Alejandro es un exitoso empresario que tiene un concepto erróneo sobre las mujeres. Para él cuánto más discreta se vean, mejores mujeres son.
Isabella, es una joven que ha sufrido una gran pérdida, que a pesar de todo seguirá adelante. También es todo lo que Alejandro detesta. Indefectiblemente sus caminos se cruzarán, y el caos va a desatarse entre ellos.
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Alejandro...
Alejandro Martínez era el epítome del éxito y la determinación. A sus veintiocho años, había logrado más de lo que la mayoría de las personas podían soñar en toda una vida. Era el director ejecutivo de una prestigiosa empresa de consultoría financiera, y su nombre era sinónimo de excelencia en el mundo corporativo. Su figura imponente y su presencia autoritaria dejaban una marca indeleble en cualquier lugar al que iba. Alejandro era un hombre guapo, con rasgos cincelados que parecían haber sido esculpidos por un artista. Sus ojos, de un intenso color azul, eran fríos y calculadores, siempre se encontraban evaluando y analizando cada situación. Su cabello oscuro y perfectamente peinado, junto con su mandíbula fuerte y su barba cuidadosamente recortada, completaban la imagen de un hombre que sabía exactamente lo que quería y cómo conseguirlo. El hombre vestía con elegancia y precisión, optando siempre por trajes a medida que resaltaban su figura atlética. Su apariencia impecable y su porte seguro lo hacían destacar en cualquier reunión o evento social. Sin embargo, detrás de esa fachada perfecta, había un hombre que llevaba consigo una carga emocional pesada y un profundo escepticismo hacia las personas, especialmente hacia las mujeres. Alejandro había crecido en un ambiente donde las apariencias lo eran todo. Su padre, Don Rafael Martínez, era un empresario exitoso que le había inculcado desde joven la importancia de la disciplina, el trabajo.
Pero algo que no había podido quitar de la mente de su hijo era el pensamiento de que las mujeres eran una distracción peligrosa. A lo largo de los años, Alejandro había visto cómo muchas mujeres intentaban acercarse a él, no por quién era, sino por lo que representaba: poder, dinero y estatus. Este constante acecho había fortalecido su desconfianza y lo había llevado a desarrollar una visión rígida sobre cómo debía ser una mujer decente. Para él, una buena mujer era aquella que vestía de manera recatada, sin exponer su cuerpo, y que se comportaba con docilidad y tranquilidad. No tenía paciencia para las mujeres que buscaban llamar la atención o que mostraban demasiada independencia.
Esa mañana, Alejandro se levantó temprano, como de costumbre. Su rutina diaria estaba meticulosamente planificada. Después de una sesión de ejercicio en su gimnasio privado, se dirigió a la ducha. El agua caliente relajó sus músculos, pero su mente ya estaba en modo de trabajo, revisando mentalmente las reuniones y tareas del día. Al salir del baño, se vistió con uno de sus trajes favoritos: un elegante conjunto gris oscuro con una camisa blanca y una corbata azul marino. Cada detalle estaba perfectamente cuidado. Se miró en el espejo, ajustando su corbata y asegurándose de que su apariencia fuera impecable. Bajó al comedor, donde su desayuno ya estaba listo, mientras tomaba su café y comprobaba los informes en su tableta, no pudo evitar pensar en la conversación que había tenido con su padre la noche anterior. Don Rafael le había insistido en que debía contratar a una nueva secretaria, alguien que pudiera encargarse de las tareas administrativas y que aliviara parte de su carga de trabajo.
-Necesitas a alguien confiable, Alejandro. No puedes seguir haciéndolo todo tú solo- le había dicho su padre con firmeza.
-Lo sé, pero no necesito a alguien que termine siendo más una distracción que una ayuda- había respondido Alejandro, recordando las experiencias pasadas con secretarias que habían intentado algo más que simplemente hacer su trabajo.
-No todas las mujeres son así. Hay personas competentes y profesionales. Solo tienes que darles una oportunidad- había insistido Don Rafael. Alejandro había aceptado a regañadientes, sabiendo que su padre tenía razón. Pero la desconfianza seguía presente, y no iba a ser fácil encontrar a alguien que cumpliera con sus altos estándares. Al llegar a su oficina, Alejandro fue recibido por María, su eficiente asistente, que le entregó su agenda del día.