En un mundo de lujos y secretos,Adeline toma el único trabajo que pudo encontrar para salir adelante: trabaja en un exclusivo bar para millonarios, sirviendo bebidas y entreteniendo a la clientela con su presencia y encanto. Aunque el ambiente opulento y las miradas de los clientes la incomodan, su necesidad de estabilidad económica la obliga a seguir.
Una noche, mientras intenta pasar desapercibida, un hombre misterioso le deja una desproporcionada cantidad de dinero como propina. Atraída por la intriga y por una intuición que no puede ignorar, Adeline a pesar de que aun no tenia el dinero que necesitaba decide permanecer en el trabajo para descubrir quién es realmente este extraño benefactor y qué intenciones tiene. Así, se verá atrapada en un juego de intrigas, secretos y deseos ocultos, donde cada paso la llevará más cerca de descubrir algo que cambiará su vida para siempre.
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Cap 19
A la mañana siguiente, el sol se filtraba por las ventanas, anunciando el día de nuestra partida. Me levanté con una mezcla de cansancio y confusión. La noche anterior rondaba mis pensamientos, y no podía evitar que los recuerdos me envolvieran cada vez que cerraba los ojos. Pero tenía que dejarlo atrás. Lo que había sucedido fue un error… un momento de impulso que no debió ocurrir.
Recogí mis cosas en silencio, tratando de distraer mi mente de cualquier pensamiento que incluyera a James. Sabia que era peligroso estar cerca de el, incluso si ni siquiera sabia bien en que trabajaba. Me concentré en ayudar a mi tía, quien, con su mirada observadora, parecía querer preguntar algo. Sin embargo, se quedó en silencio, respetando el peso de mi incomodidad.
Finalmente, bajamos con nuestras maletas. La tensión en el ambiente era palpable, y mientras caminábamos por el pasillo, no pude evitar mirar hacia el final, esperando ver a James. Pero no apareció. Su ausencia me dolió, pero a la vez, me recordó que quizás era lo mejor así. No había despedidas ni palabras; solo un vacío que dejaba en claro que lo de anoche no había significado nada más que un momento fugaz.
Al salir de la casa, Simón ya nos esperaba junto al coche. Me acerqué a él, queriendo acabar con cualquier formalidad o apariencia de cordialidad innecesaria.
—Bueno, Simón —dije, intentando sonar indiferente—, ya no tenemos que seguir fingiendo ser amigos.
Para mi sorpresa, él me miró con una expresión tranquila y respondió sin titubear:
—Adeline, en realidad nunca fingí serlo.
Sus palabras me sorprendieron. Por un instante, no supe qué responderle. Había creído que su amistad solo era parte de una fachada, una especie de formalidad por estar bajo el mismo techo. Pero al escuchar su confesión, algo en mi pecho se aflojó, y pude sentir una genuina calidez en sus palabras.
Lo miré un segundo más y asentí con una pequeña sonrisa. —Gracias, Simón.
Subí al coche, y desde la ventana, lancé una última mirada a la casa. Aunque no lo vi, podía sentir el peso de lo que estaba dejando atrás. Era una despedida silenciosa, una que ni siquiera se expresó en palabras, y quizás, de alguna forma, eso hacía que doliera más.
Mientras el coche avanzaba, sentí que todo lo vivido en ese lugar se quedaba atrás, incluso las sombras de una noche que nunca iba a olvidar del todo.
El auto avanzaba lentamente por el camino empedrado que nos alejaba de la casa. Observé el paisaje sin realmente verlo, sumergida en una maraña de pensamientos y emociones encontradas. Podía escuchar el ligero murmullo del motor y sentir el movimiento suave del coche, pero mi mente estaba atrapada en la escena de la noche anterior. Cada instante, cada susurro, cada roce de su piel seguía vivo en mi memoria como si acabara de suceder.
No podía evitar sentir una mezcla de confusión y amargura cuando pensaba en James y en cómo había desaparecido sin una despedida. Quizás era mejor así, me dije a mí misma, intentando convencerme. Desde que apareció en mi vida lo que he querido lejos y de la nada ahora me quejo porque no se despidió. No había sentido real, solo el peso de la tensión acumulada, de las miradas compartidas y las palabras no dichas. Nos habíamos dejado llevar por un momento que nunca debería haber existido.
*
Volver a nuestra antigua casa después de todo lo que había pasado me produjo una extraña sensación de irrealidad, como si hubiera regresado a otro tiempo. El espacio estaba tal como lo habíamos dejado, pero ahora se sentía diferente.
Nada más llegar, me excusé con mi tía y fui directamente a mi habitación. El cansancio y la confusión me pesaban tanto que, sin siquiera cambiarme de ropa, me dejé caer sobre la cama y cerré los ojos, deseando encontrar descanso. Pero mis pensamientos no cesaban. Lo ocurrido en las últimas semanas. Gane un juego, mate un hombre, fui de compras a la tienda más lujosa, y... Me quede ahí con las palabras estancadas.
Apenas podía creer que estaba otra vez en esta casa, en mi habitación, en un espacio tan familiar y a la vez tan extraño después de todo lo que había cambiado. Intenté distraerme, pero los recuerdos de la última vez que vi a James seguían tan frescos que era imposible ignorarlos.
Horas después, sin haber logrado conciliar el sueño, me quedé mirando el techo, perdida en mis pensamientos.
Me preguntaba si James sentía lo mismo. Pensé en el peso de su ausencia, en la mezcla de atracción y misterio que parecía envolvernos cuando estábamos juntos. ¿Cómo era posible que una conexión tan breve hubiera dejado una huella tan profunda?
Pasaron las horas, y finalmente la luz del atardecer se colaba por la ventana, llenando la habitación de una suave calidez. Pero el calor no me reconfortaba; solo me hacía sentir aún más inmersa en la melancolía y la confusión. Era un sentimiento difícil de describir, un vacío que, por mucho que intentara llenar, siempre encontraba el modo de regresar.
En ese estado de letargo, decidí que necesitaba hacer algo para despejar mi mente. Me levanté y fui a la cocina, en busca de un poco de agua.
El sonido del agua fluyendo y la tranquilidad de la casa eran reconfortantes, pero una vez más, me sorprendí imaginando cómo sería este momento si James estuviera aquí. ¿Se sentiría igual de perdido? ¿O acaso ya había olvidado todo?
Suspiré, sabiendo que quizá nunca tendría una respuesta clara. Mi vida había vuelto a su curso de siempre, y todo lo ocurrido quedaría solo como un capítulo breve, uno lleno de emociones contradictorias, silencios y miradas que no terminaron de resolverse.
Al caer la noche, mi tía me había dicho que tenia que salir a casa de una amiga. Así que había quedado todo el día en casa. Me removía de un lado a otro en la cama, buscando una posición que me permitiera al menos calmar la inquietud que me tenía atrapada, pero no había manera. La noche parecía arrastrar cada pensamiento y cada recuerdo hacia mí, sin piedad. Todo lo que intentaba enterrar, volvía a la superficie con más intensidad.
De pronto, me quedé quieta. Una frase, dicha por él hace tiempo, irrumpió en mi mente con una claridad que me dejó sin aliento.
-Puedes venir al casino cualquier día después de las once -me había dicho, en aquella ocasión cuando me dejo una carta por si quería devolver aquel dinero—. Si quieres devolverlo, estaré allí.
La idea me golpeó de repente, y al instante, traté de desecharla. No había ninguna razón para ir, me dije, nada que justificara un encuentro. Lo que ocurrió… lo que ocurrió fue un error, un impulso pasajero que no debía repetirse.
Pero por más que intentaba convencerme de quedarme en casa, el deseo de verlo de nuevo empezaba a ganar terreno. Quizá necesitaba una última conversación para poder dejarlo ir de verdad. Tal vez verlo desde la distancia, en su entorno habitual, sin la tensión de la última noche, podría ayudarme a encontrar el cierre que tanto necesitaba.
Me puse un vestido sencillo pero elegante, uno que había guardado para ocasiones especiales y que ahora parecía adecuado, aunque no entendía del todo por qué.
Al llegar al casino, la escena me abrumó de inmediato. La música, las luces, las risas y murmullos de la gente parecían alejarme de cualquier idea de cordura. Miré alrededor buscando a James, pero en su lugar vi a Simón, sentado en una de las mesas, concentrado en la partida.
Mi primer instinto fue retroceder. Estaba a punto de darme la vuelta cuando, de repente, choqué contra alguien. Levanté la vista, y ahí estaba él, mirándome con aquella intensidad que hacía que todo a nuestro alrededor se desvaneciera. Su mirada tenía algo diferente esta vez, algo que no sabía si quería descifrar. Mi corazón comenzó a latir tan fuerte que pensé que se escucharía por encima de todo el ruido.
—¿Qué haces aquí? —le pregunté, tratando de sonar firme, aunque la duda era evidente en mi voz.
Él no apartó su mirada ni un segundo, y luego sus ojos se dirigieron hacia la mesa en la que estaba Simón.
—Prefiero observar —respondió, con ese tono calculador y tranquilo que siempre lo caracterizaba—. Pero la verdadera pregunta es: ¿qué haces tú aquí?
No pude responder. Era una mezcla de emociones, de palabras que no encontraba cómo decir, y todo lo que logré fue mirar hacia un lado, buscando un refugio de su mirada intensa. Me giré un poco para irme, pensando que quizás había sido un error venir… pero entonces sentí su mano tomar la mía.
Me detuve en seco. El calor de su mano en la mía era casi un ancla, una conexión que no estaba dispuesta a dejarme ir tan fácilmente.
Me quedé inmóvil, sintiendo el contacto firme de su mano alrededor de la mía, como si temiera que pudiera escaparme de su lado. Lentamente, me giré hacia él, mis ojos buscando una respuesta en los suyos, pero todo lo que encontré fue ese brillo que solo él tenía, una mezcla de curiosidad y algo más… algo que no quería terminar de interpretar.
—¿De verdad viniste hasta aquí sin tener nada que decirme? —preguntó, su voz baja y cercana, como si quisiera evitar que alguien más escuchara. Su tono era firme, pero su mirada se suavizó apenas un poco.
No respondí de inmediato, mi mente luchaba entre decir la verdad y alejarme para no dar señales de lo que sentía. Finalmente, me atreví a hablar:
—Quizá… no lo sé, James. —Mis palabras sonaron vagas, como si yo misma no estuviera segura del porqué estaba aquí. La realidad era que aún no comprendía del todo qué esperaba encontrar al verlo otra vez.
Él esbozó una media sonrisa, esa que parecía esconder un sinfín de secretos.
—Entonces, ¿viniste por curiosidad? —Su voz era un susurro, y sentí cómo sus dedos se afianzaban un poco más en mi mano, sin dejarme escapar.
Mis ojos recorrieron su rostro, buscando una respuesta que yo misma no estaba segura de querer escuchar. Finalmente, y casi como un impulso, negué suavemente con la cabeza.
—Vine porque… no podía quedarme sin despedirme. Mi padre me enseño a ser muy educada —murmuré, las palabras salieron antes de que pudiera contenerlas.
Él me observó en silencio durante un largo instante, y luego, en un movimiento casi imperceptible, su mano me guió hacia un rincón menos visible del casino, lejos de las miradas curiosas de los demás. Todo lo que pasaba a nuestro alrededor se fue desvaneciendo, dejando solo su presencia, su mirada clavada en la mía.
—Entonces dímelo —me pidió, su voz apenas un murmullo mientras sus dedos recorrían mi mano hasta detenerse en mi muñeca, un gesto simple pero lleno de intención—. Dime adiós, si es eso lo que realmente quieres.
Su cercanía, su tono, todo lo que envolvía a James me tenía atrapada en una especie de trance del cual no quería escapar. Respiré hondo, pero no encontré las fuerzas para decir esas palabras. Solo logré quedarme mirándolo, sintiendo la presión suave de su mano en la mía, y comprendí que este adiós no era algo que pudiera salir de mis labios tan fácilmente.
Sin decir una palabra más, él inclinó su rostro hacia mí, acercándose lo suficiente como para que el mundo desapareciera. Sentí su respiración contra mi piel, tan cerca que era imposible ignorar el latido acelerado de mi propio corazón.
El aire entre nosotros se volvió denso, cargado de algo que ninguno de los dos se atrevía a romper. Su rostro estaba tan cerca que apenas podía respirar, y sin embargo, no me alejé. Su mirada, intensa y profunda, parecía analizar cada parte de mí, como si quisiera desentrañar los pensamientos que yo misma intentaba ocultar.
Su mano, que aún sostenía mi muñeca, se deslizó lentamente hasta envolver mis dedos. Era un toque cálido, inesperadamente tierno, que contrastaba con la intensidad de su mirada. James parecía debatirse internamente, y yo, en silencio, le rogaba que hiciera algo, que tomara la decisión que yo no podía tomar.
De pronto, como si hubiera alcanzado una conclusión, él acortó la distancia entre nosotros. Sus labios rozaron los míos en un beso que comenzó suave, casi contenido, pero que en segundos se volvió más profundo, como si fuera una confesión. Sentí su otra mano subir hasta mi rostro, sus dedos se deslizaron lentamente hasta apoyarse en mi mejilla, sosteniéndome mientras el beso se volvía más apasionado, cargado de una intensidad que parecía arder desde dentro.
El tiempo pareció detenerse. Allí, en medio de aquel rincón del casino, rodeados de ruido y luces, sentía que el mundo se reducía a nosotros dos, a ese contacto que habíamos resistido por tanto tiempo. Cada segundo, cada roce, era una mezcla de despedida y deseo. Y aunque sabía que no debía estar ahí, no pude evitar responder, dejando que el impulso tomara el control, que mis manos se aferraran a él, como si en ese instante pudiera retener todo lo que me hacía sentir.
Cuando finalmente nos separamos, el silencio cayó entre nosotros como una barrera invisible. Ambos respirábamos de forma entrecortada, como si nos faltara el aire, y me costaba enfocar mis pensamientos.
—¿Todavía quieres despedirte? —murmuró James, sus ojos recorriendo mi rostro, como si buscara la respuesta antes de que saliera de mis labios.
No respondí. En ese instante, decir algo sería como romper el hechizo que se había creado entre nosotros.