Diana Quintana, una mujer con el Corazón De Hielo. su historia inicia cuando descubre que su prometido le es infiel, tenían un hijo, pero el pequeño muere en un accidente, en el cual estuvo involucrado el padre del niño, y Dante Linares. hecho que la marcó y le cambió la vida.
Dante, es influenciado para que acabe con Diana. Para lograrlo, es obligado a casarse con ella, ahí comienza una lucha de poderes, con sombras del pasado que los atormenta. ¿Será qué algún día esas sombras desaparezcan?
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Capricho.
—Estoy pensando que tú lo que quieres es que nadie me vea… te avergüenzas de mí.
La joven dejó caer sus lágrimas, llevando el drama muy lejos.
—¡Ay, no puede ser, Diana, no llores! —el joven se sintió como un patán.
—¿¡Cómo no querés que llore, si tú eres un despreocupado!? —le gritó de inmediato—. No te importa mi apariencia y te avergüenzas de mí, como si yo fuera la culpable… porque eso es lo que siento ahora, que no me quieres llevar porque te doy vergüenza.
Frente a ella, el joven no sabía qué hacer. Y por su inexperiencia, está a punto de meter aún más las patas.
—Diana… ¿estás con tu periodo?
El joven nunca la había visto actuar de esa manera y pensó que sus cambios se debían a la naturaleza femenina. Cambiaba tan repentinamente, que fue lo único que se le vino a la cabeza.
—¿¡Qué!? ¿Cómo puedes pensar así? Me ofendiste… eso no se le pregunta a una dama. ¡Ahora sí lo he escuchado todo!
Ella mostró su enojo con movimientos de manos, luego se sentó en el sofá y cruzó los brazos, evidentemente molesta.
—¿En qué momento me dejé venir? Estaba tan a gusto en mi oficina —el joven se recriminó en silencio—. Iremos de compras, salimos cuando dejes tu llanto y rabia. ,—No tuvo más remedio que acceder—.
—Ya estoy bien… —Diana sonrió de oreja a oreja y agarró su bolso de mano.
Esas palabras fueron mágicas para ella. Obviamente, todo era teatro, pero Dante no lo sabía.
—Podemos irnos, solo limpiaré un poco mi rostro, las lágrimas me corrieron el maquillaje.
Dante quedó estupefacto. Diana cambió muy rápido de humor.
—¡Dios, dame paciencia! —murmuró—. Si está en sus días...
Dante la vio como un pequeño monstruo vestido de mujer. Así que se encomendó a Dios antes de salir. La razón es porque, obviamente, ya conoce a las mujeres, su última novia era una dramática.
Lo cierto es que, al llegar al auto, Dante le abrió la puerta trasera. Pero cuando Diana estaba por subir, su mirada se clavó en la chica que ya estaba sentada ahí.
Rosalba sostenía una tablet, agendando algunas citas. Cuando vio a Diana, alzó una ceja y se corrió un poco hacia el otro lado.
—Mi cielo… —Diana señaló a la chica—. No necesitó decir nada más.
—Rosalba, ¿podrías ir adelante? La señora no se siente cómoda.
Sorprendentemente, Dante le dio su lugar a Diana, luego se sentó al lado de la chica.
—¿Satisfecha? —le preguntó casi en un susurro.
—¡Gracias! —Diana agradeció y se cubrió los ojos con los lentes oscuros.
En ese momento, estaba feliz: iba a disfrutar un rato, hacer compras y más. No obstante, la mujer que se sentó junto al conductor no se sintió tan complacida como Diana. Había escuchado que Dante quería pasar la tarde con su esposa, y eso le incomodó. Para el infortunio de Diana, ocurrió algo que le dio a Rosalba una buena excusa para arruinar el momento.
—Señor, hubo un problema con los terrenos. Estaban excavando los hoyos para las bases de los pilares y hubo un terraplén. Hay un trabajador que no aparece.
Ella acababa de recibir la noticia.
—Esto no es posible… —el joven se alarmó—. Rey, da la vuelta. Llevemos a mi esposa de regreso y luego llévame al lugar.
El joven ya presagiaba lo que encontraría: el sitio lleno de reporteros y la Cruz Roja trabajando.
—Dante, quiero ir contigo. Por favor, llévame, déjame acompañarte.
Diana lo sostuvo del brazo y lo miró firmemente a los ojos.
—De ninguna manera, Diana. Esto es peligroso. Además, la prensa me va a atacar, tengo que prepararme para eso.
Pero sus nervios lo traicionaron frente a su esposa.
—Lo sé, y por eso deseo estar contigo. Pero si soy una carga para ti… entonces llévame de regreso a casa —la chica inclinó la cabeza con los ojos llorosos. Casi al punto de lágrimas, está vez no actuaba.
Mientras tanto, la otra sonrió al escucharlo. El accidente era real, pero le cayó como anillo al dedo. Últimamente, ella había sido quien lo acompañaba a todos lados, y al parecer no conocía sus límites.
—Ay, Diana… no sé cómo lo haces —pensó él. Ella comenzaba a tener un poder de convencimiento sobre él.
—Pero no saldrás del auto —le advirtió Dante—. Te quedarás esperándome mientras soluciono todo. Veremos si queda tiempo para cumplir tu capricho.
Luego, le ordenó al chófer que los llevase al lugar de los hechos.
Al llegar, el sitio estaba lleno de personas.
—Dios… esto es grave —murmuró Dante al ver las grúas removiendo tierra y al personal especializado preparándose para la acción.
—No lo puedo creer… ordené que fueran precavidos.
Dante se bajó de inmediato. Dio varios pasos antes de volver al auto. Luego sacó su equipo de seguridad: casco, chaleco y botas. También sacó otro casco y otro chaleco, y se los colocó a Diana.
—Cambié de parecer. No soltarás mi mano ni dirás nada que me perjudique. Por favor… no seas una carga más.
Diana asintió. Por suerte, los acompañantes de Dante estaban a varios metros de distancia. Frente al caos del lugar, se arrepintió de llevarla. Pero ya estaban ahí, y su auto no pasó desapercibido. Todos se dieron cuenta de que había llegado.
—Señor, qué bueno verlo —el director de la obra se acercó con prisa—. Carlos, el arquitecto, no aparece por ningún lado. Temo que haya quedado bajo el derrumbe.
—¿Cómo sucedió? ¿Dónde quedaron las medidas de seguridad?
—Se tomaron todas, señor. El arquitecto vino a comprobar que todo estuviera en orden, pero justo cuando la tierra colapsó, él se encontraba cerca.
Dante detuvo su paso y volteó de inmediato.
—¿Eso comprueba que Carlos…?
No pudo terminar la frase.
Sujetó firmemente la mano de Diana, y ella se dio cuenta de que le temblaba.
—Dante, puedo hablar a solas contigo. Debo hacerlo antes de que te aborden los medios de comunicación.
Diana tenía mucha más experiencia que él, aunque Dante aún no lo sabía. El joven asintió, y se alejaron un poco.
—¿Tienes algún otro capricho, Diana? No es momento…
—Dante, mírame. Por favor.