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Mi Mafioso Posesivo

Mi Mafioso Posesivo

Status: Terminada
Genre:Yaoi / Mafia
Popularitas:344
Nilai: 5
nombre de autor: Raylla Mary

Dimitri Volkov creció rodeado por la violencia de la mafia rusa — y por un odio que solo aumentaba con los años. Juró venganza cuando su hermana fue obligada a casarse con un mafioso brutal. Pero lo que Dimitri no esperaba era la mirada fría e hipnotizante de Piotr Sokolov, heredero de la Bratva... y su mayor enemigo.

Piotr no quiere alianzas. Quiere a Dimitri. Y está dispuesto a destruir el mundo entero para tenerlo.

Armas. Mentiras. Deseo prohibido.
¿Huir de un mafioso obsesionado y posesivo?
Demasiado tarde.

NovelToon tiene autorización de Raylla Mary para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 16

Cuando la Muerte Se Calla

El día amaneció extraño.

El palacio estaba en silencio… más de lo normal.

Un silencio pesado. Como si algo estuviera mal.

Como si alguien se hubiera ido.

Demitre se despertó con la extraña sensación de vacío.

Abrió la puerta, y el guardia de siempre no estaba allí.

Bajó las escaleras. Ninguna señal de Alexei.

Fue Nikolai quien le dio la noticia, de forma seca:

—Se fue. Emergencia en los negocios.

—¿Se… fue?

¿Sin avisarme?

—No tiene que avisarle a nadie, Demitre —el tono fue directo, pero no grosero—.

Él es el Mikhailov.

Horas después, el palacio parecía sin alma.

Los ojos que solían seguir a Demitre —llenos de miedo, o respeto por Alexei— ahora estaban confundidos, distraídos, casi perdidos.

Era como si el propio eje de la casa se hubiera salido de lugar.

Y fue entonces que Demitre escuchó, por casualidad, a dos empleadas conversando:

—Dice la leyenda que, cuando él se va sin avisar, es porque alguien va a morir…

—¿Y cómo se sabe eso?

—Por la mirada.

Dicen que, cuando Alexei se va con los ojos oscuros, fríos como la muerte…

Es porque la muerte va con él.

—¿Y cuando vuelve?

La otra mujer tragó saliva.

—No siempre todos vuelven con él.

Alexei Mikhailov era más que un nombre.

Era una sombra que arrastraba miedo, poder y obediencia.

Él no gritaba.

Él no amenazaba.

Él solo miraba.

Y cuando aquella mirada se volvía completamente sin luz…

era señal de que alguien sería borrado de la Tierra.

Demitre caminaba por el jardín. Los pies descalzos mojándose en el rocío.

Se sentía expuesto. Desprotegido.

Era ridículo.

¿Desde cuándo necesitaba la presencia de Alexei para sentirse seguro?

Pero el hecho era simple:

Alexei lo hacía sentirse intocable.

Deseado.

Protegido.

Incluso contra su propia voluntad.

Y ahora, con él lejos…

Era como si todo lo que lo rodeaba se estuviera desmoronando lentamente.

En la sala de armas, soldados limpiaban los fusiles. El clima tenso.

Rumores de una ejecución en otro país.

Alguien desafió el imperio Mikhailov.

Alguien osó tocar el territorio de Alexei.

—Fue una mala elección —dijo uno de los generales—.

Alexei no perdona.

Él es calculista, como el hielo ruso.

Arrogante como un zar.

Y mortal como la propia muerte.

Demitre oyó. Y sintió.

Sintió un escalofrío.

Porque incluso lejos, Alexei estaba en todas partes.

En las miradas.

En las palabras.

En el miedo.

Y, secretamente, en el propio pecho de Demitre…

En la ausencia, la añoranza se volvió veneno.

Y el deseo se volvió fiebre.

El palacio estaba inquieto.

Sin Alexei, los soldados se relajaron demasiado.

O al menos uno de ellos olvidó quién manda allí.

Demitre había salido de la biblioteca y cruzaba el corredor cuando sintió.

La mirada.

Era como una navaja recorriendo la espalda.

Se giró.

Uno de los soldados más jóvenes, Sergei, lo observaba con ojos llenos de deseo… y arrogancia.

—¿Estás perdido? —Demitre preguntó, seco.

—No —el hombre respondió, acercándose—.

Solo pensé que... ahora que el jefe no está, podrías querer compañía.

—Sal de mi camino —Demitre intentó seguir.

Pero el idiota osó tocarlo.

La mano en su muñeca.

Un toque rápido, invasivo.

Demitre empujó al soldado con fuerza, los ojos chispeando.

—Tócame de nuevo y juro que te rompo los dientes.

El incidente llegó a oídos de la seguridad en minutos.

Pero cuando el relato cayó en el canal de comunicación que llevaba directo a Alexei Mikhailov,

Rusia se detuvo.

La reunión en Sicilia seguía intensa.

Mafiosos de todas las regiones discutían acuerdos, territorios, armas, rutas.

El Dom de Italia, Luca Vitali, osó levantar la voz contra Alexei.

—Tú no mandas aquí, ruso.

Esto es territorio italiano.

No traigas tu arrogancia a mi mesa.

Alexei lo encaró.

Silencioso.

Los ojos… se oscurecieron.

La luz que había en ellos simplemente desapareció.

Todos en la sala contuvieron la respiración.

La leyenda era verdadera.

Cuando los ojos del Dom se ponen así… es porque alguien ya está muerto.

—Cuida tus palabras —dijo Alexei, aún sentado—.

O vas a morir pensando que eras listo.

Luca rió. Una risa nerviosa.

—¿Vas a matarme aquí? ¿En esta mesa?

Alexei no respondió.

Un único disparo resonó.

Luca cayó con la cabeza hacia atrás, un agujero limpio en medio de la frente.

Alexei ni siquiera parpadeó.

—Limpien esto. Continúen la reunión.

Cuando recibió el mensaje completo sobre lo ocurrido con Demitre…

Alexei cerró los ojos por un instante.

Y cuando los abrió nuevamente… no había alma en ellos.

Solo oscuridad.

El coche fue preparado.

El jet aguardaba.

El silencio en el equipo era absoluto.

Todos sabían: alguien iba a morir.

En el palacio, Sergei ya estaba encerrado en uno de los sótanos.

Pálido. Temblando.

—¿Va a matarme? —preguntó al jefe de seguridad.

El hombre no respondió.

Pero en sus ojos había piedad.

Y eso era aún peor que oír un “sí”.

Cuando Alexei llegó, nadie osó respirar alto.

Sus pasos resonaban por el mármol.

Precisos. Calmos.

Como los de un ejecutor.

Demitre lo vio surgir en el corredor.

Su aura era diferente.

Más oscura.

Más… letal.

—¿Estás bien? —preguntó Alexei, con voz grave.

Demitre asintió, incluso sintiendo el corazón acelerado.

—¿Él te tocó?

—Solo en la muñeca. Y si se atreve a intentarlo de nuevo, le arranco los dedos.

Alexei encaró a Demitre por un largo segundo.

—No será necesario.

Sergei murió aquella noche.

Sin gritos.

Sin tiros en público.

Solo silencio.

Y la fama de Alexei se extendió aún más.

"La muerte no anuncia cuándo llega.

Pero los ojos de ella…

están siempre oscuros".

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