Traicionada por su propia familia, usada como pieza en una conspiración y asesinada sola en las calles... Ese fue el cruel destino de la verdadera heredera.
Pero el destino le concede una segunda oportunidad: despierta un año antes del compromiso que la llevaría a la ruina.
Ahora su misión es clara: proteger a sus padres, desenmascarar a los traidores y honrar la promesa silenciosa de aquel que, incluso en coma, fue el único que se mantuvo leal a ella y vengó su muerte en el pasado.
Decidida, toma el control de su empresa, elimina a los enemigos disfrazados de familiares y cuida del hombre que todos creen inconsciente. Lo que nadie sabe es que, detrás del silencio de sus ojos cerrados, él siente cada uno de sus gestos… y guarda el recuerdo de la promesa que hicieron cuando eran niños.
Entre secretos revelados, alianzas rotas y un amor que renace, ella demostrará que nadie puede robar el destino de la verdadera heredera.
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Capítulo 24
El sol de la mañana atravesaba las altas ventanas del tribunal, iluminando el rostro sereno de Serena Valente. Sentada al lado de Cássio, ella asistía a la audiencia que sellaría el destino de Isabela Farias. La falsa heredera estaba esposada, rodeada por policías, pero aún así sostenía una sonrisa venenosa. El blanco del uniforme carcelario contrastaba con los cabellos despeinados, y sus ojos chispeaban como los de una serpiente a punto de atacar.
— Señora Isabela Farias — dijo el juez, la voz firme resonando por la sala —, ante las pruebas presentadas, los testimonios recogidos y las imágenes que confirman su participación en fraudes, manipulaciones e intentos de homicidio, su prisión preventiva será convertida en reclusión hasta el juicio definitivo.
Un murmullo recorrió la sala. Serena se mantuvo erguida, sin demostrar emoción, pero por dentro el corazón latía en triunfo contenido. Isabela finalmente estaba donde merecía.
Al oír la sentencia, la falsa heredera no se calló. Rió fuerte, un sonido amargo que resonó por las paredes. — ¿Ustedes creen que han ganado? — dijo, girando el rostro en dirección a Serena. — Yo puedo estar aquí, encadenada, pero las cadenas no borran lo que yo sé. No borran lo que aún puedo hacer.
Serena sostuvo su mirada, firme. — La diferencia, Isabela, es que ahora todos vieron quién eres realmente. La máscara cayó.
Isabela inclinó la cabeza, sonriendo con crueldad. — Las máscaras siempre pueden ser cambiadas. Y usted debería saberlo: no siempre la sociedad cree en lo que ve.
Antes de que pudiera continuar, los policías la arrastraron hacia afuera. Pero incluso mientras desaparecía por el corredor, su risa permanecía, como un veneno flotando en el aire.
Afuera del tribunal, periodistas cercaron a Serena y Cássio. Flashes iluminaban sus rostros, preguntas eran lanzadas de todos los lados. Cássio levantó la mano, pidiendo silencio.
— No necesitamos discursos largos — dijo, la voz firme e imponente. — Hoy la justicia habló. Pero nuestra lucha no ha terminado. Aún hay mucho que reparar.
Serena complementó, la voz clara y segura: — No luchamos solo por el nombre Valente o por la empresa. Luchamos por lo que es correcto. Y no vamos a parar hasta que todos los culpables sean expuestos.
El pronunciamiento breve, pero incisivo, resonó en los titulares del día siguiente. La imagen de la pareja lado a lado se consolidaba como símbolo de resistencia.
Pero la victoria no era completa. Tras bambalinas, Augusto trajo noticias preocupantes. — La prisión de Isabela sacudió a los primos, pero no los destruyó. Aún tienen recursos, aún tienen hombres fieles. Y… — hizo una pausa, hesitante — rumores dicen que Isabela continúa comunicándose incluso tras las rejas.
Serena frunció el ceño. — ¿Cómo?
— Notas, abogados, visitas. La prisión puede haberle quitado la libertad, pero no la lengua.
Cássio se apoyó en la mesa, la mirada sombría. — Entonces necesitamos actuar rápido. Mientras ellos se reorganizan, consolidamos nuestro poder.
Fue lo que hicieron. En los días siguientes, Serena y Cássio asumieron el mando de la empresa con firmeza. Reunieron accionistas, presentaron nuevas estrategias de crecimiento, mostraron balances transparentes. La confianza comenzó a reconstruirse, y los inversores volvieron a apostar en el imperio.
Serena, con su voz clara y presencia magnética, conducía las reuniones, mientras Cássio, incluso aún en recuperación, hacía intervenciones puntuales que recordaban a todos por qué él era temido y respetado. Cada día, el legado de la verdadera heredera se consolidaba.
Pero por la noche, cuando la mansión se sumergía en el silencio, Serena aún sentía el peso de la sombra de Isabela. Acostada al lado de Cássio, confesó lo que le corroía el pecho.
— Incluso presa, la siento cerca. Es como si ella aún estuviera aquí, observando, esperando el momento de atacar.
Cássio la envolvió con el brazo, atrayéndola hacia sí. — Ella perdió, Serena. Por más que patalee, está tras las rejas.
— No viste sus ojos hoy — murmuró, con la voz embargada. — Era como si estuviera prometiendo algo.
Él besó su frente, firme. — Entonces que prometa. Nosotros cumplimos. Y es eso lo que nos diferencia.
En la prisión, Isabela realmente no descansaba. Sentada en la cama dura, garabateaba notas con una caligrafía apresurada, que eran pasadas discretamente a abogados corruptos. Sus ojos ardían de rabia, pero también de estrategia.
— Ellos piensan que me vencieron… — susurró para sí misma. — Pero aún tengo amigos allá afuera. Aún tengo armas. Y, cuando menos lo esperen, voy a arrancarle a Serena aquello que ella más ama.
Mientras el veneno se esparcía tras las rejas, Serena y Cássio trabajaban incansablemente. En una noche lluviosa, reunieron a sus padres y a Augusto en la sala principal de la mansión.
— Necesitamos pensar en el próximo paso — dijo Serena, esparciendo informes sobre la mesa. — Destruimos a Isabela, pero los primos aún andan sueltos. No podemos esperar que ataquen primero.
Cássio asintió. — Estoy de acuerdo. El golpe final necesita ser calculado, definitivo.
El padre de Serena, hasta entonces en silencio, habló con voz grave. — Hija, recuerda una cosa. No basta con derribar enemigos. Es preciso reconstruir después. Si te enfocas solo en venganza, acabarás vacía.
Serena respiró hondo, absorbiendo las palabras. Había en ellas un eco de la verdad que temía encarar. Hasta ahora, había vivido movida por el deseo de corregir el pasado, de vengar su muerte anterior. Pero tal vez fuera hora de pensar también en el futuro.
Al terminar la reunión, se quedó sola en el balcón, observando la lluvia escurrir por los jardines. Cássio se acercó, envolviéndola por la cintura.
— ¿En qué piensas? — preguntó él.
— Pienso que nunca voy a descansar mientras haya alguien intentando destruirnos. Pero también pienso en lo que dijo mi padre. Necesitamos más que venganza. Necesitamos construir algo que no pueda ser borrado.
Él sonrió levemente. — Entonces construiremos juntos. Y será tan fuerte que ni siquiera fantasmas del pasado podrán derribarlo.
Serena apoyó la cabeza en su hombro, el corazón cálido. Por primera vez en mucho tiempo, veía no solo batallas, sino también esperanza.
Pero, en el fondo, sabía: Isabela no desistiría. Las cadenas podían aprisionar su cuerpo, pero no su malicia.
Y cuando la guerra final llegara, sería brutal.