+18 años.
susana una joven estudiante de enfermería, se verá envuelta en una lucha de poder entre la familia de su difunto padre y el amor entre Mario de La Fuente, uno de los más grandes mafiosos de Toda Colombia.
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Sandra de Montenegro regresó a las oficinas de la inmobiliaria con una mezcla de determinación y cautela. La semana transcurrida desde la recuperación de las escrituras había sido un torbellino de papeleo, reuniones y la lenta pero firme toma de posesión de la empresa que su esposo había construido con tanto esmero. Sentía el peso de su legado sobre sus hombros, la responsabilidad de honrar su memoria y asegurar el futuro de Susana.
El Dr. Méndez, el abogado que su esposo había contratado años atrás y que ahora se presentaba como un aliado leal, había estado presente en cada paso del proceso. Sin embargo, a medida que Sandra profundizaba en los entresijos de la empresa, una serie de obstáculos sutiles pero persistentes comenzaban a surgir, sembrando en ella una creciente desconfianza hacia el abogado.
Documentos extraviados, firmas necesarias inexplicablemente ausentes, cláusulas ambiguas en contratos antiguos que favorecían a terceros desconocidos... cada pequeño tropiezo parecía diseñado para ralentizar el proceso y generar confusión. Inicialmente, Sandra lo atribuyó a la burocracia inherente a cualquier transición empresarial, pero la frecuencia y la naturaleza de los problemas comenzaron a levantar sospechas.
En una reunión crucial para la transferencia de propiedades clave, el Dr. Méndez presentó un informe con valoraciones significativamente inferiores a las que Sandra recordaba. Al cuestionarlo, el abogado ofreció explicaciones evasivas y técnicas, utilizando un lenguaje legal complejo que intentaba confundirla.
"Doctor Méndez," dijo Sandra con firmeza, su tono dejando entrever su creciente suspicacia. "Recuerdo perfectamente que estas propiedades fueron tasadas a un valor mucho mayor hace algunos años. ¿Podría explicar esta discrepancia?"
El Dr. Méndez ajustó sus gafas con un gesto nervioso. "Señora de Montenegro, las valoraciones de mercado fluctúan. Además, hemos encontrado algunos... gravámenes pendientes sobre estas propiedades que podrían haber afectado su valor actual."
Sandra frunció el ceño. "Gravámenes pendientes? Mi esposo siempre fue meticuloso con las finanzas de la empresa. Quiero ver la documentación que respalda esas afirmaciones."
El abogado vaciló, buscando entre sus papeles con una lentitud exasperante. Finalmente, presentó unos documentos con fechas recientes y firmas que a Sandra le resultaban extrañamente desconocidas.
"Estos son los registros," dijo el Dr. Méndez, evitando el contacto visual.
Sandra examinó los documentos con atención. Las firmas no se parecían a las de su esposo, y las fechas eran posteriores a su fallecimiento. La evidencia, aunque sutil, era perturbadora.
"Doctor Méndez," dijo Sandra, su voz ahora cargada de una frialdad palpable. "¿Podría explicar por qué estos supuestos gravámenes aparecen registrados después de la muerte de mi esposo y por qué estas firmas me resultan completamente ajenas?"
El abogado palideció visiblemente, tartamudeando excusas incoherentes sobre errores administrativos y actualizaciones tardías. Sandra lo interrumpió con un gesto autoritario.
"Suficiente," dijo Sandra, levantándose de la mesa. "Voy a necesitar que me proporcione todos los registros originales de estas propiedades, así como un historial completo de todas las transacciones realizadas en los últimos cinco años. Además, a partir de este momento, todas las decisiones importantes de la empresa deberán contar con mi aprobación explícita."
El Dr. Méndez intentó protestar, pero la firmeza en la mirada de Sandra lo detuvo. Sabía que había sido descubierto, aunque aún no se enfrentaba a una acusación directa. Su lealtad a los Montenegro, sembrada silenciosamente durante años, comenzaba a desmoronarse ante la determinación de la viuda.
Al salir de la oficina, Sandra sintió una punzada de preocupación. Estaba claro que no todos en la empresa estaban de su lado. La presencia del Dr. Méndez, con su aparente disposición a ayudar pero sus acciones sospechosas, la alertaba sobre una posible infiltración. La advertencia de su madre sobre la familia de su esposo resonó con fuerza en su mente.
De inmediato, Sandra se puso en contacto con la Dra. Guzmán, la abogada en quien confiaba plenamente. Le relató sus sospechas sobre el Dr. Méndez y le solicitó una auditoría exhaustiva de las finanzas y la documentación de la empresa.
"Sandra," dijo la Dra. Guzmán con seriedad al escuchar su relato. "Esto suena muy preocupante. Investigaremos a fondo. No descartes que el Dr. Méndez haya estado trabajando para los Montenegro desde el principio, intentando sabotear la empresa desde dentro."
Las palabras de la abogada confirmaron los peores temores de Sandra. La telaraña legal que los Montenegro estaban tejiendo a su alrededor era más compleja y peligrosa de lo que había imaginado. El "malentendido" del banco al entregarle las escrituras podría haber sido solo el comienzo de una nueva estrategia para despojarla de su patrimonio.
Mientras tanto, sin que Sandra lo supiera, el Dr. Méndez se comunicaba en secreto con Madame Lorena en España. Su voz temblaba al informar sobre el creciente escrutinio de la viuda.
"Madame," dijo el Dr. Méndez con voz nerviosa. "La señora de Montenegro está sospechando. Ha solicitado una auditoría completa y está revisando todos los documentos con lupa."
La voz fría de Madame Lorena resonó al otro lado de la línea. "Inepto. Te dije que te aseguraras de que no pudiera recuperar nada. ¿Qué has estado haciendo?"
"He intentado ralentizar el proceso, crear obstáculos legales... pero ella es más inteligente de lo que esperaba," se excusó el abogado.
"Más inteligente o más desconfiada," replicó Madame Lorena con desdén. "No importa. Debes encontrar una manera de detenerla. Desacredítala, encuentra algo que la vincule a actividades ilegales, lo que sea necesario para que pierda el control de esa empresa."
"Pero Madame, no tengo ninguna prueba..."
"Invéntala, imbécil," interrumpió Madame Lorena con furia. "Los Montenegro no perdemos. Esa empresa nos pertenece por derecho. Deshazte de ella legalmente o de la forma que sea necesaria. Santiago está allí para encargarse de la hija. Tú te encargarás de la madre. No me falles, Méndez. Tu futuro depende de ello."
El Dr. Méndez colgó el teléfono con el rostro pálido. La presión de los Montenegro era asfixiante. Sabía que su posición en la empresa estaba en peligro y que su lealtad a la familia española lo había metido en un laberinto sin salida. La batalla por la inmobiliaria de David Montenegro había entrado en una nueva y peligrosa fase, donde las leyes eran armas y la traición acechaba en cada sombra. Sandra, sin saberlo, se enfrentaba a un enemigo silencioso y astuto, dispuesto a destruirla para cumplir las órdenes de una matriarca implacable.