Esther era la hija ilegítima de una familia acaudalada, cuya hermana decidió irse por "amor" con el hombre que ella tanto amaba. Él contra de Arthur, un vaquero muy apuesto, era su pobreza y cuando su hermana sintió en carne propia lo que era el hambre, decidió abandonarlo junto a su hija recién nacida, para irse con su amante.
Pese a que su cuñado intentó por todos los medios salir adelante, no tuvo de otra más que recurrir a ser un bandido, encontrando así su muerte y la de su hija. Por eso, usando su habilidad secreta, Esther hará un trato con el mismo diablo y si logra traer de regreso las almas de ellos, que han reencarnado en otro mundo, dentro de la historia de "La amante del embajador" este haría que por fin ellos tuvieran un final feliz.
¿Logrará darle una nueva vida a su cuñado?
¿Podrá su sobrina al fin tener una existencia tranquila?
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CAPÍTULO 18
Aún no estaban listos los últimos pasos de su plan para vengarse tanto de Alicia como de toda la familia real, incluyendo el rey. Por lo que, debía evitar como diera lugar cualquier cosa que pueda dañar todo lo que había logrado avanzar.
Alexander quiso ir tras ellas, pero al escuchar el llanto de su hijo tuvo que desviarse y llegar hasta donde él estaba. Su corazón se partió al verlo llorar, de cuclillas, en un rincón de la habitación.
—Pequeño debes irte a tu habitación ahora —dijo con suavidad—prometo que cuidaré de tía Penélope y que todo estará bien.
El niño asintió con tristeza, sabiendo que algo estaba mal pero sin comprender completamente la situación. Se despidió con un abrazo antes de salir de la habitación, dejando a su padre solo con sus pensamientos y emociones.
Mientras Alexander se quedaba solo en la habitación, el peso de la responsabilidad y la angustia lo abrumaban. Se sentó en el borde de la cama, sintiendo el peso del fracaso y la impotencia. Había prometido proteger a Penélope, pero se encontraba impotente ante el poder y la crueldad de Alicia.
Sus pensamientos estaban enredados en un torbellino de emociones. Sentía rabia por la injusticia, tristeza por el sufrimiento de Penélope y preocupación por el futuro incierto que les esperaba. Sin embargo, en medio de la oscuridad de su desesperación, una chispa de determinación se encendió en su interior.
Se levantó con determinación, decidido a no rendirse ante las adversidades. Sabía que debía actuar con rapidez y astucia para proteger a Penélope y a su hijo. Con paso firme, salió de la habitación y se dirigió hacia el despacho, donde sabía que encontraría lo que necesitaba para enfrentar la situación.
—Debo apurar a Byron—susurró sentándose en su escritorio.
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Penélope se encontraba en una situación desesperada. Arrastrada por los pasillos por Alicia, sentía el tirón doloroso de su cabello y las miradas de lástima de los criados. Si bien intentaban ayudar, no podían hacer nada en ese momento o de lo contrario empeorarían la situación.
Cuando finalmente llegaron a la habitación de Alicia, esta la arrojó con violencia al suelo, desatando una tormenta de insultos y amenazas. En medio de su sufrimiento, mantenía la determinación de resistir y sobrevivir. Aunque el camino hacia la libertad parecía oscuro y peligroso, ella estaba dispuesta a luchar hasta el final.
Alicia revisó el reloj de pared, tenía unas cuantas horas para arreglarse e ir a la fiesta de té en el palacio real, donde podría reunirse con su primo. Así que debía terminar rápido con Penélope, hacer lo que la bruja le había indicado y llegar al lado del príncipe heredero.
Sacando de una mesita de noche un látigo que usaba con sus amantes, calentó en la chimenea la punta de metal que tenía y comenzó a golpear la espalda de Penélope. Su hermana comenzó a gritar del dolor, haciendo que se sintiera aún más alegre ante su sufrimiento.
Penélope, por su parte, luchaba por mantenerse consciente, sintiendo cada golpe como una marca indeleble en su piel y en su alma. Un grito desgarrador de dolor se escapó de sus labios cuando el látigo de Alicia cortó su piel una vez más.
Sin embargo, en medio de su agonía, una chispa de esperanza brilló en sus ojos cuando escuchó el sonido de pasos acercándose a la puerta. Alexander irrumpió en la habitación de su esposa sin siquiera pedir autorización.
Se había apresurado a hablar con Byron, exigiéndole resultados para la noche del mismo día, para después correr hasta donde la loca de Alicia se había llevado a su cuñada. Allí vio horrorizado la cantidad de sangre que salía de la espalda de Penélope.
—¡Alicia!—gritó arrebatándole el látigo.
Aventándolo a la chimenea para que se quemara, tomó en brazos a su cuñada, dispuesto a salir de allí; sin embargo, la vida era cruel con él, ya que debió escuchar unas últimas palabras de su futura exesposa.
—Como la vuelva a ver en tu habitación, golpearé también a nuestro hijo—espetó sentándose en su cama—tú escoge... ¿La bastarda ilegítima o el niño que amas aunque no sea tu hijo?
El corazón de Alexander latía con furia y angustia mientras sostenía a Penélope en sus brazos, observando con horror la cruel sonrisa en el rostro de Alicia. La amenaza hacia su hijo resonó en su mente, recordándole lo mucho que estaba en juego en ese momento.
Con la determinación de proteger a sus seres queridos, Alexander enfrentó a Alicia con una mirada de acero. Sabía que no podía permitir que su Penélope sufriera por las acciones de su hermana.
—No te atrevas a tocar a mi hijo—dijo con voz firme, sintiendo el peso de la decisión sobre sus hombros—tú ya has cruzado la línea. No permitiré que lastimes a nadie más.
—Eres un cobarde —espetó Alicia—siempre lo has sido. No tienes lo que se necesita para tomar decisiones difíciles.
Alexander ignoró sus palabras y se volvió hacia la puerta, decidido a llevar a Penélope lejos de ese infierno. Sabía que el camino sería difícil y peligroso, pero estaba dispuesto a luchar hasta el final por la libertad y la seguridad de su familia.
Mientras salían de la habitación, Alexander se prometió destrozar todo lo que fuera posible a Alicia. Ya fuera que la bisnieta del rey fuera encarcelada o ejecutada, se aseguraría de que ella no hiciera más daño.
Por el momento, lo único que podía hacer era llevarla a la habitación contigua de la de su hijo, que se interconectaban con una puerta interna. Así, al menos tendría a las dos personas que más le importaba juntas.
—¿Su excelencia?—preguntó Penélope.
Recobrando un poco la consciencia, se encontró con que estaba en la cama de una de las habitaciones principales, acostada boca abajo. El ardor de su espalda era agobiador, y ante la cantidad de sangre que estaba expulsando su cuñada, Alexander tuvo que volver a llamar al médico.
Alexander respiró profundamente, intentando mantener la calma a pesar del torbellino de emociones que lo invadía. Se acercó a Penélope y le tomó la mano con ternura.
—Estarás bien, Penélope. El médico vendrá pronto y te ayudará—dijo con voz suave.
Aunque en su interior sentía una mezcla de ira y preocupación. Penélope asintió débilmente, sus ojos llenos de dolor, pero también de gratitud hacia Alexander. A pesar de todo lo que había pasado, él seguía ahí, velando por su bienestar.
"Espero que, cuando te vayas de este maldito infierno, encuentres tu felicidad"
Cerró un momento sus ojos, ante la presencia de una punzada en su corazón. No sabía por qué le dolía, de tan solo imaginar a Alexander con otra mujer, al lado de su sobrino, pero intentó despejar su mente de aquel pensamiento. Ese día sería muy largo y su permanencia en la mansión estaría dada por lo que sucedería en la noche.
Mientras esperaban la llegada del médico, Alexander se apresuró a buscar vendajes y agua limpia para limpiar las heridas de Penélope. Cada momento que pasaba sin atención médica era crucial, y él no podía permitirse perder más tiempo.
i puedan ser felices cuando todo termine😮💨😮💨