**La vida perfecta no existe, y menos cuando la creamos basándonos en otras personas. Soy Elena Hernández, una mujer común que se enamoró del hombre perfecto. Juntos soñabamos con salir adelante y poder emprender nuestro propio negocio. Pero, para que esto pudiera ocurrir, uno de los dos debía sacrificar sus sueños. ¿Y adivinen quién se sacrificó?**
**Vivía en una burbuja que pronto me reventaría en la cara, haciéndome caer en el más profundo abismo. ¿Seré capaz de salir adelante? ¿Podré alcanzar mis propias metas? Acompáñame en este nuevo inicio y descubramos juntos de qué estoy hecha.**
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Capítulo II Una noche de copas y desenfreno
Punto de vista de Elena
Esa noche fue un torbellino de emociones y decisiones impulsivas. Cuando llegamos al apartamento de Lucía, la tristeza me consumía. La traición de Andrew no solo había herido mi corazón, sino que también había arrastrado mi autoestima por el suelo. "¿Y bien, qué quieres hacer?" preguntó Lucía, tumbándose en el sofá con su energía habitual.
En ese momento, todo lo que deseaba era escapar de la realidad, dejar atrás lo que fue mi vida y empezar de cero siendo una mejor versión de mí, así que respondí sin pensar: "Quiero desahogar la rabia que siento. Me gustaría ir a un bar o algo así; necesito beber hasta perder la conciencia".
La emoción de Lucía era contagiosa. Ella siempre había sido la chispa en mi vida, mientras que Andrew había sido una sombra oscura que apagaba mi propia luz. Así que decidí dejar atrás sus recuerdos y concentrarme en disfrutar del presente. Lucía se dirigió a su closet y sacó vestidos que me parecían imposibles de llevar. "Ni en mis sueños más locos usaría algo así", le dije al ver los atrevidos diseños esparcidos sobre la cama.
"Esta noche se vale todo. Además, es hora de mostrar esas curvas que el cielo te dio", insistió Lucía con esa confianza que siempre tenía. A pesar de mis dudas, su entusiasmo fue suficiente para convencerme. La transformación fue sorprendente; al mirarme al espejo después de su ayuda con el maquillaje y el peinado, apenas podía reconocerme.
"¿Realmente esta soy yo?, pregunté al aire. El vestido negro con lentejuelas se ajustaba a mi cuerpo como una segunda piel, y por un momento, olvidé mis preocupaciones.
La discoteca era un mundo aparte: luces brillantes y música vibrante llenaban el aire mientras nos dirigíamos a una mesa. Comenzamos a beber y a bailar, dejando atrás las penas por un rato. Sin embargo, cuando vi a Miguel acercarse y la sonrisa iluminada en el rostro de Lucía, una punzada de tristeza me atravesó. Ella estaba feliz y yo me sentía como una sombra en su alegría.
Cuando Lucía se alejó para buscar a Miguel, me sentí completamente sola, las imágenes de mi esposo con otra mujer y la noticia de su embarazo me estaban taladrado el cerebro. Envié un mensaje para decirle a Lucía que me iba; no podía soportar verlos juntos mientras yo lidiaba con mi dolorosa realidad, no quería arruinar su noch, ella no lo merecía. Pero antes de salir, tropecé con un desconocido.
"Lo siento", murmuré, tratando de continuar mi camino.
"Un lo siento no es suficiente, ahora tendrás que acompañarme con un trago", respondió él con una voz que resonaba en mí como si ya lo conociera.
A pesar del riesgo evidente, acepté su invitación para ir a un lugar más tranquilo. Era como si estuviera buscando una forma desesperada de sentir algo diferente. Mientras hablábamos y reíamos, la tensión entre nosotros creció hasta que nos encontramos besándonos apasionadamente en el asiento trasero del auto.
La ciudad pasó volando mientras recorriamos sus calles; todo parecía surrealista pero liberador al mismo tiempo, las luces nocturnas de la ciudad te llamaban a vivir a ser libre y en ese instante así me sentía. La química entre el desconocido y yo era innegable y cada momento se sentía más electrizante que el anterior. Terminar en esa habitación de hotel fue casi inevitable; todo lo que había reprimido durante tanto tiempo estalló en ese instante.
Esa noche experimenté algo completamente nuevo: la lujuria y la conexión física con alguien desconocido me hicieron olvidar por completo las heridas del pasado. Fue un recordatorio de que aún podía sentir placer y deseo, incluso después de haber perdido tanto. Y aunque sabía que era solo un escape momentáneo, me aferré a esa sensación como si fuera lo único real en medio del caos emocional en el que estaba atrapada.
La noche había comenzado como cualquier otra. Estaba atrapada en la rutina de cinco años de matrimonio, sintiendo que algo faltaba. Pero cuando ese desconocido apareció, todo cambió. Su mirada intensa y su sonrisa desinhibida me llevaron a un mundo de locura y pasión que nunca imaginé que necesitaba. Fue como si me hubiera despojado de todas mis inhibiciones y me hubiera mostrado un lado de mí misma que creía perdido.
Despertar con esa resaca aplastante fue un regreso brusco a la realidad. El lugar desconocido me llenó de confusión y miedo. Recordé fragmentos de la noche: sus besos, las risas, la libertad. Pero también la inquietud por no saber quién era realmente y qué había hecho. “¿Qué pensaría Lucía?”, me pregunté, sintiendo una punzada de culpa al pensar en mi amiga, que siempre había estado a mi lado.
Al salir corriendo hacia su apartamento, una mezcla de ansiedad y emoción invadía mi pecho. La idea de ser una "desconsiderada" me perseguía, pero al mismo tiempo, había un pequeño rincón en mí que disfrutaba recordar cómo me había sentido: viva, deseada, renovada. Eso era lo que más me asustaba; el deseo de más.
Cuando llegué a casa de Lucía, su expresión preocupada me hizo sentir como una niña atrapada en una travesura. Sus regaños resonaban en mis oídos, pero no podía evitar sonreír al recordar cada detalle de la noche anterior. La forma en que se enfocó en mi cuello solo incrementó mi nerviosismo y emoción; era un recordatorio tangible de lo ocurrido.
Al empezar a contarle sobre mi aventura, vi cómo su sorpresa se transformaba en curiosidad y luego en risa. En ese momento, entendí que aunque había cruzado una línea, también había recuperado una parte de mí misma que había estado escondida. La locura puede ser aterradora, pero también puede ser liberadora.
Y así, entre risas y confesiones, el peso del arrepentimiento se desvaneció un poco. Quizás lo que había hecho no era tan terrible después de todo; tal vez solo era parte del viaje hacia redescubrir quién soy realmente, dejar salir a aquella mujer reprimida que solo veía por los ojos de su esposo, un hombre que nunca me había valorado.