Antonella Bernal creyó en las fábulas románticas cuando contrajo matrimonio con Dreiner Ballesteros, su pareja de la universidad. Provenía de una familia humilde de clase media, mientras que él, aunque de antecedentes similares, tenía un ansia desmedida por el éxito. Esta ansia lo impulsó a trabajar sin cesar, lo que permitió que su pequeño negocio floreciera hasta transformarse en una empresa de renombre.
Todo empeoró el día que Paloma Valencia llegó a sus vidas. Heredera de un consorcio hotelero, Paloma era joven, hermosa y llena de confianza. Durante una reunión para firmar un contrato millonario, Dreiner dedicó la velada a elogiarla, dejando a Antonella en un plano secundario. La humillación la atravesó como un cuchillo.
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CAPITULO 16
CAPITULO 16.
El murmullo de la noche se sentía denso como el plomo en la oficina de Dreiner. La luz de la pantalla del ordenador iluminaba su rostro de manera fantasmal. Solo una línea en la pantalla fue suficiente para encender su ira interna:
“Saldo disponible: $0. 00” La cuenta en Suiza. Sin fondos. El dinero. . . había desaparecido y por más que reclamo al banco la respuesta seguía siendo la misma. Se levantó de un salto, empujando la silla que chocó ruidosamente contra la pared. Cerró los puños. Estaba temblando de furia. Su mundo se desmoronaba, pieza a pieza, y ahora… alguien lo había traicionado.
—¡Mauricio, hijo de perra! —gritó, pateando con fuerza una de las sillas del comedor en la sala ejecutiva.
Encendió su teléfono y marcó a un colaborador de confianza.
—Quiero que localices a Mauricio mi socio. No me importa el método. Quiero que esté vivo, ¿entendido? ¡Vivo! No me importa si está con su familia o escondido en otro país o bajo una roca.
Cuando lo encuentres, lo traerás aquí. Necesito mirarlo a los ojos antes de destrozarlo con mis propias manos.
—Sí, señor —respondió la voz al otro lado, fría.
Apenas terminó la llamada, la puerta de su oficina se abrió de golpe. Paloma, envuelta en un abrigo largo, con el rostro empapado por las lágrimas, irrumpió en la habitación. La intensidad de su entrada coincidía con la tormenta que se agolpaba en el interior de Dreiner.
—¡Dreiner! —sollozó—. ¡Me van a enviar a Madrid!
Él frunció el ceño, cansado por la interrupción, pero algo en su rostro se suavizó al verla tan vulnerable.
—¿De qué hablas?
—¡Estoy embarazada! —gritó—. ¡Y mis padres no lo saben! Pero quieren sacarme del país, esconderme como si fuera una vergüenza. ¡Y yo no quiero irme! ¡Quiero estar contigo!
Dreiner permaneció inmóvil. Era como si el destino le estuviera ofreciendo un nuevo plan, justo cuando el anterior se desmoronaba.
—¿Estás segura…? —preguntó con seriedad.
—Sí… sí, estoy segura. ¡Te amo, Dreiner! ¡No permitiré que me separen de ti!
Las lágrimas caían con libertad por el rostro de Paloma, y cada palabra suya avivaba el fuego en el interior de Dreiner. Se acercó a ella lentamente, con ese aire de amante protector que había perfeccionado con los años.
La abrazó con fuerza. Su mano bajó a su vientre, acariciándolo con una ternura fingida.
—Entonces no los dejaremos. Lucharemos por nuestro hijo… por nuestro amor.
Paloma lloraba con más fuerza, sintiéndose a salvo. Pero Dreiner solo pensaba en una cosa:
Dinero. Poder. El fin de sus problemas.
Esa misma noche, la pasión fue intensa, desesperada, casi salvaje. Ella se entregaba, él actuaba como si de verdad la amara. Cuando finalmente se quedó dormida a su lado, con una sonrisa cansada en los labios, Dreiner se levantó en silencio.
Con una copa de whisky en la mano, miró la ciudad desde su ventana. Fijó su mirada en el horizonte.
—Antonella… en esta ocasión lograste tu objetivo. Pero no pienses que será por mucho —murmuró—. Te consideras muy inteligente, pero esta victoria es pasajera.
Su expresión se volvió más sombría.
—Ahora tengo un hijo con una Valencia. Si deseo su fortuna, debo manejar bien esta situación. Necesito casarme. Debo ganarme su confianza. Usarlos. Y eso haré…
Sonrió de manera sarcástica.
—Aunque tenga que separarme de ti por el momento, no te engañes: sigues siendo mía. Y cuando llegue el momento… regresarás a mí. Porque me quieres. Porque, como siempre, yo gano, solo espera y veras, decía mientras miraba la foto de Antonella en su teléfono.
Apretó la copa con fuerza hasta que el cristal hizo un ruido.
—Y tú, Mauricio… prepárate. Porque cuando estés frente a mí, implorarás por una muerte rápida.
Pero no la tendrás.
AL DIA SIGUIENTE.
El día comenzó con Paloma durmiendo, mientras Dreiner ya se había vestido, mostrando una expresión tranquila, estaba listo para enfrentar cualquier obstáculo cuando tocaron la puerta de la habitación de hotel. No tuvo necesidad de preguntar quién estaba en la puerta. Comprendía que eran ellos. Los Valencia.
Abrió la puerta con tranquilidad. Esteban fue el primero en entrar, imponente, acompañado por su esposa, Mariana. Ambos parecían haber salido de una reunión importante. Impecables. Fríos.
—Así que aquí están —comentó Esteban, cruzando los brazos—. Muy a gusto, parece.
—Papá, mamá… ¿qué hacen aquí? —Paloma se sentó de golpe, con el miedo evidente en su voz.
—Hemos venido a sacarte de esta situación ridícula —dijo Mariana, con tono firme—. Empaca tus cosas. Te vas.
—¡No! ¡Estoy esperando un bebé! ¡No voy a dejar a Dreiner!
La noticia no les tomó desprevenidos. Esteban simplemente levantó una ceja.
—Ya lo sabíamos. Por eso estamos aquí.
—¡Lo amo! —exclamó Paloma, temblando—. ¡No me separen de él! ¡Me matare si lo intentan! ¡Con todo y el bebé dentro! ¡Lo prometo!
El silencio se instaló de forma pesada. Mariana se puso pálida. Esteban cerró los ojos por un breve momento. Habían perdido total control sobre su hija.
—Está bien… —dijo Esteban, con voz tensa—. Pero será bajo nuestras condiciones.
Dreiner no pudo esconder la satisfacción en su mirada.
—Se casarán, pronto —continuó—. Me encargaré de que el divorcio con tu esposa Antonella no cause problemas. —Además compraré las acciones de tu esposa. Serán de Paloma —agregó Esteban, dejando escapar un suspiro cansado.
Mariana, aún la miro y tratando de recuperarse, añadió:
—El matrimonio será con bienes separados. No esperes tocar un centavo que no sea tuyo.
Esteban miró a su hija con decepción, como si aún esperara que ella pidiera algo. No ocurrió.
—Espero… que no te arrepientas —dijo, y se marcharon.
Al cerrarse la puerta, Dreiner se volvió hacia Paloma con ternura medida.
—Mi amor… hoy te mudarás conmigo. Quiero que estemos juntos desde ya.
—No deseo ir a tu mansión… siempre la he encontrado fría.
—Entonces tú elige una nueva. Decórala a tu gusto. Podemos quedarnos en este hotel hasta que la tengas lista.
—No es necesario —dijo Paloma, levantando la mirada—. Tengo mi propia mansión. Puedes venir a vivir conmigo.
Dreiner forzó una sonrisa. Una pequeña grieta apareció en su expresión.
—No, mi amor. No quiero que tus padres piensen que dependo de su dinero. Venderé mi casa. Tú elige la que prefieras. Yo me haré cargo.
Ella asintió, convencida de su amor.
—Entonces… quiero helado de chocolate. En este momento.
—Lo que mi reina desee —respondió él, besándole la frente.
Sin embargo, cuando ella se giró, su expresión cambió por completo. Su sonrisa se tornó afilada. Su mirada, calculadora.
Todo resultaba mejor de lo que había anticipado.
Los Valencia cuidarían su imagen. El escándalo del fraude quedaría enterrado. Las acciones irían a parar a su futuro hijo. Y Paloma… sería fácil de manejar. Emocional. Inestable. Necesitada.
Antonella fue su compañera de vida… pero Paloma será su trampolín hacia el poder, pensó mientras llenaba su copa de nuevo.
Luego, sus pensamientos regresaron a la oscuridad, a su otro problema Mauricio.
La deslealtad todavía quemaba en su interior. Y antes de unirse en matrimonio, antes de establecer su nuevo dominio…
…ese traidor tendría que enfrentar las consecuencias. Con todo.