El Alfa Y Su Luna Prohibida

Selene apenas había llegado a la oficina y se disponía a revisar su correo cuando Carla se asomó por encima del monitor con una sonrisa entre divertida y sorprendida.

—Te llegó una notificación directa de dirección general —canturreó, alzando la cejas de manera sugerente —Reunión privada con el CEO. Hoy. A las once.

Selene alzó la miró con extrañeza. Abrió el mensaje. Efectivamente, allí encontró una invitación firmada por Damián Blackwood en persona. Asunto: “Revisión de estrategias y propuestas comerciales”.

—¿Qué demonios...? —murmuró, entrecerrando los ojos.

—¿Será una trampa? ¿O el lobo feroz se cansó de gruñirte y quiere probar con flores? —bromeó Carla.

—Más bien parece que me quiere dar otra lección de autoridad... o desarmarme con uno de sus silencios pasivo-agresivos —replicó Selene, bufando— Aunque…

Se quedó pensativa unos segundos. Había algo extraño en ese correo. Damián no solía perder tiempo en reuniones individuales, y menos con alguien a quien parecía no soportar.

—¿Y si finalmente se dio cuenta de que estaba equivocado? —aventuró Carla.

Selene la miró como si hubiera dicho un disparate.

—¿Blackwood? ¿Reconociendo errores? Eso sería un verdadero acontecimiento.

Aun así, su estómago se contrajo con esa mezcla incómoda de curiosidad, rabia no resuelta... y algo más que no sabía identificar, o no quería.

Así que tres horas después, la muchacha guardó su tablet en el cajón d e su escritorio, se retocó los labios con discreción y se levantó con decisión.

—Vamos a ver qué quiere ahora el lobo feroz. —dijo haciendo suya la forma en la que Carla había llamado antes a Damián. Aunque lo que Selene no sabía era que, Carla no hablaba de manera figurativa sino literalmente, ya que ella formaba parte de la manada de Damián. Es decir Carla, era una mujer lobo, esposa del Gama de la manada y como también era bastante observadora había notado esa tensión creciente entre su Alfa y su amiga.

La sala de reuniones del piso ejecutivo estaba vacía cuando Selene llegó. Por un momento pensó que él la haría esperar como castigo velado, pero apenas dos minutos después, la puerta se abrió y Damián entró.

Sin asistentes. Sin Marcus. Solo él.

Llevaba un traje gris oscuro que destacaba cada músculo de su cuerpo y una expresión contenida. Ni fría ni cordial. Solo... indescifrable.

—Señorita, Montero —saludó inclinando la cabeza, con tono neutro mientras tomaba asiento frente a ella.

Selene se mantuvo firme, aunque no podía evitar que su mirada se desviara de vez en cuando de sus ojos al resto de él.

—Me sorprendió su...invitación.

—Lo sé —admitió Damián, cruzando los dedos sobre la mesa— Bueno...en primer lugar quería comentarle que, es probable que no haya sido justo en nuestras últimas interacciones. Que haya sido... más exigente de lo necesario —soltó él de manera sistemática, sabiendo que si no lo decía así, no habría manera.

Selene entrecerró los ojos. No podía creer lo que escuchaba.

—¿Eso es una disculpa, señor Blackwood?

—Es lo más cercano que va a conseguir, señorita Montero —respondió mientras sus labios formaban algo parecido a una media sonrisa demasiado forzada.

Ella lo miró en silencio. Algo en él era distinto. No menos intimidante, pero sí un poco más… abierto. Vulnerable, incluso. Pero solo un poco.

—Entonces supongo que esto también es una oportunidad para que me escuche realmente —dijo ella con calma —Porque si vuelve a ignorar mis propuestas solo por orgullo, no voy a seguir tolerándolo.

—Lo sé —dijo Damián— Por eso quiero que sea usted quien prepare la próxima estrategia de trabajo.

Selene lo observó. Le costaba creerlo, pero... ahí estaba. El mismo hombre que la había hecho rabiar durante varios días, ahora pidiéndole, a su manera, una tregua.

Y, aunque aún sentía la rabia latente, también sintió algo más: una chispa de satisfacción.

Porque, al final, ella había tenido razón. Y no solo eso, había logrado lo que nadie...

Que Damián Blackwood se disculpara.

—Muy bien, acepto —dijo— Pero quiero que cuando se la presente escuche con los dos oídos. No con el ego.

—Trato hecho —respondió Damián, inclinándose apenas hacia ella. Luego le contó en que consistía él nuevo trabajo, ella lo oía, tomaba notas mentales, hasta que él terminó de hablar. Entonces la muchacha comenzó a explicarle lo que había ideado en esos pocos minutos.

Y mientras Selene comenzaba a explicar, él la observaba con una atención inusual, preguntándose por qué demonios esa mujer lo irritaba tanto... y lo atraía aún más.

Una combinación peligrosa.

Una tentación imposible.

Desde el pasillo, a escasos metros de la puerta entreabierta de la sala de reuniones ejecutiva, Marcus se asomó con disimulo. Sujetando una carpeta que no tenía ninguna intención real de entregar, se quedó de pie, como si estuviera esperando para entrar a la sala y observó con detenimiento la escena.

Damián estaba inclinado ligeramente hacia Selene, mirando atentamente, casi hipnotizado, mientras ella explicaba con firmeza y seguridad las ideas que se le habían ocurrido de acuerdo a lo que el CEO acababa de decirle. Había gestos, miradas sostenidas, silencios que hablaban más de lo que ambos querían admitir.

Marcus sonrió con la comisura de los labios, negando suavemente con la cabeza.

—Bueno, bueno… al fin, maldito terco —murmuró para sí, en un susurro apenas audible— Te atrapó. Y ni siquiera lo ves venir.

Era la primera vez en años, ¿cuántos? ¿diez? ¿quince?, en realidad nunca había pasado. Ellos se conocían desde siempre y jamás había visto a Damián interesado en alguien más allá del deber, el negocio o el deber con la manada. Y él como Beta podía notar que no era una atracción cualquiera, fugaz y superficial. No. Aquello tenía el sello del destino escrito en cada mirada cargada de tensión, en cada réplica que se lanzaban como espadas, en cada silencio eléctrico que se extendía demasiado.

Marcus se apartó de la puerta en silencio, aún sonriendo.

—Claro que tenía que ser alguien como ella —pensó— Fuerte, desafiante, inteligente... completamente capaz de ponerlo en su lugar cuando haga falta.

Y con esa pequeña satisfacción de quien acaba de confirmar una teoría largamente sospechada, se dirigió hacia su oficina, dispuesto a preparar su siguiente movimiento: hacer que su obstinado amigo dejara de resistirse a lo inevitable.

Porque, aunque Damián fuera un Alfa feroz, el destino acababa de meterle una Luna en el camino.

Y esa Luna llevaba nombre y apellido: Selene Montero.