Continuación de la emperatriz bruja y reencarne en una jodida villana.
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capítulo 18
En cuestión de horas, la noticia se esparció como pólvora por todo el Imperio de Atenea: una invitada de la familia imperial había desatado una tormenta mágica sin precedentes en el campo de entrenamiento, poniendo en riesgo la seguridad de los jóvenes herederos y dejando a los presentes conmocionados.
La nobleza reaccionó con rapidez.
Solicitaron una audiencia urgente. Y cuando se alcanzó el quórum en el Salón del Trono, las voces comenzaron a alzarse una tras otra, cargadas de inquietud, especulaciones y miedo.
—Majestades, ¿cómo es posible que nadie verificara la identidad y procedencia de esa joven?
—¿Por qué se le permite entrenar junto a los príncipes y princesas, si no pertenece a nuestra nobleza?
—¡Exigimos garantías! ¿Acaso Atenea acoge ahora a desconocidos con poderes inestables?
Leonor escuchaba en silencio, el mentón en alto, la mirada fija. A su lado, Mauricio mantenía la compostura, aunque apretaba ligeramente los puños sobre los brazos del trono.
Entonces, una voz resonó con tono grave y calculado.
—Majestad… —dijo el duque Sosa, inclinándose ligeramente hacia el frente—. Me temo que el problema es aún mayor de lo que aquí se discute. Gracias a mis informantes, sé quién es realmente esa muchacha. No solo es poderosa… también es una fugitiva.
El silencio se volvió denso.
—El Imperio de Jade la busca con desesperación —continuó—. Y no solo a ella. También al joven que la acompaña. Si saben que ambos están en nuestro territorio… podrían considerarlo un acto hostil. ¿De verdad queremos arriesgar la paz de Atenea por proteger a dos forasteros?
Varios miembros de la corte asintieron, murmurando entre ellos con nerviosismo.
Los ojos de Leonor se clavaron en el duque, fríos y cortantes como el acero.
—¿Está sugiriendo —preguntó con calma peligrosa— que entreguemos a una joven bajo nuestra protección, solo para evitar un posible conflicto?
—Estoy sugiriendo que pensemos con cabeza fría —respondió el duque, sin retroceder—. Atenea no puede permitirse provocar una guerra por dos fugitivos…
Mauricio se incorporó entonces, su voz firme y clara:
—¿Y qué clase de imperio seríamos si comenzáramos a traicionar a quienes nos buscan en busca de refugio?
—Uno que sobrevive —replicó el duque, sin pestañear.
Un murmullo recorrió la sala. Pero fue Leonor quien se alzó por completo, su aura imperial encendiendo el ambiente.
—Esa joven salvó a nuestros hijos de una tormenta que ella misma contuvo antes de perder el control. Sí, es poderosa. Y sí, quizás su historia es más compleja de lo que sabíamos… Pero mientras esté bajo nuestro techo, será protegida. Atenea no es un imperio que se rinda al miedo ni a las amenazas extranjeras. Y menos aún, a los chismes disfrazados de advertencia.
El duque apretó los labios, visiblemente contrariado.
—Puede que el Imperio de Jade no lo vea con tanta benevolencia…
—Entonces —dijo Mauricio, tomando asiento de nuevo— será el Imperio de Jade quien deba explicar por qué persigue a una joven con semejante don, en vez de protegerla.
El juicio estaba dado.
La corte entendió que no obtendría más ese día.
Pero la tensión… apenas comenzaba.
Leonor y Mauricio caminaron en silencio por el pasillo de mármol hasta llegar a la oficina privada del emperador. La puerta se cerró con un leve chasquido y, una vez dentro, el aire pareció volverse más denso.
—No creo que el duque se quede de brazos cruzados —comentó Mauricio, dejándose caer con pesadez sobre el sillón de respaldo alto—. Hoy se comportó más hostil que de costumbre.
Leonor se mantuvo de pie, mirando por la ventana.
—Está probando hasta dónde puede llegar —dijo en voz baja—. Y si alguien en Jade lo respalda, no tardarán en moverse.
El silencio fue roto por el sonido suave de unos pasos. Regulus apareció en la sala, su capa ondeando ligeramente tras de sí.
—En parte, esta situación es mi culpa —admitió sin rodeos—. No debí confiarme. Sabía que Neftalí estaba inestable, pero no imaginé que su magia reaccionaría así…
Su rostro permanecía sereno, pero sus ojos revelaban una inquietud profunda.
—A partir de ahora estaré más vigilante. Algo así no volverá a suceder.
Mauricio y Leonor asintieron con seriedad. El emperador se puso de pie y se acercó al mago, dándole una palmada en el hombro.
—Gracias por asumir tu parte, Regulus. Pero esta carga no es solo tuya. No estamos tratando con un problema común… sino con personas que, por alguna razón, se han convertido en piezas clave de un juego mayor.
Regulus inclinó la cabeza, comprendiendo, y se retiró en silencio.
Mientras tanto, al otro lado del continente, en los salones oscuros del Palacio Imperial de Jade, el archiduque Leguen rompía el sello de una carta traída por un emisario encapuchado.
La misiva era breve, pero el contenido bastaba para encender su interés.
“Tengo información sobre el paradero de los fugitivos de Bórico. Están en Atenea. —Duque Sosa.”
Leguen dejó caer la carta sobre su escritorio de ébano y sonrió con malicia. Sus dedos tamborilearon con paciencia sobre la madera, mientras su mirada se dirigía hacia el estandarte de su imperio.
—Así que se esconden en el nido de los leones… —murmuró con tono irónico—. Qué imprudentes.
Hizo una seña a uno de sus asistentes.
—Prepara un cuervo. Quiero que el emperador sepa que los enemigos de Jade están siendo protegidos por Atenea… Y que quizá sea hora de recordarle a ese imperio por qué una guerra contra nosotros nunca es buena idea.
El asistente asintió y se retiró rápidamente.
El archiduque se recostó en su silla, entrecerrando los ojos.
—Ya no se trata solo de una prometida fugitiva —dijo para sí mismo—. Si esos dos están ahí… entonces los huevos de los últimos dragones también lo está.
Y si los antiguos ancestros de Bórico había cruzado la frontera… el equilibrio entre imperios estaba a punto de romperse.