"Sin Reglas"
París Miller, hija de padres ausentes, ha pasado su vida rompiendo reglas para llamar su atención. Después de ser expulsada de todas las escuelas, sus padres la envían a una escuela militar dirigida por su abuelo. París se niega, pero no tiene opción.
Allí conocerá a Maximiliano, un joven oficial obsesionado con las reglas. El choque entre ellos será inevitable, pero mientras París desafía todo, Maximiliano deberá decidir si seguir el orden... o aprender a romper las reglas por ella.
Una comedia romántica sobre rebeldes, reglas rotas y segundas oportunidades.
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capítulo 8
Llegar a la casa de mi abuela fue como entrar en un set de película de época: todo era lujo, drama y caos organizado. Apenas crucé la puerta, ella ya tenía a un ejército de médicos esperándome. ¿Qué tan grave podía ser mi escape como para justificar un chequeo médico completo? Pero, claro, mi abuela nunca hace nada a medias.
Mientras los médicos me pinchaban, tomaban muestras y me hacían preguntas interminables, ella caminaba de un lado a otro de la habitación, hablando con una intensidad que hacía temblar las paredes.
— ¡Ese hombre es un monstruo! — exclamó, apuntando con su dedo al aire como si mi abuelo estuviera presente. — ¡Mandar a mi nieta a ese lugar horrible! Te lo juro, París, si no fuera por mí, quién sabe dónde estarías.
— Abuela, estoy bien — intenté calmarla, aunque mi voz apenas se escuchaba entre sus gritos y las órdenes que daba a los médicos.
— ¿Bien? ¡Mírate! — dijo, señalándome dramáticamente. — Desnutrida, deshidratada… ¿Qué más te han hecho en ese lugar? Ese hombre es peor que un tirano, es un… ¡déspota!
No pude evitar soltar una risita. Mi abuela estaba en su elemento: maldecir a mi abuelo parecía ser su deporte favorito, y ahora tenía una excusa perfecta para hacerlo.
— Abuela, de verdad, exageras. No es para tanto.
Ella se detuvo y me miró como si acabara de decir que el cielo no era azul.
— ¿Exagero? ¿Yo? — Su tono era de pura incredulidad. — Querida, tu abuelo va a enloquecer cuando descubra que no estás en el internado. Y lo voy a disfrutar como no tienes idea.
Levantó la barbilla con orgullo, y por un momento, me recordó un poco a mí misma. Tal vez esa actitud dramática y rebelde la había heredado de ella.
Finalmente, los médicos terminaron con sus pruebas y me dejaron descansar. Mientras me recostaba en el sofá gigante de la sala, no podía evitar imaginarme a mi abuelo perdiendo la cabeza al descubrir que no estaba en el internado. Probablemente convocaría a todo el personal para buscarme, revisaría cada rincón y exigiría respuestas.
La idea me hacía sonreír. Por primera vez en mucho tiempo, tenía el control.
Mi abuela se sentó a mi lado, acariciándome el cabello como si aún fuera una niña pequeña.
— No te preocupes, cariño. Aquí estás a salvo. Nadie te va a obligar a nada mientras estés conmigo.
Sonreí agradecida, pero en el fondo sabía que esta paz no iba a durar para siempre. Mi abuelo no se iba a quedar de brazos cruzados, y aunque mi abuela disfrutara el caos, tarde o temprano iba a haber consecuencias.
Pero por ahora, no me importaba. Por primera vez en meses, podía respirar tranquila. Y eso era suficiente.
[...]
Desde el Internado Militar
El silencio que solía dominar el internado en las primeras horas de la mañana fue reemplazado por un ambiente cargado de tensión. Desde que descubrieron que París no estaba en su habitación, todo el lugar se convirtió en un caos.
Maximiliano fue el primero en notar algo extraño. Cuando hizo su rutina de revisar los dormitorios, encontró la cama de París perfectamente arreglada, pero sin señales de ella. Algo no cuadraba.
— Esto no puede ser — murmuró para sí mismo, su ceño fruncido.
Primero pensó que tal vez estaba en los baños o que había salido a desayunar, pero cuando nadie pudo decirle dónde estaba, una sensación de inquietud lo invadió. Su entrenamiento le había enseñado a mantener la calma en situaciones de emergencia, pero esto era diferente. París era un caso especial.
— ¡Quiero que revisen cada rincón! — ordenó con voz firme, mientras los otros superiores comenzaban a movilizarse.
El director, el abuelo de París, fue informado casi de inmediato. Su reacción fue explosiva.
— ¡¿Qué significa esto?! — rugió desde su despacho, golpeando la mesa con el puño. — ¡Es imposible que haya salido sin que nadie lo notara!
Nadie se atrevía a mirarlo directamente. Su semblante era aterrador, y la tensión en el ambiente era palpable.
Maximiliano se acercó al director con pasos firmes, intentando mantener la compostura.
— Señor, hemos revisado el edificio principal y las áreas comunes. Parece que… ha salido del internado.
El abuelo de París lo fulminó con la mirada.
— ¿Cómo es posible? ¿No se supone que eres uno de los más competentes aquí?
— Estoy haciendo todo lo posible para encontrarla, señor — respondió Maximiliano, aunque por dentro estaba frustrado. Él mismo no podía entender cómo París había logrado escapar sin dejar rastro.
Mientras tanto, los internos murmuraban entre ellos. Algunos decían que la habían visto salir al patio anoche, pero nadie podía confirmar nada. Las tres compañeras de cuarto de París estaban especialmente nerviosas. Sabían más de lo que decían, pero ninguna quería ser la primera en hablar.
— ¿Crees que realmente se fue? — susurró una de ellas a la otra, mirando de reojo a Maximiliano, que parecía listo para explotar en cualquier momento.
— ¿Y qué crees que va a pasar cuando se den cuenta de que sabíamos algo? — respondió otra, temblando.
La búsqueda se intensificó. Revisaron las cámaras de seguridad, pero el sistema era tan viejo que apenas funcionaba. Cada rincón del internado fue inspeccionado, pero París no estaba.
Para Maximiliano, la situación era una mezcla de frustración y preocupación. No podía sacarse de la cabeza la imagen de París, esa chica torpe y rebelde que, de alguna manera, había logrado burlarlos a todos.
— No puede haber ido muy lejos — pensó, tratando de convencerse. Pero una parte de él sabía que, si alguien podía hacer algo así, era París.
El director estaba perdiendo la paciencia.
— ¡Si no la encuentran en las próximas horas, llamaré a la policía! — exclamó, su voz resonando por todo el edificio.
Maximiliano apretó los puños. No era solo su deber encontrarla; había algo más que lo impulsaba. Aunque nunca lo admitiría, sentía una conexión extraña con París, una mezcla de admiración y exasperación que lo mantenía inquieto.
Mientras el sol se alzaba más en el horizonte, el internado entero seguía patas arriba. Nadie podía encontrar a París, y cuanto más tiempo pasaba, más claro quedaba: ella no tenía intención de volver.