La ciudad despierta alarmada y aterrada con un horrendo triple crimen y Fiorella descubre, con espanto, que es una mujer lobo, pensándose, entonces en un ser cruel y sanguinario, lo que la sume en desesperación y pavor. Empieza, por ende, su agonía, imaginándose una alimaña maligna y quizás la única de su especie en el mundo. Fiorella es acosada por la policía y cazadores de lobos que intentan dar con ella, iniciándose toda de suerte de peripecias, con muchas dosis de acción y suspenso. Ella se enamora, perdidamente, de un humano, un periodista que tiene la misión de su canal de noticias en dar con la mujer lobo, sin imaginar que es la muchacha a quien ama, también, con locura y vehemencia. Fiorella ya había tenido anteriores decepciones con otros hombres, debido a que es una fiera y no puede controlar la furia que lleva adentro, provocándoles graves heridas. Con la aparición de otras mujeres lobo, Fiorella intentará salvar su vida caótica llena de peligros y no solo evadir a los cazadores sino evitar ser asesinada. Romance, acción, peligros, suspenso y mucha intriga se suceden en esta apasionante novela, "Mujer lobo" que acaparará la atención de los lectores. Una novela audaz, intrépida, muy real, donde se conjuga, amor, mucho romance, decepción, miedo, asesinatos, crímenes y mafias para que el lector se mantenga en vilo de principio a fin, sin perder detalle alguno.
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Capítulo 17
¿Por qué demonios era yo una mujer lobo? ¿Quiénes fueron mis padres? ¿También eran lobos? ¿Tengo más familia de lobos? ¿Soy la única mujer lobo en un país donde no existen los lobos?
Yo no conocí a mis padres. Los perdí siendo muy niña y estuve en una casa de adopción, hasta los siete años que me recogió una familia acomodada que no tenía hijos. Pese a que me trataban con mucha frialdad y a veces en forma despectiva, no me faltaba nada, iba a un buen colegio y tenía muñecas, me compraban ropa y me alimentaba bien, sin embargo estaba prohibida de jugar con los otros chicos del barrio, salir sola a la calle o conversar con alguien.
Kathy, mi madre adoptiva, nunca me hablaba por mi nombre. Yo, para ella, solo era "niña" y tampoco podía decirle mamá, sino señora. Eso no me gustaba nada. Al señor Frank, su esposo, solo lo veía durmiendo todo el tiempo. Trabajaba 20 horas al día y jamás descansaba ni salía de vacaciones. El trato entre los esposos igualmente era déspota y vacío, bastante áspero a veces y apenas de monosílabos.
Su casa era un palacio de mil habitaciones, donde continuamente me extraviaba y me ponía a llorar.
Deambulaba en sus inmensos jardines, jugaba con cientos de muñecas que me compraban y veía televisión en cualquiera de las habitaciones hasta que me quedaba dormida. Iba al mejor colegio de la zona, sin embargo no hice amigas entre mis compañeras. Ellas eran tan o más déspotas que mis padres adoptivos y también me miraban mal.
Cansada de ese trato tan cruel y despiadado, me fui de esa casa cuando cumplí los diez años. Fui a una comisaría y les pedí que me llevaran de vuelta al centro de adopción. Las encargadas volvieron a acogerme con mucho cariño y allí permanecí hasta los 18 años. Estudiaba en las mañanas en un colegio pequeño y ayudaba en todo a la directora y a las auxiliares que eran unas mujeres adorables, muy cariñosas y juguetonas. Yo atendía a los pequeños, lavaba sus ropitas, aprendí a cocinar, hacía compras y la pasé de maravillas. Me emocionaba viendo partir a los chiquitines adoptados por familias que se iban felices, riendo, contentos, algo que yo no pudo experimentar con aquella familia que me acogió. Muchos papás me querían a mí, se prendaban de mi belleza, querían que fuera su hija, pero yo me negué siempre, espantada y traumada por el poco cariño que había encontrado en el anterior hogar en el que estuve.
Vinieron familias muy adineradas, también extranjeros, a querer llevarme ofreciendo fortunas. -Esa jovencita es hermosa, queremos que sea nuestra hija-, decían entusiasmados viéndome delgada, muy linda, con mis pelos marrones, los ojos ámbar y la carita de ángel, pero yo era feliz en el centro de adopción y no quería cambiarlo por nada. Lloraba mucho pensando en que me darían en adopción.
Una noche llegaron dos hombres muy elegantes al centro de adopción y hablaron con al directora, una mujer adorable, madura, de cabellos canos y la mirada dulce y que hablaba muy pausado, arrastrando las palabras. Nunca los había visto a esos tipos. Trajeron muchos documentos. Eso lo vi escondida en las cortinas del pasadizo que daba a la oficina de la directora que estaba siempre entreabierta.
Luego de mucho rato, la directora prendió el micrófono y habló por los parlantes. -Señorita Fiorella Malinova, acérquese a dirección, por favor-, dijo. Me asusté mucho y me fui a esconder a los baños. Estaba aterrada y lloraba. ¡¡¡Me iban a llevar!!!
Las auxiliares me buscaron por todo el centro de adopción. Los cuartos, el jardín, la sala de juegos, la cocina y finalmente llegaron a los baños. Encontraron la puerta trancada y tocaron muchas veces, incluso golpearon las tablas angustiadas. -Sé que estas allí, Fiorella, abre la puerta-, dijo la directora con su voz amorosa.
-No, jamás me iré de aquí, yo soy feliz con ustedes-, dije llorando a gritos.
-No es es lo que piensas, cariño, estos hombres lo que quieren es hablar contigo. Yo te aseguro que no te llevarán con ellos y te doy mi promesa que no te irás del centro de adopción a menos que tú lo quieras y sabes que siempre cumplo mi palabra-, me dijo, muy maternal, con esa voz dulzona que yo adoraba tanto.
Sorbí mis lágrimas, me puse de pie y abrí la puerta. Allí estaba la directora sonriente. Los hombres esperaban en su oficina empinados, mirando por os ventanales. Murmuraban entre ellos.
-¿Qué pasa?-, pregunté entonces turbada y muy asustada.
-La señora Kathy y su esposo murieron. Ellos no tenían familia, tan solo tú y aunque eras adoptada, te consideraban su hija-, me dijo la directora.
Sentí lástima. Apreté los dientes y parpadeé. Aunque ellos no se hicieron querer, no podía olvidar que viví tres años en su casa. Ellos nunca me aceptaron porque no tenía su sangre y eso los afectaba mucho, también a mí. No había sabido de ellos por ocho años.
La directora tomó mi brazo y me llevó a su oficina. Los dos hombres se pusieron de pie, me dieron la mano y me miraron sonrientes. -Pues sí tenía razón la señora Kathy, eres muy hermosa, jovencita-, dijo uno de ellos, el de más edad, quizás setenta o más años.
No dije nada. Quedé en silencio mirándolos, también. Mi corazón tamborileaba horrible en mi pecho.
-Le informábamos a la señora directora que tus padres adoptivos fallecieron y fue su última voluntad que heredes todos sus bienes y fortuna y fue también su último deseo que encuentres la felicidad que no tuviste en su hogar-, me dijeron.
Quedé boquiabierta, pálida, y con los ojos desorbitados sin entender nada.
La herencia que era una increíble fortuna de varios millones de dólares. De inmediato abrí una cuenta en el banco y deposité todo el dinero allí, también vendí la casa de ellos porque me era un mal recuerdo y sus autos que eran reliquias y me dieron igualmente muchísimo dinero. Yo ya estudiaba en la universidad la carrera de veterinaria porque me encantan los animales. Compré una casita muy sencilla cerca de la facultad, algo a mi estilo y me turnaba entre mi humilde morada y el centro de adopción donde era realmente feliz.
Sin embargo la directora me dijo que debía irme y cumplir con mis metas de convertirme en veterinaria, casarme y tener muchos hijos.
-Es hora que alces vuelo, palomita-, fue lo que me dijo ella, tranquila y serena. Rompí a llorar a gritos, sin poder contenerme aferrada a su pecho.
-No llores, mi amor, ya eres toda una mujer, te dimos todo lo que pudimos, es momento que labres tu propio futuro, ya sabes que aquí siempre encontrarás las puertas abiertas-, me susurró muy amorosa, abrazándome y besando mis mejillas encharcadas de lágrimas.
Empero, cuando salí del centro de adopción y el viento gélido y vehemente cacheteó mi cara, supe que estaba sola, absolutamente sola.