Thiago siempre fue lo opuesto a la perfección que sus padres exigían: tímido, demasiado sensible, roto por dentro. Hijo rechazado de dos renombrados médicos de Australia, creció a la sombra de la indiferencia, salvado únicamente por el amor incondicional de su hermano mayor, Theo. Fue gracias a él que, a los dieciocho años, Thiago consiguió su primer trabajo como técnico de enfermería en el hospital perteneciente a su familia, un detalle que él se esfuerza por ocultar.
Pero nada podría prepararlo para el impacto de conocer al doctor Dominic Vasconcellos. Frío, calculador y brillante, el neurocirujano de treinta años parece despreciar a Thiago desde la primera mirada, creyendo que no es más que otro chico intentando llamar la atención en los pasillos del hospital. Lo que Dominic no sabe es que Thiago es el hermano menor de su mejor amigo y heredero del propio hospital en el que trabajan.
Mientras Dominic intenta mantener la distancia, Thiago, con su sonrisa dulce y corazón herido, se acerca cada vez más.
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Capítulo 1
02:30 de la mañana
El reloj de la sala de descanso marcaba las 02:30 de la mañana, y el silencio era casi absoluto. El zumbido del aire acondicionado llenaba el espacio, mezclado con el sonido bajo de la lista de reproducción instrumental que Thiago escuchaba para intentar controlar la ansiedad. Estaba acostado en el pequeño sofá, abrazado a su propio abrigo, con los ojos entrecerrados, tratando de encontrar un poco de paz. Pero la paz nunca duraba mucho para alguien como él.
De repente, la alarma sonó en el hospital, estridente y urgente.
—Código rojo. Accidente múltiple. Sector de emergencia. Repitiendo: código rojo.
Thiago se levantó de un salto, el corazón latiendo con fuerza. Cogió su portapapeles, se ajustó la identificación en el pecho y salió casi corriendo por los pasillos aún vacíos. Ya conocía el protocolo: debía permanecer en su propio sector, pero algo dentro de él, un instinto tal vez, lo empujó en la dirección contraria.
Cuando llegó a la entrada de la emergencia, el caos ya había comenzado. Sirenas, gritos ahogados, los paramédicos trayendo pacientes uno tras otro, todos ensangrentados, algunos inconscientes. Un accidente grave en la carretera: seis víctimas, tres en estado crítico.
Thiago miró hacia un lado y reconoció las batas azules del ala de neurocirugía. Un escalofrío recorrió su espina dorsal. Era el área de Dominic Vasconcellos.
Aun así, movido por las ganas de ayudar, corrió hacia allá.
—¡Eh, tú! —gritó una enfermera, señalando—. ¡Lleva esta camilla directo a la sala de trauma 3!
Thiago asintió rápidamente y comenzó a empujar la camilla con agilidad. El paciente convulsionaba levemente, con un corte profundo en el cráneo. Al entrar en la sala, se topó con él.
Dominic Vasconcellos.
Postura rígida, manos enguantadas, ojos afilados como bisturíes. Un hombre frío, meticuloso, intimidante. Y, aun con todo eso, el corazón de Thiago latía diferente solo con verlo. Era un amor silencioso, platónico, doloroso.
—¿Qué haces aquí? —disparó Dominic, sin desviar los ojos del monitor.
—Yo… vine a ayudar. Faltan manos y… y esta paciente… —intentó explicar, tartamudeando.
—No perteneces a esta ala. —El tono fue cortante como una navaja—. Eres solo un técnico, y además un becario. ¿Quieres presumir? ¿Quieres mostrarte útil donde no es necesario? Sal. Ahora.
Las palabras lo golpearon como una bofetada.
Thiago tragó saliva. Miró a su alrededor, sin saber a dónde ir, sintiendo la mirada de todos los otros profesionales sobre sí, como si fuera un error, una vergüenza. Sus manos temblaban, no solo por el nerviosismo, sino por la vieja amiga ansiedad que ya estaba picando su pecho.
—Dominic, él solo quería ayudar —dijo una enfermera, en voz baja.
—No tiene preparación para esto —replicó el neurocirujano, nada conmovido—. Si algo sucede, el que va a responder soy yo. Ahora sácalo de aquí.
Thiago sintió el rostro arder. La vergüenza quemaba tanto como el dolor. De todas las personas, él, el hombre por quien su corazón latía en secreto desde hacía dos años, fue quien lo tiró al suelo con palabras crudas y sin piedad.
—L-lo siento… —murmuró, dando dos pasos hacia atrás.
—No tienes que disculparte. Solo desaparece.
Thiago salió de la sala, tragando lágrimas, el pecho en colapso. No quería llorar allí. No quería darle a Dominic la mínima satisfacción de verlo quebrar.
Pero Dominic no sabía que aquel chico de bata simple y ojos dulces… era hermano de su mejor amigo. Hijo del dueño del hospital. Y que detrás de la sonrisa inocente, había un corazón profundamente herido que solo quería ser aceptado, y tal vez, ser amado.
Thiago caminaba rápido por el pasillo lateral, la cabeza baja, los ojos llorosos. Cada paso resonaba como una acusación. La bata parecía más pesada que nunca, apretando su pecho como si quisiera aplastar todo por dentro. Él solo quería ayudar. Solo quería hacer algo bien. Ser visto. Ser útil. Pero todo lo que consiguió fue ser tratado como un estorbo, de nuevo.
Empujó la puerta de la sala de descanso con fuerza y, en cuanto se encerró allí dentro, se derrumbó en el suelo. Las lágrimas vinieron sin permiso, calientes, silenciosas. Apoyó la frente en las rodillas y respiró hondo, intentando contener el llanto, pero su garganta estaba demasiado apretada.
"¿Quieres presumir? Solo desaparece".
Las palabras de Dominic martilleaban en su cabeza. Ya había sido humillado en la infancia por sus padres, ignorado, despreciado... pero escuchar aquello de alguien que admiraba tanto, que lo hacía soñar en silencio, dolía de una forma diferente. Peor. Más profunda.
El celular vibró. Era un mensaje de Theo.
> 🌙 Theo: ¿Estás bien? Te vi saliendo del ala de Dominic… ¿qué pasó?
Thiago miró la pantalla por largos segundos antes de responder.
> Thiago: Nada grave. Solo intenté ayudar y me regañaron. Voy a quedarme aquí un rato. No le cuentes nada, ¿sí?
Segundos después, el celular sonó. Era Theo, claro. Dudó, pero atendió.
—Hermanito, ¿qué te hizo? —la voz de Theo venía cargada de preocupación.
—Nada, de verdad… yo solo… invadí su ala sin permiso. Fue mi culpa. Pensé que podía ayudar y…
—¡No importa! —interrumpió Theo—. Solo quisiste ayudar. ¡Y él no tenía derecho de hablarte así!
Thiago cerró los ojos, mordiendo los labios. No quería que su hermano creara confusión por su causa. Ya bastaba con ser una carga para sus padres.
—Theo, por favor… solo déjame tranquilo. Solo quiero que esta noche termine pronto.
Hubo un silencio del otro lado de la línea. Entonces Theo suspiró, derrotado.
—Está bien. Pero, Thi, él no tiene idea de quién eres. ¿Y sabes qué es peor? Siempre me dice que odia a la “gente mimada que cree que solo porque tiene apellido puede todo”. Si supiera quién eres, dudo que tendría el coraje de tratarte así.
Thiago sonrió triste, con los ojos aún llenos de lágrimas.
—Tal vez sea mejor que siga sin saberlo…
—No tienes que esconderte, Thiago. Eres increíble. Mucho más de lo que ellos pueden ver.
Thiago solo negó con la cabeza en silencio.
Después de colgar, se quedó allí por largos minutos. El rostro aún húmedo, el pecho apretado, pero el llanto había cesado. Solo quedaba el vacío. Un silencio que gritaba por dentro.
Del lado de afuera, el hospital seguía en el caos. Pero dentro de aquella sala, había solo un chico intentando entender si aún valía la pena luchar.
Y sin darse cuenta, del otro lado de la puerta entreabierta, un par de ojos oscuros observaba en silencio.
Dominic.
No escuchó todo. Pero lo suficiente para sentir una leve molestia en el pecho, algo que no entendía. Algo que lo irritaba.
Y, por primera vez, se preguntaba: ¿quién diablos era ese chico?