EL SEXY GENIO Y EL MAFIOSO DE JUGUETE

Los dos amigos salieron de la oficina hacia el ascensor, era hora de almorzar y Genoveva los había invitado a una parrillada familiar.

Cristiano y Santiago, siempre promovían la unión familiar y la mansión Santoro se convertía en el centro de las reuniones. Todos los integrantes de la familia Santibáñez y Santoro llenaban el lugar.

Por otra parte, las amigas comenzaban una nueva aventura. Aunque Luna tenía algunos planes para deshacerse de la vigilancia de su mafioso de juguete.

Christine reía de las locuras de Luna mientras se veía en el espejo del baño del aeropuerto.

—Amiga. Definitivamente, estás loca. Así que, ¿esto fue lo que te dio la hermana Monik en ese gran bolso? —le preguntó Christine, mientras terminaba de arreglarse el hábito.

Luna le sonrió mientras se colocaba unos grandes lentes.

—Sí, Chris. Conozco a Dimitri, mejor que nadie, y sospechaba que estaba mintiendo, pero ahora comprenderá que la Luna no es tan indefensa como todos piensan.

Christine, en esta oportunidad, apoyó a su amiga. Y no dudó en echarle leña al fuego.

—Sí, Dimitri se cree el sol.

—Si y todos comprenderán que cuando el sol está brillando en todo su esplendor, es porque está furioso, porque ha perdido a su Luna de vista.

Las amigas rieron y sacaron del baño, dos maletas vacías que Luna había comprado algunos minutos antes y le habían pedido a la vendedora que se las llevará a ese lugar.

La chica salió y un hombre le preguntó.

—Señorita, ¿vio a dos chicas allá adentro?

La chica siguió instrucciones y le respondió.

—Sí, hay dos chicas y dos monjas. Pero una de las chicas parece que se siente mal.

El hombre asintió más calmado. Ya las chicas habían tardado mucho tiempo en el baño, pero ahora sabía que estaban ubicadas y aseguradas.

En pocos segundos, dos monjas salieron con su equipaje y se alejaron del lugar.

Luna, al salir de la vista del hombre, comenzó a correr y Christine la siguió. Ellas regresaron al taxi que las estaba esperando y emprendieron un nuevo rumbo.

El hombre entró en un estacionamiento privado y pocos minutos después, un hermoso auto rojo con vidrios polarizados salió del lugar con un rumbo desconocido.

Dos horas después, un hombre furioso arrojaba todo al piso y destrozaba su oficina.

📱—Eres un imbécil. Nunca en tu maldita vida has hecho un trabajo de encubierto ¿Era muy difícil?

📱—Se-señorito, pe-pero fuimos muy cuidadoso.

📱—¿Cuidadoso? Eres un imbécil. Tenías que sacar a los malditos idiotas del hotel esa misma noche. ¿Cómo se te ocurrió dejar que Luna los viera golpeados?

📱—Lo siento, señor. Pero eso no es todo. La señora Luna dejó un sobre cerrado para usted.

Dimitri sintió sus piernas flaqueando, no necesitaba leerlo para saber la cantidad de insultos e improperios que estaban escritos ahí.

📱—Envíame ese sobre, inmediatamente, y sigue buscando a mi mujer.

El hombre del otro lado solo sintió el sonido del teléfono al ser colgado.

Dimitri se sentía frustrado y furioso. Luna sabía perfectamente como esconderse. Eso le trajo amargos recuerdos de cuando ella se internó en el convento y él tardó ocho meses en dar con ella.

Al día siguiente, Dimitri recibió el tan anhelado sobre y su corazón se contrajo al ver su contenido.

Lo primero en salir fue el anillo que él le había dado a Luna, después el teléfono de Luna y por último una hoja doblada. Dimitri no necesitó abrirla para reconocer la letra de su amada.

Pero su ansiedad, no le permitió esperar ni un segundo más. Entonces desdobló la carta con rapidez y comenzó a leer.

🧾—Eres un mentiroso, nuestra tregua ha terminado. Ahora comprenderás por qué todos deben levantar su cabeza para ver a la Luna. Estoy por encima de ti y seré inalcanzable. Mi ausencia será tu peor castigo. Hasta nunca, bebé.

Dimitri arrugó la cara y una sonrisa perversa se dibujó en su rostro. En realidad, había extrañado esta sensación de depredador al acecho estos últimos días. Él no estaba molesto, ni triste. Todo lo contrario, él estaba feliz.

Los días pasaron y las amigas fugitivas seguían sin dar señales de vida. Dimitri cada día estaba más ansioso y más preocupado. En el fondo temía que les hubiese ocurrido algo malo. Pero confiaba en qué Luna era lo suficientemente lista para cuidarse y cuidar a Christine.

Dimitri había pensado esperar un par de días más y si no las encuentra le tendrá que confesar a su sobrino de que Christine también estaba fugitiva. Esto le causará muchos problemas con Máximo Jr. pero no tiene opción. Por otra parte, sabe que cuando Máximo Jr. se entere lo apoyará en la búsqueda sin quejarse, ni burlarse de él.

Mientras tanto en Inglaterra...

Dos amigas se preparaban para el lanzamiento de su tienda de perfumes.

Christine se paró en medio del lugar y giró con sus brazos en alto.

—Luna, esto es hermoso y pensar que lo hicimos con nuestros ahorros, es gratificante. Comenzaremos desde abajo y nos sentiremos orgullosas de ver a nuestro bebé crecer.

Luna le sonrió a su amiga y la abrazó.

—¿A nuestros dos bebés? —le preguntó Luna acariciando su abultado vientre.

—Sí, amichi. Mi sobrina será la princesa de la casa. Estoy ansiosa de que pasen estos cinco meses rápido, para conocerla —le dijo Christine, mientras le besaba el vientre a su amiga.

Luna se sentía realmente feliz. Cuando ella se enteró de su embarazo, decidió olvidar todo y correr a los brazos de su amado, pero una publicación de Dimitri cenando con una modelo la hizo cambiar de opinión. Sobre todo por el encabezado. "El menor de los Santibáñez, atrapado en las redes del amor".

Luna por supuesto destrozó la revista y decidió seguir su camino con su bebé ella sola. Era lo suficientemente mujer para criarla sola.

Christine pudo ver la frustración en los ojos de su amiga y la abrazó.

—Luna ¿Estás segura de ocultarle la verdad a Dimitri?

Luna asintió con la cabeza y se limpió las lágrimas.

—Sí, Chris. Si los Santibáñez se enteran, querrán que me mudé cerca de ellos o pero aún, que me case con Dimitri y nadie va a cortar mis alas. Mi lugar está junto a las estrellas y hasta allá voy a llegar.

Christine besó de nuevo el vientre de su amiga y le sonrió.

—Llegaremos juntas. Tú, yo y nuestra pequeña Estrella.