Lazos De Poder

Pasaron unos meses desde el cumpleaños de Arata, y la mansión se había vuelto un lugar tranquilo, casi monótono. Sus hermanos, Tiziano y Alessandro, habían regresado a Italia después de unos días intensos de celebraciones y reuniones familiares. El bullicio de la casa, que una vez estuvo lleno de risas, bromas y discusiones, ahora solo era un eco distante. Arata había vuelto a su rutina habitual: entrenaba a diario, explorando sus capacidades como omega y asegurándose de no perder su enfoque. También pasaba mucho tiempo con Alexander, su apoyo constante en medio de todo ese caos emocional.

A pesar de la partida de sus hermanos, una pequeña sensación de vacío permanecía en el fondo de su mente. Algo le faltaba, pero no estaba dispuesto a admitir qué era. Sabía la respuesta, pero se negaba a ponerle nombre. Mikhail no había vuelto desde aquella noche después de su cumpleaños, cuando se fue abruptamente y desde entonces no había habido rastro de él. Aunque oficialmente Mikhail seguía siendo el alfa del clan, su ausencia pesaba como una sombra constante sobre la mansión.

Los días de Arata seguían siendo relativamente rutinarios. Entre el entrenamiento, las charlas con Alexander y el ocasional viaje al jardín, sus semanas pasaban sin grandes sorpresas. Pero, por mucho que tratara de engañarse, la falta de Mikhail siempre estaba ahí. La mansión parecía más vacía sin él. Arata se había acostumbrado, de una forma u otra, a su presencia dominante, aunque nunca fueran cercanos ni compartieran demasiadas palabras. Incluso cuando Mikhail lo ignoraba o mantenía esa distancia fría, su sola presencia ofrecía una sensación de seguridad que Arata no lograba explicar del todo. Después de todo, había un lazo entre ellos que, aunque no siempre visible, existía.

Una tarde, mientras terminaba su rutina diaria de entrenamiento, escuchó algo que lo sacó de sus pensamientos. Algunos de los hombres del clan hablaban en voz baja cerca de las puertas, y lo que decían hizo que su corazón se acelerara.

—Mikhail regresa esta tarde —murmuraban entre ellos.

Arata sintió una chispa de emoción que lo sorprendió a sí mismo. ¿Por qué le importaba tanto que Mikhail volviera? Era absurdo. Después de meses sin verlo, cualquier persona lógica se habría acostumbrado a su ausencia. Pero él no. A pesar de todo lo que había sucedido, de la indiferencia de Mikhail, Arata no podía negar que lo había extrañado. Quizá no era tanto por el vínculo que compartían, sino porque, de alguna manera, había llegado a depender de la estabilidad que el alfa representaba.

Sin embargo, algo no encajaba en su mente. Si Mikhail estaba de regreso, ¿por qué no había ningún anuncio formal? Ninguna preparación, ningún despliegue de poder como solía ser típico cuando el líder del clan llegaba. La noticia había llegado de manera silenciosa, casi sigilosa, como si se tratara de algo que no debía ser divulgado a voces. Esa misma tarde, decidió quedarse en la mansión, ansioso por verlo.

Cuando las horas pasaron y llegó el momento, Arata se encontró esperando cerca del gran salón. Mikhail finalmente cruzó las puertas de la mansión, y en ese instante, Arata sintió que algo había cambiado. El Mikhail que conocía, el alfa imponente pero calmado, parecía haber sido reemplazado por alguien diferente. La mirada de Mikhail era oscura, sus movimientos más bruscos, y el aura que lo rodeaba no era la de alguien que regresaba a su hogar, sino la de alguien que había estado en el campo de batalla y no estaba dispuesto a dejar la lucha atrás.

Arata quiso acercarse, pero se quedó inmóvil. Ni siquiera pudo articular una palabra. Algo en la energía de Mikhail lo hizo retroceder. No era miedo exactamente, pero sí una tensión palpable, una sensación de peligro que lo mantenía paralizado.

Mikhail no le dirigió ni una mirada. Pasó junto a él sin detenerse, caminando con pasos rápidos y decididos, como si no hubiera notado su presencia. Su silencio era tan penetrante que dolía. Arata lo observó dirigirse directamente hacia las escaleras, sin interactuar con nadie más. Todo lo que dijo fue una orden seca y firme a los hombres de la mansión.

—Nadie me moleste.

Esas tres palabras dejaron claro que Mikhail no estaba en disposición de hablar con nadie, mucho menos con Arata. A pesar de la emoción que había sentido al enterarse de su regreso, ahora solo quedaba una profunda confusión y un vacío inexplicable. Arata se quedó parado, mirando hacia las escaleras por las que Mikhail había desaparecido. No entendía qué estaba pasando. ¿Qué había cambiado en él? ¿Qué lo había transformado de esa manera?

Quiso seguirlo, preguntar si todo estaba bien, pero sabía que Mikhail no le respondería. El alfa no era alguien que compartiera sus problemas o que se dejara ver vulnerable, mucho menos ante Arata. Aun así, había algo en su comportamiento que lo inquietaba profundamente. Esa aura amenazante, esa frialdad, eran diferentes a cualquier cosa que hubiera visto antes.

Después de un rato de estar parado, incapaz de moverse, Arata finalmente decidió retirarse a su habitación. La incertidumbre lo carcomía, y por más que tratara de calmar su mente, las preguntas seguían apareciendo sin cesar. ¿Qué había pasado en ese tiempo? ¿Por qué Mikhail estaba actuando así? Y, lo más importante, ¿cómo encajaba él en todo esto?

Aquella noche fue larga e inquieta. Arata no lograba conciliar el sueño, y cada vez que cerraba los ojos, la imagen de Mikhail pasando a su lado sin siquiera reconocerlo volvía a su mente. Al final, decidió levantarse y caminar por los pasillos oscuros de la mansión. Quizá, en el silencio de la noche, encontraría alguna respuesta.

Pero el silencio solo le trajo más preguntas.