En una pequeña sala oscura, un joven se encuentra cara a cara con Madame Mey, una narradora enigmática cuyas historias parecen más reales de lo que deberían ser. Con cada palabra, Madame Mey teje relatos llenos de misterio y venganza, llevando al joven por un sendero donde el pasado y el presente se entrelazan de formas inquietantes.
Obsesionado por la primera historia que escucha, el joven se ve atraído una y otra vez hacia esa sala, buscando respuestas a las preguntas que lo atormentan. Pero mientras Madame Mey continúa relatando vidas marcadas por traiciones, cambios de identidad, y venganzas sangrientas, el joven comienza a preguntarse si está descubriendo secretos ajenos... o si está atrapado en un relato del que no podrá escapar.
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Una amenaza
Alistair salió de la habitación, pero la oscuridad quedó allí, envolviendo a Cariot como un manto pesado. Los ecos de sus palabras todavía flotaban en el aire. "Cuando hables... será demasiado tarde para ti". Pero en ese momento, ella no dijo nada. No necesitaba hacerlo. Sabía que cada segundo que permanecía en silencio lo enfurecía más, lo empujaba al borde de su propia desesperación.
La puerta se cerró con un golpe sordo, y la penumbra volvió a llenar el espacio. Cariot se quedó inmóvil por un largo tiempo, escuchando los sonidos apagados de la mansión. Pasos que se arrastraban por los pasillos lejanos, murmullos que morían antes de llegar a sus oídos. Sus ojos recorrieron lentamente la habitación, buscando lo que Alistair no veía: las pequeñas fisuras en su control, las grietas en su dominio absoluto.
Días después, Alistair reapareció. Su furia contenida era evidente en la forma en que caminaba, en el leve temblor en sus manos, aunque su rostro intentaba mostrar control. La tensión entre ellos era palpable, como una cuerda tensada al máximo, lista para romperse.
—Esta vez, Cariot, haremos algo diferente —dijo Alistair, acercándose a ella con pasos calculados—. He estado pensando, y creo que necesitas un estímulo... para romper ese silencio.
Hizo una pausa y la miró fijamente, buscando alguna señal en su rostro, algún indicio de lo que ocurría en su mente. Pero Cariot seguía siendo un enigma indescifrable.
—¿Qué es lo que realmente te afecta? —murmuró, como si hablara consigo mismo—. Debo encontrarlo.
Alistair tomó a Cariot del brazo, arrastrándola fuera de la habitación. El pasillo era largo y oscuro, y sus pasos resonaban como latidos sordos en las paredes. La llevó a otra sala, una que no había visto antes. Al abrir la puerta, Cariot sintió el familiar hedor de la muerte. Dentro, las chicas encadenadas la miraban con ojos hundidos, sus cuerpos demacrados temblando de terror.
En el centro de la sala, una nueva víctima estaba preparada: una joven apenas consciente, su cuerpo marcado por golpes recientes, atada a una silla como un cordero esperando el sacrificio. Alistair se movió lentamente, como un depredador acechando a su presa. Cariot lo siguió con la mirada, su rostro inexpresivo como siempre.
—Hoy no solo verás, Cariot —dijo Alistair, su tono dulce y venenoso a la vez—. Hoy participarás.
Cariot no se movió, pero sus ojos captaron cada detalle: la posición de la víctima, los instrumentos de tortura en la mesa junto a ella, y sobre todo, el movimiento controlado pero frenético de Alistair. Él estaba perdiendo el control, y lo sabía.
—Toma el cuchillo —ordenó, señalando un cuchillo afilado sobre la mesa de metal—. Quiero que hagas el primer corte.
La cámara en las manos de Cariot se sentía pesada, fría como un cadáver. El cuchillo brillaba bajo la luz tenue, un reflejo pálido en la penumbra. Sin embargo, ella no se movió, no levantó la mano para tomarlo.
Alistair la observaba, esperando, saboreando el momento en que la obligaría a actuar. Pero su paciencia se agotaba. El tic en su mandíbula delataba su frustración.
—¿Te niegas? —su voz era un susurro lleno de amenaza—. ¿Acaso crees que estás por encima de mí?
Cariot finalmente levantó la vista, y sus ojos se encontraron de nuevo con los de Alistair. Había una frialdad en su mirada que lo desconcertó. Un brillo de algo oscuro, algo que no podía controlar. Alistair dio un paso hacia ella, tan cerca que pudo sentir su aliento caliente contra su piel.
—Hazlo. —Sus palabras eran ahora casi un ruego disfrazado de orden.
Pero en ese momento, Cariot hizo algo que nunca había hecho antes. Lentamente, se inclinó hacia adelante, como si fuera a tomar el cuchillo, pero en lugar de obedecer, dejó que el silencio llenara el espacio. No lo rompió con palabras, sino con un gesto pequeño y controlado. Alzó la cámara que sostenía y tomó una foto a la chica que estaba atada.
Al darse cuenta de que ella no perdería el control Alistair pronto comenzó a cambiar de táctica. Al ver que Cariot no se quebraba, decidió probar métodos más sutiles. Comenzó a hablar con ella, a intentar entrar en su mente. Le ofrecía pequeños lujos, le daba más libertad dentro de la mansión, como si intentara comprar su lealtad.
—Eres diferente a las demás —le decía en sus cenas privadas—. Hay algo en ti... algo que admiro.
Pero Cariot nunca respondía. Nunca le daba la satisfacción de una palabra, de una sonrisa. Su silencio era su fortaleza, y cuanto más la ignoraba, más desesperado se volvía Alistair.
La presión en su rostro era evidente, sus sonrisas eran cada vez más forzadas. Cariot sabía que él estaba al borde de perder el control. Y esperaba. Paciente. Siempre paciente.
Agarro la foto que salió y se la entrego en las manos a Alistair, el cual estaba confundido por lo que ella acabada de hacer.
Los días que siguieron, Cariot volvió a su rutina. No mostró ninguna señal de desafío, ni una palabra que delatara sus intenciones. Sabía que Alistair estaba perdiendo la paciencia, y que esa era su ventaja. El silencio seguía siendo su mayor arma, el frío escudo que la protegía mientras Alistair se enredaba más en su propia frustración.
Una noche, cuando la luna iluminaba débilmente las ventanas de la mansión, Alistair organizó una cena. Una cena solo para él y Cariot. El ambiente en el comedor era tenso, pesado, cargado de algo que no se podía nombrar. La mesa estaba adornada con un banquete suntuoso, aunque ambos sabían que esa cena no era un evento común.
Cariot permanecía de pie junto a la mesa, observando con calma cómo Alistair comenzaba a comer. Cada movimiento de su cuchillo y tenedor resonaba en el silencio de la sala, cortando la carne con la misma meticulosidad que siempre. Alistair, vestido con su impecable traje oscuro, apenas miraba la comida. Sus ojos estaban fijos en ella, esperando algo, una señal de que había ganado.
—Esta noche es especial, Cariot —dijo Alistair, mientras dejaba su cuchillo y tenedor a un lado y la observaba con detenimiento—. He decidido que ya has sido entrenada lo suficiente. Ya no necesitas más pruebas. Me servirás personalmente de ahora en adelante.