Un Amor Prohibido Para La Institutriz

​Dos meses habían pasado desde el baile. El otoño había llegado a la mansión, pintando los jardines con tonos ocres y dorados. En este tiempo, la vida había continuado, pero una nueva preocupación comenzaba a crecer en la familia. El próximo mes, Tomás regresaría al colegio militar, pero esta vez no iría solo.

​Su hermano menor, Emanuel, de solo diez años, también se alistaría. La noticia llenó de angustia al joven. A diferencia de su hermano mayor, Emanuel no era un guerrero. Amaba la cocina y pasaba las mañanas en la huerta, cuidando de sus plantas y soñando con pasteles y platillos nuevos y deliciosos. La idea de unirse al ejército, de usar un uniforme y de blandir una espada, no eran temas que le apasionara como a su hermano. Sin embargo sabía que su deber como hijo del marqués lo obligaba a tomar ese camino y honrar al apellido de Robledo.

Una tarde, durante su lección con Elaiza. Estaban leyendo el libro de historia familiar, un pesado tomo encuadernado en cuero que detallaba el linaje militar del marquesado. mientras leían el largo árbol genealogico, Emanuel se detuvo en una página, sus ojos fijos en el nombre de un antepasado: el Capitán Niccolò, un héroe de la familia.

Capitán de Infantería, honrado por su valentía en la Batalla de la Cruzada. Falleció a causa de las heridas de guerra seis meses después, condecorado posmortem con el águila real, su familia obtuvo la tierra donde ahora se asienta la mansión .​Emanuel pasó la página y leyó otro nombre. "El Capitán augusto. Perdió su ojo izquierdo en el asedio de Fortunata. Fue conocido por su implacable visión y por entrenar a sus soldados para luchar en la oscuridad, fue el primero en crear el batallón negro, el cual es conocido por sus hazañas y temple, Luego, su mirada cayó sobre otra entrada. "El General Alfonso . Su pierna fue destrozada por una bala de cañón. Murió dos años después, incapaz de caminar. Sus restos fueron enterrados con honores militares."

​El niño se reclinó en su silla. Su rostro no mostraba una tristeza vacía, como si al leerlo parte de su espiritu se perdiera.

"anda Emanuel debes terminar la lección" dijo con dulzura su institutriz

​"Anda, Emanuel, debes terminar la lección," dijo con dulzura su institutriz.

​El niño levantó la vista. "Elaiza, ¿usted siempre quiso ser institutriz?".

​Elaiza sonrió suavemente. "Mmm, no. De hecho, pensé en ser monja, o tal vez bibliotecaria. ¡Ah!, y una vez, cuando tenía unos ocho años, quise ser acróbata de circo cuando fueron al pueblo cerca del orfanato. Siempre me gustaron los libros, los jardines y el trabajo con las manos... incluso las de otras personas".

​"Qué bonito, sabe la historia de mi familia está llena de hombres que se convirtieron en héroes y hacen prohesas extraordinarias... pero al final, siempre hay un precio que pagar. Heridas, muerte, dolor para la familia. Son pocas las personas que no han participado en guerras o que han salido ilesos" suspiró Emanuel. "A veces sueño que soy un ave y vuelo por todo el terreno de la mansión, o que soy un ratón que puede comer todos los frutos de mi huerta, y que nadie me dice nada".

​Una punzada de dolor atravesó a Elaiza. La inocencia en los ojos de Emanuel le mostraba una verdad dolorosa: sus sueños, tan simples y hermosos, se estrellarían contra la obligación y el deber que su familia le había impuesto desde su nacimiento. Sin embargo Su obligación era guiarlo, no animarlo a desobedecer a su padre. Con la firmeza que siempre la había caracterizado, decidió que lo mejor para el niño era entender el honor y la oportunidad que el camino militar podría darle, así tal vez al menos tendría un consuelo por sus estudios.

"Emanuel," dijo con voz suave.

 "El ejército no es solo un camino para la guerra. Es un camino para el honor, la disciplina y las oportunidades. Mira a Marcello. Antes, su futuro estaba en la tierra, en el trabajo manual. Sin embargo, él eligió el camino militar. ¿Por qué crees que lo hizo?" preguntó Elaiza.

Emanuel se encogió de hombros, sin saber qué responder. "Porque ese camino le traera en un futuro más que solo dinero," continuó Elaiza. "Le traerá un título, un rango, y una reputación. Le dará un estatus que su apellido no podría haberle dado nunca. Se ha convertido en un hombre valiente. Un hombre que está haciendo un gran sacrificio por su familia, así como lo hicieron los que leíste en el libro de la historia familiar."

Emanuel escuchó con atención, absorbiendo cada palabra. Sabía que Elaiza tenía razón, y el ejemplo de Marcello resonaba en su mente. Era admirable, sí. Pero la idea de blandir una espada no le atraía. Emanuel escucho y aún así no sentía que tenía razones suficientes para ir al colegio militar

Durante días, el dilema de Emanuel pesó sobre el corazón de Elaiza,Observó sus acciones, cómo su semblante cambiaba al estar en la cocina y la poca atención que prestaba a los estudios, en especial a los que eran de la milicia. Entonces tomo la decisión Reflexiono sobre la mejor manera de abordar a Rafael, de hacerle ver que la felicidad de su hijo era más importante que cualquier tradición. Cada vez que lo veía, buscaba el momento perfecto: en la biblioteca, el jardín, o durante la cena. Pero el momento nunca llegaba. La presencia de los niños, las responsabilidades de la mansión, el constante ir y venir de la vida cotidiana... cada oportunidad se desvanecía. Elaiza, frustrada, sabía que el tiempo se agotaba.

Una tarde, lo encontró solo en el despacho, revisando los mapas de las tierras del reino. El silencio era total, y la luz que entraba por la ventana creaba un ambiente íntimo. Elaiza se acercó lentamente y se paró detrás de él, sintiendo el aroma de su perfume favorito. Era ahora o nunca.

"Rafael," dijo con voz suave.

Rafael levantó la vista de sus papeles, su ceño fruncido. La tensión entre ellos era palpable. "Elaiza, estoy ocupado," dijo con voz dura. " amor, Necesito que me deje solo."

 "Quiero preguntarte algo... ¿que tan ecesario es que tus dos hijos cursen el colegio militar ? ¿Crees que es una obligación ambos, pertenezcan a la milicia, aun si no lo desean? ¿ porque bueno que pudieran elegir o tener opciones para su futuro?".

​La pregunta, tan simple y directa, tomó a Rafael por sorpresa. Su pluma se detuvo sobre el papel, y la mirada en sus ojos se tornó seria. "¿A qué viene todo esto, Elaiza?"

​"Viene de mi preocupación, Rafael," le respondió, su voz llena de una sinceridad que él no podía ignorar. "Viene de ver a Emanuel perder el brillo en sus ojos cada vez que piensa en la academia militar. Viene de observarlo. Su semblante se ilumina cuando está en la cocina, y en cambio, se apaga cuando tiene que estudiar para el examen militar. Su alma está en la tierra, en los frutos, en la huerta, en los aromas y el bullicio de la cocina, no en el campo de batalla."

​Elaiza se inclinó hacia él. "Nuestro Emanuel es un niño amable y lleno de vida. Me temo que esa vitalidad se perderá si lo obligas a seguir un camino que no es el suyo. Y creo que él, como todos, merece tener la oportunidad de elegir su propio destino."

"querida esa desicion ya está tomada. Él entrará al colegio militar el próximo mes." espero Rafael centrándose nuevamente en sus planos " lo hará como lo hicimos todos los hombres de nuestra familia "

"mi señor usted se enorgullece de su linaje militar, pero ¿ha leído el libro de la familia? Emanuel lo hizo. Vio que su historia familiar no solo está llena de victorias, sino también de heridas, sacrificios y dolor." preguntó Elaiza, ignorando la frialdad en la voz de Rafael

Rafael se levantó de su asiento, sus ojos brillando con ira. "¡Es el precio del honor! ¡Es nuestro deber! ¡Nuestra familia ha honrado este apellido con sangre por generaciones! ¡a cuidado de la corona como ninguna otra familia!."

"¿Y qué me dice de mi?" Rafael se quedó sin palabras. Elaiza se acercó a él, levantó la manga de su vestido y le mostró la cicatriz en su brazo. "El honor y el valor de una persona no se demuestran en un campo de batalla. Yo salvé a su hijo, y por ello la reina me honró con un título."

Rafael cerró los ojos, incapaz de responder. El peso de sus palabras lo hizo sentir pequeño, como un hombre débil.

"Emanuel tiene un don, Rafael," continuó ella. "Tiene el don de dar alegria, de alimentar a la gente. dígame que importa más ¿su orgullo y la felicidad de su hijo?".

Rafael, ahora acorralado por las palabras de Elaiza, endureció su expresión. el orgullo de su familia era más fuerte que cualquier argumento.

 "No importa lo que digas, Elaiza," declaró con voz fría y dura. "Sin importar qué, todos mis hijos deberán ir a la escuela militar. Es la tradición, es la historia de nuestra familia, es nuestro legado y su destino, como el mío y el de todos nuestros antepasados varones y las futuras generaciones"

La rabia se encendió en los ojos de Elaiza. Su voz se volvió un susurro peligroso. "Y si tú y yo tuviéramos un hijo, ¿él también tendría que ir?".

"Eso es imposible," respondió Rafael, el miedo en su voz. "Hemos tomado las medidas necesarias para evitarlo... además no está en mis planes tener más hijos... Y si así fuera seguiría la tradición, eso no está en tela de juicio"

Las palabras de Rafael fueron un golpe para Elaiza. Su rostro se descompuso por la ira. Su voz temblaba, pero no de miedo, sino de un dolor profundo.

 "Entonces, tienes razón. Preferiría no tener un hijo que desde antes de nacer ya tiene el destino escrito. Y lo más seguro es que no lo tengamos. Al entrar Emanuel en la escuela militar, mi trabajo aquí habrá terminado. Ya no tendré un niño a quien educar. Y me iré... Con su permiso mi señor."

Sin pensarlo dos veces, Elaiza salió furiosa del despacho, dejando a Rafael de pie, el intento seguirla pero su deber con el trabajo era más apremiante en ese momento. Su decisión había tenido un precio, uno que no había previsto.

​Aquella noche, el silencio en la mansión era más profundo que nunca. Abatido por el peso de sus propios prejuicios y desiciones, se dirigió a la habitación de ella.

​Al llegar, se detuvo frente a la puerta. A diferencia de las noches anteriores, esta vez estaba cerrada, con el seguro puesto desde dentro. Tocó suavemente, el sonido del nudillo contra la madera un eco débil en la oscuridad.

​"¿Elaiza?," susurró, con la voz llena de súplica. "¿amor, Podemos hablar, por favor?".

​No hubo respuesta. Ni un susurro, ni un movimiento, solo el silencio. Rafael esperó, con la esperanza de que el sonido de su voz la convenciera de abrir. Pero no fue así. La puerta se mantuvo cerrada toda la noche, un símbolo de la distancia que había creado entre ellos. Sin más, se dio la vuelta y, con el corazón roto, regresó a su dormitorio, abrumado por el arrepentimiento y la soledad.