Cecil Moreau estaba destinada a una vida de privilegios. Criada en una familia acomodada, con una belleza que giraba cabezas y un carácter tan afilado como su inteligencia, siempre obtuvo lo que quería. Pero la perfección era una máscara que ocultaba un corazón vulnerable y sediento de amor. Su vida dio un vuelco la noche en que descubrió que el hombre al que había entregado su alma, no solo la había traicionado, sino que lo había hecho con la mujer que ella consideraba su amiga.
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CAPITULO 16
Capítulo 16.
Después de un día de estrés laboral, Cecil estaba nerviosa. Aunque siempre se mostraba como una mujer segura, esa noche era especial. Quería sorprender a Adrien, compensarlo por el tiempo que habían perdido mientras ella se sumergía en los asuntos empresariales. Lo amaba profundamente y sentía que era momento de dar un paso más en su relación. Con ayuda de los empleados de la mansión, organizó una cena romántica en el jardín.
Luces cálidas iluminaban la mesa para dos, rodeada de flores y decorada con detalles que reflejaban el gusto de Adrien. Se aseguró de que todo estuviera perfecto, desde el menú hasta la música suave que llenaría el ambiente. Finalmente, pidió a su tía que les diera privacidad; no quería interrupciones.
Eligió con cuidado su atuendo: un vestido rojo que acentuaba su figura y dejaba entrever una faceta más atrevida de ella. Complementó el conjunto con una fina lencería, que escogió con una mezcla de nervios y emoción. Esa noche, estaba decidida a mostrarse como nunca antes.
Adrien llegó poco después de recibir su mensaje. Había notado que Cecil estaba distante en los últimos días, aunque siempre le aseguraba que todo estaba bien, su corazón se llenó de alegría tras leer aquel mensaje. Llego a la mansión y fue guiado al jardín, y al contemplar la escena, quedó impactado, él no esperaba algo así.
Contemplaba la mesa hermosamente decorada cuando Cecil apareció, sus ojos no pudieron apartarse de ella. Su cabello caía en suaves ondas sobre sus hombros, y el vestido rojo la hacía ver deslumbrante. Antes de que pudiera decir algo, Cecil lo recibió con un beso apasionado, cargado de deseo. Cuando se separaron, apenas recuperando el aliento, ella le susurró con una sonrisa pícara:
—Esperemos al postre.
Durante la cena, la conversación fue ligera y divertida, pero Cecil no dejaba de insinuar sus intenciones. Sus caricias furtivas bajo la mesa encendían aún más a Adrien, quien apenas podía contenerse. Su compostura y paciencia se tambaleaban, pero respetaba el ritmo de ella y lo que significaba para Cecil dar este paso. Después de terminar el postre, ambos decidieron caminar por el jardín. La noche era perfecta: una suave brisa acariciaba sus rostros, y la luz de la luna bañaba el paisaje con un resplandor plateado.
En un momento, Adrien se detuvo. No pudo resistir más. Tomó a Cecil por la cintura y la atrajo hacia él. Sus labios se encontraron en un beso apasionado, cargado de amor y deseo. Cecil respondió con la misma intensidad, y poco a poco se dejaron llevar por el momento.
El suelo cubierto de césped y rodeado de plantas fue su escenario. La ropa fue desapareciendo, y sus cuerpos se unieron en un acto de amor puro y desinhibido. Adrien se tomó el tiempo para besarla, bajo un poco el ritmo cuando el momento de ingresar llego, quería que lo disfrutara tanto como él.
¿Estas segura de esto? Pregunto usando su fuerza de voluntad, pero ella estaba más que lista y su repuestas fue pegar sus caderas más a él y instarlo a entrar de una buena vez, pronto los sonidos de su pasión se escucharon en el jardín, Cecil se entregó completamente, dejando atrás sus miedos y sus heridas. Por primera vez en mucho tiempo, se permitió sentir y amar sin reservas.
Adrien la sostuvo entre sus brazos, susurrándole palabras de amor eterno mientras sus caricias hablaban por ellos. La luna fue su única testigo, iluminando sus almas mientras se prometían mutuamente amor y apoyo incondicional. Cuando todo terminó, permanecieron abrazados bajo el cielo estrellado, disfrutando del calor de sus cuerpos y la paz que solo ellos podían ofrecerse. Esa noche marcó un nuevo comienzo, no solo para su relación, sino para Cecil, quien entendió que había encontrado en Adrien un verdadero compañero.
El acto de amor bajo la luz de la luna había sido mágico, pero mientras el éxtasis se desvanecía, Cecil comenzó a sentir un leve rubor cubrir su rostro. De repente, fue plenamente consciente de que estaba desnuda frente a Adrien. A pesar de lo mucho que confiaba en él, las cicatrices en su cuerpo eran algo que aún no había aprendido a aceptar del todo. Eran marcas de un pasado doloroso, heridas visibles que llevaban consigo recuerdos de sus días en la cárcel.
Adrien, siempre atento a sus emociones, notó su incomodidad. Con un gesto lleno de ternura, la tomó entre sus brazos y comenzó a besar cada una de las cicatrices. Primero una en su brazo, luego una en su hombro, y finalmente la más notoria en su costado. Cada beso era un recordatorio de cuánto la amaba y respetaba.
—Eres hermosa, Cecil —le susurró entre besos—. Estas marcas no son defectos; son prueba de tu fortaleza. Eres la mujer más increíble que he conocido, y estas cicatrices solo hacen que te ame más.
Sus palabras derritieron las inseguridades de Cecil. No pudo evitar que sus ojos se llenaran de lágrimas, pero esta vez no eran de tristeza, sino de alivio y gratitud. En Adrien había encontrado algo que no creía posible: aceptación total y amor puro. Entre besos y caricias, comenzaron a vestirse lentamente. Adrien la ayudaba con los pequeños botones de su vestido mientras dejaba suaves besos en su cuello. Ella, por su parte, arreglaba su cabello, pero no podía evitar reír entre nervios por cómo ambos intentaban volver a verse presentables después de su apasionado encuentro.
Cuando finalmente estuvieron listos, Adrien tomó su chaqueta y se dispuso a marcharse. Aunque había disfrutado cada segundo con Cecil, pensaba que era mejor dejarla descansar después de una noche tan intensa. Sin embargo, en la puerta de la mansión, Cecil lo detuvo tomándolo de la mano.
—No te vayas —le dijo en un susurro que era casi un ruego.
Adrien la miró con sorpresa, pero también con dulzura.
—¿Estás segura? No quiero incomodarte.
—Mi tía no está —respondió, desviando la mirada mientras sus mejillas se sonrojaban—. Y… quiero dormir entre tus brazos.
Adrien dudó por un momento. Aunque él era un hombre de principios, no podía resistirse a esos ojos que parecían implorarle quedarse. Finalmente, asintió y acarició su rostro con ternura.
—Está bien, Cecil. Si es lo que quieres, me quedaré contigo.
Ella sonrió con alivio y lo guio de regreso al interior de la mansión. Subieron juntos a su habitación, donde el ambiente era cálido y acogedor. Cecil se acurrucó en su pecho mientras Adrien la rodeaba con sus brazos fuertes y protectores. Por primera vez en mucho tiempo, Cecil se sintió completamente en paz. Con la respiración tranquila de Adrien como su melodía y el calor de su cuerpo como refugio, cerró los ojos y se dejó llevar por un sueño profundo y reparador.
Mientras tanto, Adrien la observaba dormir. No podía evitar pensar en lo afortunado que era por tener a una mujer como ella en su vida. Sabía que Cecil había atravesado un infierno, pero también estaba seguro de que juntos podrían enfrentar cualquier desafío que se presentara en el futuro. Esa noche no fue solo un paso más en su relación, sino una confirmación de que ambos estaban listos para construir un futuro juntos, dejando atrás las sombras de sus pasados y abrazando un amor que los fortalecía.