Oliver es un joven aventurero que quiere recuperar el alma de su hermana mayor, pero el mundo le recarcará lo difícil que será su deseo para alguien como él. ¿Podrá cumplir con su cometido? Acompáñalo junto a su grupo de compañeros: Evelyn, Richard, Ginna y Victoria, quienes a pesar de tener distintos motivos, comparten un mismo destino, el continente oscuro. Para ello, deberán unirse a la Unión de Asalto antes de su excursión hacia el continente oscuro.
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Camino Trazado
—Toma, dijo Richard, extendiéndole un sobre a Oliver, quien estaba sentado al lado de una mesa. La sala estaba iluminada tenuemente, y el ambiente se sentía cargado de una tensión silenciosa.
—Me declinaron la solicitud para subir de rango, confesó Oliver con un suspiro resignado. Se inclinó hacia atrás en la silla, cubriéndose los ojos con el antebrazo mientras dejaba escapar un suave quejido—. Ahhh, lo esperaba.
Victoria, quien observaba a Oliver en silencio, vaciló un momento antes de hablar. Se detuvo justo cuando Oliver se levantó de la silla, sin querer interrumpirlo.
Oliver se dirigió hacia donde estaba Luna, quien permanecía sentada en una esquina, con una expresión melancólica, tal como en su primer encuentro. Al llegar, Oliver se sentó a su lado y le revolvió el cabello con cariño, provocando un leve desorden —¿Qué pasa? ¿Por qué tan cabizbaja? ¿Acaso estás triste porque se acabó el pastel?
Luna se quedó inmóvil. Era consciente de ser la causa del problema, y la culpa la abrumaba.
—Luna, sé que te sientes mal por lo sucedido, ¿Verdad?, dijo Oliver con suavidad—. A veces, las cosas simplemente pasan y no podemos controlarlas. Lo importante es cómo las afrontamos. Sentirse culpable no está mal, lo que está mal es pensar que todo es tu culpa.
Luna permaneció en silencio, incapaz de encontrar palabras.
—Eres una chica muy amable, ¿no lo crees?, preguntó Oliver, sonriendo.
—¿Por qué lo dices?, respondió Luna sin mirarlo.
—Esto es para mí, ¿No?
—¿Eh? ¿Cómo lo tienes? Además, ¿cómo sabes que es para ti?, exclamó Luna, sus ojos se abrieron con sorpresa.
—Entonces sí lo es, respondió Oliver con una sonrisa mientras abría lo que quedaba de la cajita.
—No, espera. ¡No lo abras, no así!, exclamó Luna, arrebatándole la cajita—. Lo siento, está en muy mal estado, dijo con tono apenado, mientras sacaba un brazalete de colores, al que le faltaban varios y estaba casi rompiéndose.
—Ahhh, entonces es ése... qué bonito. A ver, dámelo, dijo Oliver emocionado, tomando el brazalete rápidamente.
—No debería verse así. Antes estaba mejor, respondió Luna, un poco decepcionada.
—¿Qué dices? Yo lo veo perfecto. Siempre mantengo lleno de magulladuras. ¿No crees que va mejor con mi estilo?, respondió Oliver, interrumpiendo a Luna mientras se colocaba el brazalete bajo su manga—. Te lo agradezco mucho, Luna. Está precioso.
Luna se sonrojó ligeramente, desviando la mirada para no cruzarse con los ojos de Oliver. Richard, quien estaba observando, esbozó una sonrisa y se levantó diciendo; —Bien, iré a buscar algo para comer.
—Entiendo, ve con cuidado, respondió Victoria amablemente.
Ginna también se levantó y llamó a Oliver, sugiriendo que hablaran un momento. Oliver aceptó la invitación.
—¿Qué piensas hacer?, preguntó Ginna directamente, iniciando la conversación.
—Ahora, lo primero sería hacer entender a los altos mandos que Luna no es realmente una vampiro, respondió Oliver con decisión.
—¿Y qué hay del permiso para la Ascensión de rango?, preguntó Ginna nuevamente, con un tono de mayor seriedad.
—Richard supuso que algo así podría suceder, así que envió la solicitud mucho antes de que se completaran las convocatorias. Así retrasamos que me reportaran en el gremio. Si logramos solucionar el problema de Luna antes de que me veten del gremio, todo quedará solucionado.
Ginna solo se quedó mirando a Oliver antes de soltar un suspiro y decir: —Así que ya lo tenías preparado.
Oliver asintió lentamente mientras le explicaba a Ginna que había sido Richard quien lo planeó todo.
—No por nada quiere ser comandante, ese chico tiene grandes convicciones, respondió Ginna mientras sujetaba la manilla de la puerta, abriéndola con cuidado—. ¿Y tú, Oliver, qué es lo que deseas hacer?
—Mi único deseo es que mi hermana vuelva a ser como era antes, dijo, Oliver con un tono de nostalgia en su voz.
Ginna lo observó, perdida en sus pensamientos, y exclamó en voz baja: —Único... acompañando sus palabras con un suspiro.
—¡Mi gente, ya llegué!, la voz de Richard resonó por toda la casa, llenándola de vida.
—Entremos de nuevo, propuso Ginna, avanzando con cautela hacia adentro.
Una vez dentro, todos se dispusieron a disfrutar la comida que había traído Richard, incluso Luna, quien inicialmente se había mostrado reacia.
Después de comer, Ginna se había marchado y Victoria
se había quedado dormida junto a Luna.
—Oye, Richard, ¿qué haremos con la casa de mi hermana y con ella?, preguntó Oliver preocupado.
—El hechizo que protege el cuarto de tu hermana impide que cualquier persona entre sin invitación o permiso del residente, es decir, tú, Oliver, explicó Richard.
Lo que hizo Victoria fue ampliar el hechizo para que cubriera toda la casa. Sin embargo, el gremio podría utilizar magos de alto rango para romperlo. Ese es el truco: al ser un hechizo tan simple, les costará más deshacerlo que si fuera complicado. Por eso, tendremos como máximo unos cuatro días para resolverlo todo, expresó Richard, colocándose justo al lado de la puerta antes de abrirla.
Oliver se quedó mirando el horizonte, donde el cielo estrellado se reflejaba sobre él con un brillo pacífico. Después, se reclinó ligeramente, dejándose envolver por la serena noche.
.....
—Debes memorizar esto, dijo Richard, mientras le mostraba a Oliver un mapa y unas instrucciones—. Los días están contados, así que debes hablar directamente con el líder del gremio e intentar convencerlo.
Oliver asintió mientras tomaba los papeles, una firme determinación iluminó sus ojos.
—¿Estás seguro de que no quieres que te acompañe? Podrían surgir problemas o algo parecido, comentó Richard, su voz teñida de preocupación palpable.
Oliver negó con la cabeza, rechazando la oferta de compañía de Richard y le explicó que, si algo llegaba a suceder, no podía permitir involucrarlos más. Su decisión era firme, pero en su corazón había una mezcla de miedo y responsabilidad.
Richard aceptó la opinión de Oliver, aunque no sin dejarle unas últimas recomendaciones, con un tono preocupado:
—Sé que ya lo sabes, pero no está de más repetirlo. No cometas ninguna tontería y trata de volver antes de las 10.
Oliver, se levantó de la silla. rompió los papeles, dejando sus letras ininteligibles antes de desecharlos con nerviosismo. Salió de casa en silencio, su corazón latiendo al ritmo de sus pasos furtivos, y se dirigió al lugar acordado. Las calles eran un océano azul claro bajo la luz de la luna, un laberinto de sombras danzantes y susurros. Mientras caminaba, su mente repasaba la guía que lo llevaría a esa posada oculta, un lugar donde la atmósfera era densa y cautivadora. Desde su llegada, las luces titilantes y el eco de risas burlonas parecían advertirle de los peligros que se cernían sobre él en medio de aquellos hombres y mujeres que frecuentaban el sitio. Su corazón golpeaba con fuerza contra su pecho.
Ya dentro, Oliver siguió al pie de la letra las instrucciones de Richard. Se acercó al hombre en la entrada y, con voz firme pero interiormente llena de dudas, dijo la clave que lo conduciría al rincón más profundo de la posada. Allí, un cuarto se abría ante él, lleno de juegos y cargado del aroma embriagador del alcohol.
Sus ojos, ansiosos pero determinados, observaron el ambiente hasta encontrar al que buscaba: el líder del gremio. Este último ocultaba su rostro tras una máscara, dotando al momento de un aire aún más misterioso. Oliver se acercó, y empezó a hablar. Sus palabras fluían cargadas de esperanza, de un deseo desesperado de cambiar el destino de Luna y el suyo propio.
—Ella no es lo que piensas, dijo Oliver, su voz temblando con una mezcla de miedo y determinación—. Ella no es un monstruo, es solo una...
Pero el líder lo interrumpió; —Sí, lo sé. La anciana de este lugar me lo explicó.
—Entonces... Oliver sintió una esperanza que casi se reflejaba en una sonrisa en aquel lugar. Sin embargo, dejó escapar unas palabras frías que reverberaron contra las paredes de madera del recinto.
—¿Sabes lo que es el estatus, jovencito?, respondió el líder con un claro desprecio en su voz. Con cada palabra, Oliver sentía cómo su esperanza se desvanecía poco a poco—. Si tienes dudas sobre qué hacer, sería mejor que renunciaras. Aléjate y salva tu propia piel. Tienes suerte, a pesar de que tu recompensa ya ha sido anunciada, aún puede ser retirada. Eso es lo que haría alguien como tú, perdido entre la basura como nosotros, ¿no es así, Oliver Ashford?
—¿Cuánto sabes?, replicó Oliver, su tono un tanto alterado al escuchar el apellido de su padre.
—Oh, sé bastante, lo sé todo sobre ti. Tu padre me lo contó todo, y debo admitir que tiene razón.
Mientras el líder hablaba, Oliver comenzó a sentir el peso del resentimiento, pero se obligó a permanecer en silencio. No había lugar para el rencor en un lugar como este.
—¿Todavía persistes en la idea de salvar a tu hermana, verdad? Crees que serás el héroe que llegará al continente oscuro y cambiará la historia, ¿no es así?
—Alguien como tú jamás podría tener lo que se necesita, añadió el líder, soltando una carcajada resonante—. Pero no es tu culpa, es inevitable. Alguien sin ninguna cualidad especial apuntando a lo más grande... qué patético.
—Aunque la verdadera culpable es Emma, por hacerte cargar con algo que no puedes soportar. Eso es algo que sólo haría una persona egoísta.
Oliver sintió una punzada y alzó la mirada con desprecio hacia el líder del gremio. La atmósfera se volvía cada vez más tensa, el aire se espesaba, y los murmullos de la multitud intensificaban la presión que sentía. De repente, una oleada de enojo lo invadió; no podía soportar las palabras despectivas dirigidas hacia su hermana. Los hombres que rodeaban la posada comenzaron a acercarse, con miradas burlonas.
—No deberías alterarte, jovencito, dijo uno de ellos con una sonrisa cruel, mientras le advertía de su inminente caída y le colocaba la mano sobre el hombro.
—Quita, expresó Oliver, levantando la mano del aventurero con evidente frustración.
—Oh, muy mal, amiguito. ¿Acaso no te enseñaron modales? Si es así, déjame que te enseñe un poco, dijo, y le propinó una fuerte patada en la espalda a Oliver, que lo lanzó contra una de las mesas, rompiéndola.
Oliver, tambaleándose, intentó levantarse, dándose cuenta de que la conversación había terminado.
El ambiente estaba cargado de tensión y preocupación. Victoria, con mirada alerta, dirigió la conversación hacia Ginna con una pregunta inquietante:
—¿No te parece extraño que Oliver se esté demorando tanto?
Ginna, asintiendo con la cabeza, compartía el mismo sentimiento de inquietud, lo que llevó a ambas a buscar más respuestas.
En ese momento, las miradas se dirigieron a Richard, quien estaba al pie de la puerta, inmerso en sus pensamientos. La atmósfera era tensa, cargada de preguntas sin respuesta.
—Oye, Richard, ¿sabes a dónde fue Oliver, verdad?, preguntó Ginna, con una voz que reflejaba tanto curiosidad como preocupación.
Richard respondió con un tono que, aunque trataba de parecer tranquilo, dejaba entrever su inquietud:
—No es muy lejos. Aun así, es raro que haya tardado tanto.
Pero en su mente persistía una pregunta: "¿No habrás hecho nada imprudente, verdad?"
La incertidumbre se palpaba en el aire y, de repente, la puerta recibió dos golpes suaves, como señales que pretendían anunciar la llegada de alguien conocido.
La puerta se abrió lentamente, revelando a un Oliver cuya apariencia lucía demacrada y golpeada. Entró y, con un saludo entrecortado, provocó una ola de emociones en la habitación.
Victoria fue la primera en acercarse, siguiendo un impulso instintivo de auxilio. Su deseo de ayudar lo reflejaba todo su ser.
—¿Qué te ha pasado?, preguntó mientras se apresuraba a curarlo.
Oliver, sin querer dar más detalles, murmuró que había sufrido una caída. Sin embargo, la realidad de sus heridas contaba una historia diferente, y todos sabían que su explicación era solo una fachada. Aún así, ninguno se atrevió a confrontarlo directamente, permitiendo que el silencio hablara por ellos.
Después de un rato, la atmósfera se torna en una mezcla palpable entre preocupación y seriedad. Oliver se encuentra apartado del resto, sumido en una conversación privada con Richard. A través de sus palabras, queda al descubierto la frustración de intentar convencer al líder del gremio, lo que subraya la gravedad de la situación.
—Sabíamos desde el principio que sería imposible, dijo Richard con un suspiro pesado, mientras sus dedos se aferraban con fuerza a la baranda—. Sin embargo, esto complica nuestras posibilidades aún más.