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EL DESTINO DE SER REINA (REINA ISABEL 1 DE INGLATERRA)

EL DESTINO DE SER REINA (REINA ISABEL 1 DE INGLATERRA)

Status: Terminada
Genre:Completas / Amantes del rey / El Ascenso de la Reina
Popularitas:2.7k
Nilai: 5
nombre de autor: Luisa Manotasflorez

Este relato cuenta la vida de una joven marcada desde su infancia por la trágica muerte de su madre, Ana Bolena, ejecutada cuando Isabel apenas era una niña. Aunque sus recuerdos de ella son pocos y borrosos, el vacío y el dolor persisten, dejando una cicatriz profunda en su corazón. Creciendo bajo la sombra de un padre, el temido Enrique VIII, Isabel fue testigo de su furia, sus desvaríos emocionales y su obsesiva búsqueda de un heredero varón que asegurara la continuidad de su reino. Enrique amaba a su hijo Eduardo, el futuro rey de Inglaterra, mientras que las hijas, Isabel y María, parecían ocupar un lugar secundario en su corazón.Isabel recuerda a su padre más como un rey distante y frío que como un hombre amoroso, siempre preocupado por el destino de Inglaterra y los futuros gobernantes. Sin embargo, fue precisamente en ese entorno incierto y hostil donde Isabel aprendió las duras lecciones del poder, la política y la supervivencia. A través de traiciones, intrigas y adversidades

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Capitulo 15

El Gusto de la Victoria

Desde lo alto del risco, la brisa marina acariciaba mi rostro mientras contemplaba el panorama ante mí. Las llamas danzaban en las naves de Felipe II, un espectáculo que iluminaba la noche oscura como un espectáculo de fuegos artificiales en celebración de nuestra victoria. El sonido de los gritos de mis hombres resonaba en mis oídos, una melodía de triunfo que llenaba mi corazón de alegría.

La Escena del Combate

Mientras el humo se elevaba hacia el cielo, recordé cada momento de la batalla, cada decisión que nos había llevado a este instante. Habíamos luchado con valentía, y ahora, al ver el mar en llamas, sentía que la historia de Inglaterra se reescribía en este mismo momento. Mis hombres habían demostrado su lealtad y coraje, enfrentándose a un enemigo formidable con determinación.

—¡Viva la reina Isabel! —gritaban mis soldados, sus voces resonando en el aire como un eco triunfante que se elevaba por encima del estruendo del combate.

Sus exclamaciones llenaron mi pecho de orgullo y emoción. Eran ellos, mis leales súbditos, quienes habían defendido la libertad de Inglaterra. Los veía danzar de alegría, abrazarse entre ellos, y en ese instante, comprendí que cada sacrificio había valido la pena.

La Reflexión en la Victoria

Me quedé allí, en el risco, mirando cómo el fuego consumía las naves de Felipe. Era un símbolo de su ambición caída, de la fortaleza de Inglaterra ante la opresión. A medida que las llamas crepitaban y el humo se mezclaba con el cielo estrellado, no podía evitar sentir una mezcla de alivio y gratitud.

—Hemos luchado por nuestro país y por la fe que creemos —murmuré para mí misma—. Esta victoria no es solo mía, es de todos nosotros.

Mis pensamientos se dirigieron a aquellos que habían perdido la vida en la lucha. Cada hombre que había caído era un héroe, y su sacrificio jamás sería olvidado. Aunque la batalla había terminado, la guerra por la estabilidad y la unidad de nuestro reino apenas comenzaba.

La Promesa del Futuro

Con un renovado sentido de propósito, me giré hacia mis hombres, levantando el puño en señal de victoria. Sus miradas se encontraron con las mías, y sabía que juntos enfrentaríamos cualquier desafío que se presentara en el horizonte.

—Hoy hemos demostrado que Inglaterra es fuerte, que nuestros corazones son valientes y que no cederemos ante la tiranía —proclamé, mi voz resonando con la misma pasión que sentía en mi interior.

La euforia de la victoria era contagiosa, y mis hombres prorrumpieron en vítores. El eco de sus gritos se mezcló con el rugido de las olas, creando una sinfonía que celebraba nuestra libertad y unidad.

El Regreso al Castillo

Al final de la noche, mientras las llamas de las naves españolas se desvanecían en la distancia, supe que era el momento de regresar al castillo. Era hora de reunir a mis consejeros y preparar el futuro de Inglaterra.

Sabía que la victoria de hoy era solo el comienzo. La unión de nuestro pueblo, el sacrificio de nuestros hombres y la fortaleza de nuestra fe nos guiarían hacia un futuro brillante.

—¡Viva Inglaterra! —grité, dejando que la emoción del momento se desbordara. Al hacerlo, mi corazón latía al compás de las promesas que se dibujaban en el horizonte. La historia de Inglaterra aún estaba siendo escrita, y yo, Isabel, sería su protagonista.

La Ira de la Reina

Al regresar al palacio, la victoria aún ardía en mi corazón, pero la alegría se desvaneció rápidamente al escuchar un grito desgarrador que rompió la tranquilidad del castillo. Mi corazón se detuvo un momento. Era un grito que resonaba en mis oídos, un eco de tragedia que me obligó a correr hacia el origen del sonido.

Cuando llegué, encontré a una mujer, una de mis damas de compañía, tendida en el suelo, su vida desvaneciéndose en un charco de sangre. A su lado, Robert Dudley, su rostro pálido y la mirada llena de horror. Mis entrañas se retorcieron al ver la escena; el único culpable era él.

El Encuentro Con Robert

—¡Robert! —grité, mi voz cargada de ira y desilusión—. ¿Qué has hecho?

Él dio un paso atrás, como si su propia sombra lo acusara. No podía creer que la persona en la que había confiado, que había considerado mi más cercano aliado, estuviera involucrada en tal atrocidad.

—No fui yo, Isabel. Esto no fue mi culpa —tartamudeó, pero su voz carecía de convicción.

—¡Cállate! —grité, sintiendo cómo la rabia me envolvía—. ¡Has traído la muerte a mi corte! ¿Cuántas vidas más debes destruir para satisfacer tu ambición?

Robert me miró, y en sus ojos vi una mezcla de miedo y desafío. Era un hombre complicado, pero no podía permitir que su complejidad nublara mi juicio.

La Conversación Furiosa

—Sabes que este asesinato no puede ser perdonado —continué, mis palabras afiladas como dagas—. Has puesto en peligro a todos en el palacio, y lo que es peor, has arruinado la confianza que tenía en ti.

—No lo hice intencionadamente, Isabel —protestó, su voz llena de frustración—. Fue un accidente, un malentendido.

—¿Un accidente? —me burlé, sintiendo la necesidad de dejar claro mi desdén—. ¿Y cuántas veces más debemos tener "accidentes" en tu presencia? No puedo seguir confiando en un hombre cuya sangre es sospechosa, cuya ambición nubló su juicio hasta el punto de cometer un crimen.

La tensión en la habitación era palpable, cada palabra cargada de un peso que amenazaba con aplastarnos a ambos. Mi furia era un fuego que consumía todo a su paso, y no podía dejar que se extinguiera.

—Esta mujer tenía familia, tenía amigos —dije con voz temblorosa de indignación—. La vida es sagrada, Robert, y tú la has despojado de su existencia.

El Desenlace

Vi cómo sus ojos se llenaban de lágrimas, pero no me importaba. La tristeza no era suficiente para reparar el daño que había causado. En mi corazón, sabía que no podía permitir que esto quedara impune.

—Tendrás que rendir cuentas, Robert —sentencié, sintiendo que mi voz se transformaba en un eco de autoridad—. Debo hacer lo correcto para mi reino y para la memoria de esta mujer.

Y con esas palabras, me di la vuelta y salí de la habitación, dejando atrás a un Robert Dudley que, a pesar de haber sido un aliado en el pasado, ahora era un extraño cuya ambición lo había llevado por un camino oscuro.

Mientras caminaba por los pasillos del palacio, la ira aún palpitaba en mis venas, pero también sentía una creciente determinación. La justicia debía prevalecer, y yo era la reina que se aseguraría de que así fuera, sin importar a quién tuviera que enfrentar.

La Sombra de la Muerte

La visión del cuerpo sin vida de mi dama de compañía se grabó en mi mente, y la realidad de su muerte me abrumó. Observé la quemadura en su piel y la sangre que se escurría lentamente, un recordatorio brutal de la fragilidad de la vida.

—Pobre mujer —murmuré, la angustia apretando mi garganta. Mi mirada se posó en su vestido, un diseño mío que ella llevaba con gracia. De repente, comprendí algo aterrador: ¿Acaso era un objetivo? Un pensamiento escalofriante atravesó mi mente. Dios mío, ella murió por mí.

—¡Busca al médico! —grité a los guardias que estaban cerca, mi voz resonando en los pasillos del palacio. Necesitaba respuestas. Quería saber cómo había sucedido, por qué, y quién estaba detrás de esta atrocidad.

El Encuentro en la Oscuridad

De repente, sentí una presencia detrás de mí. Me volví, y mis ojos se encontraron con la figura de una persona vestida completamente de negro. El corazón me dio un vuelco.

—¡Aléjate! —grité, sintiendo la ira arder en mis venas—. Soy la reina, aléjate o conocerás mi ira.

Pero la figura no se movió. Su mirada era fría y calculadora, y en sus manos sostenía un gran cuchillo, la hoja brillando débilmente con la luz que se filtraba por las ventanas del palacio. El pánico me recorrió, y vi cómo el cuchillo apuntaba hacia el suelo, pero la amenaza era innegable.

El Escape Inminente

Cuando el desconocido dio un paso hacia mí, sentí que el miedo se apoderaba de mi ser. No podía dejar que se acercara, no podía permitir que esta sombra se interpusiera en mi camino. ¿Quién era esta persona y qué quería de mí?

Con un grito, di un paso atrás, intentando mantener la distancia, pero el eco de mis palabras aún resonaba en el aire. En un momento de desesperación, decidí actuar.

—¡Guardias! —grité, con todas mis fuerzas, y volví la vista hacia el pasillo, esperando que mis protectores llegaran a tiempo.

La figura negra, al darse cuenta de que su intento de acercarse había sido descubierto, comenzó a retroceder, sus ojos fijos en mí, aún sosteniendo el cuchillo con firmeza. En un movimiento rápido, se dio la vuelta y comenzó a correr, desapareciendo en la oscuridad de los pasillos.

El Momento de la Verdad

El sonido de pasos apresurados resonó detrás de mí, y vi a mis guardias acercarse, armados y listos para la batalla. El alivio me inundó mientras caía en la seguridad de su presencia.

—¿Está bien, Su Majestad? —preguntó uno de ellos, su voz llena de preocupación mientras se detenían a mi lado.

—No estoy herida —respondí, tratando de mantener la calma, aunque mi corazón seguía latiendo con fuerza—. Pero la mujer que yacía aquí… necesita ayuda.

Miré hacia atrás, y en mi mente, la imagen de la dama muerta persistía. La sensación de impotencia me invadió. Este ataque era un claro mensaje, una amenaza directa no solo hacia mí, sino hacia mi reinado.

—Debemos encontrar a quien hizo esto —dije con firmeza—. No podemos permitir que la sombra del miedo se cierna sobre nosotros.

Y mientras los guardias se dispersaban para buscar al atacante, supe que este día había cambiado mi percepción del peligro. La lucha por el trono no solo se libraba en el campo de batalla; ahora, también se libraba en la oscuridad del palacio, donde la traición acechaba en cada esquina. Mi determinación creció. No permitiría que el miedo me dominara.

La Declaración Prohibida

Después de dos semanas de convalecencia, finalmente me levanté de la cama. El médico había dicho que estaba lo suficientemente recuperada como para retomar mis deberes. Sin embargo, el peso de lo ocurrido seguía presente en mi mente, y el recuerdo de la mujer que había muerto por una causa desconocida aún me atormentaba.

La Decisión del Juez

Decidí que debía tomar medidas para proteger mi reino y, al mismo tiempo, otorgar una segunda oportunidad a Robert Dudley. Pedí al juez que lo dejara libre. La idea de que Robert, un hombre al que había querido en otro tiempo, estuviera encadenado por un crimen del que no estaba realmente culpable, me parecía una injusticia.

—Permítame que lo case con una mujer que lo valore —ordené al juez, sintiendo que era lo correcto. Sabía que su libertad era esencial para su propio bienestar y para la estabilidad de mi corte.

La Confesión Inesperada

Sin embargo, la situación tomó un giro inesperado. Cuando le comuniqué la noticia a Robert, vi cómo su expresión cambiaba de sorpresa a confusión y, finalmente, a una intensa determinación. Se arrodilló ante mí, sus ojos ardían con un fuego que no había visto antes.

—Su Majestad, no puedo… no quiero casarme con nadie más —declaró con fervor—. Mi corazón pertenece a usted. He luchado por su amor en cada batalla, y no puedo dejar que esto se convierta en una realidad.

Su declaración me dejó sin palabras. La rabia y la incredulidad se apoderaron de mí. ¿Cómo se atrevía a hablarme así?

—¡¿Cómo te atreves a decirme eso?! —grité, la furia burbujeando en mi interior. Sentí que el aire se volvía denso entre nosotros—. Soy la reina. No puedo permitir que mis sentimientos, ni los tuyos, interfieran en los asuntos de estado.

El Conflicto Interno

Mientras lo miraba, su pasión era innegable, y la historia de nuestro amor había sido intensa y prohibida. Sin embargo, debía recordar que yo era la soberana, responsable de un reino dividido y amenazado por enemigos tanto internos como externos. No podía darme el lujo de dejar que mis emociones nublaran mi juicio.

—Debes entender que nuestro amor no es posible —continué, intentando mantener la calma. Pero, en el fondo, sabía que estas palabras eran un eco de mi propia lucha interna. — No puedes esperar que abandone mis deberes por un sentimiento.

Robert mantuvo la mirada fija en mí, su expresión se tornó seria. Aun así, algo en su postura, en su voz, resonó profundamente en mí.

La Resolución

—Si mi amor no es suficiente para que estés a mi lado, entonces haré lo que sea necesario para protegerte, incluso si eso significa alejarme —dijo con tristeza.

Era un sacrificio doloroso, uno que ambos sentíamos, pero que no podía ser.

—Entonces, ve —respondí, la voz apenas un susurro, luchando por no mostrar debilidad—. Ve y cásate con quien desees. Mi deber como reina es lo más importante.

Robert se puso de pie, una sombra de dolor cruzó su rostro. Sabía que esto era un final doloroso para nosotros, pero también sabía que era la única decisión correcta para el reino. Al verlo alejarse, sentí un vacío en mi pecho, y aunque debía mantenerme fuerte, las lágrimas amenazaban con brotar.

La Reina y su Carga

Con cada paso que daba, la carga de ser reina se hacía más pesada. Los dilemas personales y políticos se entrelazaban en un complicado laberinto, y su rechazo resonaba en mis pensamientos. El amor, una batalla más que no podía ganar, se había convertido en un eco de lo que podría haber sido.

Debía enfocarme en mi reino, en las amenazas externas y en mantener la paz dentro de mi corte. La lección de esta experiencia era clara: no podría permitirme ser vulnerable. La imagen de mi reino dependía de ello.

Mientras me dirigía de nuevo a mis responsabilidades, una parte de mí lamentaba la posibilidad de lo que nunca podría ser. Sin embargo, en mi corazón, la determinación de seguir adelante y proteger a Inglaterra prevalecía.

La Despedida y la Fiesta

La decisión de dejar libre a Robert Dudley había traído consigo un aire de tensión y expectativa. Reuní a mi consejo privado y al juez, dejando claro que Robert podía ser liberado con la condición de que se alejara de mí y se casara con alguien más. La aceptación fue un alivio, y también el Parlamento accedió, asegurando que la paz se mantuviera en la corte.

La Fiesta en el Palacio

Una semana después, se organizó una gran fiesta en el palacio. La música sonaba con alegría, y las damas de la corte lucían hermosos vestidos que danzaban al compás de la melodía. Me vestí con un deslumbrante vestido de seda verde esmeralda, adornado con bordados dorados, que reflejaban la luz de las antorchas. Era un intento de ahogar las preocupaciones en el bullicio y la celebración.

A pesar del ambiente festivo, mi mente seguía atormentada. La presencia de Robert en la fiesta era inevitable, y mi corazón latía con fuerza al pensar en él. En medio de risas y charlas, nuestras miradas se encontraron, y en un instante, el ruido del mundo se desvaneció.

El Baile

Cuando llegó el momento del baile, el protocolo no me permitió negarme a Robert, quien se acercó con una sonrisa que desmentía la tristeza en sus ojos. Acepté, sintiendo el peso de la decisión que me había llevado a este momento.

—Isabel, deberías ser mía. Nuestro amor es la única esperanza que Inglaterra necesita —dijo mientras danzábamos, su tono lleno de fervor.

Mi corazón se detuvo por un instante ante sus palabras, pero rápidamente me recompuse. La realidad me golpeó con fuerza; no podía dejarme llevar por un sentimiento que amenazaba con desestabilizar mi reino.

—No soy tu Isabel, Robert. No soy la Isabel de nadie, ni de los hombres que desean gobernar mi vida —le respondí con voz firme, tratando de mantener mi compostura. El fervor de su mirada se desvaneció, dejando solo la desilusión.

El Adiós

Cuando la música se detuvo, me alejé de él. A pesar de que el salón estaba lleno de vida, sentía que un abismo se había abierto entre nosotros.

—Debo despedirme. Este baile no es más que un recuerdo de lo que podría haber sido, y ya no puedo permitirme el lujo de soñar —dije, con furia contenida en mi voz, la cual resonaba en mis pensamientos. Me dio la impresión de que mis palabras eran una especie de condena, un recordatorio de las responsabilidades que nunca podría olvidar.

Robert permaneció en silencio, su expresión una mezcla de tristeza y resignación. Caminé lejos de él, sintiendo el peso de su mirada en mi espalda, y con cada paso, la ira y el dolor se entrelazaban en mi corazón.

Las Consecuencias de una Elección

Al salir del salón, el aire fresco me envolvió, como si el mundo exterior intentara calmar el torbellino que se había desatado en mi interior. Me dirigí a los jardines, donde la luna brillaba con fuerza, y el murmullo del agua de la fuente me ofrecía un pequeño consuelo.

En ese momento, entendí la gravedad de mi posición. El amor era un lujo que no podía permitirme, y aunque el destino me había presentado a Robert como un ser querido, mis deberes como reina siempre debían prevalecer.

La fiesta continuaba en el interior, pero yo sabía que no podría regresar. Había tomado una decisión, y ahora debía vivir con las consecuencias. En mi mente, solo una cosa resonaba: la única esperanza de Inglaterra era una reina fuerte, y eso era lo que debía ser. Isabel Tudor no se dejaría doblegar por sus deseos personales.

Regresé al palacio, con la resolución de fortalecer mi reino y mantener la paz, aunque eso significara dejar atrás lo que más amaba. La vida de una reina era un sacrificio constante, y estaba dispuesta a enfrentar lo que viniera.

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