Lucía, una tímida universitaria de 19 años, prefiere escribir poemas en su cuaderno antes que enfrentar el caos de su vida en una ciudad bulliciosa. Pero cuando las conexiones con sus amigos y extraños empiezan a sacudir su mundo, se ve atrapada en un torbellino de emociones. Su mejor amiga Sofía la empuja a salir de su caparazón, mientras un chico carismático con secretos y un misterioso recién llegado despiertan sentimientos que Lucía no está segura de querer explorar. Entre clases, noches interminables y verdades que duelen, Lucía deberá decidir si guarda sus sueños en poemas sin enviar o encuentra el valor para vivirlos.
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Sombras en el lienzo, palabras en el aire
El lunes llegó como un golpe de realidad, con el sol que se colaba por las cortinas y el despertador gritando más alto que mi voluntad de levantarme. El fin de semana había pasado en un borrón de limpieza, compras y conversaciones con Sofía, pero las imágenes de la fiesta —Javi, Nicolás, Kassandra, Adrián— seguían dando vueltas en mi cabeza como un carrusel que no se detenía. Me puse una camiseta gris, jeans y zapatillas, tomo mi mochila y me limitó a salir al campus, con la ciudad despierta a mi alrededor: cláxones, el aroma a café de los puestos callejeros, y estudiantes que corrían con carpetas desbordadas.
La universidad estaba viva, con el patio repleto de gente y el eco de risas rebotando en los edificios. Me dirigí al aula de literatura, pero no llegué siquiera a dar ni diez pasos cuando una voz me hizo tenerme.
—¡Lucía! —Era Javi, quien hizo su aparición desde un grupo de chicos cerca de la cancha. Llevaba una sudadera negra y su pelo oscuro estaba revuelto, como si hubiese corrido para alcanzarme. Su sonrisa era tímida, pero sus ojos tenían una intensidad que lograba ponerme nerviosa.
—H-hola, Javi —contesto, mientras me ajustaba la mochila en el hombro—. ¿Qué tal?
—Bien, bien. —Dice rascándose la nuca, claramente incómodo—. Oye, quería hablar contigo... sobre lo de la fiesta. Lo que dije en el juego. Sé que fue.. Un poco... demasiado.
Mi estómago se retorcio, y comencé a sentir el calor subirme a la cara. No estaba lista para esto, no ahora, no en medio del campus con gente pasando a nuestro alrededor. —No pasa nada —mentí, observando el suelo—. Fue solo un juego, ¿no?
—Supongo. —Javi se encogió de hombros, pero no parecía convencido— Es que... no quería que pensaras que solo lo dije por decir. Es verdad, Lucía. Me gustas. Pero no quería ponerte en una situación rara.
—Gracias por decirlo —respondí, forzando una sonrisa—. Pero, no sé, Javi, ahora mismo no estoy... no estoy buscando nada ahora. Ha sido un fin de semana loco.
—Entiendo. —Su sonrisa se apagó un poco, pero asintió—. Solo quería aclararlo. Sin presión, ¿vale? Si quieres tomar un café o algo, como amigos, estoy por aquí.
—Claro, suena bien —dije, aunque no estaba segura de querer ese café. Quería correr, esconderme, escribir algo que hiciera sentido de todo esto.
—Genial. Nos vemos, entonces. —Javi me dio un apretón suave en el brazo y luego se alejó, regresando con sus amigos, quienes lo recibieron con palmadas y risas.
Me quedé parada unos segundos, con el corazón latiéndome demasiado rápido. Javi es majo, sincero, pero no sentía lo que debería sentir. No sentía nada, o quizás siento demasiado, y eso me asustaba. Sacudí mi cabeza y seguí caminando, mientras intentaba poder concentrarme en la clase que venía.
Sofía me encontró en el pasillo antes de literatura, con una sonrisa que decía que ya sabía algo. —¿Qué fue eso con Javi? —inquirió, dejándose caer a mi lado mientras entrábamos al aula—. Vi cómo te interceptó. ¿Otra declaración de amor?
—No, solo quería disculparse —respondí, limitandome a tomar asiento en nuestra sitio habitual—. Dijo que no quería ponerme en una situación rara. Fue... incómodo, pero no sé, parece buen tío..
—Buen tío, pero no tu tipo. —Dice Sofía levantando una ceja, luego sacó su cuaderno—. Admítelo, estás más interesada en el drama de Nicolás o en el misterioso vecino nuevo.
—No hay drama con Nicolás —protesté, aunque su comentario acerca de Adrián me hizo sonrojar—. Y Adrián... solo es mi vecino. No lo conozco.
—Ajá, claro. —Dijo Sofía riéndose, pero antes de que pudiera seguir, la profesora entró, y guardamos silencio, aunque su mirada traviesa me persiguió toda la clase.
Después de literatura, Sofía me arrastró al comedor, donde el aroma a pizza recalentada y café barato llenaba el aire. Mientras comíamos, sacó un folleto de su mochila y lo deslizó hacia mí. —Mira esto. Exposición de fotografía en el centro cultural de la uni. Esta tarde. Deberíamos ir.
—¿Fotografía? —Observo el folleto, con imágenes en blanco y negro de ciudades y rostros desconocidos—. No sé, Sofía, tengo que estudiar.
—Estudiar puede esperar. —Sofía dio un mordisco a su sándwich, mientras hablaba con la boca llena—. Además, es gratis, y hay rumores de que un fotógrafo súper talentoso va a estar ahí. Podría ser inspirador para tus poemas.
—No necesito inspiración —susurro, pero el folleto me intrigaba. Las fotos tenían algo, una crudeza que me recordaba a la ciudad, y a las calles qué caminaba todos los días.
—Venga, Lucía, no seas aburrida. —Sofía me dio un codazo—. Vamos, tomamos un café después, y luego estudias hasta que te sangren los ojos. Trato hecho.
—Eres imposible —respondí, pero sonreí—. Vale, iremos.
La exposición era en un edificio pequeño al fondo del campus, con paredes blancas y luces suaves que hacían que las fotos parecieran estar flotando. Había más gente de la que esperábamos: estudiantes, profesores, y algunos hipsters con gafas de pasta. Las fotos son impresionantes: un mercado repleto de colores en una ciudad lejana, una anciana con arrugas que contaban historias, un puente roto bajo un cielo gris. Me detuve delante de una imagen de una calle nocturna, con luces de neón reflejadas en charcos, y podía sentir un nudo en la garganta. Era como si alguien hubiese capturado mi ciudad, mi mundo.
—Nada mal, ¿eh? —dijo Sofía, haciendo su aparición a mi lado con un vaso de plástico lleno de zumo—. Deberías escribir un poema sobre esto.
—Tal vez —contesto, pero mi atención se desvío cuando vi un nombre en una placa junto a la foto: “Adrián vega”. Mi corazón dio un salto. Adrián, el tío de Marcos, el hombre del balcón, el nuevo vecino. Es el fotógrafo.
—¿Lo conoces? —preguntó Sofía, percatandose de mi reacción.
—Es... el tío de Marcos —admití, y sentí las mejillas calientes—. El que se mudó al 23.
—¡No jodas! —Sofia abrió low ojos como plato, casi derramando su zumo—. ¿El vecino sexy es este fotógrafo? Lucía, esto es destino. Tienes que hablar con él.
—No es sexy —protesté, aunque mi cara debía estar diciendo lo contrario—. Y no voy a hablar con él. Solo estoy mirando las fotos.
—Claro, claro. —Sofía sonrió como si supiese un secreto—. Mira, ahí está.
Seguí su mirada, y ahí estaba Adrián, al otro lado de la sala, conversando con un grupo de estudiantes. Llevaba una camisa azul oscuro, con las mangas arremangadas, y su cabello castaño brillaba bajo las luces. Se encontraba señalando una foto, mientras explicaba algo con gestos tranquilos, y por unos segundos, me imaginé en una de sus fotos, atrapada en su lente. Luego sacudí mi cabeza, avergonzada de mis propios pensamientos.
—No voy a hablar con él —repetí, más para mí que para Sofía.
—Cobarde —bromeó ella, pero no insistió. Continúamos recorriendo la exposición, pero cada foto me recordaba a él, a su manera de ver el mundo, y no sabía por qué me importaba tanto.
De regreso en el piso, luego de un día que parecía haber durado una eternidad, me senté en mi cama con el cuaderno abierto. La ciudad susurraba afuera, con su sinfonía de cláxones y luces, y escribí, permitiendo que las palabras fluyeran:
“𝑼𝒏𝒂 𝒇𝒐𝒕𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒏𝒐 𝒑𝒆𝒅𝒊́,
𝒖𝒏 𝒏𝒐𝒎𝒃𝒓𝒆 𝒒𝒖𝒆 𝒏𝒐 𝒐𝒍𝒗𝒊𝒅𝒐.
𝑳𝒂 𝒄𝒊𝒖𝒅𝒂𝒅 𝒎𝒆 𝒎𝒊𝒓𝒂,
𝒚 𝒚𝒐 𝒔𝒐𝒍𝒐 𝒒𝒖𝒊𝒆𝒓𝒐 𝒔𝒂𝒃𝒆𝒓 𝒒𝒖𝒆́ 𝒗𝒆.”
Cerré el cuaderno y observo por la ventana, donde el edificio de enfrente, con la puerta 23, estaba en silencio. Adrián se encontraba ahí, en alguna parte, y la idea me hizo sentir un vértigo qué no entendía. La semana apenas empezó, y algo me decia que la ciudad tenía más sorpresas guardadas.