Precuela de la saga colores
Emiliana Roster quedará atrapada en un matrimonio impuesto que sus hermanos arreglaron para salvarla del despiadado Duque Dorian Fodewor. Creyendo que todo fue una conspiración para separarla del que creía ser el hombre de su vida, intentará luchar en contra de lo que siente por Lord Sebastian, el desconocido que ahora es su esposo.
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17. Conviviendo en paz
...SEBASTIAN:...
— Buenos días, esposa — Dije, al ver a Emiliana entrar, mi miembro de un salto alegre ante la vista de ella entrando al comedor.
Sus mejillas volvieron a teñirse.
— Buenos días — Procedió a sentarse en su sitio, muy cerca y su perfume llegó a mi naríz para hacer de las suyas, aumentando mi hambre, de ella, no del desayuno.
Me sonrió tímidamente, cuando solo unas horas me estaba castigando con sus caricias. Al menos tuve la oportunidad de sentir esa humedad y suavidad en mi punta, cuanto tuve que soportar para no hundirme de una vez.
Estaba siendo cruelmente atormentado por mis deseos y por mi esposa, que con su inocencia y su atrevimiento, me dejaba más urgido que antes.
Recordé como abrió las piernas ante mí.
Mis hombros se tensaron.
Tenía una florecita rosa escondida y me moría por probar el néctar.
— Buenos días, mi lady — Dijeron mis padres y recordé que estaban presentes.
Bebí un poco de té para serenarme.
— Nos iremos después del desayuno — Informó mi padre, con rostro serio.
— Lorenzo, se más cortés — Le regañó mi madre, mientras que mi hermano elegía los pastelillos como platillo principal.
— Oh ¿Por qué se marchan tan rápido? — Emiliana sostuvo su cubierto y su cuchillo.
— Tenemos asuntos que atender — Dijo mi padre, con expresión más suave — Espero volver a verlos en el festival de fin de años.
Olvidaba que el festival se avecinaba.
— Oh, si el festival — Emiliana parecía desconcertada, tampoco lo recordaba.
Ella se encogió en su abrigo blanco de lana
— Si, solemos reunirnos en la mansión, hijo ¿Ya tienes planes? — Me preguntó mi madre.
— No, aún no, apenas y llegué de mi viaje.
— Sino tienen planes, deberían reunirse con nosotros.
— Emiliana ¿Qué te parece la idea? — Le pregunté a mi esposa, dándole el lugar de esposa.
— Creo que podemos discutirlo Sebastian y yo, luego les daremos una respuesta — Dijo ella, observando hacia mí.
— De acuerdo, manden una carta luego — Mi padre se limpió la boca con una servilleta.
— Siempre me emocionan los festivales, sobre todo por la comida — Dijo mi hermano y puse los ojos en blanco — Cuñada ¿Cuál es tu comida favorita del festival? — Observo a mi hermana.
Emiliana se quedó pensativa — Me gustan los pimentones rellenos y también la pierna de cerdo al horno, el pan con frutos secos también.
— A mí también me encantan.
Mi padre suspiró y me evaluó — ¿Para cuándo los nietos?
Emiliana soltó el tenedor.
— Padre, nuestro matrimonio no tiene mucho tiempo — Dije, empezaría nuevamente con sus demandas y condiciones.
— Quiero un nieto antes de morir.
— Hablas como si estuvieras al borde de la muerte — Mi tono impaciente debía servir para que parara.
— La muerte aborda de formas inesperada, puede que hoy este bien, pero mañana no se sabe, así que me gustaría que Emiliana y tú me honren con un nieto, o varios — Dijo, observando a ambos y apreté la mandíbula.
Emiliana estaba muy sonrojada y se aclaró la garganta.
— Los tendrán — Dijo, un poco apenada.
No quería que Emiliana se sintiera obligada a darme hijos, ambos habíamos hecho cosas solo para cumplir con los deseos de nuestras familias y no quería que eso siguiese ocurriendo estando casados.
— Lorenzo, no te preocupes, ellos tienen en claro sus deberes, no necesitas decirlo — Criticó mi madre, con un tono suave.
— Lo sé, pero, creo que tomen en cuenta mis deseos, al fin y al cabo, es una de las bases del matrimonio, asegurar que la familia prevalezca...
— Prevalezca en el tiempo y que las futuras generaciones lleven nuestro legado en las venas — Completé su lema, ya me lo sabía de memoria de tanto que lo repetía.
Mi padre me sonrió — Sebastian, me alegra que lleves esa frase siempre contigo y que se la impartas a tus hijos en su debido momento.
La memoricé en contra de mi voluntad, como siempre, ya que nunca podía hacer lo que quisiera, pero todas las familias de nobles eran así.
— Claro, padre — Decidía siempre no discutir con él.
— Hagan su tarea con más empeño, quiero que el año entrante pueda tener a mi primer nieto en mis brazos — Siguió con el tema y Emiliana me observó.
Si supiera que ni siquiera estábamos haciendo la "tarea".
Mi esposa rió nerviosa.
— Puede sonar muy entrometido, pero, hijo, empeñas mucho tiempo en viajes y esas plantas, deberías usar ese tiempo perdido en tus deberes — Mi padre continuó y pinche mis huevos hervidos con ímpetu.
Tiempo perdido, para él mis plantas y mis viajes eran tiempo perdido, como si yo abandonara los negocios o mis deberes, siempre mantenía todo bien, pero eso él no lo veía.
— Padre — Gruñí y mi madre le lanzó una mirada de advertencia.
— No se preocupe, mi lord, Sebastian no descuida sus deberes — Dijo Emiliana, con expresión amable.
— Eso espero, están en todo tu derecho de acudir a mí si mi hijo se empeña con sus plantas exóticas y sus viajes de campo — Gruñó y apreté mi tenedor.
— No creo que necesario, pero gracias por la sugerencia.
— El Conde Morgan debe estar muy orgulloso de que nuestras familias estén unidas, de este enlace, al fin y al cabo éramos muy buenos amigos — Dijo, al menos cambió de tema — Solíamos cabalgar, ir a clubes y a cazar en épocas cálidas, también no las pasábamos juntos en los bailes — Sonrió, el muy infeliz si hizo lo que quería en su juventud y soltería — De hecho ambos nos casamos casi al mismo tiempo.
— ¿En serio? — Se sorprendió Emiliana.
— Si, nos propusimos conquistar a las debutantes más privilegiadas.
— Supongo que lo lograron — Dije, con la ceja elevada.
— Morgan sí, pero yo no corrí con la misma suerte — Bromeó y fruncí el ceño.
Mi madre bajó la mirada al plato.
— Oh, lo siento, tal vez no conquisté a las joyas del baile, pero me casé con la joya más valiosa ante mis ojos — Dijo, besando la mano de mi madre y ella sonrió con debilidad.
— No cambiaría la madre que me tocó si tuviera la posibilidad — Dije.
— Gracias, hijo, eres un encanto — Me elogió y mi padre volvió a su seriedad, me sentí más importante por recibir más atención por el cumplido que él.
— Es verdad, mi madre es la mejor.
— Bueno, ya tenemos que irnos — Dijo mi padre levantándose, después de observar su reloj de bolsillo — Disculpen que nos retiremos en pleno desayuno, pero tengo asuntos que atender.
— Leandro, vamos — Le ordenó mi madre a mi hermano.
— No he terminado de comer — Gruñó, con la boca llena.
— Ya comiste suficiente — Dijo mi padre.
— Gracias por la visita — Dijo Emiliana, sonriente.
— Es un placer, volveremos luego — Dijo mi madre.
— Acompáñanos a la salida, Sebastian — Me ordenó mi padre.
Me levanté, solo para que se marchara rápido y los seguí al vestíbulo.
Me despedí de mi madre con un beso, mi hermano solo se despidió de palabra y mi padre fue el último en salir, antes se acercó.
— Puede que tu esposa no este colaborando mucho — Susurró y mi ceño se acentuó.
— Padre, eso no es de tu consentimiento.
— Las mujeres tardan tiempo en adaptarse a sus esposos, en los primeros meses les da mucho miedo hacer el acto, ánimo — Me dió una palmada en el hombro, se me hacía demasiado incómodo tratar esos temas — Se perfectamente que eres tan buen amante como yo, no creas que no me daba cuenta de que ibas a visitar a cortesanas cuando alcanzaste la mayoría de edad, ten paciencia, pronto estará embarazada y ya no tendrás que lidiar con ella nuevamente.
— ¿De qué rayos hablas? — Me sentí muy ofendido.
Me guiñó un ojo antes de colocarse el sombrero.
—Oh, vamos, todas las señoritas son igual de reprimidas, no les gusta en lo absoluto que sus esposos las toquen demasiado, por eso es mejor recurrir a amantes — Dijo, con mucho orgullo, como si sus palabras fuesen motivo para estar orgulloso — Solo hay que acudir a las esposas para la concepción.
No me sorprendía, mi padre era como la mayoría de los nobles. Me daba pesar con mi madre, no era muy feliz a su lado. Pobres señoritas, la mayoría tocaban con sujetos como mi padre.
Él era muy diferente a mí en todo, no solo en la apariencia, sino también en su forma de pensar.
Mi padre era un sujeto un poco robusto, como mi hermano y tenía el cabello canoso, pero recordaba que cuando yo era pequeño, era un sujeto de cabellos dorados.
— No necesito amantes.
— Por favor, hijo, no tienes que ser tan reservado con tu padre.
— Padre, se te hace tarde.
— Sino puedes a convencer a tu esposa de hacerlo con más frecuencia, hazlo de todos modos — Me tensé ante sus palabras, pero se marchó y el mayordomo cerró la puerta.
Me daba náuseas pensar en mi padre forzando a mi madre para tener hijos pronto.
Jamás le haría eso a mi Emiliana.
Tenía que hacerla felíz.
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Emiliana estaba levantándose de la mesa cuando volví al comedor.
— Se marcharon pronto — Dijo, apartándose de la silla.
— Así es mejor.
— ¿No tiene buena relación con ellos?
— Con mi padre es con quien no me entiendo, perdone si le incomodó — Dije, acercándome a ella y negó con la cabeza.
— No, descuide, no me sentí incómoda.
— No está obligada a darme hijos, no tan pronto, no quiero que me de hijos por deber, ya no quiero nada por deber.
— Puede que salga embarazada pronto — Dijo, sonrojada.
— ¿Por qué? — Arqueé las cejas.
— ¿Lo que hizo anoche no cuenta? — Preguntó con ingenuidad.
— No, eso no es el acto — Dije y se desconcertó.
— Pero usted me rozó con su...
— Con mi miembro — Le aclaré y suspiró — No, para que pueda quedar embarazada tengo que adentrarme, como hice con los dedos — Se me hacía un poco incómodo explicarle algo tan privado — Pensé que lo entendía.
Su boca se abrió — Es que no podré entenderlo hasta que me enseñe, hasta que... Me haga...
— Le haga el amor.
Alzó las cejas — Creo que escuché eso en una oportunidad — Se tomó la barbilla — Una vez fui la cocina por leche y escuché a una cocinera decirle algo así a un lacayo, dijo, vamos a hacer el amor — Me observó y me reí — No se ría.... No pensé que se referían a eso... Pensé que era algún plato o un postre... Lo cierto es que salieron muy apenados al verme entrar.
— Es usted muy curiosa — Me acerqué más y me evaluó desde su delicada estatura — Si es un postre, pero es un postre mucho más rico — Rodeé su cintura y la pegué a mi cuerpo, ella jadeó, posando sus manos en mis hombros.
Me observó, muy agitada.
— ¿Duele mucho?
Me acerqué a su boca y chupé su labio.
— Sí, pero creo que usted podrá sentir más que dolor, porque con nuestras pocas ocasiones — Susurré contra su mejilla y respiró más fuerte — Estuvo muy, muy necesitada y a logrado lo que muchas no pueden lograr con solo caricias.
— ¿Qué cosa? — Suspiró.
— Colapsar de placer — Besé su mejilla, lamiendo también — Tengo una esposa muy dispuesta.
— ¿Muchas? — Gruñó, alejando su rostro — ¿Le hizo lo que me hace a muchas?
— No seas celosa... Escucha, no puedo mentir en decir que no he estado con mujeres, pero tampoco son tantas, invertí mi tiempo en otras cosas.
— En tus viajes y plantas.
Negué con la cabeza — Lo que mi padre insinúa que son tonterías.
— No lo son, me gusta lo que le gusta — Dijo y me dió un beso tierno en los labios — Su padre solo está pensando como lo que es, un padre que solo quiere que su hijo le brinde honor, pero yo opino que tú eres muy honorable, no estás perdiendo tiempo en hacer lo que te gusta.
— Cielos, haces que me enamore más — Confesé, besando su boca de vuelta.
Se rió, emocionada — Es que me encantas, pero no nos desviemos, pensé que todas las mujeres sentían lo que yo siento.
— Pueden sentirlo, pero muchas no lo logran tan fácilmente, tal vez por miedo o por algo en ellas que las hace cerrarse físicamente, si sintieron mucho dolor o no tuvieron buenas experiencias, puede que les cueste más, pero también porque hay hombres que solo quieren satisfacerse así mismo y no prestan atención a lo que siente la dama — Tracé su oreja y luego besé su barbilla — El arte del placer requiere mucho más que poseer, debe haber caricias, besos, debe darse el tiempo para preparar el cuerpo de una mujer — Tomé su mano y la olí, besé su palma y ella se quedó hipnotizada — Es lo que hago contigo, te estoy preparando para que cuando te haga mía, no te cierres a las sensaciones, ni sientas miedo.
— Creo que estoy lista, no tengo miedo — Me aseguró, con la voz más aguda — Se que eres grande, pero puedo adaptarme a ti.
— Si si puedes, pero mi tamaño no es adecuado para una señorita virgen, por eso tengo que asegurarme bien de que tu cuerpo no se cierre, porque puede que en su momento te sientas nerviosa y tengas miedo — La abracé y se desconcertó — No quiero que te duela, no quiero que sufras.
— No me dolerá, confío en ti.
— Te dolerá, será tu primera vez, así que estarás estrecha — Toqué su rostro y me observó.
— Está bien, seré paciente y lo haremos poco a poco.
— Claro, princesa, ya después, podremos hacerlo sin miedo — Besé su boca.