LA VETERANA: ¡NO ERES MI TIPO! ALÉJATE
María Teresa Andrade, dueña de una pequeña tienda de esencias naturales y exóticas para postres, lleva una vida tranquila tras diez años de viudez. A sus 45 años, parece que el amor es un capítulo cerrado...
Hasta que Marcello Dosantos, un carismático repostero diez años menor, entra en su vida. Él es todo lo que ella intenta evitar: extrovertido, apasionado, arrogante y obstinado. Lo opuesto a lo que considera "su tipo".
Es un juego de gato y ratón.
¿Logrará Marcello abrirse paso hasta su corazón?
María Teresa deberá enfrentar sus propios miedos y prejuicios. ¿Será capaz de rendirse a la tentación de unos labios más jóvenes?
¿Dejará de ser "LA VETERANA" para entregarse al amor sin reservas? O, como insiste en repetir: “¡No eres mi tipo! ALÉJATE”
NovelToon tiene autorización de ARIAMTT para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
17. Pruebas tan difíciles.
⚠️ Advertencia ⚠️ este capítulo tiene escenas sensibles +18
P.O.V. María Teresa
—Pensé que no te volvería a ver —esa voz... esa maldita voz que, con solo escucharla, hace que mi ropa interior comience a humedecerse.
¡Virgencita! No quiero girar. Debo alejarme. Son mis primeros pensamientos. Pero, por otro lado, quiero lanzarme como una loca a sus brazos.
Mis piernas tiemblan y, antes de que pueda tomar una decisión, él ya está frente a mí, con esos ojos azules que me ponen en aprietos. Su mirada penetrante aniquila mis defensas y esa sonrisa... esa condenada sonrisa me doblega por completo.
Repito lo que pensé la primera vez que lo vi: su sonrisa es una trampa letal, maldita y fascinante, capaz de atrapar a cualquiera y doblegarla con el simple movimiento de sus labios.
—Hola... —murmuro casi sin fuerza. Mi voz es un susurro, apenas audible.
Su mirada se torna más oscura, más segura. Mis piernas tiemblan aún más, mientras mi mente me traiciona, invadida por los recuerdos obscenos de lo que vivimos y los deseos incontrolables de querer repetirlo.
—Necesitamos hablar —dice con autoridad, tomando mi mano en un gesto que no me permite objetar. Y yo, como si no tuviera voluntad, me dejo llevar.
Atravesamos el salón en silencio. Trato de recomponerme. "Eres una mujer madura, no una adolescente", me repito una y otra vez. Al llegar a una oficina privada, respiro hondo intentando ocultar mi nerviosismo.
—¿De qué quieres hablar? —pregunto, esforzándome por sonar tranquila. Aunque creo que el temblor de mi voz me delata.
Pero él no responde. En lugar de ello, me empuja suavemente contra el escritorio, colocando su cuerpo demasiado cerca del mío. Su cercanía me roba el aliento.
"Diosito, ¿por qué me colocas pruebas tan difíciles, imposibles de superar que una simple mortal como yo?" Me cuestiono, mientras él, con total descaro, termina de invadir mi espacio. Su cercanía me desarma, dejándome vulnerable ante el roce de su cuerpo.
Sus labios comienzan a deslizarse lentamente por mi cuello, saboreando mi piel. Sin ninguna objeción de mi parte.
Mi mente grita: "¡Detenlo!" Pero mi cuerpo, con cada latido acelerado de mi corazón, clama con fuerza: "¡Ni se te vaya a ocurrir detenerlo! Disfruta de este dios griego, una vez más."
—Hueles demasiado bien... No puedo contenerme —murmura con su voz seductora. Sus manos envuelven mi cintura. Su toque fuerte y posesivo me deja sin palabras.
En un movimiento rápido, me levanta y me sienta sobre el escritorio. Mi cuerpo traicionero le responde, reaccionando antes que mi mente. Mis piernas se separan, dándole paso como si ese espacio fuera suyo.
Él no desaprovecha esa acción y desliza la yema de sus dedos por mis muslos llegando hasta mi centro.
—Me encanta que estés dispuesta —dice mientras sus dedos acarician mi punto más sensible y sus labios bajan hasta mis senøs jugando sobre la tela.
Mi respiración se acelera, y el calør de su toque termina por aniquilar mi voluntad y apenas logro tartamudear.
—Y… yo… —incapaz de decir algo más.
—Shh… —Me interrumpe con voz ronca, pegando sus labios a mi oído—. No digas nada. Solo déjate llevar, muñeca. Sé exactamente lo que necesitas.
Mis defensas, prácticamente inexistentes, desaparecen por completo mientras sus dedos delinean círculos sobre mi botón, enviando descargas de placer desenfrenadas, imposibles de ignorar.
Con maestría, comienza a dejar un camino de besøs húmedøs sobre mi piel, despertando cada rincón que toca.
Desliza mi falda hacia un lado, exponiéndome sin reservas. No puedo detener el jadeø que escapa de mis labios cuando su lengua comienza a trabajar en mi lugar secreto, arrancándome gemidøs involuntarios. Soy su esclava, completamente perdida en la intensidad de sus caricias.
Mis manos, ahora con voluntad propia, deslizan la parte superior de mi vestido, liberando mi piel. Acaricio mis pezønes, pero siento que ese roce no me llena. Busco desesperadamente una de sus manos y la llevo a mis pechøs
Siento el vapor de su alientø en mi núcleo y lo imagino sonriendo, disfrutando de mi rendición. ¡Mierda! Con esa maldita sonrisa que derrite.
—¿Recuerdas cómo es? — su voz, profunda y ronca, me atrapa—. Yo te doy, tú me das.
Sus palabras me envuelven, avivando aún más el fuego dentro de mí. No me trata como a una mujer indefensa, sino como a su igual.
—Lo sé —respondo, sin vacilar, con los ojos cerrados. Dejándome llevar por el deseo.
Y en ese instante, todas mis barreras caen, dejando que el deseo y la necesidad sean los que me gobiernen.
Pellizca mis senøs mientras sus labios juegan con mi centro, provocando que todo mi cuerpo tiemble y que mi voluntad quede en sus manos.
Los espasmos atraviesan mi espina dorsal, apoderándose de cada centímetro de mi ser. Me encuentro completamente a su merced, dominada por su toque. No puedo más; la urgencia me embarga.
—Te necesito... —Mi voz es apenas un susurro, una súplica desesperada que grita por ser apaciguada.
Él se levanta lentamente, llevando sus manos a mi centro. Sus ojos, intensos y feroces, se encuentran con los míos.
Esa maldita y condenada sonrisa, aparece de nuevo, haciéndome perder la poca voluntad y dignidad que me quedan.
—Hoy es un día especial para mí —su voz está llena de euforia—. Y ya que estoy tan feliz, no te pediré nada a cambio… por el momento. Pero recuerda, Muñeca, que siempre cobro mis deudas. ¿Estás dispuesta a pagar?
Asiento desesperada. Mi cuerpo grita por él.
Con una lentitud exasperante, baja el pantalón y el boxer, dejando al descubierto su miembrø. Mi aliento se queda atrapado en mi garganta. Todo en él es intimidante, avasallador.
—¿Por dónde lo quieres? —pregunta, con su sonrisa maliciosa, mientras sus dedos continúan jugando en mi núcleo húmedo y se deslizan hasta mi orificio traserø. Un gimoteo incontrolable escapa de mis labios.
Mis caderas comienzan a moverse guiadas por la necesidad de sentir su piel. Él, sin apartar esa mirada intensa que quema, eleva mis pies con destreza, sobre sus hombros.
—Por delante… —susurro entrecortadamente, con una súplica que me quema mi orgullo, pero es lo de menos. Tomo su masculinidad con mis manos temblorosas y la guío hacia mi feminidad.
Él no me da tregua. Con un solo movimiento, entra en mí, llenándome por completo y arrancándome un fuerte gemido. Intento tapar mi boca para ahogarlo.
Pero él detiene mis manos con un gesto de desaprobación, llevándolas hacia mis senøs, guiándome para tøcarme con mayor destreza.
—Me gusta escucharte y no quiero que cohíbas. Así es, Muñeca —muerde su labio mientras me observa, acercándose a mi piel.
—Siente lo ricø que es tocarte… —gruñe contra mis senøs, su aliento cálido rozándolos, mientras sus dientes los atrapan, en mordidas suaves, pero excitantes.
Por unos segundos me siento avergonzada, pero él vuelve a atacar.
—¡Tócate, no te detengas! O te lo mando por el trasero… ¿eso es lo que quieres? —dice, mientras con una mano explora mi otro orificio.
—¿Por qué me haces esto? —protesto entre jadeos.
—¿Acaso no te gusta?… ¿Si deseas me detengo? —deteniéndose.
—Por favor, no pares… —suplico. Lo necesito y no puedo permitir que se detenga. Así me gusta, muévete. Deja que tu cuerpo disfrute —sus palabras me envuelven en una mezcla de deseo y autoridad.
Mi espalda se curva hacia adelante, y mis manos se aferran por instinto a sus caderas, sintiendo la suavidad de su piel y la fuerza de sus movimientos. Él las toma, deslizándolas hacia sus peløtas.
—Tócalas, son tuyas y están hechas para ser consentidas.
Le he entregado mi cuerpo al diablo una vez más, y lo peor es que no me importa. Él tiene el poder de hacerme perder la cordura. De hacer que mi cuerpo se mueva como si estuviese siendo exorcizado y arrancarme gemidos desenfrenados, como una gata en celo.
La habitación se llena del golpeteo de nuestros cuerpøs sudorosos chocando, nuestras respiraciones entrecortadas mezclan nuestros jadeøs de placer.
—¡Oh, por Dios!... qué cosa más apretadita —murmura, completamente excitadø.
Siento cómo su cuerpø se tensa, sé que está a punto de liberarse. Su anatomía se contrae y un fuerte gruñido escapa de su garganta. Es una explosión de sensaciones que ninguno de los dos podemos contener.
Minutos después, mientras trato de recobrar el aliento, él me toma en sus brazos con ternura y me sienta en su regazo, me recuesto contra su pecho. Aún no sé qué decir. Cuando una vocecita suena detrás de la puerta.
—¿Papi, estás ahí?