Un Encuentro Accidentado

Melanie

Tomo las últimas fotos al lago antes de devolverme al hotel. Han pasado dos horas. Ya debería estar libre, ¿verdad?

Dos horas es mucho tiempo. La hambruna mundial se puede resolver en ese tiempo si lo aprovechas bien.

Me rio de mi impaciencia. Pero es la primera vez en mi vida que me siento así, tan necesitada y deseada. Es una experiencia que nubla mi cabeza y no me deja concentrarme en nada importante.

Solo puedo pensar en Conor, en su cuerpo, en su sonrisa y en la sensación de sus labios sobre mi piel.

Me acerco a una pileta que queda camino al hotel y mojo mi mano y luego me refresco un poco el rostro.

Pensar en Conor, y en lo que me espera, eleva la temperatura de mi cuerpo exponencialmente.

Cuando ya me siento un poco más fresca cruzo la calle, entro al hotel y paso directo al ascensor. Mientras este sube tomo mi celular y reviso mi correo.

Doy un respingo al ver que Lenny y mi suegro tuvieron la osadía de enviarme una invitación a mi propia boda.

Cerdos.

En la invitación aparece la foto de la capilla a la que solía ir con mis padres cuando era niña. Cuando planificamos la boda lo único que pedí, antes de saber que mi prometido era un cerdo asqueroso, fue poder casarme en mi pueblo.

Suelto un suspiro.

Hubiese sido una hermosa boda.

La puerta del elevador se abre y corro hacia la habitación. Cuando entro, sonrío al ver a Conor sentado en la cama mirándome nervioso y ansioso.

Me lanzo a sus brazos con la fuerza necesaria para tumbarlo contra el colchón.

Conor quita mi peluca

y sonríe.

–Ahora sí –susurra–. Tengo una debilidad por las pelirrojas.

Toma mi rostro en sus manos y me besa tiernamente, tanto, que siento como me derrito contra su cuerpo.

–Tengo algo que decirte –dice serio.

–Yo también –digo y luego me muevo para alcanzar mi celular que cayó al suelo–. ¿Puedes creer la osadía de estos?

Conor se sienta en la cama, conmigo en sus brazos, y lee el correo rápidamente.

–Les va a faltar continente para arrancar de mí –jura–. Haré que paguen.

Sonrío. –Me encanta cuando hablas así, pero te conozco, no matarías una mosca. Ni siquiera tienes corazón para vender tus caballos. –Beso el nacimiento de su cuello–. Y por eso me gustas, Conor, porque sé quién eres. No eres como Lenny.

–Mel –susurra implorante antes de sentarme frente a él –. Tenemos que hablar. No soy quién tú crees que soy.

Pongo los ojos en blanco. –Sé que no eres un granjero, Conor. Sé que eres empresario y que seguramente, a lo largo de tu carrera, has tenido que tomar decisiones difíciles, pero eso no te hace un mal hombre. Te hace un buen empresario.

Toma mi barbilla en su mano. –Escúchame, ¿sí? –Asiento de inmediato–. Necesito que confíes en mí.

–Lo hago, Conor.

–Y también necesito saber si puedo confiar en ti.

–Por supuesto que puedes confiar en mí –devuelvo de inmediato–. Pensé que eso estaba claro cuando metiste tu lengua en mi garganta, ¿no lo crees? –agrego divertida.

–Eres periodista y necesito que esta conversación quede entre ambos.

Los vellos de mi nuca se erizan, presintiendo que algo importante está por pasar.

–¿Es sobre Adam?

–Es sobre mí. Estoy a punto de lanzarme de cabeza y espero de verdad no equivocarme contigo –dice–. Necesito saber que podré contar contigo, y si no puedes entender, necesito saber que guardarás silencio.

Me cruzo de brazos cuando comienzo a sentir un hielo que recorre toda mi columna.

–¡Habla ya! –espeto nerviosa y ansiosa.

Mira la puerta por unos segundos y luego vuelve a mirarme.

–¿Has oído hablar de los Kinahan?

–¿La mafia irlandesa? –pregunto extrañada. Todo esperé menos esa pregunta. Creo que me estaba preparando para oír que está casado y que tiene cinco hijos repartidos en distintos países.

–La misma.

–Claro que la conozco. Es parte de mi trabajo, ¿sabes? Vivo de la información.

Sonríe tenso. –Lo sé.

–¿Qué pasa con ellos?

–Nunca me preguntaste que hacía mi padre –dice nervioso.

–Bueno, asumí que era un granjero o algo así. Hablaste de Niki y pensé…–me callo cuando comienzo a entender lo que quiere decirme–. ¿Tu papá estaba relacionado con ellos, con los Kinahan?

Ríe sin humor. –¿Relacionado? –pregunta negando con la cabeza–. Papá era su Capo.

¿Qué?

No.

No puede ser.

–No –es todo lo que puedo decir–. Tu papá no puede ser el líder de ese clan.

–Lo era –declara con un suspiro–. Y uno de los más letales, bueno, hasta ahora.

Me levanto y comienzo a caminar en círculos.

–Espera, ¿ellos te están buscando? ¿Es por eso por lo que estabas escondido en tu granja?

–Mel…

–Puedo ayudarte, podemos denunciarlos. Podemos hacerlos caer en una trampa y conozco a alguien en el FBI. Creo que podría ayudarnos.

–Mel…

Tomo mi celular. –Puedo llamarla ahora mismo. O quizá debería pedirle un contacto en la CIA o en la INTERPOL…–callo al recordar el vídeo de Conor matando a todos esos turcos–. El vídeo…–Niego con mi cabeza–. Lo siento, estoy pensando estupideces –reculo. Conor es un buen hombre él no podría hacer lo que vi en esas imágenes.

Toma mis manos y me quita el celular.

–No me están buscando.

Suelto un suspiro de alivio. –¿Estás completamente seguro? Ellos son muy peligrosos, Conor, no quiero arriesgarme. No voy a arriesgarte, no a ti –digo tomando su rostro entre mis manos–. Podemos pedir ayuda…–me calla con un beso duro y muy efímero.

Tan efímero.

–Ellos no me están buscando, Mel, porque yo soy su nuevo Capo.

–No –digo y golpeo su hombro–. No deberías bromear con cosas así.

–Tengo a cientos de hombres a mi mando. Esta mañana, por ejemplo, no fuiste sola al centro, ellos siguieron tus pasos. Mis hombres te cuidaron durante tu paseo porque yo se los ordené. –Niego con mi cabeza y lucho contra el impulso de cubrir mis oídos para no seguir escuchando.

¿Qué pasa contigo, Mel? No puedes huir de la información, no está en tu ADN.

–Por favor –pido en un susurro, sintiéndome indefensa y tan triste que quisiera llorar durante horas.

–Yo maté a mi papá, Mel, él no se disparó. Lo maté cuando vi lo que le hizo a mi hermano, y desde ese día soy el nuevo líder.

–Conor –suplico en un grito silencioso–. Detente.

–No puedo, no ahora, no contigo –masculla levantándose y abrazándome–. No debes tener miedo de mí, cariño.

Tomo su camisa con mis puños y golpeo su pecho con mi cabeza.

Esto no puede estar pasando. No ahora. No a nosotros.

Conor besa la cima de mi cabeza y ya no puedo contenerme más, me dejo caer contra su cuerpo buscando un poco de consuelo.