Desde niña, Zara soñaba con el día de su boda, creyendo que sería el comienzo de una vida feliz y plena. Pero en el mismo momento en que da el "sí, quiero" en el registro civil, sus sueños se hacen añicos cuando aparece la amante de su marido, embarazada y reclamando su lugar. Devastada, Zara anula el matrimonio y huye a un país lejano, donde comienza de nuevo su vida como esposa de alquiler, manteniendo una fachada de frialdad para proteger su corazón. Pero todo cambia cuando un nuevo cliente entra en su vida, desafiando sus reglas y despertando sentimientos que creía haber perdido para siempre. Ahora Zara debe decidir entre seguir su contrato o arriesgarlo todo por un amor inesperado.
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Capítulo 2
Zara Miller
Desde que llegué a Alemania, me he casado siete veces. Siete ceremonias diferentes, siete historias distintas, y en cada una de ellas, un propósito específico para el hombre que me contrataba. A veces era por estatus, otras por ciudadanía o para impresionar a alguien en el trabajo. Al final, todos esos matrimonios terminaron exactamente como empezaron: de manera calculada y sin sentimientos.
Ahora, estoy frente a mi octavo cliente, un renombrado neurocirujano. El Dr. Alexander. Tan pronto como entró en el café donde habíamos acordado nuestra primera reunión, supe que él sería diferente de todos los demás. No solo por su presencia imponente: alto, con el cabello rubio que parecía esculpido a mano y unos ojos claros que parecían ver a través de mí.
Cuando Alexander se acercó, su sonrisa era contenida, casi profesional. No había dudas de que sabía lo que quería. Estaba acostumbrada a peticiones excéntricas, pero lo que me propuso me dejó completamente perpleja.
—Necesito una esposa para dormir conmigo —dijo, yendo directo al grano.
La confusión debió reflejarse en mi rostro, porque rápidamente añadió:
—Solo dormir. Sin toques, sin caricias. Solo alguien para compartir la cama cuando regrese de mis turnos.
No sabía cómo reaccionar. Desde que comencé este trabajo, nunca me habían pedido algo tan… íntimo. Mi regla era clara: sin relaciones sexuales. Todos mis matrimonios anteriores habían sido estrictamente platónicos, y así seguirían hasta el final del contrato. Pero esto… esto era diferente.
Alexander me observaba atentamente, esperando mi respuesta, y me encontré estudiando cada detalle de él. Los ojos claros, la mandíbula firme, la postura perfecta. Sin duda, era el hombre más atractivo con quien me había casado. Y, sin embargo, había algo en su propuesta que me inquietaba.
—¿Por qué yo? —pregunté, más para ganar tiempo que por genuina curiosidad.
—Porque necesito a alguien en quien pueda confiar para que esté allí cuando regrese. No tengo tiempo para una relación normal, pero tampoco puedo dormir solo después de largas noches en el hospital. No es sexo, Zara, es... compañía —explicó, su voz cargada de una sinceridad sorprendente.
Había una vulnerabilidad en esas palabras que no esperaba. No solo estaba contratando a una esposa por alquiler; buscaba algo que nunca había ofrecido a ninguno de mis clientes anteriores: consuelo emocional.
No sabía qué me asustaba más: la idea de dormir al lado de un hombre todas las noches sin la barrera segura de un acuerdo platónico, o el hecho de que, por primera vez, dudaba en decir "no".
Respiré hondo, tratando de mantener la compostura. Esta petición era diferente a todo lo que había enfrentado antes, y a pesar de la seriedad en su voz, mi instinto inicial fue rechazarlo.
—No puedo aceptar —declaré, firme. Necesitaba mantener mis reglas. Estaban ahí por una razón, y nunca había tenido la intención de cruzar esa línea, sin importar cuán encantador pudiera ser el cliente.
Alexander no parecía sorprendido. En cambio, con la misma calma y control que mostró desde el principio, sacó un bolígrafo del bolsillo y anotó algo en un pequeño trozo de papel. Lo dobló con cuidado y lo deslizó sobre la mesa hacia mí.
—Este es el monto que recibirías por semana, por dormir dos noches conmigo —dijo, sin siquiera pestañear. Su voz era baja, casi un susurro, pero cargada de una determinación que me dejó sin palabras.
Miré el papel, dudosa. La curiosidad me venció, y cuando lo abrí, los números que vi me dejaron sorprendida. Era mucho más de lo que cualquiera de mis clientes anteriores había ofrecido. Mucho más.
Alexander observaba mis reacciones, su expresión neutral, como si supiera exactamente el efecto que esa cifra tendría en mí.
—No te estoy pidiendo nada más de lo que ya he dicho, Zara. Dos noches por semana. Sin toques, sin intimidad. Solo tu presencia —reiteró, su tono más suave esta vez.
Estaba dividida. La propuesta era tentadora, no solo por la cantidad, sino por la aparente simplicidad del acuerdo. Sin embargo, algo me decía que esa simplicidad era ilusoria. Había más en esta historia de lo que Alexander estaba revelando, y eso me inquietaba.
Cerré el papel y lo coloqué de vuelta sobre la mesa, sin dar una respuesta inmediata. Alexander esperó pacientemente, como si supiera que necesitaba tiempo para considerar su oferta. Y tal vez eso era lo que quería, plantar la semilla de la duda y hacerme cuestionar mis propias reglas.
—Piénsalo —dijo, levantándose de la mesa—. Sé que necesitas tiempo. Estaré cerca si decides aceptar.
Con esas palabras, se despidió, dejándome sola con el papel en la mano y una difícil decisión por delante.