PRIMER LIBRO DE LA SAGA.
Luciana reencarna en el cuerpo de Abigail una emperatriz odiada por su esposo y maltratada por sus concubinas.
Orden de la saga
Libro número 1:
No seré la patética villana.
Libro número 2:
La Emperatriz y sus Concubinos.
Libró número 3:
La madre de los villanos.
( Para leer este libro y entender todos los personajes, hay que leer estos dos anteriores y Reencarne en la emperatriz divorciada.
Reencarne en el personaje secundario.)
Libro número 4:
Mis hijos son los villanos.
Libro número 5:
Érase una vez.
Libro número 6:
La villana contraataca.
Libró número 7:
De villana a semi diosa.
Libro extra:
Más allá del tiempo.
Libro extra 2:
La reina del Inframundo.
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Capitulo 17
En el comedor del harén, donde se había preparado el almuerzo para compartir con la emperatriz, casi todos los concubinos ya estaban presentes. Solo faltaba Damon, que seguía en el Ducado de su padre ayudándolo con su trabajo.
—¿Qué ha sucedido, majestad? —preguntó Calixto.
—¿Con qué? —respondió Abigaíl, aún algo distraída.
—Con el emperador, majestad. Escuchamos gritos, por eso entramos rápidamente a su oficina sin golpear. Discúlpenos por eso —dijo Bruno.
—Prometí ser sincera con ustedes y les contaré todo —abrió la emperatriz. Abigaíl respiró hondo antes de continuar—. Lo que pasó fue...
Abigaíl les contó todo lo que había sucedido: desde lo de las concubinas hasta los reclamos del emperador y la aparición de Cristofer.
Hubo un silencio mientras los concubinos procesaban la información. El primero en hablar fue Stefan.
—¿Piensas agregar más personas al harén?
Todos voltearon a mirarla. Por un momento, Abigaíl quiso mentir, pero recordó al capitán y, finalmente, dijo:
—No lo sé.
El silencio se alargó hasta que Sebastián rompió la tensión.
—¿Y con el emperador?
—Nada —respondió Abigaíl con firmeza—. Quiero dejar algo claro a todos: no voy a volver con el emperador. No me importa cuánto llore, implore o se humille frente a mí, no volveré a caer ante él.
—Yo quería preguntar... ¿Cómo organizaremos los días para pasar tiempo a solas con usted? —dijo Diego, sonrojándose un poco al pensar en la respuesta.
Abigaíl sintió una ligera mezcla de incomodidad y anticipación al imaginarse sola con cada uno de ellos, pero se recompuso rápidamente.
—Hmm... Bueno, planeaba hacer un calendario para asignar cada día de la semana, pero me gustaría seguir compartiendo los almuerzos y cenas con ustedes juntos —respondió.
—Por mí no hay problema —dijo Calixto, a lo que los demás concubinos asintieron, aceptando la propuesta.
—Bien —continuó Abigaíl—, trabajaré en eso en mi estudio cuando terminemos de almorzar, y en la noche les diré cómo decidí organizarlo. Pero también quiero hablar con ustedes sobre su mesada y las funciones que cada uno de ustedes tendrá que cumplir.
—Yo no necesito ese dinero, majestad —interrumpió Bruno.
—Sé que muchos de ustedes no lo necesitan, pero quiero que igualmente lo acepten y propongan proyectos para mejorar nuestro imperio —explicó Abigaíl.
—Esa es una muy buena idea —dijo Diego.
—Quiero ganarme el apoyo de la corte, y en un futuro... —Abigaíl hizo una pausa, como si pensara detenidamente—.
—Poder gobernar sin el emperador. Muy astuta, majestad —comentó Stefan con una sonrisa.
—(Sonrió maliciosa) Soy una persona con poca paciencia. Si hoy el emperador se atrevió a amenazarme, no dudo que quiera atarlos a ustedes. Y si eso pasa, quiero que me lo avisen para empezar con mi plan para derrocarlo.
—¿Está hablando de un golpe, majestad? —preguntó Bruno, mirando a los demás.
—Digamos que estamos poniendo las cosas en su lugar. Él es emperador gracias a mí. Si no fuera por mi familia, este imperio no existiría. Yo fui generosa y le ofrecí gobernar juntos, pero separados. Él no lo quiso aceptar.
—Pues yo acepto su oferta, majestad. Sé que soy el más humilde de ustedes, y tal vez muchos nunca van a los barrios bajos, pero la gente necesita que los emperadores se preocupen un poco más por ellos —dijo Mateo, levantando la mano.
—Perfecto —respondió Abigaíl con una sonrisa—. Expón en una hoja lo que crees que el imperio necesita con más urgencia, y entre todos pensaremos cómo ayudar y mejorar la calidad de vida de la gente.
Con ese plan en mente, Abigaíl dejó a los concubinos trabajando mientras ella se dirigía a su oficina para empezar a organizar el calendario.
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En el palacio del emperador, él se encontraba en su oficina, perdido en sus pensamientos.
**POV de Steven**:
No entiendo qué le pasa a Abigaíl. Siempre fue tan sumisa, parecía que su único deseo era pasar desapercibida. Eso fue lo que no me gustó de ella, aunque no es que nunca la haya amado. Hubo un tiempo, cuando éramos niños, que la adoraba. Le pedía a mis padres que quería ir a visitarla. Me encantaba verla leer, sonreír genuinamente. Ya no recuerdo la última vez que la vi sonreír de esa forma. Cuando nos casamos, no me sentía obligado; quería compartir mi vida con esa maravillosa mujer. Pero después de un tiempo, su personalidad tímida, introvertida, cohibida dejó de gustarme. Se volvió una tortura.
La noche de bodas fue horrible. No me atreví a tocarla de nuevo. Fui delicado, pero ella lloró, rogó que parara, y cuando intenté consolarla, me echó de la alcoba. Después de eso, cada vez que intentaba acercarme, ella me miraba con miedo. No pude soportarlo y decidí darle tiempo. Pero luego recordé a Marión, una chica hermosa con la que había tenido un acercamiento meses atrás. La volví a ver y le propuse ser mi concubina. Lo que más me enojó de todo esto fue que Abigaíl la aceptó sin ningún problema. A ella no le importa si estoy con otra mujer, si no me preocupo por ella, pero yo no podía seguir más. Con el propósito de molestarla, busqué una concubina tras otra, pero ella parecía indiferente a todo.
Hasta que ocurrió lo de los asesinatos. No sabía nada de eso, pero ahora parece que ella encuentra en cada cosa que pasa a su alrededor una excusa para culparme. No solo eso, tomó a diez concubinos para hacerme enfurecer. Yo quería mostrar indiferencia hacia ella, no quería demostrarle cuánto me dolía su indiferencia, su rechazo. Lo que me duele es no poder verla junto a mí cada mañana. Sé que fallé, ambos fallamos, pero ella parece ver solo lo malo que yo hice... ¿Y ella no cuenta?