Esther renace en un mundo mágico, donde antes era una villana condenada, pero cambiará su destino... a su manera...
El mundo mágico también incluye las novelas
1) Cambiaré tu historia
2) Una nueva vida para Lilith
3) La identidad secreta del duque
4) Revancha de época
5) Una asistente de otra vida
6) Ariadne una reencarnada diferente
7) Ahora soy una maga sanadora
8) La duquesa odia los clichés
9) Freya, renacida para luchar
10) Volver a vivir
11) Reviví para salvarte
12) Mi Héroe Malvado
13) Hazel elige ser feliz
14) Negocios con el destino
15) Las memorias de Arely
16) La Legión de las sombras y el Reesplandor del Chi
17) Quiero el divorcio
18) Una princesa sin fronteras
19) La noche inolvidable de la marquesa
** Todas novelas independientes **
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Ego
Al día siguiente, desde la sombra de uno de los corredores del palacio, Arturo escuchaba cómo Esther daba instrucciones al asistente, explicando que quería salir a conocer a otras personas de la isla, interactuar con diferentes círculos y aprender sobre la sociedad que la rodeaba.
Algo dentro de él se tensó de inmediato. No era celos en el sentido romántico todavía… era su ego herido. Siempre había sido Arturo quien la ayudaba, quien la protegía, quien compartía momentos exclusivos con ella. Y ahora la veía distribuir su atención hacia otros, con naturalidad, como si él fuera solo una figura más en su vida.
Se pasó una mano por el rostro, respirando hondo.
—¿Por qué me siento desplazado por esto? —murmuró para sí mismo, con una mezcla de frustración y confusión—. No debería importarme… ella es libre.
Pero, aunque intentaba convencerse de que era solo orgullo, no podía negar la punzada que le dejaba verla tan relajada y confiada con otras personas. Su postura se enderezó automáticamente, como si quisiera recordarse a sí mismo que él era Arturo, que no podía ser ignorado tan fácilmente.
Se dio cuenta de algo que no quería admitir: aunque no podía ponerle nombre a lo que sentía, lo que más le dolía era perder el lugar que creía tener junto a ella.
Sin más, se giró y se alejó del corredor, con los puños ligeramente apretados, decidido a no mostrarse débil… aunque aún no supiera cómo recuperar esa cercanía sin traicionar su propio orgullo.
Por la tarde, Arturo caminaba por los pasillos de la mansión, con los brazos cruzados y la frente ligeramente fruncida. Intentaba convencerse a sí mismo...
[Quizás Esther solo quiere llamar mi atención, no puede ser otra cosa.]
Se repetía la idea como un mantra, tratando de calmar la punzada de su orgullo herido.
Esa tarde, al acercarse a la sala donde se servía el té, esperaba ver a Esther sola, como de costumbre, tal vez disfrutando de la tranquilidad del momento o leyendo algún libro. Sin embargo, al abrir la puerta entreabierta, se detuvo de golpe.
Allí estaba ella, sentada con gracia, pero no sola: frente a ella se encontraba un joven músico, que sostenía un laúd y le mostraba algunas partituras. Esther escuchaba con atención y sonreía mientras él tocaba algunas notas, riendo suavemente ante algún comentario.
El corazón de Arturo dio un pequeño vuelco. No era solo un intento de llamar su atención; ella realmente había invitado a alguien más a su compañía. Su orgullo se tensó, mezclado con una punzada que no sabía cómo llamar.
Se quedó en la sombra del corredor, observando la escena, sintiéndose desplazado y… sorprendentemente celoso.
—Así que no era solo por mí… —murmuró en un susurro, sin darse cuenta de que lo que decía reflejaba más que un simple ego herido.
Arturo apretó los puños con discreción, tratando de recomponerse. Aun así, algo dentro de él comenzó a cambiar: el hecho de verla tan relajada y confiada con alguien más le hizo darse cuenta de que no podía controlar ni predecir lo que Esther quería, y que su propia posición junto a ella estaba lejos de ser segura.
El joven músico tocaba una melodía alegre y ligera, mientras Esther reía y comentaba algo que hizo que Arturo tragara saliva, sintiendo un nudo en el pecho. Por primera vez, comprendió que su orgullo no sería el único desafío si quería acercarse a ella: tendría que lidiar con su propia vulnerabilidad, aunque aún no supiera cómo.
Al día siguiente, Arturo no pudo dejar de pensar en el joven músico que había visto junto a Esther. Su orgullo estaba herido y su curiosidad despertada: ¿quién era ese joven, y qué intención podía tener de acercarse a ella?
Decidió enviar discretamente a uno de sus hombres de confianza a investigar al músico, averiguar su nombre, sus antecedentes y si tenía algún vínculo con la corte o con intereses desconocidos. Cada detalle que llegaba le resultaba un poco inquietante, pero también incrementaba la tensión que sentía hacia Esther.
Esa misma tarde, observó desde la distancia mientras Esther y el joven salían de un salón de té.
Pero lo que vio lo sorprendió profundamente: Esther apenas lo miró. Caminaba junto al músico con naturalidad, hablando con él de manera cortés y tranquila, sin prestar más atención a Arturo que la necesaria para despedirse.
Se detuvo unos pasos atrás, con el corazón latiendo más rápido de lo habitual. Por un lado, sintió alivio: el músico no parecía representar ninguna amenaza real. Por otro, su ego sufrió un nuevo golpe: la indiferencia de Esther hacia su propia presencia le dolió más de lo que esperaba.
—¿Así que no importa? —murmuró entre dientes, apretando el puño con fuerza—. Ni siquiera me mira…
Se quedó unos instantes observando cómo ella se alejaba, con esa mezcla de gracia y seguridad que siempre lo había desconcertado. Arturo comprendió algo que aún no estaba dispuesto a admitir del todo: no podía controlar a Esther, ni su atención, ni sus sentimientos. Y esa realidad empezaba a incomodarlo más que cualquier rival político o enemigo de la isla.