Nica es el fruto de un rico hacendado, dueño de muchas tierras productoras de caña y algodón, y de un amorío con una de sus esclavas.
Y aunque su padre prometió protegerla, no vivió mucho para cumplir su promesa.
Apenas su padre murió, su tío y sus primos se encargaron de hacerle la vida un infierno. Le recalcaba a cada momento que ella solo era una sucia esclava con sangre impura corriendo por sus venas.
Y qué por lo tanto, su vida no valía nada.
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Mal del Hambre, Mal del Sueño.
Nica regresó con Marú a las barracas, donde Urima lo recibió aliviada y con más hallaquitas que había apartado para él. La castaña no recibió ni las gracias por parte de Urima, aunque con ver a Marú animado era suficiente satisfacción.
A ella le tocó una hallaca pequeña de milagro, pues había llegado tarde a comer y no tuvo a nadie que le guardara alguna. De todas maneras, Nica estaba acostumbrada a dormir con el estómago vacío, no era nada que el sueño no pudiera curar.
Apagaron los mechuzos y el fuego del fogón antes de que ella terminara de comer su bocado, los esclavos se encontraban tirados en sus respectivos lechos en busca de descansar su cuerpo y Nica no sería la excepción, apenas terminara de comer se dispondría a dormir.
Pero ni siquiera consiguió pegar un ojo. Segundos después de que Nica se acostara en su lecho de paja, los capataces de la hacienda entraron a gritos a la barraca cargando palos y látigos con los que le pegaban a los esclavos en sus camas.
—¡Levántense, esclavos de mierda! —Un capataz de excéntrico bigote golpeó dos camas, de un hombre y una mujer, respectivamente. —¡Tú y tú, vayan al fondo!
—¡Más vale que se pongan a procrear ahora! —Ordenó el capataz principal, Palomino Ribas. —Don Armando quiere más esclavos para vender, y ninguna india ha quedado en cinta desde hace meses.
—¡Eso es claro, Palomino! ¡Con el pésimo trato de su señor, la madre y el niño mueren antes de ver la luz! —Abogó la india Guaica, furiosa.
—¡Cállese vieja, es culpa de sus mujeres que no saben parir! —Exclamó el capataz de bigote.
—¡Cierra la boca y haz tu trabajo, Apolonio! —Palomino regañó al capataz, este solo refunfuñó en tono bajo y continuó despertando a los esclavos.
Nica permaneció en su cama, tiesa del horror que presenciaba. Los esclavos de buenas proporciones físicas eran obligados a desnudarse y a tener relaciones frente a los capataces, quienes confirmaban si el acto se llevaba a cabo.
Esto era algo que Nica nunca pensó ver, y pensaba que no podía pasarle algo peor. Literalmente, pasaron a ser tratados como animales de cría.
—Miren nada más, la esclava blanca... —El hombre de bigote, Apolonio Bertrán, se fijó en el rostro aterrado de Nica. —Tranquila muñeca, no te pondré a parir de un indio.
¿Se suponía que ese comentario debía aliviarla? Pues no resultó así. La expresión perversa del capataz le transmitía un mal augurio, parecía que el si comenzaba a excitarse con las aberraciones que le demandaba a los esclavos.
En ese momento, Apolonio se acercó inesperadamente a su cama y la sujetó de los pies.
—Tú mereces parir un niño blanco, como yo. —Pronunció el capataz.
—¿Qué le pasa? ¡Suélteme! —Nica se exaltó nerviosa, mientras trataba librarse del agarre.
El capataz ejerció presión y la jaló hacia él. En ninguna oportunidad Apolonio soltó el látigo, ni cuando empezó a romper la ropa de Nica para ultrajarla. Ella forcejeaba, lo golpeaba y lo insultaba, pero toda su fuerza era inútil ante la fuerza del hombre.
—¡Ayúdenme, ayúdenme! —Imploraba Nica con lágrimas en los ojos hacia los otros esclavos y los capataces.
En vano, porque fue ignorada.
—¡Si te resistes será peor! —Gritó Apolonio, tomándola del cuello en un intento de controlarla. —¿O qué pensabas? ¿Qué por ser blanca no ibas a cumplir con tu obligación de esclava?
—¡No, por favor! ¡No quiero!
—Nuestro hijo valdrá muchos reales. —Susurró el capataz en su oído, para después lamer la oreja de la chica y ocasionarle una arcada de repulsión.
—¡Nunca pariría de un bicho como usted! —Exclamó ella.
Con sus últimas fuerzas, Nica le dio una patada en los genitales al capataz. Por suerte, fue suficiente para quitárselo de encima y le dio la oportunidad de correr.
Corrió sin ver atrás, no le importaron las personas a su alrededor o sus ropajes rotos a punto de caerse, simplemente huyó como una niña asustada en busca de protección.
Su instinto la llevó a la casa grande, donde todos se encontraban dormidos y, de seguro, si alguien llegaba a verla ahí a esas horas sería cruelmente castigada. Su miedo no le dejó pensar eso, llegó a la habitación de Lilianne y tocó la puerta de manera leve.
—Lili. —La llamó. Al no recibir respuesta decidió abrir la puerta, pero esta se hallaba cerrada. —¡Lili! ¡Ábreme, Lili!
Nica tocó y la llamó con un poco más de fuerza, jamás recibió una respuesta. No quiso seguir insistiendo, debía aceptar que, en ese instante, se encontraba desamparada.
Recostó su espalda en la puerta y se dejó caer en el suelo. Con la falda de su vestido destrozado, comenzó a restregarse el oído de forma brusca, tratando de borrar la saliva y la mala sensación que había dejado ese hombre en ella.
Nica lloraba de tan solo pensar en qué habría pasado si no lograba zafarse, en cómo lograría sobrevivir sabiendo que habían jugado con su cuerpo de una manera vulgar.
Pasó toda la noche en vela, la angustia no la dejó tranquila en ningún momento. Cada vez que cerraba los ojos, solo recordaba la cara llena de morbo de ese hombre, en como la tocaba y en el miedo que sentía al no poder defenderse.
Los primeros rayos del sol salieron y Nica ya no pudo luchar contra su sueño, pero en ese preciso momento la puerta a sus espaldas se abrió haciéndola caer.
—¿Nica? ¿Qué pasó, por qué estas aquí? —Preguntó Lilianne, recién despierta y en pijama. —¿Qué le pasó a tu ropa?
Nica no habló, simplemente sintió alivio de ver a su prima y la abrazó. La preocupación de Lilianne aumentó al escucharla llorar en su hombro, de inmediato cerró la puerta y se dedicó a consolarla.
Cuando Nica se calmó un poco, le relató con dificultad lo que había ocurrido en las barracas gracias a la orden directa del viejo Armando Hurtado. Lilianne reaccionó de mala manera, y sin dudarlo se levantó con la intención de reclamarle a su suegro.
—Es una abominación. —Expresó Lilianne, disgustada. —Voy a quejarme con Don Armando, lo que te hicieron es muy grave.
—¡N-No, Lili! —Nica la tomó de la muñeca. —No quiero que te metas en problemas por mi culpa...
—Pero esto no puede quedar así, Nica. ¿Y si ese hombre te vuelve a tocar?
—Yo... con quedarme unos días aquí estaré bien. —Quiso convencerse la castaña. —No quiero acercarme a la barraca.
Lilianne suspiró inconforme, pero tuvo que aceptarlo. Lo que menos quería Nica era que Lili terminara quemando la hacienda de los Hurtado por su culpa.
—Debo ir a la escuelita, Nica. —Dijo la rubia, mientras acariciaba su mejilla. —Solucionaremos este problema cuando vuelva, ¿Si?
Nica asintió con la cabeza, y a pesar de su notable cansancio la preparó de la mejor manera. Por insistencia de Lili, Nica se quedó con el vestido más viejo de su guardarropa y ella lo aceptó al no tener opción.
—Puede que hoy vuelva más tarde de lo usual, Nica... —Murmuró Lilianne en voz baja. —¿No tendrás problema, verdad?
—No, no te preocupes por mi. —Evadió Nica, indiferente. —Me mantendré ocupada limpiando la habitación, estaré bien.
Lilianne no estuvo segura de sus palabras, pero la hora no le permitió divagar más tiempo. Se despidió de su prima y la dejó sola en su habitación.
En un desliz, Nica pensó que lo único bueno de que Lilianne estuviese ausente casi todo el día, es que podría tomar el abuso de dormir en su cama, pues el suelo del pasillo no fue demasiado cómodo que se diga.
Nica no recordaba lo que era dormir en una cama. Antes de que su padre muriera tenía un lecho bastante cómodo, pero su tío se encargó de tirarlo argumentando que la hija de una esclava no merecía tal comodidad.
Esa diferencia se veía cuando hacia las pijamadas con sus primos, ellos dormían en la cama mientras Nica yacía en el suelo con una almohada y una vieja frazada.
Sus manos tocaron el suave colchón cubierto de sábanas limpias, la castaña lo comparó con una nube que podía arroparla hasta conseguir el sueño.
«¿O qué pensabas? ¿Qué por ser blanca no ibas a cumplir con tu obligación de esclava?»
Las palabras de su agresor usurparon sus pensamientos, y un intenso remordimiento creció en su alma al recordar la noche fatídica. Los esclavos llorando, siendo golpeados y forzados a intimar con desconocidos.
¿Qué diferenciaba a Nica de ellos? ¿Qué la hacía tener más derecho sobre los demás esclavos?
«¡India tonta! ¡Solo eres una esclava! ¡No mereces vivir bajo mi techo!» Esta vez, la voz del señor Héctor se coló. «No te acerques a Aquiles. Si me entero que lo andas provocando, te daré latigazos hasta matarte.»
«Una esclava, eh... ¿Cuánto cuesta lo que tienes entre las piernas?» Se le insinuó un viejo asqueroso hace tiempo.
«Le daría las cantidades de dinero necesarias al señor Montalván para que usted fuese de mi propiedad por el resto de la vida.» Había dicho el joven austriaco, codicioso.
Comenzó a sentir agujas en lugar de algodón, y para librarse de esos dolorosos pensamientos optó por acostarse en la alfombra a los pies de la cama. Se sentía cual perro faldero, pero su dignidad estaba bastante dañada como para luchar contra su mayor miedo.
Detesto a los hombres...
nunca más te leo. q falta de respeto son indeseable, engañan al lector.
el señor Angeli de Liliana 🙈