En un mundo dominado por vampiros, Louise, el último omega humano, es capturado por el despiadado rey vampiro, Dorian Vespera. Lo que comienza como un juego de manipulación se convierte en una relación compleja y peligrosa, desafiando las reglas de un imperio donde los humanos son solo alimento. Mientras Louise lucha por encontrar a su hermana y ganar su lugar en la corte, su vínculo con Dorian pone en juego el equilibrio del reino, arrastrándolos a ambos hacia un destino oscuro y profundo, donde la lealtad y el deseo chocan.
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La sombra del caos
El Imperio Vespera, tan imponente como siempre en su exterior, había comenzado a resquebrajarse desde dentro. Las torres de mármol blanco y las murallas, que habían protegido al pueblo durante generaciones, ya no parecían invulnerables. La sombra del caos se cernía sobre cada rincón del imperio, como un espectro que acechaba en silencio. Y el nombre en boca de todos no era otro que el de Magnus Sanguis.
Magnus, el duque de los Sanguis, había comenzado su conspiración con sutileza, pero su ambición era evidente. Con cada reunión secreta, cada susurro en los pasillos oscuros del palacio, iba ganando más adeptos. Los nobles que antes seguían a Dorian ahora empezaban a cuestionar sus decisiones. ¿Qué clase de rey se distraía tanto por un simple humano? ¿Cómo podía permitirse la debilidad de dejar que Louise, un humano de naturaleza misteriosa, entrara en su círculo de confianza y peor aún, en sus pensamientos?
Louise no era completamente consciente del alcance de la situación, aunque sentía la tensión en el ambiente. A pesar de su aparente encierro, escuchaba cosas, fragmentos de conversaciones en los pasillos y en los patios. Y aunque Dorian intentaba mantenerlo a salvo, lejos de las intrigas políticas, Louise no era ingenuo. Sabía que algo se estaba gestando y que la amenaza iba más allá de las murallas del imperio.
Desde la última conversación que había tenido con Dorian, una duda latente se había instalado en su mente. ¿Estaba siendo un simple espectador o debía hacer algo más? Era consciente de que su inteligencia estratégica podía ser una ventaja, un recurso que podría inclinar la balanza en favor de Dorian, si lograba usarla en secreto. Pero ayudar a un vampiro que lo había mantenido cautivo, aunque en apariencia se mostrara cariñoso, iba en contra de todo lo que su instinto le dictaba. La batalla entre su resentimiento y la necesidad de sobrevivir lo mantenía en una constante lucha interna.
El propio Dorian, por su parte, se enfrentaba a una presión cada vez mayor. Si bien su presencia seguía imponente ante sus súbditos, sabía que su posición como rey estaba en riesgo. Los rumores no paraban de llegarle: voces que sugerían que Magnus estaba tejiendo alianzas con una nación vecina, con la intención de derrocarlo. No podía permitir que el imperio cayera en manos de Magnus. Pero, aunque estaba rodeado de consejeros y generales, su confianza en ellos se debilitaba. Necesitaba alguien en quien realmente confiar.
Era irónico, pensaba Dorian, que el único en quien sentía una verdadera conexión era Louise, aquel humano cuya presencia había planeado usar para sus propios fines. Sin embargo, cada momento que compartían iba dejando una huella en él, una conexión que lo debilitaba y lo hacía más vulnerable. Y aunque se resistía a aceptar la idea, sabía que sus sentimientos por Louise eran algo que ni siquiera él entendía del todo.
En un intento por ganar ventaja, Dorian comenzó a investigar las debilidades de Magnus, buscando algún punto vulnerable en la vida de su rival. Sabía que, aunque Magnus era un hombre calculador y ambicioso, cada ser tiene una debilidad. Su búsqueda lo llevó a un rumor sobre una relación oculta que Magnus mantenía con una joven noble de una de las familias aliadas al imperio. Una relación que, de ser descubierta, podría destruir la imagen de rectitud que Magnus mostraba a sus seguidores.
Mientras tanto, Louise, cada vez más decidido a no ser un simple espectador, empezó a observar con mayor detenimiento los mapas de batalla y las estrategias militares que se desplegaban en las murallas y patios del castillo. Tomaba nota mental de cada detalle, recordando las lecciones que había aprendido en su vida antes del imperio. Sabía que su conocimiento sobre estrategias era una ventaja que Dorian podía aprovechar, aunque no estaba seguro de hasta qué punto podría involucrarse sin traicionar sus propios valores.
Una noche, en medio de una conversación aparentemente casual, Louise decidió probar a Dorian, lanzándole una pregunta sobre una de las estrategias que había visto en los mapas. Dorian lo miró, sorprendido por la precisión de sus palabras.
—¿De dónde has aprendido tanto sobre estrategias de guerra? —preguntó Dorian, intentando ocultar la admiración que sentía. Louise, con una mirada que oscilaba entre la sinceridad y la cautela, respondió:
—Hay muchas cosas que las personas subestiman en los humanos, Dorian. A veces, la necesidad de sobrevivir es el mejor maestro.
Las palabras de Louise resonaron en Dorian, despertando una mezcla de respeto y deseo. Sin embargo, no podía permitirse perder el control. Louise era un recurso, un aliado que debía moldear a su conveniencia. Pero, al mismo tiempo, esa fuerza y determinación lo atraían de una manera que no podía ignorar.
En los días siguientes, los dos pasaron más tiempo juntos. Dorian le mostraba partes del imperio que nunca antes había compartido con nadie, los mapas y estrategias de guerra que normalmente solo sus generales veían. Era consciente de que Louise absorbía cada detalle y que podría convertirse en un aliado poderoso o en una amenaza si decidía traicionarlo. Pero, aun así, había algo en él que lo empujaba a confiar en Louise, aunque cada fibra de su ser le advertía que era un riesgo innecesario.
La relación entre ellos se volvía cada vez más complicada, como una danza en la que ninguno podía retroceder sin perder. Y mientras Louise comenzaba a aceptar la idea de que, quizás, ayudar a Dorian era su única opción, Magnus avanzaba en sus planes. La influencia de Magnus crecía, y sus reuniones clandestinas se volvieron más audaces. En una de esas reuniones, Dorian decidió seguir a Magnus en secreto, intentando descubrir algo que pudiera usar en su contra.
Desde un pasillo oscuro, Dorian escuchó la voz de Magnus conversando con uno de sus aliados, un líder de una nación vecina. Las palabras que escuchó hicieron que su sangre se helara: Magnus hablaba de una traición inminente, de un plan para derrocarlo en colaboración con esta nación. Era un golpe de estado planeado con precisión, y Magnus lo presentaba con una seguridad que solo aumentaba la ira de Dorian.
Después de escuchar esa conversación, Dorian volvió al castillo, con el rostro sombrío y la mente llena de planes de represalia. Pero al llegar a sus aposentos, se encontró con Louise, quien notó de inmediato el cambio en su expresión. Aun así, Dorian mantuvo su fachada y en un tono frío, le pidió a Louise que lo acompañara a revisar algunos documentos. Louise, aunque desconfiado, accedió, notando que algo en la atmósfera había cambiado.
La tensión en el aire era palpable. Ambos se movían en silencio, y Dorian, mientras observaba la figura de Louise junto a él, sintió una mezcla de furia y deseo. Por un lado, el deseo de protegerlo de la amenaza que Magnus representaba, y por otro, la necesidad de mantener el control, de no dejarse llevar por los sentimientos que amenazaban con consumirlo.
En un momento de impulso, Dorian tomó a Louise por los hombros, obligándolo a mirarlo a los ojos. Louise, sorprendido, no supo cómo reaccionar ante esa mirada intensa y peligrosa.
—No permitiré que nada te ocurra, Louise. No mientras estés a mi lado —dijo Dorian en un tono bajo.
Louise, aún confundido, intentó apartarse, pero Dorian no se lo permitió. Lo sostuvo, atrapándolo en un abrazo que era tanto posesivo como protector.