Mariel, hija de Luciana y Garrik.
Llego a la Tierra el lugar donde su madre creció. Ahora con 20 años, marcada por la promesa incumplida de su alma gemela Caleb, Mariel decide cruzar el portal y buscar respuestas, solo para encontrarse con mentiras y traiciones, decide valerse por si misma.
Acompañada por su hermano mellizo Isac ambos inician una nueva vida en la casa heredada de su madre. Lejos de la magia y protección de su familia, descubren que su mejor arma será la dulzura. Así nace Dulce Herencia, un negocio casero que mezcla recetas de Luciana, fuerza de voluntad y un toque de esperanza.
Encontrando en su recorrido a un CEO y su familia amable que poco a poco se ganan el cariño de Mariel e Isac.
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Capítulo 16
Malentendidos peligrosos
El reloj marcaba las 7:45 de la mañana.
El cielo comenzaba a aclararse, y las calles aún estaban medio dormidas.
Thierry, puntual como siempre, se detuvo frente a la casa de Mariel.
Había decidido que ese día él mismo pasaría a recogerla.
Isac ya le había informado la noche anterior que volvería a estar en la sede alterna.
Así que… por supuesto, no había ningún motivo “profesional” para hacerlo.
Se bajó del auto, acomodó su saco con gesto mecánico y se acercó a la puerta con calma… al menos por fuera.
Por dentro, llevaba horas ensayando qué tono usaría al saludarla.
¿Relajado? ¿Atento? ¿Sutilmente encantador?
Pero toda su preparación se fue al traste en cuanto la puerta se abrió…
y frente a él apareció el mismo chico de rostro atractivo, sonrisa confiada y aire familiar que el día anterior había alzado a Mariel en brazos como si nada.
Lucía igual de cómodo que entonces, con una camiseta negra ajustada y cabello ligeramente revuelto.
La sorpresa fue inmediata.
El ceño de Thierry se frunció apenas un milímetro.
Sus labios se tensaron.
Y aunque no dijo palabra, sus ojos preguntaban a gritos:
"¿Quién demonios eres y qué haces abriendo la puerta de Mariel a esta hora?"
Valen lo miró de arriba abajo con naturalidad, sin notar (o sin importarle) la tensión en el aire.
Le sonrió.
—¿Buscas a Mariel?
Antes de que Thierry pudiera formular una frase elegante que no revelara su incomodidad,
una voz clara resonó desde dentro de la casa:
—¡Hermano, quién es?
Thierry sintió cómo el mundo se le detenía un segundo.
¿“Hermano”?
¿Ella acababa de decirle hermano… al chico del abrazo?
El mismo que le abrió la puerta como si viviera ahí.
Ese “hermano” sonó a revelación y alivio… y a golpe de realidad.
Valen giró el rostro hacia el interior y respondió con una media sonrisa:
—No se quién es. Está muy bien vestido para ser tan temprano.
Mariel apareció en el marco de la puerta con el cabello aún húmedo, vistiendo una blusa de lino clara y jeans ajustados.
Al verlo, sonrió con esa dulzura que lo desarmaba por completo.
—Thierry, qué puntual.
Disculpa, mi hermano mayor es algo directo por las mañanas.
¿Ya desayunaste?
Thierry, por primera vez en años, tardó un par de segundos en recuperar la compostura.
Asintió, ocultando lo mejor que pudo su alivio disfrazado de seriedad.
—No… no hay problema.
Solo vine por ti.
Tenemos reunión con el equipo en una hora.
Pero si deseas desayunar primero… puedo esperar.
Valen entrecerró los ojos con una sonrisa de medio lado, claramente disfrutando de la tensión en el aire.
Mariel, en cambio, simplemente lo miró sin entender el pequeño duelo silencioso que se acababa de desatar.
—Puedo llevarme algo para el camino. Dame solo un minuto. ¿Puedes esperarme en la sala? —dijo mirándolo con dulzura.
Thierry asintió.
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La sala tenía ese ambiente cálido de hogar: una alfombra suave, muebles rústicos, una repisa con libros antiguos, y el aroma a café recién hecho comenzaba a filtrarse desde la cocina.
Valen, con media sonrisa aún dibujada en los labios, le indicó a Thierry con un gesto que tomara asiento.
—Puedes sentarte ahí.
Mantuvo su porte impecable, pero por dentro comenzaba a cuestionarse si de verdad había sido buena idea pasar a recoger a Mariel personalmente.
El silencio se rompió al instante cuando, desde el pasillo, se escucharon pasos suaves.
Y segundos después, apareció una figura que lo hizo parpadear.
Ciel.
Recién levantado, despeinado, vistiendo únicamente unos shorts deportivos, con el torso desnudo, dejando ver un cuerpo tonificado por años de entrenamiento, músculos marcados y piel blanca.
Se detuvo al ver a Thierry sentado ahí.
Su ceja se alzó en un gesto automático y su mirada, aunque aún adormilada,
fue tan directa como un disparo.
—Valen… ¿quién es él? —preguntó sin moverse, cruzándose de brazos con un gesto que parecía casual, pero que a ojos de cualquiera gritaba “evaluación en proceso”.
Valen se encogió de hombros con fingida inocencia.
—Thierry D’Argent.
El que dirige el proyecto de Mariel.
Vino a recogerla para llevarla a la empresa.
Muy puntual, ¿no crees?
Ciel lo miró unos segundos más con indiferencia, y luego bajó lentamente la vista a su propio pecho.
Parecía recién darse cuenta de que estaba medio desnudo, pero no hizo ningún intento por cubrirse.
Al contrario, caminó hacia la cocina con naturalidad, como si marcar territorio también fuera parte de su rutina matutina.
—Ah.
Entonces es el de los trajes elegantes.
—Se detuvo en la entrada de la cocina y, sin mirar atrás, añadió—
—Interesante.
Thierry fingió revisar su reloj, pero lo cierto es que había comenzado a preguntarse cuántos más como esos dos vivían ahí.
¿Y todos eran hermanos protectores con físicos de semidioses?
*
*
Mariel apareció poco después, arreglada y con una bolsa en mano.
Lucía fresca y luminosa, como si el caos sutil de la mañana no hubiera existido.
Se acercó a Thierry con una sonrisa despreocupada.
—¿Todo bien?
¿Esperaste mucho?
Él se puso de pie de inmediato y la miró con una expresión serena, ocultando todo lo que acababa de presenciar.
—No… fue una espera… interesante.
Valen, desde el marco de la puerta, alzó su taza de café a modo de saludo.
—Cuídala, D’Argent.
Mariel sonrio sutilmente mientras tomaba el brazo de Thierry para salir.
Él, por su parte, sonrió con elegancia.
Pero por dentro… ya no sabía si estaba enamorándose o sobreviviendo.
Justo cuando Thierry y Mariel se disponían a salir, Ciel, quien hasta hace unos minutos había cruzado la sala sin mucho interés,
se acercó con paso firme.
Sus ojos, que al principio solo habían mostrado indiferencia hacia Thierry, ahora estaban llenos de algo distinto.
Preocupación…
y cariño sincero.
Mariel, al verlo venir, sonrió con ternura y abrió los brazos sin pensarlo.
Ciel la abrazó con fuerza, de ese modo protector que no necesitaba explicación.
Durante un instante, la rodeó como si quisiera cubrirla del mundo entero.
Thierry observaba en silencio, sin apartar la vista, aunque por dentro algo se removía con incomodidad.
—Iré por ti más tarde. —dijo Ciel en voz baja, con el mentón apoyado en su cabello.
—No hace falta, Ciel. —respondió Mariel con una dulzura natural—
—Soy tu hermana mayor, ¿recuerdas?
Se supone que yo debo protegerte a ti.
No te preocupes, estaré bien.
El joven se apartó solo un poco para mirarla directamente.
Y aunque sus rasgos eran suaves, sus ojos tenían una firmeza que hablaba del lazo entre ambos.
No respondió con palabras.
Solo asintió… y volvió a besar su frente antes de soltarla.
Thierry presenció toda la escena sin emitir un solo comentario.
Pero dentro de él… la pregunta latente lo taladraba con curiosidad no dicha:
¿Cómo demonios ese hombre de apariencia casi intimidante… era su hermano menor?
La lógica no cuadraba.
Pero tampoco quiso demostrar su desconcierto.
Solo se mantuvo recto, elegante, como siempre.
Mariel regresó a su lado con naturalidad, como si todo fuera perfectamente normal.
Y quizás lo era, para ella.
Thierry, en cambio, se dio cuenta de algo más profundo: si pensaba acercarse a Mariel de verdad tendría que enfrentar no solo su corazón… sino a todos los hombres que la protegía con alma, cuerpo y mirada.
Y eso… le gustaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.
—¿Listo? —preguntó Mariel mientras ajustaba su bolso.
—Si. —respondió Thierry, recuperando su tono usual,
aunque el eco del abrazo de Ciel aún ardía en su mente.
Y así salieron,
con un cielo despejado sobre ellos,
y un día por delante que no sabían cuán importante sería.
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El auto avanzaba con suavidad por las avenidas amplias de la ciudad.
El interior estaba en silencio, salvo por el leve zumbido del motor y el sonido distante del tráfico matutino.
Mariel miraba por la ventana, sus pensamientos bailaban entre lo que acababa de suceder en casa y el día que tenían por delante.
Thierry, al volante, la observó de reojo.
Su expresión serena escondía una curiosidad genuina, y su mente aún repasaba el abrazo que había presenciado minutos antes.
Finalmente, fue Mariel quien rompió el silencio:
—Ciel, Isac y yo… compartimos el vientre de nuestra madre.
Thierry giró un poco el rostro hacia ella, sorprendido.
—¿Trillizos?
Ella soltó una pequeña risa suave, divertida por su deducción directa.
Negó con la cabeza lentamente.
—Podrías decir que… algo así.
Isac y yo compartimos similitudes, incluso nuestra energía es parecida.
Pero Ciel… él se parece más a mamá, no solo físicamente, sino en esencia.
Es... diferente.
Siempre lo ha sido.
Thierry no insistió, aunque en su mente rondaban más preguntas de las que podía formular en voz alta.
Había aprendido a leer entre líneas.
Y la manera en que Mariel esquivaba detalles hablaba de historias más complejas…de verdades que aún no estaba lista para contarle.
Y él, por primera vez, no quiso forzar una verdad.
Solo escucharla.
Después de unos minutos de silencio cómodo, Thierry habló con suavidad, como quien lanza una invitación sin presionar:
—Después de la reunión de hoy… no regresaremos a la empresa.
Quiero llevarte a un lugar.
Mariel lo miró con curiosidad.
Sus ojos brillaban con una mezcla de sorpresa y expectativa.
—¿Un lugar?
Él asintió, manteniendo la vista en el camino.
—Sí.
Así que antes de entrar a la sala de juntas, deja tus pendientes organizados con el equipo.
Hoy… te secuestro por unas horas.
Espero que estés lista para desconectarte.
Ella sonrió, no con coquetería, sino con esa calidez que solo las personas sinceras pueden regalar.
No preguntó más.
No pidió pistas.
Solo respondió con simpleza:
—Confío en ti.
Y con esas palabras, Thierry supo que ese día no solo cambiaría por lo que ocurriría en la empresa…
sino por lo que estaban a punto de descubrir fuera de ella.
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Después de la reunión, Thierry fue fiel a su palabra.
No volvió al edificio de D’Argent.
Tampoco permitió que Mariel se distrajera con pendientes o listas por cerrar.
La llevó directamente a las afueras de la ciudad, a un lugar rodeado de árboles altos, brisa limpia y una tranquilidad que parecía robada de otro mundo.
El restaurante era discreto, elegante sin ser ostentoso, con ventanales enormes y mesas separadas lo suficiente como para que cada comensal sintiera que el tiempo se detenía solo para ellos.
Mariel miraba todo con una expresión serena, pero sus ojos brillaban de emoción contenida.
Sentía que Thierry estaba preparando algo…pero no tenía idea de qué.
Comieron tranquilos.
La conversación fluía entre bromas suaves, recuerdos de los últimos días, anécdotas de infancia.
Era como si el peso de la rutina se hubiese disuelto entre los platos cuidadosamente servidos y el vino de notas florales que acompañaba la tarde.
Y justo cuando Mariel pensó que ese momento ya no podía ser más especial…
Thierry sacó una pequeña caja dorada del asiento a su lado y la colocó frente a ella.
—Quiero darte esto.
No es solo un regalo.
Es… una forma de agradecerte.
Por tu talento.
Tu entrega.
Y por dejarme ver un poco de lo que realmente eres.
Mariel abrió la caja con cuidado.
Sus dedos temblaron apenas un segundo al levantar la tapa.
Dentro, envuelto en papel de seda blanco, había un vestido hermoso, de tela suave y caída perfecta, de un azul celeste tan delicado como un suspiro.
Detalles sutiles bordados a mano adornaban el escote y el final del vestido, como ondas de agua brillando bajo el sol.
Ella contuvo el aliento.
Pasó la mano sobre la tela con ternura, y por un instante, no pudo decir nada.
Thierry la observaba en silencio, sin necesidad de explicarse.
Era suficiente verla así.
Sintiéndose especial.
Vista.
Elegida.
—Es para ti.
Para el día de la presentación de Dulce Herencia.
Quería que llevaras algo que estuviera a tu altura.
Que te recordara lo que eres para este proyecto…y lo especial que has sido para mí.
Mariel levantó la vista, y por primera vez en mucho tiempo, sus ojos mostraban algo más que gratitud.
Había emoción.
Había algo creciendo, lento, inevitable…como una semilla que por fin tocaba tierra fértil.
—Gracias, Thierry.
Nunca me habían regalado algo así.
Nunca con… tanto significado.
Él no respondió.
Solo sonrió suavemente, como si esas palabras le bastaran.
Y entre ellos, sin decirlo, algo se selló.
Algo que iba más allá de trajes, empresas y presentaciones.