Adaptándome A Mi Nueva Vida

Capítulo 7

Después de varios días enclaustrada en esa habitación, finalmente me dieron permiso para salir. No es que me estuviera muriendo por la libertad, pero la verdad es que la idea de respirar aire fresco, ver el mundo más allá de esas cuatro paredes, no me parecía tan mala idea. Diana, siempre detrás de mí como una sombra, no me dejaba ni un segundo sola. Parecía más un carcelero que una sirvienta, pero al menos no la veía como la villana de esta historia...

El jardín era enorme, tan grande que me sentí como una niña pequeña viendo el mundo por primera vez. Las flores, los árboles, la luz del sol, todo era tan nuevo para mí, tan refrescante. Caminaba por allí como si fuera mi propio reino, disfrutando de cada rincón, cada brisa. —¡Mira esto! — exclamé mientras me acercaba a un arbusto en flor, agachándome para tocar las hojas. Era como si no tuviera nada que perder, como si todo eso fuera mío para explorar.

Diana, claro, no estaba tan emocionada como yo. Ella corría detrás de mí, con una expresión entre desesperada y resignada, intentando hacerme recordar que, bueno, yo no era una chica cualquiera. ¡Era la Duquesa! Tenía que comportarme como tal. Mis zapatos, de hecho, seguían en sus manos porque yo había decidido que lo primero que quería hacer era correr por el jardín sin zapatos. ¿Para qué? Estaba disfrutando de la vida, por fin.

—Duquesa, por favor, se lo ruego, póngase los zapatos. No puede caminar descalza por el jardín— me decía con tono suplicante.

Me reí, mirando la manera en que ella trataba de convencerme. Me sentía como una niña traviesa, mientras que ella, como una niñera estricta, se esforzaba por mantener las apariencias. Parecía que éramos dos niñas en un campo, una sin preocupaciones y la otra tratando de que todo fuera perfecto.

—¿De verdad crees que me van a echar por estar descalza? — le pregunté, riendo alegremente

Diana soltó un suspiro, pero no dijo nada más. Sabía que no iba a ganar esa batalla. Al final, me tumbé en el pasto, mirando el cielo azul que se extendía sobre mí como un lienzo infinito. Me quedé allí un rato, simplemente disfrutando de la paz que me rodeaba, de la calma que ese jardín me ofrecía. Había algo en todo eso que me hacía pensar, como si, tal vez, no estuviera tan mal vivir de esta manera. Era una vida tranquila, sin la necesidad de correr detrás de un caso tras otro, sin tener que preocuparme por salvar el día. Quizá esto no fuera tan terrible.

Pero entonces, recordé la parte importante: el hombre con el que me había casado. ¡El Duque! Un hombre con el que ni siquiera podía hablar sin que todo fuera incómodo. No podía estar casada con un hombre así. No por la riqueza ni por el título, sino por la falta de conexión real. No podía compartir mi vida con alguien que ni siquiera me tocaba. ¿Qué clase de matrimonio era ese? No, definitivamente no iba a quedarme atrapada en esa vida. Podía disfrutar del jardín, de la paz y del lujo, pero el matrimonio era otro asunto.

Me levanté con determinación, como si me hubiera decidido de repente. Diana me miró sorprendida, y sin decir una palabra, empezó a caminar a mi lado mientras yo volvía hacia la mansión, descalza, por supuesto. No había logrado que me pusiera los zapatos, pero al menos parecía haberse dado por vencida. Cuando llegamos a la habitación, me senté en el escritorio, viendo el montón de papeles antiguos y plumas sobre la mesa. ¡Qué cosas tan anticuadas! ¡¿De qué siglo era este lugar?! Necesitaba una laptop o algo más moderno para organizar mi vida, pero no, aquí estaba, lidiando con plumas, tinta y papeles. ¡Una locura!

Busqué una hoja en blanco, tomé la pluma, y escribí lo primero que se me ocurrió, con letras grandes y claras:

“Primer paso: averiguar cómo me divorcio.”

Lo miré por un momento, sintiendo una extraña satisfacción al ver cómo algo tan simple estaba al menos en proceso. No iba a quedarme en este lugar para siempre, no casada con un hombre al que no le importaba ni un poco.

Diana estaba parada detrás de mí, mirándome con curiosidad, pero no dijo nada. Era como si estuviera acostumbrada a ver mis decisiones extrañas sin hacer preguntas. Aunque, por el tono en su rostro, sabía que quería preguntar, pero se aguantó. Al final, me levanté y la miré con una sonrisa burlona.

—¿Qué opinas? —le pregunté, señalando el papel. — ¿Demasiado atrevido, o debería hacer un plan más largo con más detalles? —

Diana sonrió levemente, como si estuviera conteniendo una risa, pero no dijo nada. No tenía que decirlo. Sabía que me estaba observando, viendo cómo me enfrentaba a este nuevo mundo y a todo lo que me esperaba. Un poco de humor y una dosis de valentía eran mi único refugio en este mar de confusión.

—Lo importante, Duquesa, es que usted sea feliz con su decisión—respondió con una sonrisa tímida.

Me giré hacia la ventana, observando el jardín de nuevo. Todo parecía estar bajo control… pero sabía que aún quedaba mucho por descubrir.

El primer paso ya estaba dado. Y a partir de aquí, solo podía ir hacia adelante.