Cuando Seraphine se muda buscando paz, jamás imagina que su nuevo vecino es Gabriel Méndez, el arquitecto que le rompió el corazón hace tres años… y que nunca le explicó por qué.
Ahora él vive con un niño de seis años que lo llama “papá”.
Un niño dulce, risueño… e imposible de ignorar.
A veces, el amor necesita romperse para volver a construirse más fuerte.
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Un día para mi
...CAPÍTULO 18...
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...SERAPHINE DÍAZ ...
Ese día iba a ser normal.
Tan normal como cualquier jueves aburrido.
Eran las siete de la mañana cuando alguien tocó mi puerta con una insistencia sospechosamente educada. Tres toquecitos suaves, como si quien estuviera del otro lado tuviera miedo de despertarme.
Abrí con el cerebro aún dormido, a pesar de que ya estaba arreglada para salir a la oficina y el cabello hecho un crimen.
—¿Tú… qué haces aquí a esta hora? —murmuré.
Gabriel estaba de pie frente a mí, impecable incluso a las siete de la mañana. Camisa clara, saco al hombro, café en mano.
—Buenos días, tormentita —dijo con esa voz baja que usaba cuando quería provocar—. ¿Por qué estás vestida para trabajar?
Parpadeé.
—Porque… voy al trabajo.
—No hoy —negó con tranquilidad—. Hoy tienes el día libre.
Fruncí el ceño.
—¿Perdón?
—Hoy es la gala, Sera —me recordó como si fuera obvio—. No te voy a arrastrar medio muerta después de una jornada laboral.
—Eso no me lo dijiste ayer.
—Te lo estoy diciendo ahora —respondió, imperturbable—. Y ya te envié el itinerario al teléfono.
Miré la pantalla.
Mensaje nuevo:
08:30 Spa — 10:30 Peluquería — 12:00 almuerzo — 14:00 Boutique — 18:00 Recogida.
—¿Haré… eso de nuevo? —pregunté, tragando saliva.
Gabriel asintió.
—Sí, señorita y ya que me estás haciendo un favor, es lo más sensato. Te recogeré a las seis. Si necesitas algo, me llamas.
—¿Y tú?
—Estare en la gobernación. Tengo reunión con mi padre.
Lo miré un segundo más.
Tres años.
Tres malditos años y seguía hablándome así.
Organizándome la vida. Cuidándome los detalles.
Como antes.
—Está bien —dije, intentando sonar indiferente—Pero si esto es una trampa para verme llorar en esa gala, te juro que—
—Disfruta el día, Sera —me interrumpió, con una sonrisa suave—Te lo mereces.
Y se fue.
Yo cerré la puerta…y grité en silencio como adolescente.
El spa fue el primer golpe de realidad.
Apenas entré, una mujer elegantísima me sonrió como si me conociera de toda la vida.
—Bienvenida, señorita Seraphine. El señor Méndez dejó todo preparado.
Me envolvieron en una bata blanca y suave. Me ofrecieron té, agua con frutas, chocolates diminutos que sabían a felicidad. Mientras me hacían el masaje facial, cerré los ojos.
Y recordé.
La primera vez que Gabriel me llevó a un spa, seis años atrás. Yo no sabía ni cómo sentarme. Él se había reído de mí… pero con ternura.
—Relájate—me había dicho. Déjate cuidar.
Tragué saliva.
—¿Está todo bien? —preguntó la masajista.
—Sí —sonreí—. Solo… recordando cosas.
Salí flotando. Estaba tan ligera que mi cuerpo se sentía diferenterente.
En la peluquería, la estilista me observó el cabello.
—¿Corto o largo? —preguntó el estilista.
—Corto —respondí sin dudar—. Siempre corto.
—¿Segura?
Pensé en Gabriel mirándome, tocándome el cabello largo cuando se ponía cariñoso. En cómo decía que me hacía ver hermosa.
—Más que nunca.
Cuando terminaron, no me reconocí.
Me veía… poderosa.
Hermosa.
Segura.
Mandé una foto al grupo de la empresa:
Si no me ven mañana, fui secuestrada por mi propio atractivo.
La manicura fue relajante hasta que me ofrecieron colores.
—¿Oliva? ¿Nude? ¿Perlado?
—Rojo pasión—dije de pronto.
La chica sonrió.
—Elección atrevida.
—Hoy me siento así.
Por último la boutique fue la cereza de este hermoso pastel.
—El señor Méndez pidió que usted eligiera lo que quisiera —me informó la asesora—. Él confía en su gusto.
Confía.
Probé tres.
El cuarto fue el indicado.
Rojo, espalda descubierta, elegante sin ser pretencioso. Me quedaba como si hubiera sido diseñado para mí… para esta versión mía.
Me miré al espejo.
No era la Sera con cien mil bultos de sal.
No era la supuesta “señora tormentita”.
No era la vecina problemática.
Era una mujer hermosa y por primera vez en mucho tiempo, me sentí… como una reina.
......................
...GABRIEL MÉNDEZ ...
—Respira, imbécil —me digo a mí mismo frente al espejo del ascensor—. Es solo una gala. Solo vas a recogerla. No es como si fuera a—
Las puertas se abren.
Y entonces la veo.
Mi cerebro se apaga.
Literalmente.
Seraphine está de pie en el pasillo, apoyada en la pared como si no acabara de destruir todos mis órganos vitales. Vestido rojo. Espalda descubierta. El cabello corto perfectamente acomodado. La piel luminosa. La postura segura.
La mujer que recuerdo y la que olvidé que podía ser.
—…Hola —dice ella.
No me muevo.
No parpadeo.
No respiro.
—¿Gabriel? —inclina la cabeza—. ¿Estás bien?
No. No estoy bien. Estoy muerto.
—Ajá —respondo con voz que no reconozco—Todo… normal.
Mentira.
Me acerco lentamente, como si un movimiento brusco pudiera hacerla desaparecer.
—¿Siempre te veías así… o es que yo era muy estúpido antes? —pregunté sin filtro.
Ella se ríe.
Esa risa.
Maldita sea.
—Cierra la boca —dice—. Se te van a meter las moscas.
—Déjalas —contesto—. Que mueran felices.
La miro de arriba abajo. Intento ser discreto. Obviamente falle de forma épica.
—Si alguien se me acerca esta noche —añado—, voy a asumir que es por ti y no por la firma.
—Tranquilo —responde—. No muerdo… mucho.
Trago saliva.
Control, Gabriel. Control.
Le ofrezco el brazo.
—¿Lista?
—Lista —dice ella, tomándolo.
Cuando su mano toca mi brazo, mi cuerpo recuerda cosas que mi cerebro juró olvidar.
Segundos después, bajamos al estacionamiento.
—Regla número uno —digo mientras abro la camioneta—: si alguien pregunta, somos colegas.
—Regla número dos —responde ella—: no me sueltes en toda la noche.
La miro.
—¿Eso es una amenza o tienes miedo?
—Ambas —sonríe.
Después de subirnos a la camioneta, arranco.
En el camino, el silencio es… cómodo. Aunque algo raro. Tener a Sera tan cerca nunca ha sido tranquilo y mucho menos para mi cerebro.
—Gracias por hoy —dice de pronto—. Fue un día increíble.
—Te lo mereces —respondo sin pensar.
Me giro apenas hacia ella.
—Y para que quede claro —añado—: no hice todo esto para impresionarte.
—Claro que no —responde—. Tú nunca haces nada con segundas intenciones.
—Exacto —digo—. Soy un hombre simple.
Ella me mira.
—Eres muchas cosas, Gabriel. Simple no es una de ellas.
Auch.
Media hora después llegamos a la gala.
El lugar era enorme, estaba lleno de luces, gente importante y flashazos por las cámaras de la prensa invitada.
Me bajo primero y rodeo el auto para abrirle la puerta. Cuando ella sale…Las miradas cambian de dirección.
En ese momento no pude sentirme más orgulloso al presumir a esta belleza.
Seraphine es muy hermosa…pero hoy, se veía como una diosa.
—No me mires así —dice en voz baja.
—¿Cómo?
—Como si quisieras decir “eres mía”.—dijo en tono burlesco.
Me acerco un poco más.
—No te preocupes —susurro—ya perdí ese derecho.
Le ofrezco el brazo otra vez.
—Vamos, tormentita —añado—. Hagamos que esta gente crea que tenemos nuestras vidas bajo control.
Ella ríe y entramos.
Sin saber que esta noche…
Nada va a salir como lo planeamos.