Pia es vendida por sus padres al clan enemigo para salvar sus vidas. Podrá ser felíz en su nuevo hogar?
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capítulo 19
La mañana había comenzado sin sobresaltos. El cielo gris presagiaba tormenta, pero Leonardo no creía en señales. Ya había tenido suficientes batallas como para dejarse intimidar por una nube o un mal presentimiento.
Vestido con su habitual traje negro, ajustado y pulcro, se miró al espejo por última vez antes de bajar. Francesco lo esperaba en el hall con el celular en una mano y los lentes oscuros en la otra.
—¿Todo listo? —preguntó Leonardo, sin siquiera saludar.
—Sí, jefe_ le respondió a su primo_El auto está afuera. La reunión con los abogados de Milano es a las once. Si salimos ahora, llegamos justo.
Leonardo asintió con un gesto seco. Apenas bajó los escalones, miró de reojo la puerta del cuarto de Pia. Estaba cerrada, silenciosa. Sintió una punzada en el pecho, pero no dijo nada. No era momento de dejarse llevar por pensamientos personales. Mucho menos por ella, cuando todavía lo miraba con desprecio.
—Vamos —ordenó.
Salieron de la mansión. El viento soplaba fuerte y el cielo tenía ese tono plomizo que anticipaba la lluvia. Subieron a la camioneta blindada, uno de los vehículos más seguros del clan. Francesco al volante, dos hombres armados detrás, y Leonardo en el asiento del acompañante, revisando papeles.
Todo parecía rutinario.
Pero el destino, a veces, espera en las sombras.
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No habían recorrido ni diez cuadras cuando Francesco recibió una alerta por radio.
—Calle 38 y Via Sorelli… movimiento sospechoso. Unos autos parados, sin placas visibles.
Leonardo alzó la vista.
—¿Coincide con nuestra ruta?
—Afirmativo —respondió Francesco, con tensión en la voz—. ¿Querés que desviemos?
Leonardo pensó por un segundo. Era territorio neutral. En teoría.
—No. Mantené la ruta. Si alguien nos está esperando, quiero saber quién.
Francesco lo miró de reojo, con ese gesto que le decía “estás loco”. Pero no insistió.
La camioneta giró en la esquina indicada. Durante un instante, el silencio lo llenó todo. Ni una bocina, ni una moto. Nada.
Y entonces, estalló el caos.
Tres camionetas negras aparecieron desde callejones opuestos, bloqueando el paso. Un segundo después, los primeros disparos retumbaron en el aire, cortando el silencio como cuchillos en carne viva.
—¡Emboscada! —gritó uno de los hombres de Leonardo, mientras respondía el fuego desde la ventanilla trasera.
El vidrio del lado de Leonardo se astilló en mil pedazos. Francesco maniobró el vehículo como pudo, pero estaban rodeados. Los Mancini. No había duda.
—¡Cubrite! —gritó Francesco, sacando su arma.
Leonardo desenfundó su pistola y abrió la puerta de golpe, protegiéndose tras el motor de un auto estacionado. El corazón le latía con fuerza, pero su pulso seguía firme. Había vivido esto antes. Sabía cómo reaccionar. Pero algo, esta vez, se sentía distinto. Más personal. Más letal.
Los disparos no cesaban. Uno de los hombres de Leonardo cayó al suelo, sangrando por el abdomen. Francesco disparaba con precisión, pero eran superados en número.
Leonardo logró abatir a dos enemigos. Estaban armados hasta los dientes, con chalecos y fusiles. No era un simple ataque. Era una venganza organizada.
Una ráfaga rozó su hombro. Otra impactó contra el capó del coche. Y entonces, lo sintió.
Un golpe seco, directo al pecho.
El mundo se detuvo por un segundo. Leonardo tambaleó hacia atrás, sin aire. El dolor era insoportable, como si le arrancaran el corazón con un hierro caliente. Intentó llevarse la mano al pecho, pero sus dedos temblaban.
Cayó de rodillas.
—¡Leonardo! —gritó Francesco, viéndolo desplomarse.
Los sonidos se volvieron lejanos, amortiguados. Solo escuchaba su respiración, entrecortada, densa. La sangre comenzó a empaparle la camisa blanca, manchando el negro impecable del traje.
El tiroteo seguía. Pero para Leonardo, todo se volvía cada vez más borroso.
Pensó en Pia.
En su mirada llena de rabia.
En lo último que le dijo: “Te tengo miedo”.
Y ahora, así, tirado en la calle como un animal, se preguntó si ese era el final que merecía.
Francesco corrió hacia él, arrastrándose por el suelo. Se lanzó sobre su cuerpo, lo revisó con las manos temblorosas.
—¡Jefe! ¡Leonardo, no me hagas esto!
La bala había entrado por debajo de la clavícula izquierda. El sangrado era abundante, pero todavía tenía pulso.
—¡Llamen a la médica! ¡Ahora! —gritó Francesco, apuntando hacia los suyos mientras protegía el cuerpo de su primo.
El resto del equipo logró repeler a los atacantes tras una feroz resistencia. Los Mancini huyeron dejando cuerpos y fuego tras de sí.
Francesco no se apartó un segundo. Sujetaba a Leonardo contra su pecho, presionando la herida.
—Aguantá, por favor. Te lo ruego —susurraba.
Leonardo apenas podía hablar. Cada intento era un esfuerzo brutal.
—Pia… no… —musitó, con dificultad.
—No hables. Vamos a sacarte de acá —dijo Francesco, ya con lágrimas en los ojos.
La ambulancia privada del clan llegó a los cinco minutos. Lo subieron en una camilla, enchufado a oxígeno, con la vida colgando de un hilo.
Francesco subió con él, sin soltarle la mano.
Autora te felicito eres una persona elocuente en tus escritos cada frase bien formulada y sutil al narrar estos capitulos