Una luna perdida. Un alfa maldito. Una marca que arde más fuerte que la sangre.
Cuando el reino de Nyra Veyra cae ante la brutal invasión de los clanes lobo, ella se convierte en botín de guerra. Sin títulos, atrapada en un templo de piedra, solo le queda su cuerpo… y un fuego desconocido que empieza a despertar bajo su piel.
Pero hay algo que ni ella ni su captor esperaban:una Marca antigua arde en su vientre. Una conexión salvaje la une a Varkhan, el alfa más temido del norte.
Y él está dispuesto a reclamar lo que el destino le ha entregado. Con placer. Con sangre. Con colmillo.
Entre rituales, deseo y magia dormida, El Alfa y su Presa es una novela de romance oscuro, brujería ancestral y erotismo salvaje, donde el mayor enemigo no siempre es el que te encierra… sino el que arde dentro de ti.
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Capítulo 16 – Voces bajo la piel
El día había amanecido sin fuerza.
No había viento. Ni canto de aves.
El templo entero respiraba en un silencio extraño, como si la tierra misma hubiera guardado luto por lo que le había ocurrido a Nyra.
Varkhan no se había movido de su lado.
Desde que la trajo de regreso, envuelta en su capa y marcada por la sangre, no había permitido que nadie más la tocara salvo Mairen y Kate. No comía. No dormía. Solo velaba.
Ahora, mientras el sol se filtraba débil por las rendijas del techo, Mairen entró en la cámara de sanación con paso sigiloso. Traía una infusión cálida en un cuenco de barro y los ojos marcados por la vigilia.
—Tienes que descansar, Varkhan —dijo por tercera vez en veinticuatro horas.
Él no respondió. Le había sostenido la mano toda la noche, hablándole bajo, sin saber si ella oía algo de lo que decía.
Mairen se arrodilló frente a él, suspirando.
—No puedes protegerla si te rompes tú también.
—Ya está rota —murmuró Varkhan—. Y yo la dejé romperse.
—Tú no la rompiste —dijo Mairen con suavidad—. Cassian lo hizo.
El nombre fue como un zarpazo.
—¿Dónde está?
—No lo sabemos. Samuel rastrea el sur con dos grupos. Hay rumores de que ha cruzado la grieta oriental, pero aún no es seguro.
Varkhan tensó los dedos sobre la mano de Nyra.
—¿Cómo lo supo?
Mairen alzó la cabeza.
—¿El qué?
—¿Cómo supo que ella era Elaria? ¿Cómo lo supo antes que nadie?
La guardiana guardó silencio un instante. Luego se levantó y cerró la puerta.
—Porque la madre de Nyra lo sabía. Y se lo dijo. O al menos eso es lo que las visiones me han enseñado.
Varkhan frunció el ceño.
—¿La madre de Nyra?
—También era la madrastra de Cassian. No de sangre noble. Una mujer sencilla, pero sensible a la magia. Crió a Nyra en silencio. La escondió cuanto pudo. Pero cuando era pequeña, Nyra… no dormía como los demás.
—¿Qué hacía?
—Soñaba con un nombre que no era el suyo. Se despertaba llorando, llamando a Varkhan. Nombrando a Elaria. Cantando canciones antiguas en lenguas olvidadas. Su madre lo anotaba todo. Lo llevó a una Guardiana caída para que lo interpretara. Esa mujer le dijo que Nyra era un alma antigua, y que su fuego despertaría algún día. Su madre se asustó. Cassian lo escuchó. Y supo.
Varkhan apretó los dientes.
—Entonces Cassian la ha temido desde que eran niños.
—La ha temido… y la ha odiado. Porque sabía que ella era todo lo que él no era. Un alma renacida. Un fuego que no podía controlar. Y decidió que, si no podía poseerla, la usaría.
Varkhan cerró los ojos con fuerza. Un temblor le recorría el pecho.
—¿Y tú? ¿Cuánto tiempo lo supiste?
—Lo intuí —dijo Mairen con voz baja—. Pero no quise creerlo. Porque si era cierto, sabía lo que venía después.
Varkhan miró el rostro de Nyra.
—¿Y qué viene ahora?
—Ahora —respondió Mairen—, tendrá que decidir si es solo ella… o si también es Elaria.
Nyra soñaba con agua.
Estaba de pie en una laguna negra. El cielo sobre ella era rojo como la sangre. En la superficie del agua, su reflejo no era el suyo: era el de una mujer con los ojos de oro, la piel marcada con runas, y una expresión de tristeza infinita.
—¿Eres yo? —susurró.
Y la figura en el agua respondió:
—No. Tú eres más que yo.
La superficie tembló. El agua se alzó, envolviendo su cuerpo, llenándola. No era ahogo. Era memoria.
Una inundación de recuerdos.
La cocina de barro. Su madre, con las manos manchadas de harina, susurrándole una nana:
«Elaria duerme, el fuego la llama,
nacerá de nuevo si la tierra sangra…»
—Mamá… —susurró Nyra en sueños—. ¿Lo sabías?
La visión cambió. Ahora su madre la abrazaba junto a la chimenea. Le acariciaba el cabello húmedo.
—No temas a los nombres que no entiendes, hija.
A veces las llamas no destruyen.
A veces… te devuelven.
Nyra abrió los ojos.
La luz de la tarde entraba desde el umbral. Varkhan estaba sentado junto a ella, adormilado. Su rostro mostraba la fragilidad que solo un lobo derrotado puede tener.
—Varkhan —susurró.
Él reaccionó de inmediato. La tomó de la mano. Su expresión cambió de golpe: dolor, alivio, culpa… y algo más profundo.
—¿Recuerdas?
Ella asintió, con los ojos vidriosos.
—Mi madre… lo supo siempre. Me preparó. Me cantaba nanas que hablaban de la llama. Me dijo que no le temiera a lo que arde. Que el fuego no era mi enemigo.
—¿Y tú?
—Yo tenía miedo —dijo Nyra—. Pero ya no. Porque ahora sé lo que soy.
—¿Quién eres?
Ella lo miró, sin apartar la mirada.
—Soy Nyra. Soy Elaria. Y no soy ninguna de las dos. Soy la que sobrevivió a ambas.
En la sala del consejo, Kate observaba desde la galería superior. Mairen caminaba en círculos, impaciente.
—¿Entonces ya lo recuerda todo? —preguntó Kate.
—No todo —respondió Mairen—. Pero sí lo suficiente.
—¿Y está lista?
—No lo sé. Pero va a ir a por Cassian. Y esta vez, si alguien intenta detenerla, no usará fuego. Usará lo que hay después del fuego.
Kate sonrió con un leve estremecimiento.
—Entonces ha renacido.
—Sí —dijo Mairen—. Y lo que se alza ahora… no es una bruja.
—¿Entonces qué es?
—Una condena.
Esa noche, Nyra pidió salir sola al patio central. Vestía de negro, el cabello recogido, la espalda aún marcada por el ritual. Caminaba descalza, como si volviera a abrazar la tierra.
Se arrodilló sobre el círculo de piedra donde había sido consagrada.
Puso ambas manos en el suelo. Cerró los ojos.
Y dijo su verdadero nombre.
No solo Elaria. No solo Nyra.
Un nombre que el fuego le reveló.
Las runas del círculo se encendieron.
Las piedras la reconocieron.
La tierra tembló.
Y desde la oscuridad del bosque, lejos aún, Cassian sintió el estremecimiento.
—Ya se ha despertado —susurró uno de sus hombres.
Cassian sonrió.
—Entonces… que venga.
La estaré esperando.