El poderoso sultán Selin, conocido por su destreza en el campo de batalla y su irresistible encanto con las mujeres, ha vivido rodeado de lujo y tentaciones. Pero cuando su hermana, Derya, emperatriz de Escocia, lo convoca a su reino, su vida da un giro inesperado. Allí, Selin se reencuentra con su sobrina Safiye, una joven inocente e inexperta en los asuntos del corazón, quien le pide consejo sobre un pretendiente.
Lo que comienza como una inocente solicitud de ayuda, pronto se convierte en una peligrosa atracción. Mientras Selin lucha por contener sus propios deseos, Safiye se siente cada vez más intrigada por su tío, ignorando las emociones que está despertando en él. A medida que los dos se ven envueltos en un juego de miradas y silencios, el sultán descubrirá que las tentaciones más difíciles de resistir no siempre vienen de fuera, sino del propio corazón.
¿Podrá Selin proteger a Safiye de sus propios sentimientos?
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Debo ayudar
narra safiye:
Sentada en la galería, observaba cómo el sol comenzaba a descender, pintando el cielo de un suave color rosado. A pesar de la belleza del atardecer, mi mente estaba en otro lugar, muy lejos de aquel paisaje sereno. Apenas habían pasado seis días desde la partida de Selin, pero cada minuto sin él se sentía como una eternidad. Mi cuerpo aún llevaba el rastro de su tacto, la memoria de su calor sobre mi piel, y en mi corazón resonaba su promesa de regresar pronto. Pero las promesas a veces parecían demasiado lejanas cuando el vacío que dejaba su ausencia era tan palpable.
Rous, mi confidente y amiga, estaba sentada a mi lado, su mirada curiosa y atenta mientras me escuchaba narrar cada detalle de la semana pasada. Aunque mis palabras empezaron de forma ligera, describiendo las noches bajo las estrellas, las caminatas por los jardines y las risas compartidas, pronto la conversación tomó un tono más... picante.
—¡No me digas que realmente lo hicieron en el salón de música! —exclamó Rous, llevándose una mano a la boca, sus ojos brillando con malicia.
Me sonrojé ante su reacción, pero no pude evitar reír. A estas alturas, ya no tenía sentido ocultarle nada. Rous era la única con la que podía compartir mis secretos más escandalosos, sabiendo que jamás me juzgaría.
—Oh, créeme, si alguna de las mayores se hubiera enterado... —empezó a decir, bajando la voz dramáticamente—. ¡Se habrían desmayado en el acto! Imagínate a la tía Melis escuchando semejante cosa. Probablemente me habría arrojado a un convento de inmediato.
Ambas nos echamos a reír, el eco de nuestra complicidad llenando la galería vacía. Era un alivio poder hablar libremente con Rous, sin el temor constante de ser escuchada o juzgada. A pesar de lo vergonzosas que algunas de mis confesiones podían ser, había algo liberador en poder contar cada pequeño detalle, desde los besos robados hasta los encuentros más íntimos y apasionados que habíamos compartido Selin y yo.
—Entonces, dime —dijo Rous con una sonrisa maliciosa—. ¿Crees que te proponga matrimonio cuando regrese? Después de todo lo que me has contado, parece que está completamente loco por ti.
Sonreí, pero algo en mi interior se removió al pensar en esa posibilidad. Aunque Selin y yo habíamos compartido momentos que ninguna otra persona jamás podría arrebatarme, aún había un mundo entero de responsabilidades y deberes que nos separaban. Él era el sultán, el líder de un imperio. Yo, por más que lo deseara, no podía olvidar lo que eso significaba.
—No lo sé, Rous —admití finalmente, mi tono más pensativo—. Lo amo, eso lo sé con certeza. Pero nuestros mundos son tan complicados, lleno de conflictos, deberes y peligros. No sé si alguna vez podamos solucionar el hecho de que soy la heredera escocesa. Pero si él me lo pide...
Me interrumpí, dejando la frase sin terminar. Sabía lo que deseaba, pero no podía evitar sentir una mezcla de incertidumbre y esperanza al mismo tiempo.
—Si él te lo pide, lo sabrás —concluyó Rous con suavidad, tomando mi mano—. El amor no siempre es fácil, pero si es verdadero, ambos encontrarán la forma.
Asentí, agradecida por sus palabras. Sin embargo, nuestra conversación pronto se desvaneció, y tras despedirme de ella, sentí que debía ocupar mi mente con otra cosa. Tal vez el peso de la incertidumbre me estaba afectando más de lo que quería admitir. Decidí que era hora de buscar a mi madre, quizás una charla con ella me daría una perspectiva diferente, o al menos me distraería por un rato.
Mientras caminaba por los pasillos del palacio, los sonidos de las conversaciones habituales resonaban a mi alrededor. El bullicio de la vida cotidiana parecía en completo contraste con el torbellino de emociones que me sacudía internamente. Sin embargo, cuando llegué a uno de los cruces de los pasillos, me detuve al escuchar la voz grave de mi padre.
—…el Imperio de Daréshan está en plena guerra, y si no ayudamos pronto, las consecuencias podrían ser devastadoras para ellos y para nosotros. —La voz de mi padre sonaba tensa, casi apagada por la preocupación.
Me quedé quieta, oculta tras una columna, sin atreverme a interrumpir. Mi madre, con su tono calmado, respondió.
—Henry, no podemos ir. Nuestra prioridad está aquí, en Escocia. Los demonios están fuera de control y nos necesitan más que nunca. Si esto es una trampa, como sospechamos, no podemos caer en ella tan fácilmente.
—¿Y qué pasa con Selin? —insistió mi padre—. Él está solo en el Imperio Otomano, y con Daréshan en guerra, las cosas podrían empeorar. Si esa guerra se extiende a sus tierras, será un caos.
Mi corazón dio un vuelco. La urgencia de la situación me golpeó con fuerza. Sabía que algo estaba ocurriendo en el imperio, pero no tenía idea de que las cosas estuvieran tan mal. Y ahora, con Selin allí solo, el peligro parecía más real que nunca.
Respiré hondo y, con paso decidido, salí de mi escondite y me dirigí hacia ellos.
—Déjenme ir en su lugar —dije con firmeza, interrumpiendo su conversación.
Ambos se giraron para mirarme, sorprendidos. Mi padre frunció el ceño de inmediato.
—No puedes ir, Safiye. Es demasiado peligroso. No tienes idea de lo que está pasando en Daréshan ni en el Imperio Otomano. —Su tono era severo, pero había preocupación en sus ojos.
—Precisamente porque lo sé, quiero ir —insistí, mirando a ambos con determinación—. Si ustedes no pueden dejar Escocia, entonces déjenme a mí ayudar a Selin. Él me necesita. No voy a quedarme de brazos cruzados mientras está en peligro.
Mi madre, Derya, me miró en silencio durante unos largos segundos, como si estuviera evaluando cada palabra que acababa de decir. Finalmente, habló, pero su tono era cauteloso.
—Lo pensaremos, Safiye. Pero Henry tiene razón, esto no es algo que puedas tomar a la ligera.
Frustrada por su falta de resolución, apreté los puños, sabiendo que por más que intentara convencerlos, no me dejarían ir tan fácilmente. Me despedí de ellos, sabiendo que no me darían una respuesta inmediata, y me alejé con el corazón latiéndome en los oídos.
No me dejarían ir, de eso estaba segura. Pero eso no significaba que no encontraría otra forma de llegar hasta Selin. Si mi familia no podía ayudarme, entonces buscaría a alguien más. Y aunque esa persona a la que recurriría sabia que nuca le diría que no a esta hermosa cara... sabía que era mi única opción.
No me quedaba otra opción que buscar a él.