Después de recibir la mejor y la peor noticia el día de su boda.
Mía muere trágicamente en un accidente donde ella iba manejando. En sus últimos momentos solo pide una segunda oportunidad para ser feliz con el amor de su vida.
ACTUALIZACIONES TODOS LOS DÍAS UN CAPITULO.
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Capitulo 19_ Eres patético.
Donato y Mía decidieron que ya era hora de regresar; ya pasaban las cuatro de la tarde y Mía quería descansar.
Por otro lado, en la oficina de Max:
—Permiso, señor. Me mandó a llamar.
—Sí, pasa.
David vio llegar a Max. Lo único que dijo fue que Mía estaba bien y que vendría mañana. Después de eso, no hablaron más; cada uno se dispuso a trabajar y no tocaron el tema de lo que pasó la noche anterior.
—Dígame en qué puedo ayudar.
Max notó que David se había quedado cerca de la puerta. Se levantó e hizo una seña para que tomara asiento en uno de los sillones de su oficina.
—Así estoy bien, señor.
—¿Qué pasa?
—Nada, señor. ¿Por qué lo pregunta?
—Por esta actitud. Estás parado en la puerta como si estuvieras listo para salir corriendo. Te mandé a llamar para hablar de lo que pasó anoche.
—Señ...
—Max, David. Quedamos en que me dirías Max —dijo mientras se acercaba a él, acorralándolo contra la puerta.
—Aquí no...
—¿Por qué no?
Sin esperar respuesta, Max le robó un beso. A David le sorprendió el acto, pero se dejó llevar.
—Te llamé porque no quiero que pienses que lo de anoche fue un juego para mí.
—Para mí tampoco lo fue. Y anoche te lo dije: llevo un año deseándote.
—¿Te gustaría que nos conociéramos un poco más personalmente?
—¿Estás seguro? No tienes que sentirte obligado por lo...
—No me siento obligado. Además, ahora tienes que hacerte cargo de mí. Robaste mi inocencia y...
—Mmm... déjame dudar un poco de eso.
—Jajaja. Está bien. ¿Qué dices si salimos a tomar algo?
—Está bien. ¿Ahora?
—En veinte minutos.
—Ok.
Como Max dijo, veinte minutos después salieron rumbo a un bar.
Mía, por su parte, iba en el auto de Donato. Todo transcurría tranquilamente, conversaban mientras el vehículo avanzaba, hasta que llegaron a la mansión de Max. Entonces, Mía vio en la entrada a la persona que menos quería ver.
—Oh por Dios. ¿Qué hace aquí? ¿Cómo sabe dónde encontrarme?
—¿Ese es Alexis?
—Sí, por favor, vámonos.
—No. Si huyes, vas a tener que huir siempre. Deja que yo lo arreglo. Tú solo sígueme la corriente.
Mía lo miró confundida, pero aceptó.
Alexis, tras aquel encuentro, supuso que Max la llevaría a su casa. Había regresado al hotel, pero no podía dejar de pensar en ella. Así pasaron las horas, y alrededor de las tres de la tarde abrió la carpeta que le había entregado el investigador privado. Ahí encontró lo que buscaba: la dirección de la casa de Max.
Se duchó, se cambió y salió. Al llegar a la residencia, justo cuando estaba por tocar, vio entrar un auto por los portones. Del vehículo bajó un hombre de traje. Se le hizo conocido, pero no le prestó demasiada atención. Este rodeó el auto para abrir la puerta del copiloto y de ahí descendió Mía. El hombre rodeó su cintura con el brazo y la atrajo hacia su cuerpo.
—Vaya... Veo que no perdiste el tiempo en tu estadía en Roma. Por la mañana con uno, por la tarde con otro. ¿Me quieres explicar esto? Estaba preocupado por ti, y al final fue en vano.
—Lo que yo haga con mi vida no te tiene por qué importar.
—Qué curioso que digas eso cuando aún eres mi prometida.
—Veo que no te quedó clara la nota que te dejé, pero NO, ya no soy tu prometida.
—Ja, eso no lo decides tú sola.
—Como lo escuchaste, caballero. Ella ya no es tu prometida, es mi novia, y planeamos casarnos pronto. ¿No es así, amor?
Mía lo miró a los ojos, le regaló una sonrisa cómplice y asintió.
—Por supuesto, cariño.
—…
—Si nos disculpas, tenemos cosas que hablar con mi novio.
Alexis no esperaba tales palabras. Creía que ella estaría destruida, llorando, esperando a que él fuera por ella. Pero verla rodeada de hombres, viéndose tan bien... no podía procesarlo. Al salir de sus pensamientos, respondió:
—¡Mía, no! No voy a permitir esto. Ya vas por tus cosas y nos vamos ahora mismo a Argentina.
—Será mejor que te tranquilices y le bajes el volumen de voz a mi mujer.
—¿Y a ti quién te dio vela en este entierro? Esto es entre Mía y yo. Tú no te metas.
—Me meto todo lo que quiero porque ahora ella está conmigo. Tu tiempo ya pasó, no supiste valorarla. Ahora te jodes.
—¡Ya basta! Estoy cansada, Alexis. ¿Qué quieres? ¿Que haga como si nada pasó y seguir aguantando que me veas la cara de tonta?
Respiró profundo para calmarse antes de continuar.
—Te escucho. ¿Por qué estás aquí? ¿No estabas buscando la forma de abandonarme para quedarte con ella?
—Voy a hablar, pero no con este aquí.
—No voy a dejarla sola contigo.
—Donato, espérame en la casa. Cuando termine aquí, seguimos con nuestra charla, ¿sí?
Donato la miró a los ojos y asintió. Se acercó a ella y murmuró:
—Dopo mi sfidi. (Después me retas).
Mía lo miró confundida, pero no le dio tiempo de responder. Sintió los labios de Donato sobre los suyos. Luego, él le susurró al oído, sin dejar de mirar a Alexis:
—Avísame si me necesitas.
Subió las escaleras de la mansión y entró. Juanita, que había presenciado todo desde la puerta, ya había llamado a Max para avisarle que un loco estaba en la entrada discutiendo con la señorita Mía.
Mía tenía el rostro encendido; el italiano se había cobrado el favor y ya le haría pagar por eso.
—Ya está. Te escucho.
—Voy a dejar pasar lo de recién porque sé que estás enojada...
—No, tú no tienes que dejarme pasar nada, porque ya no somos nada. Y no, no estoy enojada. Ya no me importas. Estuve enojada, estuve furiosa contigo, me sentí traicionada, triste... pero en medio de todo eso sentí paz.
—¿Paz?
—Sí, Alexis, paz. Tenía que abrir los ojos y darme cuenta de que tú no vas a cambiar. En este tiempo me di cuenta de que siempre me fuiste infiel.
—Eso no...
—¿No es verdad? Siempre lo supe. Guardé silencio porque no sabía si era culpa lo que sentías o qué, pero después de cada engaño eras increíblemente especial conmigo. Qué idiota fui. Me decía que me amabas, y por eso te perdonaba. Pero tú no amas a nadie.
—Yo te amo. Por eso vine, mi amor. Sin ti no puedo estar, Mía. Desde que te fuiste, mi vida es un caos. Estoy perdido. Te necesito.
—¿Y qué dijiste? Le digo dos palabras bonitas, que la amo, y la tonta vuelve conmigo. Tú no me amas. Si lo hicieras, no te habrías metido con cuanta mujer se te cruzó. Pero el punto de quiebre, donde ya no hay marcha atrás, fue enterarme de que dejaste embarazada a mi hermana.
—Yo no estoy con ella, Mía. Me tenía amenazado. Si no te dejaba, decía que tenía pruebas de nuestra relación y te las haría llegar. Por miedo a perderte, le seguí el juego. Pero cuando te fuiste, ya no me dejé manipular.
—Jajaja. Eres patético. ¿Amenazas?...