Ecos De Un Amor Eterno

El reloj de arena seguía sobre la mesa, su luz intermitente iluminando el rostro tenso de Isabel. El silencio en la cabaña era casi ensordecedor, roto solo por el suave sonido de los granos de arena cayendo. Alejandro y Luna intercambiaban miradas preocupadas mientras el aire en la habitación parecía cargarse con una energía pesada y densa.

De repente, el brillo del reloj se intensificó, y los tres fueron arrojados nuevamente a una visión colectiva, esta vez más vívida y desgarradora que las anteriores.

Una visión devastadora

La escena mostraba a Alejandro y Luna en un gran salón adornado con estandartes de oro y carmesí. Estaban de pie frente a un altar, ambos vestidos con trajes ceremoniales. Sus rostros reflejaban amor y esperanza, pero también una sombra de inquietud. A su lado, una mujer con un vestido oscuro observaba con ojos llenos de furia y determinación: Isabel.

—No puedes hacerlo —decía Isabel en un tono frío y calculado—. Este amor destruirá todo lo que conocemos.

Alejandro dio un paso adelante, protegiendo a Luna con su cuerpo.

—No tienes derecho a intervenir. No puedes separarnos.

Isabel apretó los puños.

—Si no puedo detenerlos, entonces no me dejarán otra opción.

La visión se fragmentó, mostrándolos en medio de una batalla campal. Alejandro y Luna corrían juntos hacia un portal brillante, pero Isabel apareció detrás de ellos, sosteniendo una daga reluciente. Con un movimiento rápido y cruel, atravesó a Luna por la espalda. Alejandro gritó con desesperación, atrapándola en sus brazos mientras el portal se cerraba y el reloj de arena caía al suelo, quebrándose.

La visión terminó abruptamente, devolviéndolos al presente. Isabel jadeaba, su rostro pálido. Alejandro y Luna la miraban, la verdad resonando entre ellos como una sentencia.

La confesión

—Fuiste tú —dijo Alejandro, su voz cargada de incredulidad y furia contenida—. Fuiste tú quien nos separó.

Isabel negó con la cabeza al principio, pero luego sus hombros cayeron.

—No lo entiendes —murmuró—. Yo no tenía otra opción.

Luna dio un paso al frente, sus ojos llenos de lágrimas.

—Siempre fuiste parte de esto. Siempre has intentado destruirnos.

Isabel levantó la mirada, y por primera vez, su máscara de control se rompió.

—¡Porque ustedes dos lo arruinan todo! Cada vida, cada vez que se encuentran, el mundo a mi alrededor se desmorona. No puedo perder de nuevo.

Alejandro frunció el ceño, tratando de entender.

—¿Perder qué? ¿Qué estás tratando de proteger?

Isabel dio un paso hacia el reloj, sus ojos fijos en el objeto brillante.

—A mí misma. Siempre he sido el sacrificio en esta historia. Ustedes obtienen amor eterno, pero yo pierdo todo lo que soy.

El enfrentamiento

Antes de que pudieran reaccionar, Isabel agarró el reloj de arena. Luna trató de detenerla, pero Isabel se giró y la empujó con fuerza, haciendo que tropezara y cayera al suelo. Alejandro corrió hacia ellas, pero Isabel levantó el reloj, amenazando con estrellarlo contra el suelo.

—¡Si no puedo tener mi propia vida, ustedes tampoco tendrán la suya!

—¡No lo hagas! —gritó Alejandro, alzando las manos en un gesto de súplica—. Si lo destruyes, puede que nos condenes a los tres.

Isabel dudó por un momento, pero sus ojos seguían llenos de determinación.

—Quizás eso sea lo que debe pasar. Quizás todos merecemos un final de una vez por todas.

De repente, el reloj comenzó a vibrar en sus manos, emitiendo una luz cegadora. Isabel gritó y lo soltó, dejando que cayera al suelo. Pero en lugar de romperse, el reloj flotó en el aire, rodeado de un aura dorada.

La revelación final

La voz de la figura encapuchada de las visiones resonó en la habitación.

—El triángulo debe decidirse. Solo dos pueden seguir adelante. Uno debe renunciar a todo.

Luna se levantó lentamente, su mirada fija en el reloj flotante.

—No podemos seguir atrapados en este ciclo. Tiene que haber otra manera.

—No hay otra manera —dijo Isabel con amargura—. Este es nuestro destino.

Alejandro miró a ambas mujeres, su mente dividida entre su amor por Luna y su lealtad hacia Isabel, la mujer que había sido parte de su vida actual.

—No tiene que terminar así —dijo en un susurro, más para sí mismo que para ellas.

Un sacrificio inesperado

La luz del reloj se intensificó, y los tres se encontraron una vez más en el salón de la visión. Esta vez, sin embargo, no estaban reviviendo el pasado; estaban creando un nuevo desenlace.

—Solo uno puede elegir —dijo la voz encapuchada—. El sacrificio debe ser hecho ahora.

Isabel dio un paso al frente, con los ojos llenos de lágrimas pero también de determinación.

—Estoy cansada de este ciclo. Si mi destino es ser el sacrificio, entonces que así sea.

Alejandro y Luna trataron de detenerla, pero Isabel levantó una mano.

—No, esto es lo que siempre ha debido suceder. Tal vez si desaparezco, ustedes finalmente podrán ser libres.

Con un gesto final, Isabel tocó el reloj. La luz la envolvió, y su figura comenzó a desvanecerse mientras una paz inesperada cruzaba su rostro.

—Tal vez en otra vida, podamos ser algo más que enemigos —susurró antes de desaparecer por completo.

Un silencio abrumador

La luz se apagó, dejando el reloj de arena completamente vacío. Alejandro y Luna se miraron, sintiendo tanto alivio como una tristeza profunda.

—¿Esto significa que terminó? —preguntó Luna, con la voz temblorosa.

Alejandro la abrazó, aferrándose a ella como si pudiera perderla en cualquier momento.

—No lo sé. Pero estamos juntos, y eso es todo lo que importa ahora.

El capítulo concluye con ambos saliendo de la cabaña, el reloj de arena ahora inerte en sus manos, mientras la noche parece más tranquila de lo que ha sido en siglos. Sin embargo, en la distancia, un eco de la voz encapuchada susurra:

—El sacrificio siempre deja cicatrices.

El aire se llena de tensión, dejando abierta la pregunta de si realmente están libres o si las sombras de sus vidas pasadas aún acechan.