Gia es una hermosa mujer que se casó muy enamorada e ilusionada pero descubrió que su cuento de hadas no era más que un terrible infierno. Roberto quien pensó que era su principe azul resultó ser un marido obsesivo y brutal maltratador. Y un día se arma de valor y con la ayuda de su mejor amiga logra escapar.
NovelToon tiene autorización de Alvarez para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 16 – Un tormentoso reencuentro
Llevaban ya un par de semanas trabajando juntos cuando Noa soltó la noticia, con la misma naturalidad que si anunciara una reunión más:
—Mañana tenemos que viajar a Ciudad Cielo.
Gia sintió que el piso desaparecía bajo sus pies.
—¿A… Ciudad Cielo? —repitió, intentando que su voz no temblara.
—Sí. Solo un viaje de ida y vuelta. ¿Pasa algo?
Ella negó rápidamente.
—No… nada.
Noa entrecerró los ojos.
—Daniela, si hay algo que deba saber…
—No es nada —cortó, demasiado rápido.
Él guardó silencio unos segundos, luego la miró con una calma que la desarmó.
—Si tienes algún temor, puedes confiar en mi. Conmigo vas a estar segura. Iremos y volveremos en mi jet privado.
Sus palabras le dieron algo de alivio, pero no lo suficiente. Durante todo el día, el nombre “Ciudad Cielo” le retumbó en la cabeza.
Finalmente decidió llamar a su tía Margaret, para asegurarse de que estuviera en Ciudad Cielo.
Marcó el teléfono fijo. Tras varios timbres, escuchó su voz al otro lado.
—¡Gia, mi niña! Te extraño —sonó alegre, aunque… ¿había algo extraño en ese tono?
—Yo también, tía. Escucha, voy a verte. El viernes, a las cuatro.
—Perfecto, aquí te espero.
Lo que Gia no sabía era que, mientras hablaban, Margaret estaba amarrada a una silla, con una pistola fría contra la sien. Frente a ella, una mirada oscura la obligaba a repetir cada palabra.
Llegó el día del viaje. Tras horas de reuniones, Gia pidió permiso para ir a la casa de su tía.
—¿Quieres que le pida al chófer que te lleve?
—No, no está bien. Voy en taxis.
—Está bien, pero no tardes. A las ocho en punto abordamos —dijo Noa.
Gia asintió, salió y tomo un taxi a casa de su tía.
Al llegar a casa de Margaret se dió cuenta de que estaba silenciosa. Demasiado silenciosa. La puerta, entreabierta.
—¿Tía? —llamó, entrando.
La vio atada, con los ojos desorbitados.
—¡Dios mío! —corrió hacia ella.
Un dolor agudo en el cuero cabelludo la arrancó de golpe de la realidad. Cayó al suelo con un golpe seco.
—¿Pensaste que podías huir de mí? —La voz de Roberto la paralizó. Se inclinó sobre ella, el aliento mezclando alcohol y rabia—. Te escondiste como una rata… y viniste directo a mí. Querida esposa, te extrañe.
Gia intentó zafarse, pero él la abofeteó con tal fuerza que sintió un zumbido en los oídos.
—¡Basta! —gritó la tía, llorando.
—¡Cállate! —rugió él.
La volvió a golpear, cuando vio que Gia se levantaba, cuando volvió a caer la pateo en las costillas y luego sus manos se cerraron alrededor de su cuello. La presión la ahogaba, su visión comenzaba a oscurecerse.
—Jamas debiste dejarme, sin mi no eres nada. Yo te amo pero eso no te importa, pero sin mi no tendrás felicidad.
Desesperada, tanteó su bolso hasta sentir el cilindro metálico.
—¡Agh! —Roberto gritó cuando el espray de pimienta le quemó los ojos.
Gia se levantó con dificultad, se acerco hasta donde estaba su tía
—¡Corre! —jadeó Gia, soltando las cuerdas de su tía.
Ambas salieron tambaleándose a la calle. Un taxi apareció como una bendición.
—¡Al aeropuerto privado de la Avenida Horizonte! —ordenó Gia, sangrando y con la voz quebrada.
El taxista manejo a toda velocidad, dejando atrás a Roberto que aun gritaba de dolor por el efecto del gas pimienta.
—¿No prefiere que la lleve a un hospital o a la policía? —le pregunto el taxista.
—¡No, no, solo lléveme a donde le indique! —le dijo Gia con dificultad.
Cuando llegaron, Noa estaba afuera del Jet, hablando por telefono. Al verla, su rostro cambió.
—¡Daniela! ¿Qué ocurrió? —corrió hacia ella, tomándola en brazos.
—Ayúdala… —susurró Margaret—. Luego le explico.
Gia intentó decir algo, pero se desplomó. Noa la sostuvo y, sin pensarlo, la subió al jet.
—¡Despegamos ya! —ordenó al piloto.
La noche cubría Ciudad Cielo cuando se alejaron. En la pista de Ciudad Luz, una ambulancia esperaba.
Ciudad Luz era otra cosa. Más grande, más ruidosa, más viva… y más anónima. Justo lo que alguien que quiere desaparecer elegiría.