Keiran muere agotado por una vida de traición y dolor, solo para despertar en el mundo del libro que su único amigo le regaló, un universo omegaverse donde comparte nombre y destino con el personaje secundario: un omega marginado, traicionado por su esposo con su hermana, igual que él fue engañado por su esposa con su hermano.
Pero esta vez, Keiran no será una víctima. Decidido a romper con el sufrimiento, tomará el control de su vida, enfrentará a quienes lo despreciaron y buscará venganza en nombre del dueño original del cuerpo. Esta vez, vivirá como siempre quiso: libre y sin miedo.
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📌 Historia BL (chico × chico) si no te gusta, no entres a leer.
📌 Omegaverse
📌 Transmigración
📌 Embarazo masculino.
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Capítulo 13. Nos veremos pronto.
Keiran estaba en el vestíbulo del edificio, su rostro parcialmente cubierto por un cubrebocas, y sostenía un libro frente a su cara, listo para usarlo como barrera si la situación lo requería. El día que había estado anticipando finalmente había llegado: Frederick Bellerose estaría en el edificio en menos de una hora.
Con una taza de café en mano, Keiran volvió su atención al libro que tenía abierto. Había estado estudiando las estructuras económicas de ese mundo, tratando de encontrar diferencias con el suyo. Aunque había transmigrado a un libro, descubrió con cierto alivio que la economía funcionaba de manera muy similar a la de su mundo original. Esa familiaridad le daba confianza, como si hubiera encontrado un ancla en medio del caos de su nueva vida.
Mientras leía, perdió la noción del tiempo. Sus pensamientos se concentraban en estrategias y posibles maneras de abordar a Frederick. No quería dejar nada al azar, cada paso debía ser calculado. Fue entonces cuando una voz masculina profunda y firme rompió la calma del lugar.
—Señor Bellerose —dijo uno de los guardias con una inclinación respetuosa.
Keiran levantó la vista y se quedó inmóvil. Allí estaba él. Frederick Bellerose. Su presencia era imponente, mucho más de lo que las fotografías habían logrado capturar. Vestía un traje impecable, con cortes perfectos que resaltaban su cuerpo musculoso y su porte dominante. Su cabello oscuro estaba peinado hacia atrás, y sus ojos, de un rojo intenso, brillaban con una intensidad que parecía capaz de atravesar a cualquiera.
Keiran tragó saliva, sintiendo un nudo formarse en su garganta. Había leído todo sobre él, sabía de su carácter frío, su arrogancia y su capacidad para controlar cualquier habitación en la que entrara. Sin embargo, verlo en persona era otra cosa completamente distinta.
Frederick caminaba hacia el ascensor con una calma que exudaba confianza, acompañado por un par de empleados que se inclinaban ante él con una mezcla de admiración y temor. Keiran no pudo evitar un destello de envidia al observarlo. En su vida pasada, había sido un hombre alto y seguro de sí mismo, aunque no tanto como Frederick. Pero ahora estaba atrapado en el cuerpo de un omega, delgado y delicado, de apenas un metro setenta.
—La vida es injusta —murmuró Keiran, apretando la pajilla de su café entre los labios.
Sin darse cuenta, sus ojos siguieron al alfa, deteniéndose en los rasgos cincelados de su rostro. Las imágenes que había visto antes no le hacían justicia. Había algo hipnótico en la manera en que se movía, en la seguridad que irradiaba cada paso. Keiran quedó tan embelesado que no reaccionó hasta que aquellos ojos rojos como rubíes lo encontraron desde el otro lado del vestíbulo.
El impacto de esa mirada lo sacudió como una corriente eléctrica. Keiran sintió su cuerpo tensarse, y su instinto lo llevó a levantar el libro para cubrirse el rostro. El calor subió rápidamente a sus mejillas, y sus orejas se encendieron como brasas.
—Qué estúpido —se regañó en voz baja, apretando los dientes detrás del cubrebocas. Se suponía que ese era el momento perfecto para causar una impresión imborrable, pero en lugar de eso, había actuado como un adolescente nervioso.
Se obligó a tomar aire profundamente, pero el olor del perfume caro que Frederick había dejado en el aire del vestíbulo solo lo hacía más consciente de la situación. «Contrólate», se dijo, aunque su cuerpo no cooperaba.
Cuando vio que Frederick y su séquito desaparecían tras las puertas del ascensor, Keiran decidió que no podía quedarse quieto. Se levantó de un salto, con una determinación renovada.
—Supongo que tengo que buscar otra manera —murmuró mientras caminaba hacia el elevador.
Presionó el botón para llamar el ascensor, sintiendo el leve temblor de sus dedos. Las puertas se abrieron y entró, solo en el espacio metálico que reflejaba su figura en las paredes. Presionó el botón de su piso y se apoyó contra la pared, cerrando los ojos por un momento.
Mientras el ascensor subía, las imágenes de Frederick seguían revoloteando en su mente. Recordó cómo los empleados lo habían tratado, casi como si fuera un rey. Ese hombre tenía todo lo que Keiran alguna vez había deseado: respeto, poder, una presencia imponente que nadie osaba desafiar.
—Pero yo no soy un omega común —dijo en voz baja, con una sonrisa que mezclaba determinación y algo de picardía.
El ascensor se detuvo en su piso y salió, todavía con el libro en la mano. Antes de entrar a su departamento, miró hacia las escaleras de emergencia que conducían al piso superior, donde ahora residía Frederick.
«Esto es solo el comienzo», pensó Keiran mientras giraba la llave en la cerradura.
Una vez dentro, se quitó el cubrebocas y se dejó caer en el sofá. Su corazón todavía latía con fuerza, pero una sonrisa curva se dibujó en sus labios. Ahora que había visto a Frederick en persona, tenía una mejor idea de cómo manejar su estrategia.
Sacó su computadora y abrió el archivo donde llevaba un registro de todo lo que había aprendido sobre Frederick. Aunque el alfa tenía una reputación temible, Keiran sabía que, como cualquier hombre, tenía debilidades. Y él se aseguraría de descubrirlas todas.
«Primero necesito un motivo para que hablemos», pensó mientras sus dedos tamborileaban contra el teclado.
Decidió que tendría que acercarse poco a poco, usando el entorno del edificio como excusa. Quizá podría crear una situación donde pareciera necesitar ayuda, o incluso generar un pequeño “accidente” que lo obligara a interactuar con Frederick.
Antes de que pudiera seguir planeando, el ruido de algo pesado moviéndose en el piso superior lo hizo detenerse. La idea de que Frederick estaba justo encima de él era extrañamente estimulante. Aunque todavía no había hablado con él, sabía que ese hombre sería una pieza clave en el nuevo camino que estaba trazando para sí mismo.
—Nos veremos pronto, Frederick Bellerose —dijo con una sonrisa que reflejaba tanto confianza como desafío.
Y con esa promesa, Keiran comenzó a bosquejar el siguiente movimiento en su elaborado plan.
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El sol arrojaba sus últimos rayos dorados sobre la ciudad, bañando el comedor con una cálida luz que se filtraba a través de las cortinas. Keiran estaba sentado en la mesa, disfrutando de su cena mientras estudiaba las finanzas de la empresa de su padre en la pantalla de su laptop. Aunque Gabriel solo le proporcionaba información superficial, Rowan, más confiable, le había enviado todo lo que había solicitado.
Mientras pasaba las páginas de los documentos digitales, Keiran no podía evitar sentir un atisbo de compasión por aquel hombre mayor. Rowan, quien alguna vez había sido una figura imponente, estaba ahora solo, rodeado de traiciones. Su hijo estaba muerto, su esposa, hija y yerno conspiraban para arrebatarle todo, y en algún punto del libro en el que ahora vivía, él moriría de causas “naturales.” Keiran sabía que esas causas no eran más que el resultado de la codicia y la deslealtad de su propia familia.
Pero él no iba a permitir que esa tragedia sucediera. Había decidido cambiar el curso de la historia y proteger al hombre que, aunque no sabía quién era realmente Keiran, siempre se había preocupado por él. Esa sería su manera de redimirse y darle un propósito a su existencia en este nuevo mundo.
El sonido de la puerta principal abriéndose de golpe interrumpió sus pensamientos. Gabriel había llegado. Keiran dejó escapar un suspiro y rodó los ojos, aunque procuró que no fuera evidente. Detestaba al alfa con cada fibra de su ser, pero todavía no podía prescindir de él. Necesitaba mantenerlo bajo vigilancia, al menos hasta que llegara el momento adecuado para deshacerse de él definitivamente.
Gabriel cruzó la sala con el ceño fruncido, dejando su maletín sobre el sofá. Al ver a Keiran en la mesa, sus ojos se entrecerraron en una mezcla de irritación y cansancio. Sin embargo, Keiran apenas le dedicó una mirada. Cerró la laptop con calma y volvió a centrarse en su comida, dejando claro que la presencia de Gabriel no le importaba en lo absoluto.
—No sabía que pedías cocinar —comentó Gabriel, dejándose caer en una silla frente a Keiran. Su voz era grave y estaba cargada de sarcasmo. Había tenido un día agotador, y aunque no lo admitiera, el aroma de la comida que Keiran había preparado era tentador.
Keiran levantó la vista con una expresión de desdén puro. Sus ojos reflejaban un frío desprecio que parecía perforar a Gabriel como una daga.
—Hay muchas cosas que no sabes de mí —respondió con voz helada, mientras cortaba un trozo de su cena con precisión.
Gabriel arqueó una ceja ante la respuesta. Era cierto. Llevaban dos años casados, y un año más de conocerse antes de eso, pero en algún punto había dejado de importarle lo que Keiran hacía o dejaba de hacer. No podía negar que el omega frente a él tenía un aire de altivez que le resultaba irritante, pero al mismo tiempo, no podía apartar la mirada de su rostro inexpresivo.
—Entonces voy a cenar contigo —dijo Gabriel con un tono desafiante—. Quiero ver si realmente eres bueno cocinando o solo estás alardeando.
Keiran soltó una pequeña risa seca, como si lo que Gabriel acabara de decir fuera tan ridículo que ni siquiera mereciera una respuesta seria.
—Solo hice suficiente para mí —respondió, levantándose con su plato vacío y la copa en la mano—. Si tienes hambre, pide algo.
Gabriel apretó los puños, sintiendo que la paciencia se le agotaba. Lo siguió con la mirada mientras el omega llevaba su plato y copa al lavaplatos con calma, como si no hubiera nadie más en la habitación. Cuando Keiran regresó agarro sus cosas y empezó a subir las escaleras, Gabriel no pudo contenerse más.
—Soy tu esposo, Keiran —dijo en un tono que pretendía ser firme pero sonaba más desesperado de lo que habría querido—. Deberías tratarme como tal.
Keiran se detuvo a mitad de las escaleras. Su risa resonó en el aire como una bofetada. Dio media vuelta lentamente y lo miró desde su posición elevada, con una mezcla de burla y desafío en sus ojos.
—¿Esposo? —repitió, dejando caer la palabra con desdén—. No uses ese argumento conmigo, Gabriel. Te recuerdo que Shelby es tu amante, a quien amas. Ve y dile a ella que te prepare la cena. Deja de molestarme.
Sus palabras cayeron como un martillo, y antes de que Gabriel pudiera responder, Keiran continuó subiendo las escaleras sin mirar atrás.
—Keiran, ¡vuelve aquí! —gritó Gabriel, su voz llena de frustración.
Pero el omega no se detuvo. Cerró la puerta de su habitación tras de sí y dejó escapar un largo suspiro. Solo en ese espacio, finalmente podía relajarse. Apoyó la espalda contra la puerta, dejando que el silencio lo envolviera.
—Esposo, una mierda —murmuró, quitándose los zapatos y dejándolos a un lado—. Pronto este matrimonio terminará, y tú volverás a ser un don nadie, Gabriel.
Se dejó caer en la cama, sintiendo que la tensión comenzaba a abandonar sus hombros. En su mente, ya estaba planeando el siguiente paso. Todo en su vida ahora era una estrategia, un movimiento calculado hacia la libertad.