En la mágica isla de Santorini, Dylan Fletcher y su esposa Helena sufren un trágico accidente al caer su automóvil al mar, dejando a Dylan ciego y con las gemelas de un año, Marina y Meredith, huérfanas de madre. La joven sirena Bellerose, que había presenciado el accidente, logra salvar a las niñas y a Dylan, pero al regresar por Helena, esta se ahoga.
Diez años después, las gemelas, al ver a su padre consumido por la tristeza, piden un deseo en su décimo cumpleaños: una madre dulce para ellas y una esposa digna para su padre. Como resultado de su deseo, Bellerose se convierte en humana, adquiriendo piernas y perdiendo su capacidad de respirar bajo el agua. Encontrada por una pareja de pescadores, se integra en la comunidad de Santorini sin recordar su vida anterior.
Con el tiempo, Bellerose, Dylan y sus hijas gemelas se cruzarán de nuevo, dando paso a una historia de amor, segundas oportunidades y la magia de los deseos cumplidos.
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Un nuevo despertar.
Bellerose abre los ojos, sintiendo la arena fría bajo su cuerpo. La brisa de la mañana roza su piel, y escucha el suave romper de las olas en la orilla. Parpadea, confundida, mientras se da cuenta de que algo en su cuerpo ha cambiado. Sus ojos se posan en sus piernas, pálidas y temblorosas, donde antes había una cola que reflejaba el azul del océano.
—¿Qué... qué me ha pasado? —murmura en su idioma de sirena sorprendida, alzando una mano para tocar sus rodillas y muslos, asimilando la realidad con asombro y algo de temor.
Tantea el suelo y, con esfuerzo, se pone de rodillas, intentando levantar su peso sobre las piernas. Las sacude al intentar ponerse de pie, pero las piernas tiemblan, como si fueran frágiles y poco confiables. Da un paso tambaleante y casi cae hacia adelante, sosteniéndose con las manos en la arena para no perder el equilibrio. Con el segundo intento, logra dar unos pasos, pero sus piernas aún se sienten débiles y torpes. Cada movimiento es una lucha, un nuevo aprendizaje.
Con paciencia y determinación, avanza lentamente por la playa hasta que se encuentra de frente con una carretera. Sus ojos se abren al ver el asfalto extendiéndose ante ella y, al no comprender los peligros del mundo humano, da unos pasos hacia adelante, mientras unos autos pasan a toda velocidad. Un claxon la sorprende, y ella se detiene en seco, desorientada y con miedo. Acelera el paso, pero su cuerpo se tambalea al intentar esquivar los vehículos. Cruza la autopista y casi cae al otro lado, exhausta y agitada.
—Por los dioses del mar, esto es complicado no sobreviviré ni un día.
Desde allí, Bellerose distingue a lo lejos una mansión, la única construcción en medio del paisaje, rodeada de vegetación. Sabe que necesita un refugio, un lugar donde pueda descansar y aclarar su mente antes de que alguien la descubra y decidan abrirla como a un pez. Así que decide avanzar hacia el bosque que rodea la propiedad, sus pies descalzos están sintiendo la frescura del suelo y la hierba. A medida que camina entre los árboles, siente que está entrando en un mundo nuevo y desconocido.
Finalmente, llega a una pequeña cueva oculta entre los arbustos, casi como un rincón secreto. Observa el espacio a su alrededor, cubierto de hojas y ramitas, y se da cuenta de que parece haber sido usado recientemente. Varias flores marchitas y conchas están esparcidas en el suelo, como si alguien las hubiera traído para adornar el lugar. Se acomoda dentro, sintiendo el silencio del bosque y respirando profundamente, tratando de recuperar fuerzas.
Sin saberlo, Bellerose se ha refugiado en el escondite favorito de las gemelas, un lugar que usan para jugar y guardar sus tesoros. Cansada y aún desconcertada, se recuesta sobre la fría pared de la cueva, cerrando los ojos. Pero aunque su cuerpo busca descanso, su mente no se detiene, llena de preguntas sin respuesta y recuerdos confusos.
Cuando la fiesta termina y la casa se aquieta, Meredith y Marina suben a su habitación. Aunque el sueño pesa en sus ojos, están llenas de emoción y esperanza. Meredith se vuelve hacia su hermana y susurra:
—¿Crees que nuestro deseo se cumplirá?
Marina asiente, apretando las manos de su hermana.
—Estoy segura, Meredith. Mañana veremos algo mágico, lo siento.
Con esta certeza, ambas se acurrucan bajo las mantas, dejando que los pensamientos de magia y una madre amorosa se conviertan en sus sueños.
Al día siguiente, los primeros rayos del sol iluminan el cuarto, y Meredith es la primera en despertar. Tira de Marina y, sin siquiera cambiarse el camisón, ambas corren escaleras abajo y se dirigen hacia la cocina toman unos sandwiches del refrigerador para comerlo en el camino, se ponen sus botas para caminar y se van al bosque, ansiosas por llegar a su lugar especial.
Al llegar a la cueva, se detienen en seco, sorprendidas. Allí, recostada en el suelo, está una joven dormida. Su piel es clara, y su cabello largo y rubio, suelto y desordenado, se extiende sobre las rocas. Lleva muy poca ropa, pero está adornada con algas finamente entretejidas con perlas, y junto a ella hay un bolso de algas marinas que huele a océano.
Meredith y Marina se acercan con cautela, sus ojos fijos en la peineta de coral que adorna el cabello de la joven. Aún tenía una ligera piel de escamas brillantes en el rostro y en las manos que se empieza a caer, pues ya no las necesita para cuidar su piel del oceano.
—Marina, ¡es ella! —susurra Meredith, con una mezcla de asombro y alegría—. Es la sirena de nuestro sueño… Y posiblemente las que nos han salvado! ¡Nuestro deseo se cumplió!
La joven comienza a moverse, sus ojos están abriéndose lentamente hasta encontrarse con las miradas de las niñas. Intenta sentarse, aunque lo hace con torpeza, como si cada movimiento le costara un esfuerzo inmenso. Les lanza una mirada desconcertada, intentando decir algo. Sin embargo, las palabras parecen desvanecerse, y lo único que logra murmurar es:
—Sirena… deseo… cumplido…
Las gemelas se miran, asombradas, y luego vuelven a centrar su atención en la joven. Meredith, con una sonrisa amable, se acerca y le habla suavemente:
—¿Eres una sirena, verdad? No tengas miedo, estamos aquí para ayudarte.
Bellerose, aún confusa, habla en su idioma de sirena pero se da cuenta que no la entienden, más bien suena como cuando un delfin emite sonidos, así que para no asustarlas intenta imitar los sonidos de sus voces:
—Sirena… miedo… ayudarte…
Las gemelas intercambian una mirada de júbilo. Están convencidas de que su deseo se ha hecho realidad. Ven en los ojos de Bellerose una inocencia y un desconcierto que les resulta encantador y, a la vez, conmovedor.
Marina toma una manta que habían traído y la coloca sobre los hombros de Bellerose, quien la mira con gratitud. Aunque no entiende del todo, siente el calor de la tela y la calidez de la intención.
—¿Tienes hambre? —pregunta Meredith con suavidad.
Bellerose, intentando comprender, repite:
—Hambre… hambre…
Las niñas asienten, y cada una toma una de sus manos, ayudándola a ponerse de pie y guiándola con cuidado hacia la mansión. A cada paso, sienten que están conduciendo a alguien especial, una figura mágica que ha respondido a sus súplicas.
Mientras caminan de regreso, Marina murmura:
—Papá nunca va a creerlo, Meredith… ¿Cómo le vamos a explicar esto?
Meredith sonríe, apretando la mano de Bellerose, sintiendo que, de alguna manera, esta desconocida ahora forma parte de ellas. Sin que las niñas lo sepan, en los ojos de Bellerose comienza a brillar algo más que gratitud. Aunque aún no puede expresarlo en palabras, siente una conexión profunda y especial con estas pequeñas que, con sus corazones generosos y abiertos, han cambiado su vida para siempre.
Las gemelas llevan a Bellerose hacia la mansión con el mayor sigilo. A medida que avanzan, Meredith y Marina intercambian miradas cómplices, sintiéndose aún más convencidas de que están ante su milagro. Ahora no solo tienen a una “mamá” especial frente a ellas, sino que también sienten que esta llegada es la oportunidad perfecta para ver a su padre feliz.
Al llegar, las niñas se aseguran de que nadie las vea mientras conducen a Bellerose a su cuarto secreto, una habitación apartada donde guardan sus juguetes y recuerdos. Bellerose, aún desorientada y torpe al caminar, observa cada detalle, fascinada por los colores y objetos que las gemelas le muestran.
Marina toma la iniciativa, extendiéndole una bata que encontró en el cuarto de invitados, mientras Meredith le muestra cómo colocar los pies en unas sandalias.
—Papá no se puede enterar todavía —dice Meredith en un susurro—. Si descubre que trajimos a alguien, podría asustarse y decirle que se valla.
Bellerose mira las sandalias con una sonrisa confusa, y al intentar dar unos pasos, tropieza torpemente, lo que provoca las risas contenidas de las gemelas.
—Vamos a ayudarte a caminar mejor. Solo sigue mis pasos —dice Marina mientras le toma la mano y da pequeños pasos lentos.
A cada intento, Bellerose mejora un poco, aunque sus piernas tiemblan, y sigue sosteniéndose de las niñas. Después de algunos minutos, logra caminar con mayor equilibrio, lo cual hace que tanto ella como las gemelas rían de pura emoción.
Cuando finalmente se sientan en el suelo, Meredith toma la mano de su hermana y susurra:
—Ya lo decidimos, Marina, ¿verdad? Cueste lo que cueste, vamos a juntar a papá con ella.
Marina asiente entusiasta y luego le explica a Bellerose, quien la observa atentamente, como si estuviera tratando de comprender cada palabra:
—Papá es la persona más maravillosa del mundo, pero está triste desde hace mucho… Nosotras queremos que estés con él, para que todos podamos ser una familia.
Bellerose inclina la cabeza, perpleja, pero el tono cariñoso de las niñas parece transmitirle más de lo que las palabras podrían decir. Ellas le acarician las manos y continúan compartiéndole sus secretos, sin notar que Bellerose las escucha en silencio sin entender mucho, sintiendo por primera vez un propósito que crece en su corazón.
—¿Cómo te llamas?—pregunta Meredith
—Como...te...llamas—responde Bellerose.
Las niñas se miran y se dan cuenta de que deben enseñarle a leer y a escribir como si fuera una niña pequeña que necesita empezar a hablar.
A lo largo de los días, las gemelas comienzan a enseñarle a adaptarse a este nuevo mundo humano. Con paciencia, le muestran cómo usar los cubiertos, cómo vestirse con diferentes ropas y cómo comunicarse un poco mejor. Bellerose aprende rápidamente, fascinada por cada nuevo detalle que le enseñan, aunque a veces sus antiguos reflejos marinos le juegan malas pasadas, y las gemelas tienen que reprimir las risas al ver sus gestos confundidos.
En los días siguientes, mientras Bellerose practica y mejora, las niñas empiezan a idear una serie de planes para que ella y su padre pasen tiempo juntos.
—¿Y si organizamos una merienda y fingimos que tenemos que salir de repente? —propone Meredith con ojos brillantes.
—O podríamos hacer que se encuentren en el jardín cuando papá esté tomando sus paseos matutinos… —añade Marina, pensativa.
—Pero papá no podrá verla y sus guardias pensaran que Bellerose es una intrusa.
Bellerose no comprende del todo los motivos de las niñas, pero sonríe al ver su entusiasmo. Algo dentro de ella le dice que esa conexión con su padre será especial, como un lazo que inexplicablemente la atrae y la hace sentir como si por fin perteneciera a algún lugar.
Sin saberlo, las gemelas están a punto de desencadenar una serie de eventos que cambiarán no solo sus vidas, sino también la de su padre y, especialmente, la de Bellerose, quien ya no puede imaginarse lejos de esta peculiar familia.
Me encanta tu novela
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