Amor Infinito

El matrimonio de Kirian y Klaus había sido un refugio de paz y felicidad, pero también de profundas luchas internas. Al pasar años juntos, era indiscutible el amor que los unía, pero tristemente Kirian no lograba concebir un hijo, y ese sueño incumplido pesaba como una sombra sobre ambos. Kirian, cada vez más triste, encontraba consuelo en los hermosos jardines del castillo, donde paseaba en silencio, dejando que sus lágrimas cayeran suavemente. Finalmente, un día, en medio de su desesperación, regresó a su lugar de siempre: el pequeño riachuelo donde ella y Klaus se conocieron de niños. Allí se arrodilló y, entre sollozos, levantó su mirada al cielo, rogando a Dios que le concediera el regalo de un hijo, el más anhelado para su esposo y para ella misma.

Pasaron los minutos en silencio, y poco a poco sintió cómo una paz indescriptible llenaba su corazón, como si una respuesta silenciosa desde lo alto le asegurara que sus oraciones habían sido escuchadas. Con esperanza renovada, volvió al castillo, donde encontró a Klaus encerrado en su estudio. Desde hacía tiempo, él se refugiaba en el trabajo y las preocupaciones del reino, volcando su tristeza en obligaciones y buscando en el deber una forma de evadir el dolor de no tener una familia completa. Su corazón cargaba con la sensación de haber fallado como esposo y, sin notarlo, había dejado que la distancia se instalara entre ellos. Había, además, alguien más que alimentaba esa distancia: una empleada que, aprovechando las tensiones en el matrimonio, susurraba rumores e insinuaciones con la intención de acercarse a Klaus, quien en su dolor y distracción apenas advertía los intereses ocultos de aquella mujer.

Pero aquella noche, con su esperanza renovada, Kirian decidió luchar por su matrimonio y reconquistar el amor que la había unido a Klaus. Preparó cuidadosamente una cena íntima en el jardín trasero del palacio, decorado con velas y flores frescas, creando un ambiente encantador y lleno de romanticismo. Envió una invitación especial a Klaus, quien, al recibirla, sintió una mezcla de sorpresa y curiosidad. Cuando llegó al lugar, encontró el jardín bañado en una cálida luz de velas y a Kirian esperándolo de pie junto a la mesa, más bella que nunca, con un brillo especial en sus ojos que evocaba a la niña alegre que había conocido junto al riachuelo. Klaus sintió cómo su corazón volvía a latir con fuerza, y en un instante, todos los recuerdos de su amor y sus promesas juveniles inundaron su alma.

La velada fue profundamente romántica, un redescubrimiento de sus promesas y del amor puro que los había unido desde el principio. Aquella noche fue mágica y, sin saberlo, en ese reencuentro de amor, Kirian concibió el tan esperado hijo que ambos anhelaban. Al poco tiempo, Kirian, con una emoción indescriptible, le dio la noticia a Klaus, quien cayó de rodillas, levantando su mirada al cielo y agradeciendo a Dios por esa bendición tan deseada. Sin embargo, no todos compartían su felicidad.

La empleada que había intentado seducir a Klaus, en un acto de amarga venganza, decidió impedir que el hijo de Kirian llegara al mundo. Ocultándose en la cocina, preparó una infusión de hierbas peligrosas, aparentando que era un té calmante. Cuando Kirian la bebió sin sospechas, cayó en un profundo sueño, y pronto su salud comenzó a tambalearse. Los sirvientes alarmados avisaron a Klaus, quien corrió a su habitación y, al llegar, vio a la empleada, captando de inmediato sus malas intenciones. Lleno de furia, la empujó fuera de la habitación y ordenó su arresto de inmediato.

Klaus observaba, desesperado, cómo la vida de Kirian se desvanecía. Al llegar el médico y examinarla, le confesó que solo un milagro podría salvarla a ella y a su hijo. Con el corazón quebrado y sintiendo que el mundo se desmoronaba, Klaus se retiró a la pequeña capilla del castillo, donde cayó de rodillas, alzando sus manos en oración.

Allí, solo con su fe y su dolor, Klaus clamó a Dios, derramando su corazón en palabras sinceras y llenas de desesperación. Con lágrimas en los ojos, rogó que su esposa y su hijo sobrevivieran, prometiendo con todo su ser que los guiaría en los caminos de la fe, enseñándoles a confiar en la bondad de Dios. Su llanto resonó en la capilla y conmovió a quienes lo escuchaban, pues veían en él a un hombre verdaderamente devoto, dispuesto a hacer cualquier cosa por la vida de su amada.

Finalmente, tras horas de agonía y oraciones, el médico salió de la habitación de Kirian con una expresión de sorpresa. Lo imposible había ocurrido: Kirian había sobrevivido y el bebé estaba a salvo. La fe de Klaus había sido recompensada, y en ese momento entendió que el amor que los unía era más fuerte que cualquier obstáculo. Dios había escuchado sus plegarias, y una vez más, la paz y el agradecimiento llenaron su corazón.