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El Silencio De Velmont

El Silencio De Velmont

Status: En proceso
Genre:Terror / Doctor
Popularitas:135
Nilai: 5
nombre de autor: Tapiao

Nadie recuerda cuándo se fundó Velmont.
Nadie recuerda por qué cerraron el hospital.
Y nadie parece recordar a Elías Medina... ni siquiera él mismo.

Lo único más espeso que la niebla que cubre este pueblo es el silencio que lo envuelve.
Pero algo aún respira entre esas paredes abandonadas. Algo que espera.

Elías llegó buscando cumplir con su servicio médico.
Lo que encontró fue un lugar sin salida.
Y cuanto más intenta entenderlo… más se olvida de quién era.

Porque hay lugares que no se dejan atrás.
Y hay llamados que nunca deberían responderse.

NovelToon tiene autorización de Tapiao para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Los nombres del silencio

Soledad se levantó entre escombros.

El aire estaba denso. No olía a hospital. No olía a sangre ni a químicos ni siquiera a podredumbre. Era un vacío sensorial. Como si el aire no fuera aire. Como si respirar no sirviera de nada.

Miró sus manos: temblaban.

—¿Dónde... estoy?

El suelo se extendía como un lienzo quemado. Los pasillos ya no tenían forma definida. El hospital había mutado. El cielo encima de ella no era cielo: era una superficie líquida, color rojo, con figuras que nadaban por dentro, girando sin parar. Rostros.

Y todos... la miraban.

Escuchó un sonido.

No era un paso. No era un susurro.

Era un nombre.

—Soledad...

El sonido no venía de afuera. Estaba dentro de su mente. Como si alguien hubiera implantado una palabra, una semilla que crecía con cada latido.

Corrió.

No importaba hacia dónde. El pasillo que había frente a ella se retorcía como un intestino. Las puertas aparecían y desaparecían. Detrás de una, la imagen de su madre en la cocina. Detrás de otra, la noche en que Elías casi murió en el lago. Detrás de una tercera, una versión de ella misma… ahorcada.

Cerró los ojos y siguió corriendo.

Las paredes se deshicieron.

El suelo cedió.

Y cayó.

—¿Despertaste?

La voz la sacó de la oscuridad.

Estaba en una habitación circular, rodeada de espejos rotos. Frente a ella, una figura vestida con una bata quirúrgica completamente blanca. No tenía rostro. Solo piel lisa donde debería estar la cara.

—¿Quién eres?

—¿Importa? —preguntó la figura con voz neutra—. Solo soy el eco de quien abrió la primera puerta. Así como tú lo hiciste.

—Yo no abrí nada. Solo... quise proteger a alguien.

—Y eso te trajo aquí.

La figura se giró. Detrás de ella, un espejo entero reflejaba a Soledad, pero su reflejo... sonreía.

—Este lugar no está hecho de piedra ni acero. Está hecho de memorias. De errores. De versiones de uno mismo. Tú no estás atrapada por voluntad. Estás aquí porque crees que lo mereces.

Soledad se acercó al espejo. Su reflejo comenzó a hablar, aunque ella no movía los labios.

—Tú lo sabías desde el principio. Soñaste con Velmont antes de llegar. Sabías que la niña no era una niña. Pero no dijiste nada. Querías morir aquí.

—No... yo quería salvar a Elías.

—Mentira. Querías redimirte. Redimirte de lo que pasó con tu hermana.

Soledad se echó hacia atrás, como si la hubieran golpeado.

—Eso no... eso no fue mi culpa.

—Pero te culpaste. Cada noche. Cada vez que escuchabas su voz en tus sueños. Este lugar lo sabe. Lo siente. Y por eso... te conserva.

La figura sin rostro se desvaneció en el aire.

Y el espejo estalló en mil fragmentos.

De uno de los trozos, una voz surgió.

—Ayúdalo, Soledad. Él también está cayendo. No lo dejes solo.

—¿Lucía?

Pero no hubo respuesta.

Solo el viento, arrastrando nombres imposibles de recordar.

En el mundo real, Elías conducía por caminos que no existían en ningún mapa moderno. Bruna le había dado una lista de coordenadas. Viejos hospitales abandonados, orfanatos destruidos por incendios, sanatorios clausurados sin registros.

Todos con un patrón: lugares construidos sobre algo que no debía ser tocado.

Energía ancestral.

Bruma residual.

Lugares donde los pensamientos de los vivos... se convertían en alimento para lo que dormía debajo.

Y todos ellos, según Ana, estaban conectados.

—Velmont fue solo el último —dijo en voz baja, mientras observaba las cintas esparcidas en el asiento del copiloto.

Cada cinta era un testimonio. No eran grabaciones comunes. Eran extractos psíquicos de pacientes con traumas extremos. Lo que Bruna llamó "residuos mentales materializados".

En otras palabras, eran puertas.

Puertas hacia "El Testigo".

Encendió la grabadora una vez más.

—Entrada número 14. Paciente: Nora Medina. Fecha: 12 de mayo de 1999. Voz captada bajo hipnosis profunda. Escuchar con protección psíquica.

—“Él camina sin tocar el suelo. Su cabeza está invertida. Cuando habla, nadie lo escucha. Pero cuando calla... todos lo hacen. El Testigo no necesita ojos. Él usa los tuyos. Él no grita. Él recuerda. Él absorbe los pecados y los convierte en ecos. Y tú, tú no deberías saber su nombre. Porque si lo nombras... te recordará.”

La grabación se cortó con un chillido tan agudo que la radio del auto murió.

Elías frenó en seco.

La carretera frente a él estaba rota. Como si algo hubiera explotado desde abajo.

Y en el centro del asfalto resquebrajado... una figura blanca.

Pequeña.

Con un vestido manchado.

Lucía.

—¡Lucía! —gritó Elías, saliendo del auto—. ¡Lucía!

Ella no se movió.

Sus ojos eran completamente negros.

—No eres tú... —dijo, con voz distorsionada—. Pero él te ve a través de mí.

Elías retrocedió.

La niña se deshizo en polvo.

Y en el horizonte... el cielo se oscureció.

Soledad ahora vagaba por lo que parecía ser el sótano de Velmont.

Pero ya no era un sótano.

Era una iglesia invertida. Columnas de carne. Bancas hechas de huesos. Y en el altar... un altar sin nombre.

Allí, una figura encapuchada la esperaba.

—Sabía que vendrías.

—¿Quién eres?

—Tu guía. Tu sombra. Elías tiene uno igual.

—¿Dónde está él?

—En camino. Pero aún no entiende el costo. Tú sí. Tú ya has pagado con tu alma. Él todavía cree que esto es redimible.

Soledad se acercó al altar. Encima, una biblia cuyos textos estaban escritos al revés.

—¿Qué es esto?

—La historia antes de la historia. El manual del Testigo. El registro de quienes cruzaron… y no volvieron.

Soledad lo abrió.

En la primera página: su nombre.

En la segunda: Elías.

Y en la tercera…

—Lucía...

—Ella fue la primera. O al menos... la primera que sobrevivió.

—¿Qué quieres decir?

—Lucía fue parte del proyecto inicial. Nació dentro del primer umbral. No es una niña. Es una grieta. Una fractura entre realidades. Y ahora... ha empezado a buscar su hogar.

Soledad sintió que el altar temblaba.

—¿Qué significa eso?

—Que Elías no la salvará. A menos que tú le recuerdes quién es.

Esa noche, Elías durmió en su viejo cuarto. Pero ya nada era igual.

Soñó con el lago.

Con Ana de pie sobre el agua.

Y con Lucía flotando a su lado.

—No lo nombres —dijo Ana.

—No lo pienses —dijo Lucía.

Pero era tarde.

Elías ya lo había visto.

Y el Testigo... había recordado su rostro.

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