacio, imponente.
—Lo que alguna vez hubo entre nosotros murió. Tú no significas nada para mí.
Cinthya tembló, incapaz de procesar esas palabras. Pero antes de que pudiera replicar, algo peor sucedió: desde el pasillo, una sombra se detuvo justo frente a la puerta entreabierta.
¡¡¡Era Victoria!!!
Sus ojos se abrieron como platos al ver la escena: Cinthya demasiado cerca de Jarek, su vestido revelador, la tensión en el aire.
No escuchó la primera parte de la conversación, solo alcanzó a ver la proximidad y a sentir el golpe directo en el corazón.
Sus labios temblaron, y antes de que él pudiera verla, se dio media vuelta y huyó, con las lágrimas ardiendo en los ojos.
Dentro del despacho, Cinthya recuperó la compostura, aunque por dentro hervía de rabia.
—¿Entonces es ella? —escupió con desprecio—. ¿La insignificante Victoria es la dueña de tu corazón?
Jarek no respondió de inmediato. Solo la miró con un silencio feroz que lo decía todo.
Cinthya retrocedió, dolida y furiosa.
—Esto no se va a quedar así.
Salió dando un portazo, dejando a Jarek en la penumbra.
Él suspiró, apretando los puños, sin imaginar que, en otro rincón de la mansión, Victoria lloraba creyendo que la habían traicionado.