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PROYECTO QUIMERA: El Despertar

PROYECTO QUIMERA: El Despertar

Status: En proceso
Genre:Futuro / Sci-Fi / Juego del gato y el ratón / Amor-odio / Pareja destinada / Mundo de fantasía
Popularitas:618
Nilai: 5
nombre de autor: Mary Kastlex

En un mundo dónde el sol es un verdugo que hierve la superficie y desata monstruos.
Para los últimos descendientes de la humanidad, la noche es el único refugio.
Elara, una erudita con genes gatunos de la élite, vive en una torre de privilegios y olvido. Va en busca de Kael, un cínico y letal zorro carroñero de los barrios bajos, el único que puede ayudarla a encontrar el antídoto para salvar a su pequeño y moribundo hermano.

NovelToon tiene autorización de Mary Kastlex para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capitulo 10: El Mar Seco

Cuando el último de los acechadores fue abatido o huyó, un tenso silencio llenó la cabina.

—Buen disparo, erudita —dijo Kael, su voz contenía una nota de genuina sorpresa.

Desde el asiento del copiloto, Elara vio a Rhea mirándola a través del espejo retrovisor. No había calidez en su mirada, pero tampoco había desdén. Había, quizás por primera vez, una pizca de reconocimiento a regañadientes.

Consiguieron cruzar el resto del puente sin incidentes. Al llegar al otro lado, se detuvieron un momento y miraron hacia atrás, al Cementerio de Huesos. Habían superado otra prueba.

Ante ellos, el paisaje se abría. Las montañas y las ruinas daban paso a una interminable llanura de arena negra y cristalizada que brillaba bajo la noche.

—El Mar Seco —anunció Kael, su voz solemne—. A partir de aquí, no hay donde esconderse.

Entrar en el Mar Seco fue como navegar en un océano de noche perpetua. El "suelo" era una llanura interminable de sal negra agrietada y arena fusionada en obsidiana por el sol de siglos, tan plana y vasta que el horizonte era una línea perfecta y desoladora en 360 grados. El reptador se sentía como un barco solitario en un mar muerto.

El silencio era la característica más opresiva. Atrás quedaron los aullidos del viento en los cañones y el eco de las rocas. Aquí, el único sonido era el zumbido de su propio vehículo, un ruido que parecía subrayar su absoluta soledad. De vez en cuando, pasaban junto a los esqueletos titánicos de antiguas criaturas marinas, leviatanes cuyos huesos fosilizados se erigían como monumentos a un mundo ahogado, ahora exhumados y quemados.

El viaje se convirtió en una rutina hipnótica y agotadora. Noche tras noche, Kael o Rhea pilotaban, sus ojos fijos en la nada negra que se extendía ante ellos. Elara se había convertido en la navegante principal. Los sensores del reptador eran casi inútiles en esta llanura magnéticamente extraña, pero el artefacto Hydriano proyectaba su mapa tridimensional con una claridad imperturbable.

—Mantén un rumbo de 274 grados —decía ella, su voz tranquila en la penumbra de la cabina—. Deberíamos encontrar una cresta de sal en unos veinte kilómetros que nos servirá de refugio diurno.

Rhea, aunque nunca lo admitiría, había comenzado a confiar en las lecturas de Elara. La erudita se había ganado un respeto a regañadientes no con un arma, sino con el conocimiento. Sabía leer el mapa de un mundo muerto, y en ese lugar, esa habilidad era tan vital como el gatillo más rápido.

Durante uno de los períodos de descanso diurno, refugiados bajo una inmensa costilla de leviatán que proyectaba una sombra segura, encontraron pruebas de que no eran los primeros en intentar la travesía. Descubrieron los restos de otro reptador, medio enterrado en la sal. Estaba destrozado, no por Quimeras, sino reventado desde dentro.

—Presión —dijo Jax en voz baja mientras examinaba los restos—. El sol sobrecalentó el casco, el sistema de refrigeración falló y la presión del aire interior lo hizo estallar como una fruta podrida.

Dentro encontraron los cuerpos momificados de la tripulación, sus rostros congelados en una mueca de agonía. Fue un recordatorio sombrío y silencioso de que las Quimeras no eran el único enemigo. El más grande e implacable era el propio planeta.

Esa noche, el ambiente en la cabina era más pesado que de costumbre. La imagen de los exploradores muertos pesaba sobre todos ellos. Para romper la tensión, Elara activó el mapa estelar del artefacto. Un torbellino de estrellas antiguas llenó la cabina, diferente de las constelaciones que ahora veían en el cielo contaminado.

Kael se acercó, observando el holograma con una curiosidad que rara vez mostraba.

—¿Crees que de verdad nos están esperando ahí fuera? —preguntó, su voz más suave de lo normal—. ¿Los Hydrianos?

—No lo sé —admitió Elara—. Probablemente no. Pero su conocimiento sí. La prueba de que una vez pudimos construir cosas que no eran tumbas. A veces creo que no busco una cura, Kael. Busco un recuerdo. La prueba de que no siempre estuvimos rotos.

Él la miró, y en la suave luz azul del mapa estelar, ella vio algo más allá del cínico superviviente. Vio a un hombre que cargaba con el peso de toda la gente que no había podido salvar.

—Un recuerdo no detendrá a una Quimera, erudita.

—No —concedió ella—. Pero podría darnos una razón para seguir luchando contra ellas.

El viaje continuó durante dos noches más. El Mar Seco parecía no tener fin. Luego, en la tercera noche, algo salió mal. Un temblor recorrió el suelo, no un terremoto, sino una extraña vibración resonante que hizo que los dientes de todos castañetearan.

—¿Qué demonios es eso? —dijo Orion desde la torreta.

—¡Interferencia magnética masiva! —gritó Rhea, luchando con los controles—. ¡Todos los sistemas se vuelven locos! ¡El mapa de Elara es lo único que funciona!

El reptador se sacudió violentamente, y uno de los ejes de las ruedas delanteras cedió con un crujido metálico ensordecedor. El vehículo se desvió bruscamente, arando la sal negra antes de detenerse con una sacudida que los lanzó contra sus cinturones.

Jax se lanzó fuera para evaluar los daños, sus pequeñas herramientas ya en la mano. Regresó un momento después, con el rostro pálido.

—El eje de dirección está partido. Puedo arreglarlo, pero necesito tiempo. Al menos tres horas.

Todos miraron hacia el este. El horizonte ya mostraba la primera y delgada línea de color púrpura. El amanecer.

—¿Dónde está el refugio más cercano? —preguntó Kael, su voz peligrosamente tranquila.

Elara consultó el holograma, sus manos temblando. —Una red de cuevas... a diez kilómetros. Demasiado lejos. No llegaremos a tiempo, ni siquiera con el reptador a toda potencia.

Un silencio mortal cayó sobre la tripulación. Estaban atrapados. Atrapados en medio de la llanura más expuesta del planeta, con el sol, el verdugo definitivo, a punto de levantarse.

\*\*\*

En el Capitel, la noche no traía el alivio del fresco, sino el frío de la sospecha. Las luces de la Sala del Consejo ardían hasta altas horas, un faro de poder que ahora parpadeaba con ansiedad. Dentro, el Pretor Valerius, jefe de la seguridad de Ciudad Perdida, se encontraba ante un puñado de los líderes más importantes de la ciudad. Su rostro, anguloso y severo, no mostraba ninguna emoción mientras el holograma en el centro de la mesa mostraba sus hallazgos.

Entre los presentes estaba el padre de Elara, el Consejero Theron, cuya postura, normalmente orgullosa, ahora estaba encorvada por el peso de la vergüenza.

—No hay duda —dijo Valerius, su voz tan cortante como el cristal—. La brecha de seguridad fue interna. Los registros de la biblioteca muestran que la Consejera en formación, Elara, accedió a los esquemas de los sistemas de carga clausurados diecisiete veces en los dos ciclos previos al incidente. Esquemas que nadie había consultado en cincuenta años.

Una imagen holográfica apareció, mostrando el metraje de una cámara de seguridad en un pasillo poco transitado. La imagen estaba vacía, pero Valerius señaló una distorsión casi imperceptible cerca de una rejilla de ventilación.

—El sistema no registró a nadie, pero los sensores de polvo atmosférico detectaron movimiento. Un fantasma en la máquina. Un fantasma que sabía exactamente dónde no mirar. El mismo fantasma que desactivó los sensores de inventario del Almacén Primario durante exactamente treinta y ocho minutos, usando un código de anulación de emergencia al que solo alguien con acceso a los archivos de los Fundadores podría llegar.

Theron cerró los ojos, su rostro envuelto en una expresión de dolor.

—La desaparición de su hija, Consejero, coincidió precisamente con el robo del Almacén.—continuó Valerius, su tono profesional pero con un filo de acero—. El motivo es evidente: una debilidad sentimental. La enfermedad de su hermano Liam, y su conocida... simpatía por las causas de La Fosa. Ha cambiado la seguridad de nuestra ciudad por una cura milagrosa y un acto de rebelión juvenil.

Un silencio gélido llenó la sala. La sentencia estaba dictada.

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Kennedy Colina Dominguez
buenísimo e impecable/Casual/
Kennedy Colina Dominguez
la temática es interesante 👏👏
Marina Caffroni: Sigue los otross capitulosss plissss🥰
total 1 replies
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