Acordes De Papel

Luna deja escapar una risa seca, casi incrédula.

—¿De verdad crees que voy a contarte mi vida como si estuviéramos en una entrevista barata?

Selena apoya el bolígrafo en su libreta despacio, dejando que el gesto pese más que las palabras.

—Creo que dijiste que cumplirías un trato.

El silencio se alarga. 

Finalmente, Luna suspira, se acomoda en el respaldo y comienza a hablar.

—Era pequeña. Muy pequeña. Mi padre estaba empezando a componer, aún no era muy mediático. Vivíamos en una casa que no tenía nada de lujoso, pero mi padre siempre decía que lo importante era llenarla de música. Yo solía sentarme en el suelo del salón, y él tocaba la guitarra. Tenía esa costumbre de mover el pie al ritmo, como si marcara un compás invisible que solo él entendía. Y yo... yo solo escuchaba. Supongo que ahí empezó todo.

Selena escribe algo en su libreta, pero al levantar la vista percibe lo evidente: las palabras de Luna suenan correctas, casi ensayadas, como si fueran un relato más de los que ha repetido frente a las cámaras. 

No hay calor. 

No hay verdad.

—Luna... —dice, bajando un poco la voz—. Sé sincera, por favor.

La cantante se queda quieta. 

El gesto burlón se le borra poco a poco del rostro, y por primera vez en la conversación parece dudar. Traga saliva y desvía la mirada hacia el ventanal, como si necesitara el aire que se filtra desde los jardines.

—Está bien... —susurra. Esta vez su voz es distinta, más grave, más desnuda—. No era solo música. A veces pienso que era lo único que nos mantenía unidos. Cuando mi padre tocaba, el mundo dejaba de existir. Los problemas, la falta de atención que muchas veces sentía, el miedo a que todo se viniera abajo... desaparecía. Y yo quería quedarme ahí para siempre. Aferrarme a ese instante como si pudiera salvarnos a todos.

Selena deja de escribir. 

Sus dedos permanecen inmóviles sobre la libreta mientras la observa en silencio. Luna acaba de cambiar el tono, y ambas lo saben.

—Eso ya suena más real —dice por fin.

Luna se pasa una mano por el cabello, nerviosa, como si acabara de traicionarse a sí misma.

—No te acostumbres.

—¿Y qué pasó cuando tu padre empezó a hacerse más famoso? —pregunta Selena con cuidado, tanteando la reacción de la otra—. Si no me equivoco, tú tenías cinco años en aquel entonces, ¿no?

Luna ladea la cabeza, como si aquella precisión le sorprendiera. Un destello de incomodidad le cruza el rostro antes de asentir.

—Cinco, sí... —su voz se apaga unos segundos, como si buscara las palabras correctas—. Cuando Rick Vega empezaba a tener renombre, nuestra casa se llenó de ruidos que no eran música. Teléfonos que no paraban de sonar, periodistas en la puerta, gente que entraba y salía como si aquel lugar fuese un hotel. De pronto, mi padre tenía que estar en todas partes menos en casa.

Hace una pausa breve, mordiéndose el labio inferior.

—Yo... —duda, y suelta una risa amarga—. Yo no entendía nada. Solo sabía que había perdido a mi padre, aunque lo viera en la tele todos los días. Y lo peor era que todos los demás parecían felices con eso. Todos celebraban su éxito... menos yo.

Selena inclina la cabeza, observándola con una mezcla de curiosidad y empatía.

—¿Te sentías desplazada?

Luna inspira hondo, y por primera vez, sus ojos se oscurecen con un brillo melancólico.

—Me sentía invisible. Como si la música que antes era nuestra... se la hubieran robado...

—No me malinterpretes —añade Luna, con un gesto rápido de la mano, como si quisiera corregirse antes de quedar en evidencia—. Mi padre siempre tuvo un lugar especial para la familia, siempre lo cuidó. Pero era distinto, ¿sabes? Como si cada vez que tocaba ya no fuera para nosotros, sino para el mundo. Y yo... yo no sabía cómo encajar ahí.

En ese momento, una alarma empieza a sonar desde el móvil de Selena, aún sobre la mesa.

—Oh, mierda —Selena lo toma y suspira—. Debo irme. Entro en la universidad en media hora.

Luna asiente despacio, sin molestarse ni mostrar incomodidad, algo que sorprende a Selena más de lo que esperaba. 

La nota más calmada, casi ligera, como si haber desnudado una parte de sí misma le hubiera quitado un peso de encima.

—Está bien —dice la cantante, levantando su propio teléfono para hacer una llamada breve—. Haré que mi chófer te lleve hasta allí.

—No hace falta —Selena responde enseguida, cerrando su libreta con un golpe suave—. Con que me deje en una parada de autobús ya me va bien. Lo último que quiero es que sepan que estoy... ayudándote.

Luna la observa un momento, en silencio, y luego asiente. Hay una chispa de comprensión en su mirada.

—Lo respeto. Créeme, no querría arrebatarte esa calma. Yo... es una de las cosas que no me gustaría recuperar. La calma de antes. Estoy bien con mi vida tal como es ahora.

Con un gesto breve, Luna toma el teléfono y marca un número. 

Habla en voz baja con su chófer, pidiéndole que venga a buscar a su invitada. Después, deja el móvil a un lado y se recuesta en la silla acolchada, sin añadir nada más.

El silencio se instala unos minutos, roto solo por el murmullo lejano de los jardines. Selena, inquieta, abre de nuevo su libreta, arranca una hoja con cuidado y la coloca sobre la mesa frente a Luna.

—¿Qué es esto? —pregunta la cantante, arqueando una ceja.

—Un favor personal —responde Selena, algo apurada—. Es para mi mejor amigo, Marcus. Si dejo pasar otra oportunidad, jamás me lo perdonará.

Luna sonríe con un destello de picardía.

—¿Marcus? ¿El chico del que me hablaste la primera vez en la cafetería?

—Así es.

—Entonces, de verdad no era una excusa para tener mi autógrafo...

—Como puedes ver, no lo fue —replica Selena.

Luna toma el bolígrafo, escribe despacio y firma con trazo elegante: Para Marcus, con cariño. Luna Vega.

Cuando termina, dobla la hoja y se la devuelve a Selena, que la guarda en su bolso con un suspiro de alivio.

En ese momento, un pitido de bocina resuena desde la entrada. 

El chófer ha llegado. 

Selena se pone en pie, ajustándose la mochila al hombro. Antes de salir, se detiene y la mira por última vez.

—Sobre lo que mencionaste antes... ¿de verdad estás segura de que puedes seguir así, sin darte nunca un respiro? —pregunta en voz baja, con un atisbo de duda en los ojos.

Luna se queda inmóvil, como si las palabras hubieran tocado una fibra demasiado profunda.

—Adiós, Luna Vega.

Y sin añadir nada más, Selena cruza la puerta y desaparece por el pasillo. El sonido de la puerta cerrándose y sus pasos alejándose dejan a la cantante sola, atrapada en un silencio extraño.

Luna respira hondo y responde solo en su mente: Sí, estoy bien. Tengo mi propia calma, aunque sea diferente.

En ese momento, la puerta del despacho se abre de golpe y Jennifer entra, impecable, con la energía habitual que llena la habitación.

—¿Qué tal ha ido la sesión? —pregunta, observando a Luna mientras se acerca—. ¿Todo según lo planeado?

—Ha ido bien —responde ella, con la voz tranquila—. Más de lo que esperaba.

Jennifer asiente con una ligera sonrisa y, casi como un empujón sutil hacia la acción, dice:

—Entonces manos a la obra. Tienes un álbum que escribir. Mejor si te dejo sola.

Luna asiente y Jennifer sale, dejándola en silencio. Tras unos segundos, se dirige a su habitación y al abrir la puerta, su mirada se cruza con Kiki, su gata, acurrucada sobre la cama. 

Luna sonríe.

Se sienta al borde de la cama, acariciando suavemente a Kiki, y sus pensamientos comienzan a girar en espiral. Recuerda lo que Selena le dijo durante el ejercicio: que siempre mira su pasado, incapaz de detenerse en los momentos del presente. Que su historia, sus canciones, su vida, están atrapadas en recuerdos y en lo que fue, más que en lo que es.

—¿Qué me hace falta para volver a ser yo? —murmura para sí misma, la voz apenas un susurro—. ¿Qué me impide disfrutar el ahora?

Tiene fama, dinero, reconocimiento internacional, una carrera que cualquiera envidiaría. Tiene a su familia cerca, un hermano que la adora, y a Jennifer, siempre vigilante y lista para apoyarla. Y, sin embargo, pese a todo eso... se siente sola. Tan sola que a veces la sensación se le clava en el pecho como un peso invisible que ni la música ni la atención de multitudes logran disipar.

Se da cuenta de que la soledad no entiende de lujos ni de aplausos. No se cura con contratos millonarios ni con mensajes de fans emocionados. Está ahí, silenciosa, acechando entre los momentos de calma, recordándole que, por mucho que todo el mundo crea conocerla, nadie toca lo que realmente es.

Luna cierra los ojos un instante y deja que la tristeza se filtre, aunque solo sea un segundo. 

Es un vacío que le susurra que, a veces, incluso con todo, no basta para sentirse completa. El nudo en su garganta, la presión en el pecho, son pequeños indicios de algo más profundo, de una sombra que ha aprendido a llevar en silencio.

Y, mientras acaricia a Kiki, piensa que quizás esa soledad es la que la empuja a buscar algo real, algo que la conecte de verdad con los demás... algo que no sean aplausos ni titulares, sino la música que todavía no ha escrito y la verdad que Selena parece capaz de ayudarle a descubrir.

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