Griselda murió… o eso cree. Despertó en una habitación blanca donde una figura enigmática le ofreció una nueva vida. Pero lo que parecía un renacer se convierte en una trampa: ha sido enviada a un mundo de cuentos de hadas, donde la magia reina… y las mentiras también.
Ahora es Griselda de Montclair, una figura secundaria en el cuento de “Cenicienta”… solo que esta versión es muy diferente a la que recuerdas. Suertucienta —como la llama con mordaz ironía— no es una víctima, sino una joven manipuladora que lleva años saboteando a la familia Montclair desde las sombras.
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capítulo 16
El gran salón del palacio real de Marbella resplandecía con suelos de mármol pulido y candelabros de cristal que lanzaban destellos dorados por cada rincón. Los músicos afinaban instrumentos, mientras nobles y dignatarios extranjeros tomaban asiento alrededor de largas mesas decoradas con flores azules y blancas.
Griselda apenas podía creerlo. Estaba parada junto al príncipe Filip, vestida con un elegante vestido blanco con detalles celestes bordados en hilo de plata. La reina había mandado a hacer ese vestido especialmente para ella, y aunque se sentía algo fuera de lugar, también… emocionada. Muy emocionada.
Filip se acercó con una sonrisa cálida.
—¿Estás segura de que no quieres cancelar todo esto del protocolo?
—Si lo hiciera, tú te quedarías sin prometida —respondió Griselda, encogiéndose de hombros con una sonrisa.
Filip soltó una risa suave.
—Tienes razón. No quiero quedarme sin ti.
La reina se acercó en ese momento, observándolos con ternura.
—¿Están listos? —preguntó con tono amable—. La ceremonia está a punto de empezar.
—Listos no sé… —respondió Griselda—, pero presentes sí.
La reina rió, encantada con la sinceridad de la joven.
El rey, desde el estrado, alzó una mano para llamar la atención. El salón se fue silenciando hasta quedar solo la música suave de fondo.
—En nombre de la corona de Marbella y con la bendición de los ancestros, damos inicio al compromiso oficial entre el príncipe Filip y la señorita Griselda Montclair —declaró el rey, con voz firme—. Filip, ¿aceptas a Griselda como tu futura esposa?
—Sí, con todo mi corazón —respondió el príncipe, mirándola fijamente.
—Griselda Montclair, ¿aceptas a Filip como tu prometido?
Ella tragó saliva y sonrió.
—Sí, acepto.
El rey entregó al príncipe una cajita que contenía un anillo con una piedra azul mar que parecía contener la luz del cielo. Filip se arrodilló frente a ella y deslizó el anillo en su dedo.
—Con este anillo te prometo mi lealtad y mi amor. Hoy, mañana y siempre.
Los aplausos estallaron por todo el salón. La reina besó la mejilla de Griselda.
—Bienvenida oficialmente a nuestra familia.
Griselda no sabía qué decir. Solo atinó a asentir mientras Filip le apretaba suavemente la mano.
Pero no todo podía salir perfecto. Mientras los invitados brindaban y las copas tintineaban, el embajador del reino vecino, Albasur, tropezó con una alfombra y volcó una jarra de vino tinto sobre uno de los manteles ceremoniales. El vino corrió directo hacia una espada ceremonial expuesta.
Filip reaccionó rápidamente, tomando la jarra antes de que el vino hiciera más desastre.
—Tranquilos todos —dijo—. Nadie ha salido herido… excepto el mantel, quizás.
Griselda se acercó, tomó una servilleta y comenzó a limpiar sin perder la sonrisa.
—Creo que sobreviviremos… aunque el vino haya intentado atacar al protocolo.
El embajador se disculpó con torpeza y el rey le dio una palmada en el hombro para quitarle peso al asunto. La tensión se disipó con unas cuantas risas.
—Eres sorprendente hasta en momentos como este —murmuró Filip al oído de Griselda.
—Solo trato de no desmayarme frente a todos —respondió ella, divertida.
Entonces, el maestro de ceremonias los invitó a abrir el primer baile de la noche. Griselda lo miró con un poco de pánico.
—Espero que no haya columnas en medio…
—Solo tú y yo —dijo Filip, ofreciéndole su mano.
Griselda lo tomó, y ambos caminaron al centro del salón. La música comenzó, y aunque los primeros pasos fueron algo torpes, pronto lograron coordinarse. Ella giraba, él la sostenía con firmeza, y aunque se tropezaban un poco, nadie parecía notarlo o al menos nadie decía nada.
Cuando la música terminó, los aplausos volvieron a inundar el salón.
—Eso fue… ¿un baile? —susurró Griselda, un poco mareada.
—Fue nuestro primer vuelo en sociedad —bromeó Filip.
Mientras se alejaban de la pista, la reina se les acercó con una bandeja de pastelillos.
—Han hecho un excelente trabajo. Tomen uno, se lo merecen.
—Gracias —respondió Griselda, tomando un pastelillo de limón—. Esto es mejor que cualquier medalla real.
La velada continuó entre brindis y conversaciones diplomáticas. Santiago, el ministro y prometido de Anastasia, se acercó a Filip para felicitarlo.
—Una pareja admirable. Espero poder seguir sus pasos —dijo, lanzando una mirada a Anastasia, que sonrojada bajó la vista.
Ellos habían logrado llegar a tiempo para la ceremonia, y Griselda casi no había tenido tiempo de hablar ni con ella ni con su madre quien era acaparada por la reína y el rey, planeando las futuras celebraciones. Ambos estaban encantados con Griselda, les gustaba que la chica que su hijo había elegido fuera tan original y graciosa. En lo poco que la conocían, ambos estaban satisfechos con ella ya que Filip, no dejaba de sonreír, y para ellos lo más importante era que su hijo fuera feliz.
Al final de la noche, el rey alzó su copa y pidió silencio una vez más.
—Por la nueva pareja, por la unión entre reinos, y por la alegría que esta noche nos ha regalado. Que nunca falte el amor… ni el humor.
Todos levantaron sus copas, incluyendo Griselda, que apenas pudo evitar que se le aguaran los ojos.
—Esto es más de lo que jamás imaginé —le susurró a Filip cuando se quedaron a solas en uno de los balcones.
—Y aún no es el final. Lo mejor apenas empieza.
—¿Tú crees?
—Estoy seguro. Y no dejaré que nada ni nadie te robe la sonrisa… ni los postres.
Griselda rió y lo abrazó con fuerza. En ese momento no había reina ni príncipe, ni protocolo ni política. Solo estaban ellos, dos personas enamoradas bajo la luna de Marbella.
Y por primera vez en mucho tiempo, Griselda pensó que quizás… sí merecía su propio final feliz.